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Robert Silverberg: Valentine Pontífice

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Robert Silverberg Valentine Pontífice

Valentine Pontífice: краткое содержание, описание и аннотация

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Lord Valentine, antes de asumir el cargo de Pontífice, debe afrontar las tareas de gobierno en una época de rebelión y enfrentarse al duro y pragmático Hissune, a fin de regir un planeta bruscamente turbulento. El conflicto de los dos hombres y su resolución constituye la esencia de este mosaico poblado de personajes, como los esquivos metamorfos de forma humanoide, que ponen a prueba al futuro Pontífice. “Valentine Pontífice” es el remate incitante y conmovedor de una fantasía brillantemente ejecutada.

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Suerte.

Salió a la plazuela polvorienta situada frente a su casa. Ante él se extendían las callejuelas tortuosas del barrio de la Corte de Guadeloom en el que había pasado toda su vida. Por encima de él se alzaban edificios decrépitos de miles de años de antigüedad, inclinados por el paso del tiempo, que formaban la empalizada fronteriza de su mundo. A causa de la luz blanca y chillona, excesivamente brillante y cuya intensidad eléctrica casi la hacía crujir (todo aquel anillo del Laberinto estaba inundado por la misma luz feroz, muy distinta al apacible sol verde y oro cuyos rayos jamás llegaban a la ciudad), de la mampostería grisácea y desconchada de los viejos edificios emanaba un cansancio terrible, una fatiga mineral. Hissune se preguntó si en alguna otra ocasión había reparado en la desolación, en el estado ruinoso de aquel lugar.

La plaza se encontraba atestada. Pocas personas de Corte de Guadeloom deseaban pasar la tarde enjauladas en viviendas oscuras y poco espaciosas y por ello la población acudía allí en tropel y se arremolinaba como en un paseo construido al azar. Cuando Hissune con su rutilante atavío se abrió paso entre la muchedumbre, tuvo la impresión de que las personas conocidas por él estaban allí lanzándole miradas de furia, contemplándole con ceño, burlándose de él, reprendiéndole. Vio a Vanimoon , que tenía exactamente la misma edad que él y al que en tiempos había considerado casi como un hermano, y a la esbelta hermanita del anterior con sus ojos almendrados, que ya había dejado de ser «hermanita», y a Heulan, y a los tres voluminosos hermanos de éste, y a Nikkilone, y al menudo Ghisnet con el semblante torcido, y al vroon con ojos que parecían cuentas que vendía raíces confitadas de ghumba, y a Confalume el ratero, y a las viejas hermanas de raza gayrog que en realidad todo el mundo consideraba metamorfos, cosa que Hissune jamás había creído, y a fulano, y a mengano… Todos mirándole fijamente, todos preguntándole en silencio, ¿A qué vienen estos aires, Hissune, por qué tanta pompa, por qué tanto esplendor?

Cruzó la plaza muy nervioso, tristemente sabedor de que el banquete debía estar a punto de comenzar y de que le quedaba un largo trecho descendente que recorrer. Y todas las personas que conocía le impedían el paso, le miraban con fijeza.

—¿Adónde vas, Hissune? —Vanimoon fue el primero que le gritó—. ¿A un baile de disfraces?

—¡Va a la Isla, a jugar a bolos con la Dama.

—¡No, va a cazar dragones con el Pontífice!

—Dejadme pasar —dijo tranquilamente Hissune, puesto que la gente estaba ya muy cerca de él.

—¡Dejadle pasar! ¡Dejadle pasar! —respondieron alegremente, todos a coro, pero nadie se apartó.

—¿De dónde has sacado esa ropa tan fina, Hissune? —preguntó Ghisnet.

—La ha alquilado —dijo Heulan.

—La ha robado, querrás decir —replicó un hermano del anterior.

—¡Encontró un caballero borracho en un callejón y lo dejó en cueros!

—Apartaos de mi camino —dijo Hissune, conteniendo su genio con un esfuerzo ciertamente no pequeño—. Tengo algo importante que hacer.

—¡Algo importante! ¡Algo importante!

—¡El Pontífice le ha concedido audiencia!

—¡El Pontífice va a nombrar duque a Hissune!

—¡Duque Hissune! ¡Príncipe Hissune!

—¿Por qué no lord Hissune?

—¡Lord Hissune! ¡Lord Hissune!

