A pesar de que Aximaan prohibió a su familia comentar el experimento en el valle de Prestimion, fue imposible impedir que los demás campesinos tuvieran noticia del mismo. Difícilmente podían ocultarse las plantas de segunda generación con gruesos tallos que brotaban por todos los rincones de la plantación y, de un modo u otro, la noticia de lo que estaba haciendo Azimaan Threysz se propagó por el valle. Vecinos curiosos lograron ser invitados y contemplaron asombrados la nueva lusavándula.
Pero mostraron sus recelos.
—Plantas como ésas chuparán todo el alimento del suelo antes de dos o tres años —dijeron algunos—. Si ella sigue así, convertirá sus tierras en un desierto.
Otros pensaron que las semillas gigantes producirían comidas sin gusto o amargas. Algunos argumentaron que Aximaan Threysz casi siempre sabía lo que se hacía. Pero incluso éstos se alegraron de que fuera ella la pionera.
Al acabar el invierno Aximaan hizo la cosecha: semillas normales, que fueron enviadas al mercado como de costumbre, y semillas gigantes que fueron empaquetadas y guardadas para la siembra. La tercera cosecha sería la decisiva, puesto que parte de las semillas gigantes procedía de la clon pura y otra parte, la mayor seguramente, era un híbrido de lusavándula normal y acrecentada, y quedaba por ver qué clase de plantas producirían las simientes híbridas.
A finales del invierno llegó la época de sembrar el arroz, antes de que se presentaran las tormentas. Una vez hecho eso, los terrenos más altos y secos de la plantación acogieron las semillas de lusavándula. Y durante la primavera y el verano Aximaan observó el crecimiento de los gruesos tallos, vio abrirse las enormes flores y alargarse y oscurecerse las pesadas vainas. De vez en cuando abrió una de éstas y atisbo las semillas, verdes y blandas. Eran grandes, no había duda. Pero… ¿y la calidad? ¿Y si eran de mala calidad, o simplemente no tenían calidad? Aximaan había apostado la producción de todo un año por eso.
Bien, la respuesta llegaría muy pronto.
El Día Estelar llegaron noticias de que el delegado agrícola se hallaba cerca y llegaría a la plantación, según lo previsto, el Día Segundo. Pero con las mismas noticias llegaron nuevas extrañas e inquietantes: el delegado que acudía al valle no era Caliman Hayn sino alguien llamado Yerewain Noor. Aximaan no lograba entenderlo. Hayn era demasiado joven para haberse jubilado. Y le preocupaba verlo desaparecer justo cuando el experimento protoplástico se aproximaba a su fin.
Yerewain Noor resultó ser más joven incluso que Hayn, y fastidiosamente novato. Le faltó tiempo para explicar qué gran honor era conocer a Aximaan Threysz, con los floreos retóricos acostumbrados, pero la metamorfa le interrumpió. —¿Dónde está el otro hombre? —preguntó ella. Nadie parecía saberlo, dijo Noor. Comentó insatisfactoriamente que Hayn había partido sin previo aviso hacía tres meses, sin decir palabra y creando un caos administrativo inmenso en el resto del servicio.
—Todavía estamos haciendo conjeturas. Es evidente que Hayn estaba comprometido en numerosos estudios experimentales, pero no sabemos de qué tipo, con quién…
—Uno de esos experimentos tuvo lugar aquí —dijo con frialdad Aximaan—. Prueba de lusavándula acrecentada protoplásticamente.
Noor gruñó.
—¡Que el Divino se apiade de mí! ¿Con cuántos proyectillos personales de Hayn tengo que toparme todavía? Lusavándula acrecentada protoplásticamente… ¿es eso?
—Parece como si usted no hubiera oído jamás esos términos.
—Los conozco, sí. Pero no puedo decir que sepa mucho al respecto.
—Acompáñeme —repuso Aximaan.
Se alejaron por el borde de los arrozales, en los que el arroz se alzaba ya hasta la altura de la cadera, y entraron en los campos de lusavándula. El enfado aceleró los pasos de la metamorfa. El joven delegado agrícola tuvo que hacer grandes esfuerzos para no quedarse atrás. Mientras andaban Aximaan le habló del paquete de semillas gigantes que Hayn le había entregado, de la siembra de la nueva clon en sus tierras, del cruce con lusavándula normal, de la generación de híbridos que en ese momento empezaba a madurar. Al cabo de unos instantes llegaron a las primeras hileras de lusavándula. De pronto la metamorfa se detuvo, consternada, horrorizada.
—¡Que la Dama nos proteja! —exclamó.
