Robert Silverberg - El laberinto de Majipur

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El laberinto de Majipur: краткое содержание, описание и аннотация

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“Lord Valentine’s Castle” fue publicada fraccionada en dos volúmenes en esta colección, “El Castillo de Lord Valentine” y “El Laberinto de Majipur”, si bien el editor las presentó como dos novelas independientes.
El lector de “El castillo de Lord Valentine” dejó al protagonista convencido ya de su verdadera identidad: él era la Corona de Majipur aunque ni su cara ni su cuerpo fueran los que había tenido como tal.
Decidido a recobrar el trono, el aventajado aprendiz de malabarista debe llegar al Monte del Castillo, montaña gigantesca salpicada de ciudades inmensas en cuya cima reina el impostor Barjacid. Pero el camino hacia el Castillo es un laberinto plagado de peligros.
Valentine tendrá que convencer primero a su madre, La Dama de la Isla y del Sueño, y para ello deberá merecer ese honor, como cualquier peregrino que acude a la Isla, escalando Terraza tras Terraza.
Y antes de llegar al castillo, Valentine habrá de pasar por la prueba más peligrosa: el verdadero Laberinto de Majipur, un mundo subterráneo de tortuosas cavernas donde casi nadie ha visto el sol y donde reside el Pontífice rodeado de su impresionante burocracia.
Escenarios, personajes y monstruos fabulosos como los dragones marinos de hasta cien metros de longitud son los ingredientes principales de esta segunda parte de “El Castillo de Lord Valentine” al igual que lo eran en la primera, conformando eses mundo fantástico que tan merecida fama ha dado su creador, Robert Silverberg.

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—Nos superan en una proporción de veinte a uno —dijo Valentine—. Ese detalle me parece alentador. Qué lástima que no sean más… pero un ejército de ese tamaño es lo bastante pesado para no complicarnos la vida. —Señaló un punto del mapa que tenía ante él—. Están acampados aquí, en la llanura de Bombifale, y seguramente se dan cuenta de que marchamos directamente hacia esa llanura. Esperan que intentemos efectuar el ascenso por el paso de Peritole, al oeste de la llanura, y ése será el lugar más vigilado. Sí, nos dirigiremos al paso de Peritole. —Valentine escuchó el jadeo de asombro de Heitluig, y Ermanar le miró con repentina, dolorosa sorpresa. Sin inmutarse, Valentine añadió—: Y cuando ellos nos vean, enviarán refuerzos en esa dirección. En cuanto empiecen a desplazarse hacia el paso, les será difícil reagruparse y cambiar de dirección. Cuando se pongan en marcha, nosotros viraremos hacia la llanura, nos dirigiremos en línea recta hacia el corazón de su campamento, cruzaremos éste y seguiremos hasta la misma Bombifale. Por encima de Bombifale se halla la carretera de Morpin Alta, que nos conducirá al Castillo sin impedimentos. ¿Alguna pregunta?

—¿Y si un segundo ejército nos espera entre Bombifale y Morpin Alta? —dijo Ermanar.

—Vuelva a preguntármelo —replicó Valentine— cuando pasemos Bombifale. ¿Más preguntas? Miró alrededor. Nadie dijo nada.

—Muy bien. ¡Adelante, pues!

Otro día y el terreno se hizo más fértil: estaban entrando en el gran zócalo verde que rodeaba las Ciudades Interiores. Ya se hallaban en la zona de nubes, un lugar frío y húmedo donde el sol se veía, aunque sólo vagamente, a través de las serpenteantes franjas de niebla que jamás se disipaban. En esa región las plantas, que más abajo apenas llegaban a la rodilla de un hombre, se hacían gigantescas, con hojas que parecían fuentes y tallos similares a troncos de árboles, y todas emitían destellos al estar cubiertas por una capa de relucientes gotitas de agua.

El paisaje era abrupto, había cadenas montañosas de empinadas faldas que se alzaban escarpadamente en profundos valles, y carreteras que describían precarias curvas alrededor de feroces picos cónicos. Los posibles itinerarios eran escasos: al oeste se hallaban los Pináculos de Banglecode, una región de intransitables montañas con forma de colmillos que apenas había sido explorada; al este se encontraba la amplia y suave ladera de la llanura de Bombifale, y al frente, con muros de roca pura a ambos lados, la serie de gigantescos escalones naturales que recibían el nombre de paso de Peritole, donde aguardaban las tropas más selectas del usurpador… si Valentine no estaba totalmente equivocado en sus previsiones.

Sin prisa alguna, Valentine condujo sus fuerzas hacia el paso. Cuatro horas de avance, dos de descanso, otras cinco de marcha, acampada por la noche, tardía partida por la mañana. Con el vivificante aire del Monte del Castillo habría sido muy fácil viajar con mayor rapidez. Pero, sin duda alguna, el enemigo observaba el avance desde arriba, y Valentine deseaba que Barjazid tuviera mucho tiempo para observar y tomar las necesarias medidas.

El día siguiente Valentine aceleró la marcha de sus fuerzas, puesto que ya estaba a la vista el primero de los inmensos escalones del paso. Deliamber, tras proyectar su espíritu por arte de magia, regresó con la noticia de que el ejército defensor estaba realmente en posesión del paso, y que otras tropas de la llanura de Bombifale habían salido hacia el oeste para prestar su apoyo. Valentine sonrió.

