Volví a conectarme los daddies tan rápido como pude, y el mundo dejó de tambalearse. En un minuto volví a sentirme en calma. Mi respiración se tornó normal, mi corazón se tranquilizó, la sed, el hambre, el odio, el cansancio y la sensación de tener la vejiga llena se esfumaron. Me sentí agradecido, pero supe que sólo lo estaba retrasando; cuando se produjera, sería el fin de todo y, a su lado, la peor resaca de droga que he conocido, parecería un beso fugaz en la oscuridad. Las resacas, ils sont un motherfucker, n’est-ce pas, monsieur?
Me veía obligado a estar de acuerdo.
Mientras regresaba al vestíbulo con Trudi, alguien me llamó. Estaba contento de haberme conectado otra vez los daddies. No me gusta que griten mi nombre en lugares públicos, en especial cuando voy disfrazado.
— ¿Monsieur Audran?
Me di la vuelta y dirigí una gélida mirada a uno de los empleados del hotel.
—Si —dije.
—Han dejado un mensaje para usted en su casillero.
Notaba que tenía problemas con mi galabiyya y mi keffiya. Tenía la impresión de que sólo había europeos en aquel bonito y limpio hotel.
Era moderadamente imposible que alguien hubiera dejado un mensaje para mí por dos razones: la primera, que nadie sabía que me encontraba allí; y la segunda, que me había registrado bajo nombre falso. Quería ver qué necio error había cometido y luego arrojárselo al rostro de los camisas tiesas del hotel. Cogí el mensaje.
Papel de computadora, ¿no?
AUDRAN:
TE HE VISTO EN CASA DE SEIPOLT, PERO NO ERA EL MOMENTO ADECUADO.
LO SIENTO.
TE QUIERO TODO PARA MÍ, SOLO Y TRANQUILO.
NO DESEO QUE NADIE PIENSE QUE SÓLO ERES PARTE DE UN FORTUITO GRUPO DE VÍCTIMAS.
CUANDO ENCUENTREN TU CUERPO, QUIERO ASEGURARME DE QUE SE ENTEREN QUE RECIBISTE UNA ATENCIÓN INDIVIDUAL.
KHAN
Con injertos o no, las rodillas me fallaban. Doblé la nota y la metí en mi bolsa.
—¿Se encuentra bien, monsieur! —preguntó el empleado.
—La altura — dije—. Siempre me cuesta un poco acostumbrarme.
—Pero si aquí no hay ninguna —dijo perplejo.
—Eso es lo que quiero decir.
Regresé j unto a Trudi.
Me sonrió como si la vida hubiera perdido su valor mientras yo estaba fuera. Me pregunté qué pensaba. Todo «solo y tranquilo». Me sobresalté.
—Siento haber permanecido tanto tiempo fuera —murmuré.
Le hice una pequeña reverencia y me senté a su lado.
—He estado bien —dijo. Se pasó un buen rato cruzando y descruzando sus piernas. De allí a Osaka, todo el mundo debió mirar cómo lo hacía—. ¿Ha hablado con Lutz?
—Sí. Estuvo aquí, pero tenía un asunto urgente que resolver. Algo oficial con el teniente Okking.
—¿Teniente?
—Es el encargado de controlar que no suceda nada malo en el Budayén. ¿Ha oído hablar de esa parte de la ciudad?
Asintió.
—Pero ¿por qué querría el teniente Okking hablar con Lutz? Él no tiene nada que ver con el Budayén, ¿verdad?
Sonreí.
—Perdóneme, querida, pero parece un poco ingenua. Nuestro amigo es un hombre muy ocupado, siempre con mucho trabajo. Dudo que suceda algo en la ciudad que Lutz Seipolt no sepa.
—Me lo imagino.
Todo mentira. Seipolt era un ejecutivo medio, en el mejor de los casos. Estaba claro que no se trataba de Friedlander Bey.
—Ha enviado un coche para nosotros, para que nos encontremos tal y como habíamos planeado. Luego decidiremos qué hacer el resto de la noche.
Su rostro volvió a iluminarse. No se perdería su nuevo vestido y su noche gratis en la ciudad.
—¿Quiere beber algo mientras esperamos? —pregunté.
