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C. Cherryh: La estación Downbelow

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C. Cherryh La estación Downbelow

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Cuando se desencadenó la crisis del sistema, ellos eran ya solamente el resto de una Flota, y luchaban contra un poder que llegaba a todas partes, que poseía una inextinguible cantera de vidas, de suministros, de mundos. Después de tan larga lucha, eran lo último que quedaba del poder de la Compañía Tierra. La capitana Mallory había sido testigo de cómo se llegaba a aquella situación. Había volado para mantener juntas a la Tierra y a la Unión, el pasado de la humanidad y su futuro. Y era una gran ironía que la Unión se hubiese convertido en el soporte de la postura pro-espacio en aquella guerra, y que la Compañía luchara en contra. Era una ironía que ellos, los que creyeron en el Más Allá, terminaran oponiéndose a aquello en que se había convertido, exponiéndose a morir por la Compañía que les había abandonado. Hubo un tiempo en que los sueños de las viejas naves de exploración la indujeron a meterse en aquello, un sueño largamente contrastado con las realidades de la Compañía. Y llegó un momento en que tuvo que admitir que era imposible ganar. La Flota se enfrentó sola a la situación, sin mercantes ni estaciones de soporte, sola, como había estado desde hacía mucho tiempo.

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—Me ha enviado Mallory —le dijo el muchacho cuando llegó a su lado—. ¿Te importa?

Él movió la cabeza, sintiendo una inmensa alegría por tener compañía en el lugar a donde iba. Josh sacó del bolsillo un carrete de cinta y se lo entregó.

—Mallory lo ha enviado —le explicó—. Ella ha establecido las claves del ordenador. Dice que esto podría ser de ayuda.

Damon se guardó la cinta en el bolsillo de su uniforme de faena marrón de la Compañía. La escolta de la Unión les aguardaba, los soldados vestidos de negro y plata. Cuando se aproximaron, Damon se sintió impresionado, por la igualdad y la hermosura de aquellos humanos perfectos, todos de la misma talla, del mismo tipo.

—¿Qué son? —le preguntó a Josh.

—Como yo, pero menos especializados.

Tragó saliva y siguió andando. Los soldados de la Unión les rodearon en silencio y les escoltaron a lo largo de la plataforma. Aquí y allá había grupos de habitantes de Pell que les miraban al pasar. «Konstantin», les oía murmurar. «Es Konstantin». Percibió en algunos de ellos expresiones de esperanza, y se estremeció, pues sabía que muy poco podría hacer por ellos. Pasaron por algunas zonas sumidas en el caos, secciones enteras con las luces apagadas, los ventiladores parados, el olor del humo y los cadáveres tendidos. Había una leve inestabilidad gravitacional. No sabía lo que habría sucedido en el núcleo, en las áreas de habitabilidad. Había un margen de tiempo más allá del cual los sistemas empezaban a deteriorarse sin que fuera posible su recuperación, cuando los equilibrios se habían descompensado durante demasiado tiempo. Con la mente paralizada —la central— Pell se sustentaba en sus ganglios locales, los centros nerviosos que no estaban interconectados, los sistemas automáticos que luchaban por su vida. Sin regulación y equilibrio no tardarían en detenerse… como un cuerpo moribundo.

Pasaron por el sector azul nueve, donde había otras fuerzas de la Unión, subieron por la rampa de emergencia, también sembrada de cadáveres, entre los que se abrieron paso los dos hombres y su escolta. Después ascendieron a una zona ocupada por soldados con armadura, y se quedaron allí mirando hacia arriba, hombro contra hombro. No podían ascender más. El jefe de la escolta les hizo pasar por una puerta que daba a un pasillo a cuyos lados se abrían las oficinas de finanzas. Había allí otro grupo de soldados y oficiales. Uno de ellos, rejuvenecido, con el cabello plateado y muchas insignias de su rango en el pecho, se volvió cuando entraron. Damon reconoció a los que estaban detrás de él: Ayres, de la Tierra. Y Dayin Jacoby. De haber tenido una arma en sus manos habría disparado contra aquel hombre. Le dirigió una mirada glacial, y el rostro de Jacoby adoptó un tono grana.

—Señor Konstantin —dijo el oficial.

—¿El capitán Azov? —Supuso que se trataba de él por las insignias.

Azov le tendió la mano y él se la estrechó sin efusión.

—Hola, mayor Talley —dijo entonces Azov, ofreciendo la mano a Talley—. Me alegro de que haya vuelto.

—Señor —dijo Josh, dándole la mano.

—¿Es correcta la información de Mallory? ¿Ha ido Mazian a por Sol? Josh asintió.

—No hay engaño, señor. Creo que es cierto.

—¿Gabriel?

