Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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—Ayer —empezó Tisana, tras respirar profundamente y esforzarse en parecer fría y serena, una oráculo, una fuente de sabiduría— hablamos del papel del Rey de los Sueños en la regulación del comportamiento de la sociedad de Majipur. Tú, Meliara, planteaste el tema de la frecuente malevolencia de las imágenes que aparecen en los envíos del Rey, y cuestionaste la moralidad fundamental de un sistema social basado en el castigo mediante sueños. Hoy me gustaría discutir este tema con más detalle. Consideremos un individuo hipotético… por ejemplo, un cazador de dragones marinos de Piliplok, que en un momento de extrema tensión interna comete un acto de impremeditada pero grave violencia contra un compañero de la tripulación, y…

Las palabras fueron saliendo de sus labios como un torrente. Las novicias tomaron apresuradas notas, arrugaron la frente, menearon la cabeza, tomaron notas con mayor frenesí. Tisana recordó que, durante su noviciado, sintió la desesperada sensación de estarse enfrentando a una infinidad de cosas que aprender, no las simples técnicas de la interpretación de los sueños, sino toda clase de matices y conceptos secundarios. No había previsto nada de eso, seguramente igual que las novicias que la precedieron. Pero Tisana, lógicamente, había meditado muy poco sobre las dificultades que la interpretación de los sueños iba a plantearle. Preocuparse por adelantado, hasta que faltó poco para la Prueba, nunca había sido su costumbre. Un día, hacía seis años, recibió un envío de la Dama diciéndole que abandonara la granja y dirigiera sus esfuerzos a la interpretación de los sueños, y ella obedeció sin poner reparos. Pidió dinero prestado, emprendió la larga peregrinación a la Isla del Sueño para recibir instrucción preparatoria, y después, tras obtener permiso para matricularse en la casa capitular de Velalisier, prosiguió la travesía del interminable mar hasta el remoto y desolado desierto donde había vivido los últimos cuatro años. Sin dudas, sin vacilaciones.

¡Pero había tanto que aprender!… La miríada de detalles sobre la relación de la oráculo con los clientes, la etiqueta profesional, las responsabilidades, los escollos. El método para mezclar el vino y fundir las mentes. Las formas de expresar interpretaciones con palabras provechosamente ambiguas. ¡Y los mismos sueños! Los tipos, los significados, las significaciones encubiertas. Los siete sueños engañosos y los nueve sueños instructivos, los sueños de citación, los sueños de despedida, los tres sueños de trascendencia del ego, los sueños de aplazamiento del placer, los sueños de conciencia menguada, los once sueños de tormento, los cinco sueños de dicha, los sueños de viaje interrumpido, los sueños de esfuerzo, los sueños de buenas ilusiones, los sueños de malas ilusiones, los sueños de equivocada ambición, los trece sueños de gracia… Tisana los había aprendido todos, la lista entera había entrado a formar parte de su sistema nervioso de la misma forma que las tablas de multiplicar y el alfabeto. Había experimentado con rigor las numerosas clases de sueños mediante meses de sueño programado. De modo que era una verdadera experta, una iniciada. Ella había aprendido todo lo que aquellas uniformadas jovencitas que la miraban con los ojos muy abiertos se esforzaban en aprender en esos momentos, y sin embargo la Prueba del día siguiente podía trastornarla por completo, cosa que las novicias eran incapaces de comprender.

¿O podían comprenderlo? La lección llegó a su fin y Tisana permaneció unos instantes ante la mesa, aturdida, recogiendo sus papeles, mientras las novicias iban desfilando. Una de éstas, una rubia bajita y rechoncha procedente de una de las Ciudades Guardianas del Monte del Castillo, se detuvo ante ella (empequeñecida por la mole de Tisana, como casi todas las personas), levantó la cabeza y apoyó suavemente las yemas de los dedos en el brazo de la consumada, el roce de un ala de mariposa.

—Mañana todo irá bien —musitó tímidamente—. Estoy segura.

Sonrió y se alejó, con las mejillas encendidas.

De modo que lo sabían… algunas. Esa bendición permaneció con Tisana el resto del día igual que el resplandor de una vela. Fue un día horrible, lleno de quehaceres ineludibles, porque Tisana habría preferido estar sola y caminar por el desierto. Pero había rituales que observar, prácticas que hacer y una penosa excavación en la ubicación de la nueva capilla de la Dama. Y por la tarde otra clase de novicias, un poco de soledad antes de la cena, y por fin la misma cena, al anochecer. Durante la cena Tisana pensó que la insignificante tormenta matutina había ocurrido hacía semanas, o quizás en un sueño.

