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Alastair Reynolds: El arca de la redención

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Alastair Reynolds El arca de la redención

El arca de la redención: краткое содержание, описание и аннотация

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Estamos a comienzos del siglo XXVII. Hace cincuenta años, el hombre puso en marcha un antiguo sistema alienígena que detectaba el nacimiento de formas de vida inteligentes. Los inhibidores llevan mucho tiempo esperando, pero ahora se preparan para volver… Mientras tanto, una fuerza desconocida ha sembrado el terror en el Sanctasanctórum de los combinados. A medida que la naturaleza de la nueva amenaza se vuelve más clara, Clavain, uno de sus guerreros, empieza a plantearse que es hora de volver al combate. En Resurgam se ha descubierto un cargamento de armas devastadoras que podrían ser utilizadas para el bien de la Humanidad, pero alguien ya ha logrado hacerse con su control…

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¿Por qué nunca era fácil? Todo lo que había querido hacer era mantener una promesa.

—¿Antoinette?

—Podríamos quitarte —dijo ella—. Sacarte de la nave y sustituirte con una subpersona normal. Volyova no tendría que saberlo, ¿verdad?

—No, Antoinette, también ha llegado mi hora. Si ella quiere alcanzar la gloria y la redención, ¿por qué no puedo coger yo también un poco para mí?

—Tú ya has hecho algo. No hay ninguna necesidad de hacer un sacrificio mayor.

—Pero aun así, esto es lo que he elegido hacer. No puedes negarme eso, ¿verdad?

—No —dijo la joven, a la que se le quebraba la voz—. No, no puedo. Y no lo haría.

—Prométeme algo, Antoinette.

Esta se frotó los ojos, avergonzada de sus lágrimas y sin embargo extrañamente exultante al mismo tiempo.

—¿Qué, Lyle?

—Que seguirás cuidándote mucho, poco importa lo que pase de ahora en adelante.

Ella asintió.

—Lo haré. Te lo prometo.

—Muy bien. Y hay otra cosa que quiero decir, y luego creo que deberíamos separarnos. Yo puedo continuar con la evacuación sin ayuda. De hecho, me niego en redondo a que sigas poniéndote en peligro al continuar volando a bordo de esta nave. ¿Qué te parece como orden? ¿A que estás impresionada? Creías que no era capaz de eso, ¿eh?

—Sí, nave, eso creía. —La joven sonrió a pesar de sí misma.

—Una última cosa, Antoinette. Ha sido un placer servir a tus órdenes. Un placer y un honor. Ahora, por favor, vete y busca otra nave, a poder ser algo más grande y mejor, que capitanear. Estoy seguro de que harás un trabajo excelente.

Antoinette se levantó de su asiento.

—Haré todo lo que pueda, te lo prometo.

—De eso no me cabe duda.

La joven dio unos pasos hacia la puerta y dudó en el umbral.

—Adiós, Lyle —dijo.

—Adiós, señorita.

40

Lo sacaron tiritando del útero abierto de la arqueta. Se sentía como un hombre al que acabaran de rescatar cuando estaba a punto de ahogarse en invierno. Los rostros de las personas que lo rodeaban se fueron haciendo más nítidos, pero no reconoció ninguno de inmediato. Alguien le echó una manta térmica acolchada sobre el estrecho armazón de los hombros. Lo miraron sin decir nada, suponiendo que no estaba de humor para conversar y preferiría orientarse por sus propios medios.

Clavain se sentó al borde de la arqueta durante varios minutos hasta que tuvo fuerzas suficientes en las piernas para cruzar cojeando la cámara. Tropezó en el último momento, pero consiguió darle cierta elegancia a la caída, como si hubiera sido su intención apoyarse de repente en el marco blindado del ojo de buey. Miró por el cristal. No veía nada salvo oscuridad, con su propio y espantoso reflejo rondando en primer plano. Era extraño, pero parecía carecer de ojos, sus cuencas estaban repletas de sombras que eran del color negro y preciso del vacío de fondo. Sintió una violenta sacudida de déjà vu , la sensación de que ya había estado allí contemplando esa misma máscara. Tiró del hilo del recuerdo y lo regañó hasta que corrió libre y recordó una misión diplomática de última hora, un trasbordador que caía hacia el Marte ocupado, un enfrentamiento inminente con una vieja enemiga y amiga llamada Galiana…, y recordó que incluso entonces, hace cuatrocientos años (aunque ahora eran más, pensó) ya se había sentido demasiado viejo para el mundo, demasiado viejo para el papel que le habían obligado a asumir. Si hubiera sabido lo que le aguardaba entonces, se habría echado a reír o se habría vuelto loco. Le había parecido el final de su vida, y sin embargo solo había sido un momento de su comienzo, apenas separable de su infancia en sus recuerdos.