—Falta muy poco. Están cayendo en la trampa.

Dos horas después del crepúsculo, Valentine dio la orden de acampar, en una agradable pradera situada junto a un arroyo fresco y bullicioso. Los vagones fueron dispuestos en formación defensiva, un grupo de forrajeadores salió a buscar juncos para encender hogueras, los furrieles distribuyeron la cena… y al llegar la noche empezó a circular por el campamento la orden de movilización para proseguir la marcha, dejando todas las hogueras encendidas y numerosos vagones en formación.

Valentine sintió que la excitación crecía atronadoramente en su interior. Vio un renovado fulgor en los ojos de Carabella, y notó que la vieja cicatriz de Sleet destacaba violentamente en la mejilla del malabarista mientras su corazón latía más y más deprisa. Y allí estaba Shanamir, que iba de un lado a otro, pero nunca alocadamente, haciendo frente a numerosas responsabilidades, grandes y pequeñas, con gran destreza, muy serio, cómico y admirable al mismo tiempo. Fueron horas inolvidables, horas de tensión debido al potencial de los grandes acontecimientos que estaban a punto de originarse.

—En tus viejos tiempos en el Monte —dijo Carabella— debiste estudiar profundamente el arte de la guerra, ya que has sido capaz de idear esta maniobra.

—¿El arte de la guerra? —dijo Valentine. Se rió—. Si en Majipur se conocía ese arte, quedó olvidado antes de cumplirse un siglo de la muerte de lord Stiamot. No sé ni una palabra de guerra, Carabella.

—¿Pero cómo…?

—Conjetura. Suerte. Un gigantesco tipo de malabarismo. Improviso sobre la marcha. —Hizo un guiño—. Pero no se lo digas a los demás. Que crean que su general es un genio, ¡y tal vez lo conviertan en genio!

En el cielo, velado por las nubes, no se veía estrella alguna y la luz de la luna era un insignificante fulgor rojizo. El ejército de Valentine avanzó por la ruta de la llanura de Bombifale usando esferas luminosas con el mínimo de intensidad, y Deliamber tomó asiento junto a Valentine y Ermanar y se sumió en profundo estado de trance, para que su espíritu pudiera errar por los alrededores en busca de barreras y obstáculos. Valentine permaneció en silencio, inmóvil, sintiendo una extraña calma. Un gigantesco tipo de malabarismo, ciertamente, pensó. Y tal como había hecho tantas veces con la compañía de Zalzan Kavol, Valentine avanzó hacia el tranquilo punto situado en el centro de su mente, porque desde allí podría procesar la información relativa a una configuración de hechos siempre variables, y podría hacerlo sin ser consciente, de forma abierta, del acto de procesar, de la información en sí, incluso en los mismos hechos. Todo se haría en el momento oportuno, con serena consciencia de la única sucesión de hechos realmente efectiva.

Faltaba una hora para el alba cuando llegaron al lugar donde la carretera giraba cuesta arriba hacia la entrada de la llanura. Valentine convocó de nuevo a los comandantes.

—Únicamente tres cosas —expuso—. Permanezcan en apretada formación. No maten a nadie si no es preciso. No dejen de avanzar.

Valentine dedicó a cada uno de los comandantes, uno por uno, una palabra, un apretón de manos, una sonrisa.

—Hoy comeremos en Bombifale —dijo—. ¡Y mañana por la noche cenaremos en el Castillo de lord Valentine, lo prometo!

10

Se acercaba el momento que Valentine temía desde hacía meses, el momento de conducir a la guerra a unos ciudadanos de Majipur contra otros ciudadanos de Majipur, el momento de arriesgar la sangre de sus compañeros de viaje contra la sangre de sus compañeros de juventud. Sin embargo, ante la inminencia de ese momento, Valentine se sentía firme y sosegado de espíritu.

En la grisácea luz del amanecer el ejército invasor avanzó hacia el borde de la llanura, y entre la niebla matutina Valentine vislumbró por primera vez las legiones que iban a presentarle batalla. Por todas partes había soldados, vehículos, monturas, mollitores… una confusa y caótica marea.

Las fuerzas de Valentine se colocaron en forma de cuña, los guerreros más bravos y decididos en los vagones de vanguardia de la falange, las tropas del duque de Heitluig formando el cuerpo central del ejército y los miles de pacíficos milicianos de Pendiwane, Makroprosopos y el resto de ciudadanos del Glayge constituyendo una retaguardia más notable por su volumen que por su bravura. Todas las razas de Majipur tenían representación en las fuerzas liberadoras: un pelotón de skandars, un destacamento de vroones, toda una horda de férvidos líis, numerosísimos yorts y gayrogs, incluso un reducido cuerpo de élite de susúheris. El mismo Valentine se situó en uno de los tres puntos frontales de la cuña, aunque no en el central: Ermanar estaba allí, preparado para soportar el peso de la contraofensiva del usurpador. El coche de Valentine ocupaba el flanco derecho, el de Asenhart el izquierdo, y las columnas de Sleet, Carabella, Zalzan Kavol y Lisamon iban inmediatamente detrás.

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