Bueno, dentro de veinte años averiguarían si había sido así.
Antoinette le puso delante un tazón de té de color verde.
—Bébetelo, Clavain.
El anciano dio un sorbo y arrugó la nariz al ver el miasma de vapor acre y salado que flotaba sobre la bebida.
—¿Y si me estoy bebiendo un malabarista de formas?
—Felka dice que no será así. Y ella debería saberlo, creo. Tengo entendido que ya lleva bastante tiempo deseando conocer a esos hijos de puta, así que sabe alguna que otra cosa sobre ellos.
Clavain le dio otro tiento al té.
—Sí, es cierto, ¿ver…?
Pero Felka se había ido. Estaba en la tienda un momento antes, pero ya no.
—¿Por qué tiene tantas ganas de conocerlos? —preguntó Antoinette.
—Por lo que espera que le den —dijo Clavain—. En otro tiempo, cuando vivía en Marte, estaba en el centro de algo muy complejo, una inmensa máquina viviente que ella tenía que mantener con vida con su fuerza de voluntad y su intelecto. Le daba una razón para vivir. Luego hubo un pueblo, mi pueblo, de hecho, que le quitó la máquina. Estuvo a punto de morir entonces, si es que alguna vez había estado viva. Pero no murió. Consiguió recuperar algo parecido a una vida normal. Pero todo lo que ha venido después, todo lo que ha hecho desde entonces, ha sido tratar de encontrar otra cosa que pueda usar ella y que la use a ella del mismo modo; algo tan intrincado que ella no pueda comprender todos sus secretos con un único destello de intuición, y algo que, a su manera, sea capaz de explotarla también a ella.
—Los malabaristas.
Todavía aferrado al té (y la verdad era que no estaba tan mal, según observó), Clavain dijo:
—Sí, los malabaristas. Bueno, yo solo espero que encuentre lo que está buscando, nada más.
Antoinette metió la mano debajo de la mesa y levantó algo del suelo. Lo colocó entre los dos: un cilindro de metal corroído y cubierto de una espuma de encaje de microorganismos calcificados.
—Esta es la baliza. La encontraron ayer, un par de kilómetros más abajo. Debió de ser un tsunami lo que la arrastró al mar.
Clavain se inclinó y examinó el pedazo de metal. Estaba aplastado y mellado, como una vieja lata de raciones que alguien hubiera pisado.
—Podría ser combinada —dijo—. Pero no estoy seguro. No ha sobrevivido ninguna marca.
—Creí que el código era combinado…
—Lo era: es una simple baliza transmisora de sistema interno. No está diseñada para que se detecte a mucho más de unos cuantos cientos de millones de kilómetros. Pero eso no significa que la pusieran aquí los combinados. Los ultras podrían haberla robado de una de nuestras naves, quizá. Sabremos un poco más cuando la desmantelemos, pero tiene que hacerse con mucho cuidado. —Dio unos golpecitos con los nudillos en el basto casco de metal—. Aquí dentro hay antimateria, o no estaría transmitiendo. No mucha, quizá, pero lo suficiente para hacer mella en esta isla si no lo abrimos como debe ser.
—Mejor tú que yo…
—Clavain…
El anciano se dio la vuelta, había regresado Felka. Parecía incluso más mojada que al llegar. Tenía el cabello pegado a la cara en lacias cintas y la tela negra de su vestido se le ajustaba a un costado del cuerpo. Debería haber estado pálida y tiritando, en opinión de Clavain, pero estaba sonrojada y parecía muy emocionada.
—Clavain —repitió.
Él dejó el té en la mesa.
—¿Qué pasa?
—Tienes que salir fuera y ver esto.
El anciano salió de la tienda. Se había calentado lo suficiente para sentir una repentina punzada de frío, pero había algo en la actitud de Felka que le hizo olvidarlo, igual que tanto tiempo antes había aprendido a suprimir de forma selectiva el dolor o la incomodidad en el fragor de la batalla. Por ahora no importaba; como la mayor parte de la vida, se podía ocupar de ello más tarde, o quizá nunca.
Felka miraba el mar.
