Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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—Una formalidad fastidiosa —dijo Steyg—. Pero insignificante, si bien se mira.

2

Los gastos ascendían a un total de veinte reales. Era una enorme suma de dinero para Inyanna, casi todos sus ahorros. Pero el estudio de los documentos le indicó que las rentas de los terrenos agrícolas eran de novecientos reales anuales, y además contaba con otros beneficios de sus posesiones, la mansión y el contenido de ésta, rentas y regalías de ciertas propiedades en zonas ribereñas…

Vezan Ormus y Steyg fueron de gran ayuda para cumplimentar los formularios. Inyanna puso el letrero de cerrado por necesidades del negocio, aunque poca importancia tenía en una temporada tan mala en ventas, y durante toda la tarde los tres estuvieron en el pequeño despacho del primer piso. Los dos hombres fueron dándole papeles para que los firmara, antes de signarlos con sellos pontificios de impresionante aspecto. Después Inyanna decidió celebrarlo invitando a los delegados a unas rondas de vino en la taberna de la falda de la colina. Steyg insistió en pagar, y apartó la mano de Inyanna y dejó caer media corona por una botella de selecto vino de palmera de Pidruid. Inyanna quedó impresionada por la extravagancia (normalmente bebía vinos más sencillos) pero luego recordó que había topado con la fortuna y, en cuanto se acabó la primera botella, pidió otra. La taberna estaba atestada, sobre todo de yorts y gayrogs, y los burócratas del norte no se sentían muy cómodos entre tantos no humanos; varias veces se pusieron la mano sobre la nariz, como si quisieran filtrar el olor a carne extraña. Inyanna, para aliviar el malestar, no se cansó de repetirles lo agradecida que estaba por las molestias que se habían tomado para localizarla en la oscuridad de Velathys.

—¡Pero si es nuestro trabajo! —protestó Vezan Ormus—. En este mundo todos debemos servir al Divino desempeñando nuestro papel en las complejidades de la vida cotidiana. Unos terrenos ociosos, una gran mansión desocupada, la genuina heredera viviendo monótonamente sin saber nada… La justicia exige que se corrijan las injusticias. En nosotros recae el privilegio de hacerlo.

—Es igual —dijo Inyanna, con las mejillas encendidas por el vino, mientras se apoyaba primero en uno, luego en otro hombre, casi con coquetería—. Han sufrido grandes molestias por mi culpa, y yo siempre estaré en deuda con ustedes. ¿Me permiten invitarles a otra botella?

Hacía bastante rato que había oscurecido cuando salieron de la taberna. Había varias lunas, y las montañas que bordeaban la ciudad, los remotos colmillos de la gran cordillera Gonghar, eran irregulares pilares de negro hielo bajo la tenue iluminación. Inyanna acompañó a los visitantes a la hospedería, sita junto a la plaza Dekkeret, y tal era la ofuscación que le había causado el vino que estuvo a punto de invitarse a pasar la noche con ellos. Pero al parecer los delegados no tenían ese ansia, quizá recelaban incluso de tal posibilidad, e Inyanna acabó clara y expertamente rechazada en la misma puerta.

Tambaleándose un poco, hizo el largo y empinado recorrido hasta su casa y salió a la terraza para tomar el aire nocturno. La cabeza le daba vueltas. Demasiado vino, demasiada conversación, demasiadas noticias sorprendentes. Contempló la ciudad que la rodeaba, hileras y más hileras de casas con paredes estucadas y techos de tejas que iban descendiendo por el gran cuenco que era la cuenca de Velathys. Irregulares franjas de parques, algunas plazas y mansiones, el destartalado castillo del duque extendido a lo largo del borde oriental, la carretera que envolvía la ciudad igual que una guirnalda, las descollantes y opresivas montañas que empezaban al otro lado de la carretera, las canteras de mármol, sangrantes heridas en las faldas… todo eso veía Inyanna desde su nido de la cumbre de la colina. ¡Adiós! Es una ciudad ni fea ni bonita, pensó. Simplemente un lugar tranquilo, húmedo, monótono, frío, ordinario, famoso por su fino mármol, sus expertos albañiles y poca cosa más, una ciudad provincial en un continente provincial. Inyanna se había resignado a terminar sus días allí. Pero ahora, cuando los milagros acababan de invadir su vida, incluso pasar una hora más allí era intolerable. ¡La aguardaba la fulgurante Ni-moya, Ni-moya, Ni-moya!

