Robert Silverberg - Crónicas de Majipur

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Crónicas de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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Hissune, el joven compañero de lord valentine en
y
, aburrido de sus tareas rutinarias, consigue curiosear a sus anchas en el Registro de Almas, el lugar donde la prolífica vida pasada de Majipur se conserva en forma de grabaciones que contienen las vivencias de sus moradores.
Hissune conoce así los extraños amores de los humanos y seres reptilescos, vive la tragedia del pintor espiritual que encuentra a un metamorfo con apariencia de mujer bellísima, realiza la travesía del Gran Océano y se ve rodeado e inmovilizado por algas malignas...
En el mismo Registro de Almas, el jovencito se divierte con la pintoresca historia del Pontífice que, hastiado tras muchos años de encierro en el Laberinto, decide nombrarse miembro del sexo femenino como único medio de abandonar aquel mundo subterráneo.
Hissune asiste también al nacimiento del Rey de los Sueños, el primer hombre que acosará a los habitantes dormidos con "envíos" maléficos mediante un instrumento de su invención.
La primera noche de amor de Lord Valentine en compañía de una bruja y su hermano Voriax…

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Era vino gris, de reciente cosecha, un vino cuya efervescencia causaba picor a la lengua. La botella no tenía etiqueta, pero Nismile supuso que era un vino de Zimroel desconocido en el Monte del Castillo. Bebieron la botella entera, Nismile más que Sarise (ella le llenó el vaso repetidas veces) y cuando el vino se acabó salieron de la cabaña para hacer el amor en la fría y húmeda tierra próxima al río. Después dormitaron, hasta que ella le despertó de madrugada y le llevó a la cama. Pasaron el resto de la noche muy apretados, y por la mañana ella no mostró deseo alguno de irse. Fueron a la laguna para iniciar la jornada con un chapuzón. Se abrazaron de nuevo en el musgo azul turquesa. Luego Sarise llevó al pintor al gigantesco árbol de corteza donde se habían conocido, y le indicó una colosal fruta amarilla, de tres o cuatro metros de anchura, que había caído de las enormes ramas. Nismile la observó recelosamente. La fruta se había partido, y en su interior había una pulpa escarlata llena de inmensas semillas negras.

—Una duika —dijo Sarise—. Nos emborrachará.

Sarise se despojó de la túnica y la usó para envolver grandes trozos de fruta. Los llevaron a la cabaña y pasaron toda la mañana comiendo. Cantaron y rieron buena parte de la tarde. Para cenar frieron pescado cogido de la esclusa de Nismile. Más tarde, cogidos del brazo mientras observaban el descenso de la noche, Sarise le hizo mil preguntas sobre su pasado, sus cuadros, su infancia, sus viajes, el Monte del Castillo, las Cincuenta Ciudades, los Seis Ríos, la corte real de lord Thraym, el Castillo de incontables habitaciones. Las preguntas brotaron en torrente, una detrás de otra casi sin que Nismile tuviera tiempo de contestar la anterior. La curiosidad de Sarise era inagotable. Y ello sirvió también para apagar la curiosidad del pintor; aunque ansiaba saber muchas cosas sobre Sarise —todo— no tuvo oportunidad de preguntar, y no se preocupó más, ya que dudaba que ella le respondiera.

—¿Qué haremos mañana? —preguntó finalmente ella.

Y así se hicieron amantes. Los primeros días hicieron poca cosa más aparte de comer, nadar, abrazarse y devorar el embriagador fruto de los duikos. Nismile dejó de temer, tal como le había ocurrido al principio, que la mujer desapareciera tan inesperadamente como había llegado. El torrente de preguntas amainó al cabo de unos días, pero de todas formas Nismile decidió no aprovechar la ocasión; prefería no traspasar los misterios de Sarise.

El pintor no podía librarse de la obsesión de que ella era un metamorfo. El pensamiento le producía escalofríos —que la belleza de Sarise era un engaño, que detrás de esa belleza se ocultaba un ser extraño y grotesco— en especial cuando pasaba las manos por la fresca y dulce tersura de los muslos y los pechos de la mujer. Constantemente tenía que reprimir sus sospechas. Pero las sospechas no desaparecían. No había poblados humanos en esa zona de Zimroel y era muy improbable que una mujer joven —y Sarise era muy joven— hubiera decidido, igual que Nismile, emprender una vida apartada en la jungla. Era mucho más probable, pensaba Nismile, que ella fuera nativa del lugar, un cambiaspecto más de los muchos que se deslizaban como fantasmas por las húmedas arboledas. A veces, mientras Sarise dormía, Nismile la observaba a la tenue luz de las estrellas para comprobar si empezaba a perder su forma humana. Pero Sarise siempre permanecía igual, y aun así, Nismile recelaba de ella.

