Los regalos de Angelo, las estructuras que la rodeaban, habían demostrado ser tan resistentes como su propio cerebro. Las pantallas seguían cambiando, las máquinas continuaban bombeando vida a través de sus venas, y Lily permanecía a su lado.
Disponía de un interruptor que podía poner fin a todo. Si se lo pedía a Lily, la ignorante nativa lo apretaría. Pero eso sería cruel para con alguien que creía en ella. No lo apretó.
Damon se levantó con cautela y avanzó con paso vacilante entre las filas de instrumentos y los técnicos hasta llegar al lado de Mallory. Sentía dolores; tenía un desgarrón en un brazo y le dolía el cuello. Sin duda no había nadie a bordo de la Norway que no estuviera en semejantes condiciones, ni los técnicos ni la misma Mallory. Esta le miró tristemente desde su sitio ante el tablero de instrumentos, se volvió hacia él y asintió levemente.
—Bien, ha obtenido su deseo —le dijo—. La Unión ha entrado. Ya no necesitan buscar a Mazian. Saben con seguridad adonde ha ido. Apuesto a que considerarán valiosa una base en Pell. Salvarán su estación, señor Konstantin, de eso ya no cabe duda alguna. Y ya es hora de que nos vayamos de aquí.
—Ha dicho usted que me dejaría salir —le recordó él en voz baja.
La mirada de Signy se endureció.
—No tiene su suerte. Es posible que les deje a usted y a su amigo unionista en algún mercante cuando me convenga, si es que me conviene alguna vez.
—Es mi hogar —replicó él. Había pensado en sus argumentos, pero le temblaba la voz, destruyendo la lógica—. Mi estación… Este es mi lugar.
—Ahora su lugar no está en ninguna parte, señor Konstantin.
—Déjeme hablar con ellos. Si puedo conseguir una tregua de la Unión para acercarnos lo suficiente… Conozco los sistemas, puedo manejar los sistemas centrales. Los técnicos… pueden haber muerto. Están muertos, ¿verdad?
Ella apartó el rostro y volvió a su trabajo. Calculando el riesgo que corría, Damon tendió un brazo y apoyó la mano en el sillón de la capitana; un soldado se movió, pero esperó órdenes.
—Ya ha llegado usted muy lejos, capitana. Se lo pido… es usted un oficial de la Compañía. Lo era. Por última vez, capitana. Devuélvame a Pell. Hablaré con usted de nuevo, cuando sea libre. Se lo juro.
Ella permaneció inmóvil durante un largo momento.
—¿Va a huir de aquí con el rabo entre las piernas? —insistió él—. ¿No prefiere irse a su propio paso?
Ella se volvió. No era agradable mirarla a los ojos y ver la expresión que tenían.
—¿Quiere dar un paseo?
—Devuélvame. Ahora. Cuando todavía importa. O nunca, porque más tarde ya no importaría. No podré hacer nada y será como si hubiera muerto.
Signy apretó los labios, mirándole fijamente.
—Hago lo que puedo, hasta cierto límite. Si ellos se comportan en su tregua lo que creo que harán… —Tocó el brazo del sillón y añadió—: Esto es mío, esta nave. Debe usted comprenderlo. Esta gente… Pertenecí a la Compañía, como todos nosotros. Y la Unión no quiere que esté suelta. Me pide usted algo que podría convertirse en un tiroteo al lado de su preciosa estación. La Unión quiere apoderarse de la Norway… porque saben lo que haremos. No puedo vivir de otra forma, estacionado, porque no me atreveré a recalar en ningún puerto. No voy a entrar, nunca lo haré, ninguno de nosotros lo hará. Graff, pon un rumbo lento hacia Pell.
Damon retrocedió, reconociendo que aquello era lo más prudente por el momento. Escuchó a través del comunicador al que tenía acceso, un aparato que sólo le permitía escuchar pero no responder: la Norway avisaba a la flota de la Unión que se estaban dirigiendo hacia allí. Parecía haber alguna discusión.
Una mano le tocó el hombro. Él se volvió y encontró a Josh.
—Lo siento —le dijo el muchacho.
Él asintió, sin sentir ningún resentimiento. Josh… había tenido muy pocas alternativas.
—Bien, están dispuestos a recibirle —dijo Mallory—. Quieren que le entreguemos.
