Alastair Reynolds - El arca de la redención

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El arca de la redención: краткое содержание, описание и аннотация

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Estamos a comienzos del siglo XXVII. Hace cincuenta años, el hombre puso en marcha un antiguo sistema alienígena que detectaba el nacimiento de formas de vida inteligentes. Los inhibidores llevan mucho tiempo esperando, pero ahora se preparan para volver…
Mientras tanto, una fuerza desconocida ha sembrado el terror en el Sanctasanctórum de los combinados. A medida que la naturaleza de la nueva amenaza se vuelve más clara, Clavain, uno de sus guerreros, empieza a plantearse que es hora de volver al combate. En Resurgam se ha descubierto un cargamento de armas devastadoras que podrían ser utilizadas para el bien de la Humanidad, pero alguien ya ha logrado hacerse con su control…

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Los cambios no amenazaban ninguna vida ni resultaban perjudiciales para el rendimiento de la nave, pero seguían siendo un enigma y una prueba más (si es que hacía falta) de que la psique del capitán no se había desvanecido por completo y todavía podía esperarse que los siguiera sorprendiendo de vez en cuando en el futuro. No parecía haber muchas dudas de que el capitán había desempeñado algún papel en la reforma de la nave en la que se había convertido. La cuestión de si la reforma había seguido un impulso consciente, o solo había surgido de algún capricho soñado, era mucho más difícil de responder.

Así que de momento, y porque había otras cosas de las que preocuparse, hicieron caso omiso de ello. La Nostalgia por el Infinito se colocó en una apretada órbita alrededor del mundo acuático y se enviaron sondas que entraron dibujando un arco en la atmósfera y en los inmensos océanos de color turquesa que casi cercaban el mundo de polo a polo. Se habían untado sobre él cremosos patrones de nubes en desordenados y exuberantes remolinos. No había grandes masas de tierra, el océano visible solo estaba interrumpido por unos cuantos archipiélagos repartidos con descuido, salpicaduras de pintura ocre contra un azul corneal verdoso. Cuanto más se acercaban, más certeza empezaba a haber de que este era un mundo malabarista, y las indicaciones resultaron ser correctas. Balsas continentales de biomasa viva manchaban grandes extensiones del color verde grisáceo del océano. Los seres humanos podían respirar la atmósfera y había suficientes rastros en los suelos y los lechos rocosos de las islas para sostener algunas colonias autosuficientes.

No era perfecto, en absoluto. Las islas de los mundos malabaristas tenían la costumbre de desvanecerse bajo tsunamis arbitrados por la gran biomasa semiperceptiva de los propios océanos. Pero durante veinte años sería suficiente. Si los colonos querían quedarse, habría tiempo para construir ciudades palafíticas que flotaran sobre el propio mar.

Se seleccionó una cadena de islas al norte, frías pero, según las predicciones, tectónicamente estables.

—¿Por qué aquí en concreto? —Preguntó Clavain—. Hay otras islas en la misma latitud, y no pueden ser menos estables.

—Hay algo allí abajo —le dijo Escorpio—. No dejamos de recibir una señal muy leve de ese lugar.

Clavain frunció el ceño.

—¿Una señal? Pero se supone que aquí no ha estado nadie jamás.

—No es más que un pulso radiofónico muy débil —dijo Felka—. Pero la modulación es interesante. Es un código combinado.

—¿Pusimos una baliza aquí abajo?

—Debimos de hacerlo, en algún momento. Pero no hay ningún registro de ninguna nave combinada que viniera aquí. Salvo… —Felka hizo una pausa, no parecía querer decir lo que tenía que decir.

—¿Y bien?

—Lo más probable es que no signifique nada, Clavain. Pero Galiana podría haber venido aquí. No es imposible, y sabemos que habría investigado cualquier mundo malabarista con el que se hubiera tropezado. Por supuesto no sabemos a dónde fue su nave antes de que los lobos la encontraran, y para cuando consiguió volver al Nido Madre todos los archivos de a bordo se habían perdido o corrompido. ¿Pero qué otra persona habría dejado una baliza combinada?

—Cualquiera que estuviera operando de forma encubierta. No sabemos todo lo que se traía entre manos el Consejo Cerrado, ni siquiera ahora.