—Muerto, señor. Le dispararon los soldados de Mazian. Azov asintió, frunciendo el ceño, y volvió a mirar directamente a Damon.

—Voy a darle una oportunidad —le dijo—. ¿Cree que puede volver a poner en orden esta estación?

—Lo intentaré, si me deja subir ahí.

—Ese es el problema inmediato —dijo Azov—. No tenemos acceso ahí arriba. Los nativos han bloqueado las puertas. Ignoramos los daños que pueden haber causado ni si podría producirse un tiroteo con ellos.

Damon asintió lentamente, miró atrás, hacia la puerta de la rampa de acceso.

—Josh viene conmigo y nadie más. Pondré Pell a su disposición. Sus soldados pueden seguirnos… después de que se haya establecido la calma. Si hay un tiroteo, pueden perder la estación, y no querrán que ocurra eso a estas alturas, ¿verdad?

—No —dijo Azov—. No quisiéramos eso.

Damon asintió y se dirigió hacia la puerta, con Josh a su lado. Tras ellos, un altavoz empezó a convocar a los soldados, los cuales acudieron rápidamente a la llamada, pasaron junto a ellos y continuaron hacia arriba. Damon oprimió el botón de las puertas que daban acceso al sector azul uno, pero no funcionaba. Utilizó el mecanismo manual.

Al otro lado estaban los nativos, acurrucados, formando una masa que llenaba el corredor principal y los laterales.

—Konstantin-hombre —exclamó uno de ellos, levantándose de súbito. Estaba herido, como la mayoría de ellos, y con quemaduras de las que brotaba sangre.

Los demás se levantaron, extendieron los brazos mientras pasaba entre ellos, tocándole las manos, el cuerpo, bamboleándose de contento y gritando en su propia lengua.

Damon se abrió paso, seguido por Josh, a través de aquella multitud histérica. Había más nativos en el interior del centro de control, al otro lado de las ventanas, en el suelo, sentados en los mostradores, en todos los rincones disponibles. Llegó a las puertas y golpeó el vidrio. Los hisa alzaron el rostro y le miraron, serios y sosegados… y de repente sus ojos se iluminaron. Empezaron a saltar, bailar, bambolearse y lanzar gritos inaudibles a través del vidrio.

—Abrid la puerta —les dijo Damon. Era imposible que le oyeran, pero señaló la palanca, pues la habían cerrado desde dentro.

Uno de los nativos le obedeció. Damon entró y los hisa le tocaron y abrazaron. Él les devolvió los abrazos y de repente uno de los nativos le tiró del brazo y le apretó contra su pecho peludo.

—Yo Satén —le dijo sonriente—. Mis ojos contentos, contentos Konstantin-hombre.

Y a su lado estaba Dienteazul. Conocía aquella ancha sonrisa y el pelaje desgreñado. Abrazó al nativo.

—Tu madre me envía —le dijo Dienteazul—. Está bien, Konstantin-hombre. Dice cierra las puertas, quédate aquí y no te muevas, envía a buscar a Konstantin-hombre, arregla cosas aquí arriba.

Él retuvo el aliento, tocó los cuerpos hirsutos y se dirigió a la consola central con Josh tras él. Había cadáveres de humanos en el suelo, uno de ellos el de Lukas, con un disparo en la cabeza. Se sentó ante el tablero principal, empezó a pulsar teclas, reconstruyendo… Se sacó del bolsillo el carrete de cinta y vaciló.

Un regalo de Mallory para Pell y la Unión. La cinta podía contener cualquier cosa, trampas para la Unión, una clave para provocar la destrucción final…

Se pasó una mano por el rostro, finalmente tomó una decisión e introdujo la cinta en la ranura. La maquinaria la absorbió, impidiéndole volverse atrás.

Empezaron a encenderse las luces verdes de los tableros. Hubo una agitación entre los hisas. Damon alzó la vista y miró las tropas reflejadas en el vidrio, apuntándole con sus rifles, y a Josh, detrás de él, que se había vuelto hacia ellos.

—Quedaos donde estáis —les espetó Josh.

Ellos le obedecieron y bajaron los rifles. Tal vez por la expresión de aquel rostro, la de un hombre creado en el laboratorio. O su voz, cuyo tono no admitía discusión alguna. Josh les volvió la espalda y apoyó las manos en el respaldo del asiento de Damon.

Este seguía trabajando, mirando de reojo el vidrio reflectante.

—Necesito un técnico del comunicador, alguien que pueda hablar a través de los canales públicos. Consigan a alguien con acento de Pell. Los daños no son importantes. Han destruido parte de los datos almacenados… pero no son de importancia vital. Se trata sobre todo de expedientes personales. No los necesitamos, ¿verdad?

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