—Iré.
—No sea estúpido —le espetó Mallory—. Le someterán a corrección. ¿No lo sabía?
Damon pensó en ello. Recordó a Josh, sentado ante su mesa y pidiéndole los papeles para poner fin a un proceso iniciado en Russell. Los hombres superaban aquella prueba. Josh la había superado.
—Iré —repitió. Mallory frunció el ceño.
—Es su mente, al menos hasta que pongan sus manos en ella. —Entonces se volvió hacia el micrófono—: Aquí Mallory. Estamos empatados, capitán. No me gustan sus condiciones.
Hubo un largo silencio.
Pell aparecía en la pantalla de radar, con las naves de la Unión en su torno como aves carroñeras. Una de ellas parecía haber ensamblado. El radar de largo alcance mostraba uña extensión dorada punteada de rojo junto a las minas, los cargueros de pequeño tonelaje, indicados por una luz parpadeante en el borde de la pantalla. El sensor del radar no podía captarlos, pero estaban en la memoria del ordenador. Ninguno se movía, excepto cuatro destellos muy cerca de la Norway, que se acercaban en formación cerrada.
Habían llegado a un alto relativo, deslizándose puntualmente entre todos los demás objetos en órbita del sistema.
«Aquí Azov de la Unity», dijo una voz. «Capitana Mallory, tiene permiso para ensamblar a fin de dejar a su pasajero. Se acepta su aproximación a Pell, y la Unión le agradece su valiosa ayuda. Estamos dispuestos a aceptarla en la Flota de la Unión tal como está, armada y con su tripulación actual. Corto.»
—Aquí Mallory. ¿Qué seguridades tiene mi pasajero? Graff se inclinó hacia ella y levantó un dedo. Algo resonó al entrar en contacto con el casco de la Norway. Se oyó el sonido de un cierre hermético. Damon miró inquieto a la pantalla.
—Acaba de entrar en plataforma una nave de guerra —le dijo Josh al oído—. Están reuniendo a las naves auxiliares, por si han de correr para dar el salto…
«Capitana Mallory», dijo de nuevo la voz de Azov. «Tengo a bordo un representante de la Compañía que le ordenará que efectúe esa acción…»
—Ayres puede guardarse sus órdenes —replicó ella—. Le diré lo que quiere a cambio de lo que tengo. Permiso para ensamblar en los puertos de la Unión y documentos específicos que me eviten obstáculos. De lo contrario es posible que deje dar un paseo a mi valioso pasajero.
«Posteriormente podemos discutir estos asuntos en detalle. Tenemos una crisis en Pell. Hay vidas en peligro.»
—Tienen ustedes expertos en ordenadores. ¿Es que no pueden averiguar cómo funciona el sistema?
Se hizo un nuevo silencio.
«Tendrá usted lo que desea, capitana. Puede ensamblar con nuestro salvoconducto si quiere ese documento. Nos enfrentamos a una situación que concierne a los trabajadores nativos. Preguntan por Konstantin.»
—Los nativos —dijo Damon entre dientes, con una súbita y terrible visión de los hisas enfrentados a las tropas de la Unión.
—Llévese sus naves de esa estación, capitán Azov. La Unity puede seguir ensamblada. Yo entraré por el lado opuesto y procure que sus naves no queden fuera de sincronización con respecto a su posición. Cualquier nave que cruce por mi cola se expone a que dispare sin hacer preguntas.
«Concedido», respondió Azov.
—Es una locura —dijo Graff—. ¿Qué ganamos con esto? No vendrán con ese papel. Mallory no dijo nada.
XIX
Pell: Plataforma blanca; 9/1/53; 0400 h. d.; 1600 h. n.
Los trabajadores en la plataforma eran soldados de la Unión vestidos con uniforme de faena, pero de color verde, lo cual era una visión surrealista en Pell. Danion descendió por la rampa hacia las espaldas protegidas por armaduras de los soldados de la Norway que ocupaban el margen y montaban guardia junto al acceso. Muy lejos, al otro lado de la plataforma vacía había otros soldados con armadura… unionistas. Damon rebasó el perímetro de seguridad, pasó entre los soldados de la Norway y salió de aquel cruce solitario en la plataforma cubierta de desperdicios. Oyó ruido a sus espaldas, alguien que se acercaba y miró atrás. Era Josh.
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