—Pensé que merecía la pena mencionarlo, eso es todo.

Clavain asintió. Había sentido una gran burbuja de esperanza y luego una oleada de tristeza que solo hizo más profunda la sensación que la había precedido. Por supuesto que ella no había estado allí. Era una estupidez por su parte entretener tal idea. Pero había algo allí abajo que merecía que se investigase, y tenía sentido ubicar su asentamiento cerca del objeto de interés. Él no tenía ningún problema con eso.

Se elaboraron a toda prisa planes detallados para el asentamiento. Se establecieron campamentos provisionales en la superficie un mes después de su llegada.

Y fue entonces cuando ocurrió. Poco a poco, sin precipitación, como si fuera lo más natural del mundo para un navío espacial de cuatro kilómetros de largo, la Nostalgia por el Infinito comenzó a descender de su órbita, a introducirse dibujando una espiral en los tramos superiores de la atmósfera. Para entonces también había disminuido su velocidad, había frenado hasta alcanzar una velocidad suborbital para que la fricción de la reentrada no escaldara la capa externa del casco. Hubo algunas escenas de pánico a bordo, ya que la nave estaba actuando sin ningún tipo de control humano. Pero también hubo una sensación más general de tranquilidad, de sosegada resignación por lo que estaba a punto de pasar. Clavain y el Triunvirato no entendían las intenciones de su nave, pero no era probable que quisiera hacerle daño a alguien, no ahora.

Y así se demostró. A medida que la gran nave caía de la órbita, se ladeó y alineó su largo eje con la vertical definida por el campo gravitatorio del planeta. No era posible otra cosa; la nave se habría partido la columna si hubiera entrado oblicuamente. Pero siempre que descendiera de forma vertical, que bajara entre las nubes como la aguja separada de una catedral, no sufriría más tensión estructural que la impuesta por un vuelo estelar normal de una gravedad. A bordo, la sensación era incluso normal. Solo se oía el rugido apagado de los motores, que en circunstancias normales no se escuchaba pero que ahora se transmitía por todo el casco a través del medio aéreo que los rodeaba, un trueno lejano e incesante que fue haciéndose más fuerte a medida que la nave se acercaba al suelo.

Pero no había ningún suelo abajo. Aunque el terreno de aterrizaje que había elegido estaba cerca del archipiélago objetivo donde ya se habían situado los primeros campamentos, la nave estaba descendiendo hacia el mar.

Dios mío , pensó Clavain. De repente comprendió por qué la nave se había reformado. La nave, o la parte del capitán que todavía permanecía al mando, debía de haber tenido este descenso en mente desde el momento en que quedó clara la naturaleza del planeta acuático. Había aplastado la punta de su cola para poder posarse sobre el lecho marino. Más abajo, el mar comenzó a hervir bajo el asalto de las llamas de los motores. La nave descendió a través de montañas de vapor que salieron convertidas en nubes a decenas de kilómetros, hacia la estratosfera. El mar tenía un kilómetro de profundidad bajo el punto de amerizaje, la pendiente del fondo se apartaba con brusquedad del borde del archipiélago. Pero ese kilómetro casi ni importaba. Cuando Clavain sintió que la nave se estabilizaba, que reposaba con un tremendo y profundo rugido, la mayor parte seguía todavía sobre la superficie de las olas agitadas.

En un inundado mundo sin nombre del accidentado borde del espacio humano, bajo soles duales, había aterrizado la Nostalgia por el Infinito .

Epílogo

Durante días después del aterrizaje, el casco crujió y levantó ecos en las profundidades mientras se adaptaba a la presión externa del océano. De vez en cuando, sin orden humana alguna, los servidores se apresuraban a acudir a los pantoques para reparar vías en el casco por donde entraba un chorro de agua de mar. La nave se mecía de manera inquietante de vez en cuando, pero poco a poco fue anclándose, hasta que pareció no tanto una adición temporal al paisaje como un extraño rasgo geológico hueco por dentro: una especie de astilla de piedra pómez u obsidiana morbosamente erosionada; una antigua torre marina natural agujerada por túneles y cavernas artificiales. Por encima de la nave, unas nubes de color gris plateado se abrían solo de vez en cuando para revelar cielos de color azul pastel.

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