Se volvió para observar a las personas que lo habían hecho volver en sí y luego miró al techo.

—Bajad las luces —dijo alguien.

Desapareció su reflejo. Ahora veía algo más que la negrura. Era un enjambre de estrellas, apiñadas en un hemisferio del cielo. Rojos, azules, dorados y blancos glaciales. Algunas brillaban más que otras, aunque no vio ninguna constelación conocida. Pero el agrupamiento de estrellas, metidas todas en una parte del cielo, solo significaba una cosa. Seguían moviéndose de forma relativa, todavía rozaban la velocidad de la luz.

Se volvió hacia el pequeño tropel.

—¿Ha tenido lugar la batalla?

Una mujer pálida de cabello oscuro habló en nombre del grupo.

—Sí, Clavain. —Hablaba con calidez, pero no con la seguridad absoluta que Clavain había esperado—. Sí, se acabó. Nos enfrentamos al trío de naves combinadas, destruimos una y dañamos las otras dos.

—¿Solo dañadas?

—Las simulaciones no acertaron del todo —dijo la mujer. Se colocó al lado de Clavain y le metió un vaso de líquido marrón bajo la nariz. Él contempló su cara y su pelo. Había algo conocido en el modo en que lo llevaba, algo que despertó antiguos recuerdos que ya había removido su reflejo en el ojo de buey—. Toma, bebe esto. Medichinas tonificadoras del arsenal de Ilia. Te sentarán muy bien.

Clavain cogió el vaso de manos de la mujer y olisqueó el caldo. Olía a chocolate cuando él esperaba té. Lo inclinó y tragó un poco.

—Gracias —dijo—. ¿Te importa si te pregunto tu nombre?

—En absoluto —dijo la mujer—. Soy Felka. Te aseguro que me conoces bastante bien.

Levantó la cabeza, la miró y se encogió de hombros.

—Me suenas…

—Bébetelo todo. Creo que lo necesitas.

Recuperó la memoria a trozos, como una ciudad que se recupera de un corte de electricidad: manzana por manzana, pero al azar, los servicios públicos tartamudeaban y parpadeaban antes de reanudar el servicio normal. Incluso cuando se sentía bien llegaban más terapias con medichinas, cada una de las cuales trataba zonas concretas de la función cerebral, cada una de las cuales se administraba en dosis ajustadas con más cuidado que la anterior, mientras Clavain hacía muecas y cooperaba con un mínimo de buen talante. Cuando terminó, no quería ver ni un dedal más de chocolate en toda su vida.

Después de varias horas consideraron que, neurológicamente hablando, estaba sano. Todavía había cosas que no recordaba con gran precisión pero le dijeron que eso entraba dentro de los márgenes de error de la amnesia habitual que acompañaba a la evasión del sueño frigorífico, y que no indicaba ningún fallo adverso. Le dieron un tabardo con un biomonitor ligero, le asignaron un servidor de bronce alto y delgaducho y le dijeron que era libre de moverse por donde quisiera.

—¿No debería preguntar por qué me habéis despertado? —dijo.

—Ya hablaremos de eso más tarde —dijo Escorpio, que parecía ser el que estaba al cargo—. No hay ninguna prisa inmediata, Clavain.

—¿Pero he de suponer que hay una decisión que tomar?

Escorpio miró a uno de los otros líderes, la mujer que se llamaba Antoinette Bax. Tenía los ojos grandes y la nariz pecosa, y Clavain tenía la sensación de que había recuerdos de ella que todavía no había desenterrado. La mujer asintió, de forma casi imperceptible.

—No te habríamos despertado solo por las vistas —dijo Escorpio—. Son una mierda, incluso con las luces apagadas.

En algún lugar del corazón del inmenso navío había un lugar que parecía pertenecer a una parte muy diferente del universo. Era un claro, un lugar de hierba, árboles y cielos azules sintéticos. Había aves holográficas en el aire: loros, búceros y otros que saltaban de árbol en árbol como cometas de brillantes colores primarios, y había una cascada a lo lejos que parecía sospechosamente real, envuelta en una bruma arremolinada de un color azul talco, allí donde se vaciaba en un pequeño lago oscuro.

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