Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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—Vamos —dijo Freylis—. Vamos a tu habitación.

Tisana asintió. El comedor no era el lugar que le convenía esa noche. Sabedora de que todos los ojos estaban fijos en ella, avanzó vacilante por el castillo y salió a la oscuridad. Soplaba un viento seco y cálido, un viento áspero que irritó los nervios de Tisana. Al llegar a la celda de Tisana Freylis encendió velas y con gran suavidad obligó a la consumada a echarse en la cama. Sacó dos tazas del armario, y una botellita que llevaba bajo la túnica.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Tisana.

—Vino. Para que te tranquilices.

—¿Vino onírico?

—¿Por qué no?

—No está bien que… —empezó a decir Tisana, muy seria.

—No se trata de una interpretación de sueños. Sólo es para tranquilizarte, para que estemos tan juntas que pueda compartir mi fuerza contigo. ¿De acuerdo? —Freylis llenó las dos tazas con el espeso y oscuro vino y puso una en la mano de Tisana—. Bebe. Bébelo, Tisana.

Tisana obedeció aturdidamente. Freylis apuró su taza con gran rapidez y se desnudó. Tisana la miró, asombrada. Jamás había tenido una mujer como amante. ¿Eran ésas las intenciones de Freylis? ¿Por qué? «Esto es un error», pensó Tisana. En la víspera de la Prueba, beber vino onírico, compartir mi cama con Freylis…

—Desnúdate —musitó Freylis.

—¿Qué piensas hacer?

—Pasar la noche en vela onírica en tu compañía, tonta. Tal como lo convinimos. Nada más. ¡Termina el vino y quítate la ropa!

Freylis estaba desnuda. Su cuerpo era casi como el de una niña, sin apenas curvas, enjuto, con la piel muy blanca y pequeños y juveniles pechos. Tisana dejó caer la ropa en el suelo. La pesadez de su carne la avergonzaba. Esos fornidos brazos, las gruesas columnas de muslos y piernas… Siempre se estaba desnuda al hacer interpretaciones de sueños, y al cabo de un tiempo de prácticas se perdía la preocupación por la desnudez. Pero esto era distinto, íntimo, personal. Freylis sirvió más vino para las dos. Tisana bebió sin protestar. A continuación Freylis cogió a Tisana por ambas muñecas, se arrodilló ante ella y la miró a los ojos.

—¡Estúpida, deja de preocuparte por mañana! —dijo, en tono afectuoso y burlón al mismo tiempo—. La Prueba no es nada. Nada. —Apagó las velas y se echó junto a Tisana—. Duerme bien. Que tengas buenos sueños.

Freylis se acurrucó en el regazo de Tisana, se apretó a ella, mas se quedó inmóvil, y se durmió enseguida.

No iban a ser amantes. Tisana se sintió aliviada. En otra ocasión, quizá —¿por qué no?—. Pero no era momento de aventuras. Tisana cerró los ojos y abrazó a Freylis como si abrazara a una niña dormida. El vino le causó una vibración interna, y calor. El vino onírico abría las mentes, y Tisana empezó a sentirse agudamente consciente del espíritu de Freylis. Pero no se trataba de una sesión de interpretación y tampoco habían hecho los ejercicios de concentración que creaban la unión total. De Freylis fluían únicamente amplias e indefinidas emanaciones de paz, amor y energía. Era una mujer fuerte, mucho más fuerte de lo que podía pensarse dada la fragilidad de su cuerpo, y la mente de Tisana obtuvo creciente bienestar con la cercanía de la otra mujer, mientras el vino onírico iba dominándola con más fuerza. La somnolencia fue dominándola poco a poco. Pero todavía estaba inquieta. Inquieta por la Prueba, por lo que pudieran pensar las demás al verlas acostadas tan temprano, por la violación técnica de las reglas que habían cometido al compartir el vino de ese modo… Agitadas corrientes de culpabilidad, vergüenza y miedo remolinearon en su espíritu durante cierto tiempo. Pero poco a poco fue tranquilizándose. Se durmió. Su experta mirada de oráculo le permitió vigilar sus sueños, mas éstos carecían de forma y de secuencia, las imágenes eran misteriosamente imprecisas: un vago horizonte iluminado por un distante fulgor, y tal vez el semblante de la Dama, o de la superiora Inuelda, o de Freylis, pero en esencia una simple franja de luz cálida y consoladora. Y después amaneció y un pájaro chilló en el desierto, anunciando el nuevo día.