Así es como pasamos el tiempo hasta que un par de policías de paisano de placa dorada se arrastraron con cansancio por la gruesa alfombra azul hacia nosotros. Me levanté, hice las presentaciones y dejamos a los buenos amigos del vestíbulo del hotel. Continuamos nuestra agradable conversación en el trayecto hacia las inmediaciones de. la comisaría. Subimos la escalera pero el sargento Hajjar me detuvo. Los dos hombres de paisano escoltaron a Trudi a ver a Okking.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó Hajjar de malos modos.
Estaba comportándose como todo un policía. Sólo para demostrarme que podía hacerlo.
—¿Qué crees que ha sucedido? Xarghis Khan, que buscaba a Seipolt y a tu jefe, ha dado un paso más. Muy concienzudo es ese chico. Si yo fuera Okking, estaría más nervioso que una mierda. Quiero decir que el teniente es todavía un paso sin dar.
—Él lo sabe. Nunca le había visto tan impresionado. Le hice un regalo de treinta o cuarenta paxium. Se tomó un buen puñado para comer —dijo Hajjar sonriendo.
Uno de los policías uniformados salió de la oficina de Okking.
—Audran —dijo, e inclinó la cabeza ante mí.
Era parte del equipo, todos me respetaban.
—Un minuto —me volví hacia Hajjar—. Escucha, quiero echarle un vistazo a lo que saquéis del escritorio y los archivos de Seipolt.
—Me lo imagino —dijo Hajjar—. El teniente se halla demasiado atareado para ocuparse de eso. Me ha ordenado que me encargue de todo. Me aseguraré de que lo veas antes.
—Muy bien. Es importante. Al menos, eso espero.
Entré en el recinto acristalado de Okking justo cuando los dos policías de paisano acompañaban a Trudi fuera. Me sonrió y me dijo:
— Marhaba.
Entonces me di cuenta de que ella hablaba árabe también.
—Siéntate, Audran —dijo Okking, con voz ronca.
Me senté.
—¿Adonde la llevas?
—Vamos a interrogarla en profundidad. Vamos a escudriñar su cerebro a conciencia. Luego, dejaremos que se vaya a su casa, dondequiera que esté.
Eso me pareció buen trabajo de policía. Me pregunté si Trudi estaría en condiciones de irse cuando la hubieran escudriñado. Emplean hipnosis, drogas y estimulación eléctrica del cerebro, lo cual es un poco tortuoso. Eso es lo que tengo entendido.
—Khan se está acercando —dijo Okking—, pero el otro no ha asomado desde lo de Nikki.
—No sé lo que eso significa. Dime, teniente, ¿Trudi no es Khan? Quiero decir, ¿podía haber sido James Bond alguna vez?
Me miró como si yo estuviera loco.
—¿Cómo puedo saberlo? Nunca he visto a Bond en persona, hacíamos los tratos por teléfono, por correo. Tú eres la única persona vivaque lo ha visto cara a cara; por eso no puedo deshacerme de esa molesta sospecha, Audran. Hay algo raro en ti.
¿En mí? Me pareció una desfachatez, sobre todo proviniendo de un agente extranjero que se embolsaba cheques de los nacionalsocialistas. Me molestaba oír que Okking no sería capaz de reconocer a Khan en una rueda de presos, si tuviéramos suerte. No sabía si me mentía, aunque era probable que dijera la verdad. Sabía que se hallaba al principio de la lista, si no el primero, para ser ejecutado. Hablaba en serio cuando me dijo lo de no abandonar la habitación: había instalado un catre en su oficina y sobre la mesa de su despacho se veía una bandeja con alimentos sin acabar.
—Lo único que sabemos seguro es que ambos usan sus moddies no sólo para matar, sino para sembrar el terror. Tu tipo lo está haciendo muy bien —dije. Okking me dirigió una mirada terrible, pero ¡qué demonios!, era la verdad—. Tu tipo ha cambiado de Bond a Khan. El otro sigue siendo el mismo, por lo que yo sé. Espero que el matador de rusos se haya ido a casa. Me gustaría estar seguro, a ciencia cierta, de que ya no tenemos que preocuparnos más por él.
—Sí —dijo Okking.
—¿Le sacaste algo útil a Trudi antes de mandarla abajo? Okking se encogió de hombros y cogió un bocadillo de la bandeja. —Sólo la información habitual. Su nombre y todo eso. —Me gustaría saber cómo se ha enrollado con Seipolt. Okking levantó las cejas.
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