George Effinger - Un fuego en el Sol

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Un fuego en el Sol: краткое содержание, описание и аннотация

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En otros tiempos era un buscavidas callejero de los bajos fondos conocidos como el Budayén. Ahora, Marîd Audran se ha convertido en aquello que más odiaba. Ha perdido su orgullosa independencia para pasar a ser un títere de Friedlander Bey, aquell-que-mueve-los-hilos, y a trabajar como policia.
Al mismo tiempo que busca la forma de enfrentarse a sí mismo y al nuevo papel que le ha tocado adoptar, Audran se topa con una implacable ola de terror y violencia que golpea a una persona que ha aprendido a respetar. Buscando venganza, Audrán descubre verdades ocultas sobre su propia historia que cambiarán el curso de su propia vida para siempre.
Un fuego en el Sol

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—Tenemos negocios con el caíd Reda —dije, empujándolo—. Vengo de parte de Friedlander Bey.

Gracias al moddy de Saied mis modales eran rudos y bruscos, pero al criado no pareció preocuparle demasiado. Cerró la puerta tras de mí, se alejó por un pasillo de alto techo esperando a que lo siguiéramos. Lo seguimos. Se detuvo ante una puerta cerrada al final de un corredor largo y fresco. En el aire flotaba una fragancia de rosas, olor que yo identificaba con la mansión de Abu Adil. El criado no dijo ni una palabra más. Se detuvo para mirarme con insolencia, luego se fue.

—Espere aquí —le dije a Akwete.

Empezó a discutir, pero lo pensó mejor.

—Esto no me gusta nada —dijo.

—Peor para usted.

No sabía lo que me aguardaba al otro lado de la puerta, pero no iba a llegar a ninguna parte esperando en medio del pasillo con Akwete, así que giré el picaporte y entré.

Ni Reda Abu Adil ni Umar Abdul-Qawy me oyeron entrar en el despacho. Abu Adil estaba en su cama de hospital, como la otra vez. Umar se inclinaba sobre él. No podría decir qué estaba haciendo.

—Que Alá te dé salud —dije tajante.

Umar se irguió y me miró.

—¿Cómo has llegado hasta aquí? —me preguntó.

—Tu criado me condujo hasta la puerta.

Umar asintió.

—Kamal. Tendré que hablar con él. —Me examinó con más detenimiento—. Lo siento. No recuerdo tu nombre.

—Marîd Audran. Trabajo para Friedlander Bey.

—Ah sí —dijo Umar. Su expresión se ablandó un poco—. La última vez que viniste eras policía.

—No soy un verdadero agente. Me ocupo de los intereses de Friedlander Bey con la policía.

Una ligera sonrisa deformó los labios de Umar.

—Como sea. ¿Y hoy te estás ocupando de ellos?

—De los suyos y también de los vuestros.

Abu Adil levantó una débil mano y tocó la manga de Umar. Umar se inclinó para oír las palabras que le susurraba el viejo, luego volvió a erguirse.

—El caíd Reda te invita a que te pongas cómodo —dijo Umar—. Te habríamos preparado un refrigerio apropiado si nos hubieras avisado de tu visita con antelación.

Busqué una silla y me senté.

—Hoy una mujer muy preocupada vino a casa de Friedlander Bey —dije—. Representa al gobierno revolucionario que acaba de socializar el Glorioso Reino Segu.

Abrí el maletín, saqué el sobre de la República de Songhay y se lo ofrecí a Umar.

Umar parecía interesado.

—¿Ya? De veras que pensé que Olujimi duraría más tiempo. Supongo que una vez has transferido la riqueza del país a un banco extranjero, no tiene ningún sentido seguir siendo rey.

—No he venido aquí para hablar de eso. —El moddy de Medio Hajj me ponía difícil ser educado con Umar—. Según los términos de vuestro acuerdo con Friedlander Bey, ese país está bajo vuestra jurisdicción. Encontraréis la información pertinente en ese paquete. He dejado a la mujer rabiando en el pasillo. Parece una puta despiadada. Me alegro de que seáis vosotros y no yo quienes tengáis que tratar con ella.

Umar sacudió la cabeza.

—Siempre intentan ordenarnos y reorganizarnos la vida. Olvidan lo mucho que nosotros podemos hacer por su causa si nos apetece.

Lo observé juguetear con el sobre, dándole vueltas sobre el escritorio. Abu Adil profirió un débil gruñido, pero había visto demasiado dolor en el mundo real como para compadecerme del sufrimiento de un caprichoso Infierno Sintético. Me dirigí a Umar.