Tisana pestañeó y se incorporó. Estaba sola. Freylis había guardado las velas y lavado las tazas, y había dejado una nota en la mesa… no, no era una nota, era el símbolo del rayo del Rey de los Sueños dentro del triángulo inscrito en otro triángulo que a su vez era el símbolo de la Dama de la Isla, y alrededor un corazón bordeado por un sol radiante: un mensaje de amor y buen humor.

—¿Tisana?

Se acercó a la puerta. La vieja tutora Vandune estaba allí.

—¿Es la hora? —preguntó Tisana.

—La hora bien pasada. El sol salió hace veinte minutos. ¿Estás lista?

—Sí —dijo Tisana. Sentía una extraña calma. ¡Qué ironía, después de una semana de temores! Cuando el momento estaba próximo, ya no quedaba miedo. Será lo que deba ser, pensó, y si no me consideran apta después de la Prueba, perfectamente, será para bien.

Siguió a Vandune por el patio y el huerto, hasta que abandonaron los terrenos de la casa capitular. Algunas mujeres ya estaban levantadas, pero ninguna habló. Con la luz verdemar del alba Tisana y Vandune marcharon en silencio sobre la encostrada arena del desierto. La consumada ajustó su paso para mantenerse justo detrás de la anciana. Caminaron hacia el este y luego hacia el sur, sin cruzar una sola palabra, durante un tiempo que pareció ser de horas y horas, kilómetros y kilómetros. Por fin en el vacío del desierto aparecieron las ruinas de Velalisier, la antigua ciudad metamorfa, un lugar vasto y espectral, de imponente extensión y majestad, que contaba miles de años de antigüedad. Velalisier era una ciudad maldita abandonada por sus constructores desde hacía muchos siglos. Tisana creyó comprender. La Prueba consistiría en dejarla abandonada entre las ruinas, vagando entre los fantasmas durante todo el día. Pero ¿sería posible? ¿Una cosa tan infantil, tan ingenua? Los espectros no albergaban terrores para ella. Y además, si querían asustarla, habrían tenido que hacerle la Prueba por la noche. Velalisier, vista de día, era un conjunto de montecillos y pétreas protuberancias, templos en ruinas, columnas destrozadas, pirámides enterradas bajo la arena…

Finalmente llegaron a una especie de anfiteatro, bien conservado, anillos y más anillos de asientos de piedra que se extendían hacia fuera formando un extenso arco. En el centro se alzaba una mesa de piedra y varios bancos del mismo material, y en la mesa había una botella y una taza. ¡De modo que ése era el lugar de la Prueba! Y ahora, conjeturó Tisana, yo y la vieja Vandune compartiremos el vino, nos echaremos en el liso suelo de arena y haremos una sesión de interpretación. Y cuando nos levantemos Vandune sabrá si debe inscribir a Tisana de Falkynkip en la nómina de oráculos.

Pero las cosas tampoco fueron así. Vandune señaló la botella.

—Contiene vino onírico —dijo—. Sírvete tanto como quieras, bebe, examina el interior de tu alma. Tú misma te harás la Prueba.

—¿Yo? Vandune sonrió.

—¿Qué otra persona puede probarte? Adelante. Bebe. Volveré más tarde.

La anciana tutora inclinó la cabeza y se alejó. La cabeza de Tisana rebosaba de preguntas, mas la consumada se controló, puesto que percibía que la Prueba ya había empezado y que la primera parte de ella era no formular preguntas. Perpleja, vio que Vandune cruzaba una brecha del muro del anfiteatro y desaparecía en un nicho. No hubo más sonidos después, ni siquiera una pisada. Con el total silencio de la desierta ciudad, la arena parecía estar rugiendo, aunque en silencio. Tisana frunció el ceño, sonrió, se echó a reír… estruendosas carcajadas que levantaron lejanos ecos. ¡Estaban gastándole una broma! ¡Idea tu Prueba, ése era el secreto! ¡Que tengan miedo de ese día, luego las lleváis a las ruinas y explicáis que ellas mismas deben dirigir el espectáculo! Atrás quedaban las temerosas previsiones de espantosas experiencias y los fantasmas inventados por el alma.

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