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C. Cherryh: La estación Downbelow

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C. Cherryh La estación Downbelow

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Cuando se desencadenó la crisis del sistema, ellos eran ya solamente el resto de una Flota, y luchaban contra un poder que llegaba a todas partes, que poseía una inextinguible cantera de vidas, de suministros, de mundos. Después de tan larga lucha, eran lo último que quedaba del poder de la Compañía Tierra. La capitana Mallory había sido testigo de cómo se llegaba a aquella situación. Había volado para mantener juntas a la Tierra y a la Unión, el pasado de la humanidad y su futuro. Y era una gran ironía que la Unión se hubiese convertido en el soporte de la postura pro-espacio en aquella guerra, y que la Compañía luchara en contra. Era una ironía que ellos, los que creyeron en el Más Allá, terminaran oponiéndose a aquello en que se había convertido, exponiéndose a morir por la Compañía que les había abandonado. Hubo un tiempo en que los sueños de las viejas naves de exploración la indujeron a meterse en aquello, un sueño largamente contrastado con las realidades de la Compañía. Y llegó un momento en que tuvo que admitir que era imposible ganar. La Flota se enfrentó sola a la situación, sin mercantes ni estaciones de soporte, sola, como había estado desde hacía mucho tiempo.

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—Aquí Mallory, de la Norway. Me dirijo ahí, ¿me escuchan? Acompáñenme en busca de un espacio y les informaré. Mazian se dispone a volar Pell y huir a Sol. La operación ya ha empezado. Tengo a su agente Joshua Talley y al menor de los Konstantin a bordo. Van a perder una estación si se mantienen al margen. Como ignoren mi mensaje van a encontrarse con una guerra en la Tierra.

Se produjo un momento de silencio absoluto al otro lado. El tablero de la sonda estaba encendido y seguía el movimiento del objetivo.

«Aquí Azov de la Unity. ¿Cuál es su propuesta, Norway? ¿Y cómo podemos confiar en ustedes?»

—Hemos huido. Ustedes han recibido esa señal. Vamos a volver y ustedes pueden seguir detrás, la Unity y todos los demás. Mazian no podrá luchar aquí ni en ninguna parte próxima. No puede permitírselo, ¿me comprende?

Esta vez el silencio fue más largo.

—Nos están rastreando —dijo el técnico de radar.

—Lo más rápido que podamos, señor Graff.

La Norway pasó rozando por el borde del desastre, con todas las luces de tensión encendidas. Los corazones latieron con violencia, las manos temblaban mientras mantenían el control necesario, la experimentada tripulación soportaba estoicamente las molestias mientras la sincronización de combate y la inercia luchaban entre sí. Se mantuvieron serenos, siguiendo un curso firme por la larguísima curva, manteniendo en lo posible la velocidad que había adquirido, en dirección a Pell… La nave de la Unión tras ellos a toda velocidad… para atacarles con la misma disposición con que iban a atacar a Mazian.

—Vamos —susurró a Graff—. Mantén esta velocidad y que el rumbo no varía ni un ápice. No podemos permitirnos el menor error.

—Señal de precaución en radar —les advirtió la voz calma de un técnico.

En la pantalla del radar de largo alcance aparecieron nebulosos destellos verdes y dorados…, obstáculos en su camino que antes había recogido la memoria del ordenador y que seguían donde habían estado. Eran cargueros de pequeño tonelaje. Podían captar sus conversaciones, sus expresiones de pánico cada vez más intenso a medida que la nave se precipita entre ellos.

Graff los sorteó. La Norway pasó como una exhalación siguiendo un rumbo recto determinado por el ordenador, y se encendieron las luces que indicaban la aproximación a Pell. Los unionistas llegaron tras ellos con una celeridad que debió detener los corazones de los que tripulaban los cargueros entre los que pasaban. Captaron un aullido de terror que se desvaneció enseguida.

«Norway… Norway… Norway…», emitía frenéticamente su propio ordenador. Si las naves auxiliares habían sobrevivido, en sus pantallas aparecería la llamada.

Los destellos se reflejaban sólidos y firmes delante de ellos, demasiado rápidos para los cargueros. El ordenador emitía advertencias. Mazian estaba fuera de la estación, con las naves Europe, India, Atlantic, África y Pacific.

¿Dónde está la Australia? — preguntó Signy a Graff de improviso. No habían recibido aquel código de reconocimiento junto con los otros—. ¡Cuidado con ellos!

