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Robert Silverberg: Valentine Pontífice

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Robert Silverberg Valentine Pontífice

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento. El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice. “Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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Para Aximaan Threysz, la campesina más vieja y astuta del valle de Prestimion, esa cosecha representaba una excitación que hacía décadas no experimentaba. El experimento de desarrollo protoplástico que ella iniciara tres estaciones antes bajo la guía del delegado agrícola del gobierno estaba llegando a su culminación. En esa cosecha Aximaan había dedicado toda la plantación a la nueva especie de lusavándula: y allí estaban las vainas, ¡de tamaño doble que el normal, listas para ser arrancadas! Ningún otro campesino del valle se había aventurado a correr el riesgo, no hasta que Aximaan Threysz hubiera puesto en práctica el método. Y ya lo había hecho, pronto quedaría confirmado el éxito y todos llorarían, ¡oh, sí!, cuando ella se presentara en el mercado una semana antes que cualquiera con la cantidad acostumbrada de semillas.

Hundida en el barro junto al borde de la plantación, mientras apretaba los rebordes de sus dedos a las vainas más próximas e intentaba determinar el momento oportuno para la recolecta, vio que uno de los hijos de su primogénito se acercaba corriendo para darle una noticia.

—¡Padre quiere que te diga lo que acaba de oír en la ciudad! ¡El delegado agrícola salió de Mazadone y viene hacia aquí! Ya está en Helkaplod. Mañana llegará a Sijanil.

—Entonces estará en el valle el Día Segundo —repuso Aximaan—. Estupendo. ¡Perfecto! —Su lengua bífida se agitó—. Vete, hijo, vuelve con tu padre. Dile que el Día Marino celebraremos la fiesta en honor del delegado y que empezaremos la cosecha el Día Cuarto. Y quiero que toda la familia esté reunida en la casa dentro de media hora. ¡Venga, vete! ¡Corre!

La plantación pertenecía a la familia de Aximaan Threysz desde la época de lord Confalume. Ocupaba una zona en forma aproximadamente triangular que se extendía cerca de ocho kilómetros a lo largo de las orillas de la Corriente de Havilbove, se desviaba hacia el sudeste casi hasta los lindes de la Reserva del Bosque de Mazadone y describía curvas tortuosas que la llevaban de nuevo al río en el norte. En esa zona Aximaan Threysz era ama y señora y regía los destinos de sus cinco hijos, sus nueve hijas, sus incontables nietos y las más de veinte liis y vroones que trabajaban de peones para ella. Cuando Aximaan decía que era el momento de sembrar, todos salían y sembraban. Cuando Aximaan decía que era el momento de la cosecha, todos salían y cosechaban. En la casona situada junto a la arboleda de androdragmas, la comida se servía cuando Aximaan se sentaba a la mesa, fuera cual fuese la hora. Incluso el horario de reposo de la familia estaba sujeto a los mandatos de Aximaan; los gayrogs invernan, pero ella no podía consentir que la familia entera estuviera dormida a la misma hora. El hijo mayor sabía que él siempre debía estar en vela durante las seis primeras semanas del reposo invernal anual de su madre. La hija mayor tomaba el mando durante las otras seis semanas. Aximaan Threysz concedía horas de reposo al resto de miembros de la familia de acuerdo con su criterio sobre lo que convenía a las necesidades de la plantación. Nadie ponía reparos, nunca. Incluso en la época de su juventud (en años increíblemente lejanos, cuando Ossier era Pontífice y lord Tyeveras ocupaba el Castillo) Aximaan había sido la única a la que todos recurrían, hasta su padre, hasta su compañero, en momentos de crisis. Ella había vivido más que esos familiares, incluso más que algunos de sus descendientes, muchas Coronas habían pasado por el Monte del Castillo y a pesar de ello Aximaan Threysz seguía viviendo. Su piel escamosa y recia había perdido el lustre hasta adoptar un tono purpurino con el paso de los años, las serpientes carnosas inquietas que eran su cabello habían pasado del azabache al gris claro, sus ojos fríos y verdes se habían vuelto turbios y lechosos, pero pese a todo Aximaan no dejaba de ocuparse de las tareas rutinarias de la hacienda. Nada de valor podía cultivarse en aquel terreno aparte del arroz y la lusavándula, e incluso estos cultivos presentaban dificultades. Los temporales del norte remoto llegaban con facilidad a la provincia de Dulorn a través del gran túnel de la Fractura y, aunque la ciudad de Dulorn en sí se hallaba en zona seca, el territorio occidental, ampliamente regado y muy aprovechado, era fértil y rico. Pero la región del Valle de Prestimion, en el lado oriental de la Fractura, era un lugar por completo distinto, húmedo y pantanoso, con un suelo de espeso mantillo azulado. Sin embargo, si se elegía bien el momento, era posible plantar arroz al final del invierno, poco antes de los chaparrones de primavera, y sembrar lusavándula cuando acababa esta estación y también en las últimas semanas de otoño. Nadie en la región conocía el ritmo de las estaciones mejor que Aximaan Threysz y tan sólo los campesinos más imprudentes llevaban al campo las semillas antes de saber que ella había iniciado la siembra.