—Si puedes hacer algo para que tu amo esté más consciente, la señora Akwete necesita hablar con él. Se cree que el destino del mundo islámico descansa únicamente sobre sus hombros.

Umar rió con ironía.

—La República de Songhay —dijo moviendo la cabeza con incredulidad—. Mañana volverá a ser un reino o una provincia conquistada o una dictadura fascista. Y a nadie le importará.

—A la señora Akwete sí.

Eso pareció divertirle.

—La señora Akwete será una de las primeras en entrar en la nueva oleada de purgas. Pero ya hemos hablado bastante de ella. Ahora debemos examinar el asunto de tu retribución.

Le miré fijamente.

—No había pensado en ninguna retribución.

—Por supuesto que no. No haces sino cumplir el acuerdo, el trato entre tu jefe y el mío. Sin embargo, es de sabios expresar gratitud hacia los amigos. Después de todo, alguien que te ha ayudado en el pasado es más probable que te ayude en el futuro. Tal vez pueda hacerte algún pequeño favor en la policía a cambio.

Ése era el único propósito de mi pequeña excursión a casa de Abu Adil. Separé las manos e intenté parecer indiferente.

—No, no se me ocurre nada —dije—. A no ser…

—¿A no ser qué, amigo mío?

Simulé examinar el talón gastado de mi bota.

—A no ser que estés dispuesto a explicarme por qué has instalado a Umm Saad en nuestra casa.

Umar simuló la misma indiferencia.

—Ya debes de saber que Umm Saad es una mujer muy inteligente, pero ni mucho menos todo lo inteligente que ella se cree. Sólo deseábamos que nos tuviera al corriente de los planes de Friedlander Bey. No hablamos de que se enfrentara con él personalmente ni que abusara de su hospitalidad. Ha provocado la hostilidad de tu amo y eso hace que carezca de valor para nosotros. Puedes hacer con ella lo que te plazca.

—Es lo que yo sospechaba —dije—. Friedlander Bey no os considera ni a ti ni al caíd Reda responsables de sus actos.

Umar levantó una mano en un gesto de arrepentimiento.

—Alá nos da herramientas para que las empleemos lo mejor que sepamos —dijo—. A veces una herramienta se rompe y debemos tirarla.

—Que Alá sea loado —murmuré.

—Alabado sea Alá —dijo Umar.

Parecía que empezábamos a progresar.

—Una última cosa —dije—. Ayer dispararon y mataron al policía que me acompañaba la otra vez, el agente Shaknahyi.

Umar no dejó de sonreír, pero frunció el ceño.

—Oímos las noticias. Nuestros corazones están con su viuda y sus hijos. Que Alá les conceda la paz.

—Sí. En cualquier caso, me gustaría mucho coger al hombre que lo mató. Se llama Paul Jawarski.

Miré a Abu Adil, que se retorcía sin descanso en su cama de hospital. El regordete viejo profirió unos sonidos muy bajitos e ininteligibles, pero Umar no le prestaba atención.

—Será un placer poner nuestros recursos a tu disposición. Si alguno de nuestros asociados sabe algo de ese tal Jawarski, te informaremos en seguida.

No me gustó el modo en que Umar dijo eso. Sonaba demasiado falso y parecía demasiado afectado. Le di las gracias y me levanté para marcharme.

—Un momento, caíd Marîd —dijo con voz serena. Se levantó y me cogió del brazo, guiándome hacia otra salida—. Me gustaría hablar contigo en privado. ¿Te importaría acompañarme a la biblioteca?

Sentí un escalofrío peculiar. Sabía que se trataba de una invitación particular de Umar Abdul-Qawy, que actuaba por su cuenta, no del Umar Abdul-Qawy secretario del caíd Reda Abu Adil.

—Muy bien —le respondí.

Se levantó y se desconectó el moddy que llevaba, sin quitarle ojo a Abu Adil.

Umar me abrió la puerta y entré en la biblioteca. Me senté a una gran mesa oval de brillante madera oscura. Sin embargo, Umar permaneció de pie. Paseaba ante una pared alta llena de estanterías, sosteniendo perezoso el moddy en una mano.

—Creo que comprendo tu postura —dijo por fin.

—¿Qué postura es ésa?

Gesticuló irritado.

—Ya sabes a qué me refiero. ¿Cuánto tardarás en hartarte de ser el perro de caza de Friedlander Bey, corriendo y cobrando presas para un loco que no tiene el entendimiento lo bastante lúcido como para percatarse de que es casi un cadáver?

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