C. Cherryh - La estación Downbelow

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La estación Downbelow: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando se desencadenó la crisis del sistema, ellos eran ya solamente el resto de una Flota, y luchaban contra un poder que llegaba a todas partes, que poseía una inextinguible cantera de vidas, de suministros, de mundos.
Después de tan larga lucha, eran lo último que quedaba del poder de la Compañía Tierra. La capitana Mallory había sido testigo de cómo se llegaba a aquella situación. Había volado para mantener juntas a la Tierra y a la Unión, el pasado de la humanidad y su futuro. Y era una gran ironía que la Unión se hubiese convertido en el soporte de la postura pro-espacio en aquella guerra, y que la Compañía luchara en contra. Era una ironía que ellos, los que creyeron en el Más Allá, terminaran oponiéndose a aquello en que se había convertido, exponiéndose a morir por la Compañía que les había abandonado.
Hubo un tiempo en que los sueños de las viejas naves de exploración la indujeron a meterse en aquello, un sueño largamente contrastado con las realidades de la Compañía. Y llegó un momento en que tuvo que admitir que era imposible ganar.
La Flota se enfrentó sola a la situación, sin mercantes ni estaciones de soporte, sola, como había estado desde hacía mucho tiempo.

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«Sus propios mercantes son los que van a sufrir a causa de esta decisión», dijo Azov. «Dan ustedes cobijo a una nave que ha de saquear naves mercantes para sobrevivir.»

«Largaos de aquí, unionistas», replicó Mallory. «Confiad en que Mazian no puede ir enseguida contra vosotros. No entrará en Pell mientras yo esté en la zona. Ocupaos de vuestros propios asuntos.»

—Silencio —dijo Damon—. Muévase, capitana. Se encendieron una serie de luces. La Norway se había soltado.

XXI

Sistema de Pell

¿También tú? —preguntó Blass irónicamente. Vittorio recogió la bolsa con sus escasas pertenencias y avanzó torpemente por el estrecho acceso, junto con el resto de la tripulación que había retenido la Hammer. Hacía frío allí abajo, y la luz era escasa. Hubo una vibración, producida por el tubo de un transbordador que se adhería a su cierre hermético.

—No me sometan a más alternativas —replicó—. No me quedo para hablar con los mercantes, señor.

Blass le dirigió una sonrisa sesgada y se dirigió a la puerta hermética, la cual se abrió para que entraran en el estrecho tubo que conducía a la otra nave. La oscuridad se abría ante ellos.

La Unity se movió con una aceleración firme. Ayres se había acomodado en la sala principal, situada en el nivel superior de la nave, una estancia alfombrada y severamente moderna, con Jacoby a su lado. Las pantallas les informaban de su rumbo, toda una serie de pantallas que mostraban cifras e imágenes. Se abrieron paso por una avenida flanqueada por naves mercantes, un estrecho túnel entre las innumerables naves, y finalmente Azov dedicó algún tiempo para comunicarse con ellos a través de una de las pantallas.

—¿Todo va bien? —les preguntó.

—Vamos a casa —dijo Ayres quedamente, satisfecho—. Le propongo una cosa, capitán: ya que en este momento Sol y la Unión tienen más cosas que les unen de las que les separan, cuando envíe ese inevitable mensajero de regreso a Cyteen, incluya una propuesta de la parte que represento de cooperación duradera.

—Su lado no está interesado en el Más Allá —dijo Azov.

—Capitán, permítame sugerirle que ese interés puede estar a punto de despertarse, y que eso beneficiaría precisamente a la Unión, porque la alianza de los mercantes será más provechosa para la defensa de la Tierra que la que pueda ofrecer la Unión. Después de todo, la alianza ya ha enviado a la Tierra su mensajero, de modo que Sol puede elegir, ¿no cree? La alianza de los mercantes, la Unión o… Mazian. Le sugiero una discusión sobre el asunto, una nueva negociación. Parece que ninguno de nosotros tiene autoridad para ceder Pell. Y confío en poder dar a mi gobierno recomendaciones favorables hacia usted.

Llegó Elene, con un nutrido grupo de mercaderes, y se quedó en el umbral de la central devastada por el combate, mientras los nativos iban de un lado a otro, algo alarmados. Pero Dienteazul y Satén la conocían, y empezaron a exteriorizar su alegría bailando y tocándola. Damon se levantó de su asiento, la tomó de la mano y le hizo sentarse cerca de él y de Josh.

—No me sientan bien las largas escaladas —comentó, respirando con dificultad—. Tenemos que poner en funcionamiento los ascensores.