Graff debió de haberla oído. No había tiempo para charlas. La Flota estaba agrupada y colocada en un rumbo tal que la colisión sería inevitable. Todas las naves auxiliares ensambladas en las naves nodrizas, preparadas para el salto.

«Mallory», oyó que la llamaba Mazian a través del comunicador. Graff lo oyó también e hizo una brusca maniobra que el ordenador transfirió al sondista. La andanada de fuego que dirigieron contra la Europe se cruzó con la que les dirigían a ellos, y el casco vibró. Sufrieron el efecto inmediato de la fluctuación gravitacional, y de repente surgió fuego a popa. La Unión había intervenido, sin tener en cuenta su propia seguridad, haciendo caso omiso de las señales del ordenador y hambrienta de blancos a los que disparar.

—¡Fuera! —ordenó Signy al piloto, y la Norway maniobró en el ángulo más cerrado posible, deseosa de apartarse de aquella pelea.

Sonaron las alarmas. Pell y Downbelow estaban peligrosamente cerca. Siguieron virando; el ordenador calculaba una y otra vez aquella curva marginal.

La señal luminosa de un carguero se difuminó en la pantalla, una explosión por debajo de ellos. La Norway se atuvo a su rumbo necesario, con todas las luces rojas de los tableros encendidas y las alarmas sonando. El planeta estaba peligrosamente cerca, y la velocidad de la nave era excesiva para cambiar de rumbo a tiempo.

Norway… Norway… Norway… apareció en la pantalla del ordenador. Eran sus propias naves auxiliares.

—¡Sigue adelante! —le gritó Signy a Graff, imponiendo su voz a las muestras de júbilo en el puente de mando.

El ordenador diseñó la maniobra hasta el límite que podía soportar la nave, un movimiento que sacudió los cuerpos humanos y convirtió media docena de segundos en una pesadilla. Empezaron a perder velocidad, mientras la Australia avanzaba hacia ellos entre las naves auxiliares.

—Descarga —ordenó Signy, tragando saliva con sabor a sangre.

Lo que mostraban las pantallas era aterrador: colisión inminente en proa y popa, pues una nave se dirigía directamente a su cola y no podían desviarse sin chocar con Pell. Había un cincuenta por ciento de probabilidades de que cualquier maniobra, los alcanzara, arriba, abajo o de frente. Graff descendió. La artillería situada en la parte superior de la nave disparó y la Australia giró sobre sí misma, descontrolada por el caos que los campos magnéticos habían provocado en los instrumentos. El casco gimió y la nave entera se estremeció.

Continuó la maniobra; de repente hubo una dispersión en la pantalla de radar, debida al polvo que rozaba el casco de la nave.

—¿Dónde están? —preguntó Graff al radarista.

Signy se mordió el labio y succionó la sangré. Era posible que la Australia hubiera perdido algún fragmento, que se habría reducido a polvo, pero también podría haber estallado. La Norway siguió reduciendo velocidad, pues la orden de su capitana no había cambiado.

«…superado el peligro de Pell», les comunicaron desde una nave auxiliar. Su propia pantalla de radar les mostraba que habían superado el peligro. «Y un aspa generadora perdida… Creo que es de Edger.»

No podían ver con claridad lo ocurrido, puesto que sólo el radar de largo alcance captaba a la Australia. Tenían que averiguar la naturaleza de la materia dispersa.

—Poneos en formación —ordenó Signy a sus naves auxiliares, sintiéndose más segura con ellas alrededor de la Norway, como si dispusiera de cuatro brazos adicionales. Ahora Edger no podía arriesgarse a sufrir más daños, si había perdido un aspa generadora. No iba a hacerlo simplemente por venganza.

«Se dispone a saltar», oyó decir. Era una voz de la Unión, una voz desconocida, con acento extranjero. De repente sintió frío en las entrañas, con la certeza de que era imposible volver atrás.

«Haz las cosas a fondo», le había enseñado Mazian. «Nada de medias tintas.»

Signy se reclinó en el sillón. El silencio pesaba en toda la nave.

XVII

Pell: Sector azul uno; número 0475

Por lo menos Lily se había quedado. Alicia Lukas-Konstantin paseó la mirada por las paredes, deteniéndola en el pequeño módulo blanco que formaba parte de la cama, con dos luces, verde y roja, conectadas a sistemas internos, una encendida y la otra apagada. Ahora estaba encendida la roja.

La energía estaba amenazada. Lily tal vez no lo sabía, pues manejaba las máquinas, pero la energía que las hacía funcionar debía de constituir un misterio para ella. La expresión de la nativa seguía siendo serena, y acariciaba tiernamente el cabello de la mujer postrada.

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