La cena fue una hora de tensión. Tisana apenas tenía apetito, un detalle desconocido en ella. En el comedor, alrededor de ella, fluía a torrentes la cordialidad y la vitalidad de la casa capitular: risas, charlatanería, estridentes canciones… Tisana creyó estar sentada en el centro de todo ello, aislada como si la rodeara una invisible esfera de cristal. Las mujeres de más edad ignoraron deliberadamente el hecho de que era la víspera de la Prueba de la consumada, mientras las más jóvenes, que se esforzaban en imitar a las primeras, lanzaron furtivas miradas a Tisana, las mismas miradas encubiertas dedicadas a alguien que de pronto ha recibido una responsabilidad especial. Tisana no sabía qué era peor, si el imperturbable fingimiento de consumadas y tutoras o la nerviosa curiosidad de comprometidas y novicias. Jugueteó con la comida. Freylis la reprendió igual que a una niña, le dijo que mañana iba a necesitar fuerza. Tisana respondió con una ligera sonrisa mientras daba golpecitos a su rolliza barriga.

—Tengo suficientes reservas para una docena de pruebas —dijo.

—Es igual —replicó Freylis—. Come.

—No puedo. Estoy muy nerviosa.

De la parte del estrado llegó el sonido de una cuchara que arrancaba tintineos a un vaso. Tisana levantó la cabeza. La superiora estaba de pie para hacer un anuncio.

—¡Que la Dama me guarde! —murmuró Tisana, alarmada—. ¿Piensa decir algo de mi Prueba delante de todo el mundo?

—Es sobre la nueva Corona —dijo Freylis—. La noticia llegó esta tarde.

—¿Qué nueva Corona?

—El que ocupará el lugar de lord Tyeveras, que ahora es Pontífice. ¿Dónde has estado? En las últimas cinco semanas…

—…y la lluvia de esta mañana fue una señal de gratas noticias y una nueva primavera —estaba diciendo la superiora.

Tisana se esforzó en seguir las palabras de la anciana.

—Hoy he recibido un mensaje que os alegrará a todas. ¡Tenemos Corona otra vez! El Pontífice Tyeveras ha elegido a Malibor de Bombifale, que esta noche ocupará su lugar en el Trono Confalume del Monte del Castillo.

Hubo vítores y golpes en las mesas, y se hizo el símbolo del estallido estelar. Tisana, como una sonámbula, imitó a las demás. ¿Una nueva Corona? Sí, sí, lo había olvidado, el anterior Pontífice murió hacía varios meses y la maquinaria del estado había funcionado una vez más: lord Tyeveras era el nuevo Pontífice y otro hombre estaría en lo alto del Monte del Castillo.

—¡Malibor! ¡Lord Malibor! ¡Larga vida a la Corona! —gritó Tisana en compañía de las demás.

Sin embargo la noticia era irreal y carente de importancia para ella. ¿Una nueva Corona? Otro nombre en la larga, larguísima lista. Bien por lord Malibor, sea quien sea, y que el Divino le trate con amabilidad, porque sus problemas acaban de empezar, pensó Tisana. Pero apenas le importaba. Se suponía que todo el mundo debía celebrar el amanecer de un reinado. Tisana recordó haberse emborrachado un poco con vino de palmera flamígera cuando era una jovencita y falleció el famoso Kinniken, llevando a lord Ossier al Laberinto del Pontífice y elevando a Tyeveras al Monte del Castillo. Ahora lord Tyeveras era Pontífice y había otra Corona, y algún día, no había duda, Tisana se enteraría de que ese lord Malibor se trasladaba al Laberinto y otro ansioso joven ocupaba el trono de la Corona. Aunque se suponía que estos hechos eran de terrible importancia, Tisana era incapaz de preocuparse en esos momentos del nombre del rey, Malibor, Tyeveras, Ossier o Kinniken. El Monte del Castillo estaba muy lejos, a miles de kilómetros, era como si no existiera. Lo que se alzaba ante Tisana a tanta altura como el Monte del Castillo era la Prueba. Su obsesión por la Prueba oscurecía cualquier otra cosa, convertía en espectro cualquier otro detalle. Ella sabía que tal cosa era absurda. Se hallaba bajo la extraña intensificación de las sensaciones que se produce cuando una persona está enferma, cuando el universo entero se centra en el dolor del ojo izquierdo o en el vacío del estómago, y ninguna otra cosa tiene importancia. ¿Lord Malibor? Tisana celebraría el nombramiento en otro momento.

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