Él la miró un instante y volvió enseguida a la pantalla de su consola, en la que aparecía un rostro entre sábanas blancas, en el que brillaban unos ojos oscuros, serenos y vivaces. Alicia Lukas sonrió débilmente.

—Acaba de llegar una llamada —le dijo Damon a Elene—. Tenemos comunicación con Downbelow. Una sonda averiada ha pedido a Mallory que la rescate en la base principal… y un operador que está en algún lugar apartado de la base ha dicho que Emilio y Miliko están a salvo. No he podido confirmarlo… Las cosas están hechas pedazos allá abajo. La base del operador está en algún lugar en las colinas, pero es evidente que todos están bien y a cubierto. He de enviar una de nuestras naves allá abajo, y probablemente médicos.

—Neihart —dijo Elene, mirando a sus compañeros. Un corpulento mercader hizo un gesto de asentimiento.

—Lo que necesite —respondió—. Bajaremos allí.

XXII

Pell: Sector verde uno; 29/1/53; 2200 h. d.; 1000 h. n.

Era una reunión extraña incluso para Pell, en la sección más profunda de la sala principal, la zona donde unas pantallas separadas, ilusorias, proporcionaban un poco de intimidad a los grupos. Damon estaba sentado con la mano de Elene entre las suyas, y en el centro de la mesa el ojo rojo de una cámara portátil, que era como una persona más, pues Damon había querido que ella estuviera allí presente aquella noche, y ella siempre había estado con su padre y con todos ellos en las ocasiones familiares. Emilio y Miliko estaban también, Josh a su izquierda, y luego un pequeño grupo de nativos que evidentemente encontraban las sillas demasiado incómodas, aunque les encantaba la oportunidad de probarlas así como la de comer golosinas especiales y frutas de la temporada. En el extremo de la mesa estaba el mercader Neihart y Signy Mallory, esta última con una escolta que permanecía sociablemente en las sombras.

Había música a su alrededor, la lenta danza de las estrellas y las naves de un lado a otro de las paredes. De algún modo la gran sala principal había vuelto a su rutina… no era exactamente lo mismo que antes, pero nada lo era.

—Esta noche me iré —dijo Mallory—. Me he quedado por cortesía.

—¿Adonde? —le preguntó Neihart sin ambages.

—Haga lo que le he aconsejado, mercader. Dé nombres a sus naves Alianza. Ustedes están rebasando los límites. Además, de momento tengo una carga completa de suministros.

—No se irá muy lejos —intervino Damon—. Francamente, no estoy seguro de que la Unión haya renunciado a intentar algo. Preferiría saber que está usted en la vecindad.

Ella se rió secamente.

—Confíe en ello. No ando por los pasillos de Pell sin una guardia.

—De todos modos, queremos que esté cerca.

—No me pregunte el rumbo que voy a tomar —dijo ella—. Eso es asunto mío. Tengo sitios adonde ir. He permanecido inmóvil demasiado tiempo.

—Vamos a tratar de ir a Viking —comentó Neihart—, y ver qué clase de recepción tenemos… dentro de un mes.

—Podría ser interesante —concedió Mallory.

—Que todos tengamos suerte —dijo Damon.

XXIII

Pell: Plataforma azul; 30/1/53; 0130 h. á.; 1350 h. n.

Era noche cerrada y las plataformas estaban casi desiertas en aquella zona no comercial. Josh avanzó rápidamente, con el nerviosismo que le aquejaba en Pell cuando no tenía una escolta protectora, con la sensación de vulnerabilidad de que los pocos transeúntes de la plataforma pudieran reconocerle. Los hisa le veían y le miraban con expresión solemne. Los equipos de ensamblaje de Pell probablemente sabían quién era, y los centinelas era seguro que lo sabían, pues sus rifles le apuntaron.

—Tengo que hablar con Mallory —dijo. El oficial era un hombre al que conocía: Di Janz. Este dio una orden y uno de los soldados, se colgó el rifle del hombro, y le hizo una seña para que le siguiera a la rampa de acceso, caminando tras él por el tubo que conducía a la puerta hermética, más allá del tráfico rápido de soldados por el ruidoso corredor central, donde la tripulación se ocupaba en preparativos de última hora.

Signy estaba en el puente. Josh avanzó hacia ella y el guardián le detuvo, pero Mallory le miró desde donde estaba, cerca del puesto de mando e hizo una seña a los centinelas para que salieran.

—¿Le envía Damon? —inquirió la capitana cuando el joven llegó a su lado.

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