Pese a su carácter dominante, pese a prestigio y autoridad arrolladores, Aximaan poseía un rasgo que resultaba incomprensible a los pobladores del valle: respetaba al delegado agrícola provincial como si él fuera la fuente de toda sabiduría y ella la aprendiza menos capacitada. En dos o tres ocasiones por el año el delegado abandonaba la capital de la provincia, Mazadone, para hacer un recorrido de las marismas, y su primer alto en el valle era siempre la plantación de Aximaan Threysz. La gayrog le ofrecía alojamiento en la mansión, abría un barril de vino flamígero y otro de aguardiente de nika, ordenaba a sus nietos que fueran a la Corriente de Havilbove para cazar hiktiganos, los sabrosos animalillos que correteaban por las rocas de los rápidos, y hacía descongelar y asar con aromática leña de zuale una buena ración de filetes de bidlak. Y cuando acababa el festín, Aximaan se retiraba con el delegado y conversaba con él hasta bien entrada la noche temas tales como fertilizantes, injertos y maquinaria agrícola, mientras dos de sus hijas, Heynok, y Jarnok, tomaban nota hasta de la última palabra sentadas junto a su madre.

A todo el mundo le extrañaba que Aximaan Threysz, indudablemente más experta en el cultivo de lusavándula que cualquier persona, se preocupara tanto por lo que un insignificante funcionario pudiera explicarle. Pero su familia conocía el porqué.

—Tenemos nuestras costumbres y nos mantenemos fijos en ellas —solía decir Aximaan—. Hacemos lo que hemos hecho antes, porque nos ha dado resultado antes. Plantamos las semillas, atendemos las plantas, vigilamos la maduración, recogemos los frutos y después volvemos a empezar de la misma forma. Y si una cosecha no es peor que la anterior, opinamos que estamos haciéndolo bien. Pero fallamos en realidad si tan sólo igualamos lo hecho hasta entonces. Imposible quedarse parado, en este mundo: quedarse parado es hundirse en el barro.

Tal era el motivo de que Aximaan Threysz estuviera suscrita a las publicaciones sobre agricultura, enviara algún nieto a la universidad de vez en cuando y prestara mucha atención a lo que el delegado provincial tenía que decir. Y año tras año el método de cultivo de sus tierras sufría pequeños cambios, los sacos de semillas de lusavándula que Aximaan enviaba al mercado de Mazadone eran más numerosos que el año anterior y los relucientes granos de arroz formaban montones cada vez más altos en sus graneros. Siempre había una forma mejor de hacer las cosas y Aximaan Threysz se aseguraba de aprenderla.

—Nosotros somos Majipur —decía muchas veces—. Las grandes ciudades se asientan en cimientos de grano. Sin nosotros, Ni-moya, Pidruid, Khyntor y Piliplok serían yermos. Y las ciudades crecen año tras año, por lo que debemos trabajar cada vez más para alimentarlas, ¿no es cierto? No tenemos alternativa, se trata de la voluntad del Divino. ¿No es cierto?

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