—¿Qué pasa? —preguntó otra vez.
—Mira, ¿lo ves? —Su amiga se colocó a su lado y dirigió su mirada—. Mira. Mira con atención, allí, donde se aclara la bruma.
—No estoy seguro de…
—Ahora.
Y entonces lo vio, aunque solo fuera durante un momento. La dirección local del viento debía de haber cambiado desde su llegada a la tienda, lo suficiente para empujar la niebla y hacerla adoptar una configuración diferente que permitía breves claros que se adentraban en el mar. Vio el mosaico de charcos de bordes afilados, y un poco más allá el bote en el que habían venido, y detrás de eso una pincelada horizontal de agua gris pizarra que se iba difuminando a medida que el ojo se deslizaba hacia el horizonte para convertirse en el color gris lechoso pálido del cielo mismo. Y allí, por un instante, estaba la aguja erguida de la Nostalgia por el Infinito , un dedo ahusado de un color gris un poco más oscuro que se elevaba justo por debajo de la línea del propio horizonte.
—Es la nave —dijo Clavain con suavidad, decidido a no desilusionar a Felka.
—Sí —dijo ella—. Es la nave. Pero tú no lo entiendes. Es más que eso. Es mucho, mucho más.
Clavain empezaba ahora a preocuparse un poco.
—¿De verdad?
—Sí. Porque yo ya la he visto antes.
—¿Antes?
—Mucho antes de llegar aquí, la vi. —Felka se volvió hacia él apartándose el pelo de los ojos. Guiñaba para defenderse del escozor de la espuma—. Fue el lobo, Clavain. Me mostró esta vista cuando Skade nos emparejó. En ese momento no supe qué pensar. Pero ahora lo entiendo. En realidad no era el lobo. Era Galiana, que se estaba comunicando conmigo, aunque el lobo pensaba que lo controlaba todo.
Clavain sabía lo que había pasado a bordo de la nave de Skade, cuando Felka era su rehén. Le había contado lo de los experimentos y las veces que Felka había vislumbrado la mente del lobo. Pero jamás había mencionado esto.
—Tiene que ser una coincidencia —dijo él—. Incluso si es cierto que recibiste un mensaje de Galiana, ¿cómo podía haber sabido ella lo que iba a pasar aquí?
—No lo sé, pero tuvo que haber un modo. La información siempre ha llegado al pasado, o no habría ocurrido nada de esto. Todo lo que sabemos ahora es que, de algún modo, los recuerdos que tenemos de este lugar, ya sean los tuyos o los míos, van a llegar al pasado. Más que eso, van a llegar a Galiana. —Felka se inclinó y tocó la roca que tenía bajo ella—. Por alguna razón lo esencial es esto, Clavain. No nos hemos tropezado con este lugar sin más. Nos ha guiado Galiana hasta aquí porque sabe que importa que lo encontremos.
Clavain se acordó entonces de la baliza que le acababan de enseñar.
—Si hubiera estado aquí…
Felka completó la idea.
—Si vino aquí, habría intentado comunicarse con los malabaristas de formas. Habría intentado nadar con ellos. Bueno, quizá no lo haya conseguido… pero supongamos que lo consiguió, ¿qué habría pasado?
La bruma ya se había cerrado por completo, no quedaba señal de la amenazante torre marina.
—Se habrían recordado sus patrones neuronales —dijo Clavain como si hablase en sueños—. El océano habría grabado su esencia, su personalidad, sus recuerdos. Todo lo que ella era. Lo habría abandonado de forma física, pero también habría dejado una copia holográfica de sí misma en el mar, lista para grabarse en otra inteligencia, otra mente.
Felka asintió enfática.
—Porque eso es lo que hacen, Clavain. Los malabaristas de formas almacenan a todos aquellos que nadan en sus océanos.
Clavain volvió a mirar con la esperanza de vislumbrar de nuevo la nave.
—Entonces ella estaría todavía allí.
—Y nosotros también podemos alcanzarla si nadamos igual que ella. Eso era lo que ella sabía, Clavain. Ese es el mensaje que coló a espaldas del lobo. A él también le picaban los ojos.
Читать дальше