Y sin embargo… buscar compañía humana o demostrar cordialidad a los hombres no era rasgo de la naturaleza de los metamorfos. Para casi todos los habitantes de Majipur, los metamorfos eran espectros de una época anterior, fantasmas irreales y legendarios. ¿Qué razón había para que un piurivar encontrara al recluido Nismile, se ofreciera al pintor en una convincente farsa amorosa y se esforzara con tanto celo en iluminarle los días y animarle las noches? En un momento de paranoia, Nismile imaginó que Sarise volvía a su estado primitivo en la oscuridad y se echaba sobre él aprovechando que dormía para hundirle un reluciente puñal en el cuello: la venganza por los crímenes de los antepasados humanos del pintor. ¡Pero qué locas eran esas fantasías! Si los metamorfos deseaban asesinarle, no precisaban una charada tan compleja.

Para apartar de sus pensamientos estos asuntos, Nismile decidió reanudar su arte. Un día anormalmente claro y soleado partió con Sarise hacia la roca de las suculentas plantas rojas, con un lienzo blanco bajo el brazo. Ella le observó, fascinada, mientras se preparaba.

—¿Haces el cuadro únicamente con la mente? —le preguntó.

—Únicamente. Preparo la escena en mi alma, transformo, arreglo, y luego… ya lo verás.

—¿No te importa que mire? ¿No lo estropearé?

—Claro que no.

—Pero si la mente de otra persona se mete en el cuadro…

—Imposible. Los lienzos están adaptados a mí. Nismile observó con un ojo cerrado, formó cuadrados con los dedos, se movió unos centímetros a uno y otro lado. Tenía la garganta seca y le temblaban las manos. Habían transcurrido muchos años desde el último cuadro. ¿Habría conservado su talento? ¿Y la técnica? Dispuso el lienzo del modo más conveniente y efectuó mentalmente el contacto preliminar. El paisaje era excelente, vívido, original; los contrastes de color, notables; los rasgos de la composición, fascinantes. La enorme roca, las raras y carnosas plantas rojas con minúsculas brácteas florales de color amarillo en las puntas, la luz salpicada de las sombras de la vegetación… Sí, sí, daría resultado, serviría con creces como el vehículo que permitiría al artista transmitir la textura de esa densa y enmarañada jungla, de ese lugar de formas variables…

Nismile cerró los ojos. Entró en trance. Lanzó la imagen al lienzo.

Sarise emitió un apagado grito de sorpresa.

Nismile notó que sudaba por todas partes. Se tambaleó, jadeó. Al cabo de unos instantes se recuperó y contempló el lienzo.

—¡Qué hermoso! —murmuró Sarise.

Pero Nismile se estremeció al ver cuadro. Vertiginosas diagonales… difusos colores jaspeados… Un cielo oscuro, de grasienta apariencia, con bruscos bucles suspendidos sobre el horizonte… totalmente distinto al paisaje que él intentaba plasmar y, un detalle mucho más preocupante, sin ningún parecido con la obra de Therion Nismile. Era un cuadro tétrico, angustioso, corrompido por impensadas discordancias.

—¿No te gusta? —preguntó Sarise.

—No es lo que tenía en mente.

—Aunque así sea… es hermoso conseguir que la imagen salga en el lienzo de esta forma… y es tan bonito…

—¿Piensas que es bonito?

—¡Sí, claro! ¿No estás de acuerdo?

Nismile la miró fijamente. ¿Este cuadro? ¿Bonito? ¿Estaba halagándole, desconocía los gustos de la época, o realmente admiraba el cuadro? Un cuadro extraño, atormentado, tenebroso y extraño…

Extraño…

—No te gusta —dijo Sarise, y esta vez no era una pregunta.

—No pintaba desde hace casi cuatro años. Quizá me hace falta ir poco a poco, volver a adquirir la destreza…

—He estropeado tu cuadro —dijo Sarise.

—¿Tú? No seas tonta.

—Mi mente se ha entrometido. Mi forma de ver las cosas.

—Ya te he explicado que los lienzos están adaptados únicamente a mí. Podría estar rodeado de mil personas y ninguna afectaría el cuadro.

—Pero es posible que te haya distraído, que haya desviado tus pensamientos.

—Es absurdo.

—Iré a dar un paseo. Pinta otra cosa mientras tanto.

—No, Sarise. Éste es espléndido. Cuanto más lo miro, más me complace. Vamos, volvamos a casa. Nadaremos un rato, comeremos duika y haremos el amor. ¿De acuerdo?

Nismile sacó el lienzo del caballete y lo enrolló. Pero la reacción de Sarise le había afectado más de lo que fingía. Algo muy extraño se había introducido en el cuadro, era indudable. ¿Y si Sarise lo había contaminado de algún modo? ¿Y si la oculta alma metamorfa de ella había proyectado su esencia sobre el espíritu del pintor, tiñendo los impulsos mentales de éste con un matiz no humano?

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