Durmió a ratos. Por la mañana se reunió con Vezan Ormus y Steyg en la oficina del notario, detrás del banco, y les entregó su bolsita de gastados reales, casi todos viejos y algunos muy viejos, con los rostros de Kinniken, Thimin y Ossier; también había una moneda del reinado del gran Confalume, una pieza con siglos de antigüedad. A cambio le dieron una sola hoja de papel; un recibo reconociendo el cobro de veinte reales que emplearían en satisfacer los gastos legales. Los demás documentos, según explicaron los delegados, debían volver a Ni-moya para ser refrendados y validados. Pero los devolverían en cuanto la transferencia estuviera lista, y entonces Inyanna podría ir a Ni-moya para tomar posesión de sus propiedades.

—Serán mis huéspedes —les anunció generosamente—. Pasarán un mes de caza y festines en cuanto yo esté en mis posesiones.

—Oh, no —dijo en voz baja Vezan Ormus—. No sería apropiado que personas como nosotros se mezclaran socialmente con la señora de Vista de Nissimorn. Pero comprendemos sus buenas intenciones, y las agradecemos.

Inyanna les invitó a comer. Pero ellos tenían que proseguir su trabajo, replicó Steyg. Tenían que ponerse en contacto con otros herederos, diversas tareas de validación a efectuar en Narabal, Til-omon y Pidruid; pasarían muchos meses antes de que volvieran a ver sus hogares y a sus esposas en Ni-moya. ¿Significaba eso, preguntó Inyanna, repentinamente consternada, que no iba a tomarse medida alguna para tramitar su herencia hasta que ellos completaran su recorrido?

—En absoluto —dijo Steyg—. Esta misma noche los documentos saldrán hacia Ni-moya mediante correo directo. El proceso legal se iniciará tan pronto como sea posible. Usted tendrá noticias de nuestras oficinas dentro de… oh, digamos que dentro de siete o nueve semanas como mucho.

Inyanna les acompañó al hotel, aguardó fuera mientras preparaban el equipaje y después fue a despedirlos al vehículo flotante donde iban a viajar. Los despidió agitando los brazos en medio de la calle mientras el coche se alejaba hacia la carretera que conducía a la costa suroeste. Luego abrió la tienda. Por la tarde vinieron dos clientes, uno a comprar ocho pesos de clavos y el otro a adquirir falso satén, tres metros a sesenta pesos el metro, de modo que las ventas del día no pasaron de dos coronas. Pero no importaba. Ella no tardaría en ser rica.

Pasó un mes y no llegaron noticias de Ni-moya. Otro mes, y prosiguió el silencio.

La paciencia que había mantenido a Inyanna en Velathys durante diecinueve años era la paciencia de la impotencia, de la resignación. Pero con grandes cambios ante ella, ya no le quedaba paciencia. Siempre estaba inquieta, iba de un lado a otro, hacía anotaciones en el calendario. El verano, con lluvias prácticamente diarias, llegó a su fin y se inició el seco otoño, la estación que hacía arder las hojas del invierno, las masas de aire húmedo procedentes del valle del Zimr que cruzaban el territorio metamorfo y chocaban con los fuertes vientos de las montañas. Había nieve en las crestas más elevadas de la cordillera Gonghar, y ríos de barro recorrieron las calles de Velathys. Ninguna noticia de Ni-moya. Inyanna recordó sus veinte reales, y el terror empezó a mezclarse con la preocupación en su alma. Celebró en soledad su vigésimo cumpleaños, llena de amargura, bebiendo vino avinagrado e imaginando qué sentiría cuando tuviera a su disposición las rentas de Vista de Nissimorn. ¿Por qué tardaban tanto? No había duda de que Vezan Ormus y Steyg habían enviado los documentos a las oficinas del Pontífice. Pero los documentos, casi con idéntica certeza, debían estar olvidados en un polvoriento despacho, a la espera de los trámites legales, mientras crecía mala hierba en los jardines de Vista de Nissimorn.

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