—¿Qué ocurre?
—¡Mire! ¡Mire!
El sentido de la oportunidad que poseía Aximaan Threysz había fallado por primera vez. Inesperadamente la lusavándula híbrida había empezado a dar semilla, dos semanas o quizá más antes del día previsto. Sometidos al cruel sol estival, las grandes vainas habían empezado a partirse, a abrirse bruscamente emitiendo un sonido tan desagradable como el de un hueso al quebrarse. Todas las vainas, igual que si las hubieran hecho estallar, lanzaban sus enormes simientes en distintas direcciones casi con la fuerza de una bala. Las pepitas volaban diez o quince metros y desaparecían en el denso estiércol que cubría los campos anegados. No había forma de frenar el proceso: al cabo de una hora todas las vainas estarían abiertas y la cosecha se habría perdido.
Pero eso no era ni mucho menos lo peor.
De las vainas no sólo brotaban simientes sino también un polvillo oscuro que Aximaan conocía perfectamente. Se adentró alocadamente en los campos sin prestar atención a las simientes que chocaban con fuerza punzante contra su piel escamosa. Tras coger una vaina que aún seguía cerrada, Aximaan la abrió y una nube de polvo se alzó hacia su cara. Sí. Sí. ¡Roya de lusavándula! Una sola vaina contenía como mínimo un vaso de esporas y conforme vaina tras vaina iba cediendo al calor del día, las oscuras esporas que flotaban sobre los campos iban transformándose en una mancha bien visible en el aire, hasta que eran barridas por una brisa ligerísima.
Yerewain Noor también comprendía la situación.
—¡Llame a sus peones! —exclamó—. ¡Tiene que quemar todo esto!
—Demasiado tarde —dijo Aximaan en tono sepulcral—. Ya no hay esperanza. Demasiado tarde, demasiado tarde, demasiado tarde. ¿Qué puede frenar a las esporas ahora? —Sus terrenos estaban afectados sin remedio. Y dentro de una hora las esporas se esparcirían por todo el valle—. Es el fin para nosotros, ¿no se da cuenta?
—¡Pero la roya de lusavándula fue eliminada hace tiempo! —Dijo neciamente Noor.
Aximaan Threysz asintió. Lo recordaba muy bien: las hogueras, las rociadas, el cultivo de clones resistentes a la roya, la exclusión de cualquier planta que tuviera disposición genética a cobijar el hongo letal… Hacía setenta, ochenta, noventa años. ¡Cuánto se habían esforzado para librar al mundo de aquella plaga! Y allí estaba de nuevo, en aquellas plantas híbridas. Tan sólo esas plantas en Majipur entero, pensó la metamorfa, eran capaces de ofrecer un hogar a la roya de lusavándula. Sus plantas, cultivadas con tanto cariño, atendidas con tanta pericia. Con sus propias manos había hecho que la roya volviera al mundo, la había dejado libre para arruinar las cosechas de sus vecinos.
—¡Hayn! —bramó—. ¡Hayn! ¿Dónde estás? ¿Qué me has hecho?
Deseó la muerte, en ese mismo momento, allí mismo, antes de que ocurriera lo que tenía que ocurrir. Pero sabía que no iba a tener tanta suerte, puesto que una vida prolongada había sido su bendición y ahora era su maldición. El ruido de las vainas al reventar resonaba en sus oídos como las armas de un ejército lanzado al ataque violentamente por todo el valle. He vivido un año de más, pensó: el tiempo suficiente para ver el fin del mundo.
Hissune inició su trayecto descendente, sintiéndose ajado, sudoroso y aprensivo, cruzó pasadizos y pozos de ascensor que conocía desde que nació y pronto dejó atrás el mundo andrajoso del anillo más exterior. Descendió nivel tras nivel entre prodigios y maravillas que desde hacía años no había vuelto a mirar: la Mansión de las columnas, el Corredor de los Vientos, el Paraje de las Máscaras, la Mansión de las Pirámides, la Mansión de los Globos, la Arena, la Casa de los Archivos. Allí llegaban personas procedentes del Monte del Castillo, de Alaisor, de Stoien, incluso de la fabulosa Ni-moya, en el otro continente, la increíblemente lejana Ni-moya, y erraban aturdidas y estupefactas, desorientadas y admiradas por el ingenio que había ideado y construido esplendores arquitectónicos tan extraños y a tantos metros bajo la superficie. Pero para Hissune se trataba únicamente del Laberinto, triste y temible. Él no veía allí encanto o misterio: era simplemente su hogar.
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