Aquellas voces tenían un matiz desagradable. Diez o doce personas le rodearon y empujaron. El resentimiento y la envidia las dominaba en esos momentos. El flamante atavío de Hissune, la cadena que pendía de su hombro, la hombrera, las botas, la capa… un exceso para ellos, una forma arrogante de acentuar la brecha que se había abierto entre el joven y los demás. Un instante más y le despojarían de la túnica, le arrancarían la cadena de un tirón. Hissune experimentó la llegada del pánico. Era absurdo tratar de razonar con una chusma, y más absurdo todavía intentar abrirse paso por la fuerza. Y naturalmente era inútil esperar que algún agente imperial estuviera haciendo su patrulla por un barrio como aquel. Hissune dependía de sí mismo.

Vanimoon, el más cercano, extendió una mano hacia el hombro de Hissune como si quisiera empujarle. Hissune se echó hacia atrás, aunque no antes de que el otro joven hubiera dejado una señal de suciedad en el tejido verde claro de su capa. De pronto una furia asombrosa brotó del interior de Hissune.

—¡No vuelvas a tocarme! —chilló mientras hacía con gestos coléricos el signo del dragón marino ante Vanimoon—. ¡No me toquéis ninguno!

Con risa burlona Vanimoon extendió su zarpa hacia él por segunda vez. Hissune le cogió rápidamente por la muñeca y se la apretó con fuerza aplastante.

—¡Hey! ¡Suelta! —gruñó Vanimoon.

Pero Hissune movió el brazo del otro hacia arriba y hacia atrás y se lo dobló violentamente. Hissune nunca había destacado como luchador, era demasiado menudo y frágil para ello, y prefería confiar en la rapidez y en el ingenio… pero podía ser bastante fuerte cuando el enojo le enardecía. En esos momentos notó violenta energía vibrando en su cuerpo.

—Si es preciso, Vanimoon —dijo en voz baja y tensa—, te lo partiré. No quiero que tú ni nadie me toque.

—¡Estás haciéndome daño!

—¿Mantendrás las manos quietas?

—El chico ni siquiera aguanta una broma… Hissune retorció el brazo de Vanimoon tanto como podía sin rompérselo.

—Te lo arrancaré si es preciso.

—Suel… ta…

—Lo haré si no te acercas.

—De acuerdo. ¡De acuerdo!

Hissune lo soltó y recobró el aliento. El corazón le latía con fuerza y su cuerpo estaba empapado de sudor: no se atrevía a imaginar su aspecto. Y además después de tantos manoseos por parte de Ailimoor.

Vanimoon, tras retroceder, se frotó la muñeca con aire taciturno.

—Teme que yo le manche su bonita ropa. No quiere verla manchada con la suciedad de la gente normal.

—Tienes razón. Ahora apártate de mi camino. Se me estás haciendo tarde.

—Vas al banquete de la Corona, supongo.

—Exacto. Llego tarde al banquete de la Corona.

Vanimoon y los demás quedaron boquiabiertos, con expresiones que oscilaban entre la burla y la admiración. Hissune se abrió paso a empujones y salió de la plaza a grandes zancadas.

La noche, pensó, había tenido un principio muy malo.

3

Un día, bien entrado el verano, cuando el sol pendía casi inmóvil sobre el Monte del Castillo, la Corona lord Valentine partió a caballo gozosamente del castillo.

Salió solo, sin tan siquiera llevar con él a su consorte, lady Carabella. Los miembros del consejo se oponían enérgicamente a que la Corona fuera a cualquier sitio sin protección, incluso en el interior del castillo, y toleraban aún menos que se aventurara a salir por los amplios alrededores del dominio real. Siempre que se planteaba el problema, Elidath descargaba el puño sobre su otra mano, Tunigorn se erguía al máximo como preparado a impedir con su cuerpo la marcha de Valentine y el menudo Sleet enrojecía de furia y recordaba a la Corona que sus enemigos habían logrado destronarle una vez y podían lograrlo de nuevo.

—¡Ah, no hay duda de que estoy seguro en cualquier parte del Monte del Castillo! —insistía Valentine.

Pero sus amigos siempre se habían salido con la suya, hasta ese día. La seguridad de la Corona de Majipur, aseguraban, tenía importancia capital. Y siempre que lord Valentine salía a caballo, Elidath o Tunigorn o incluso Stasilaine cabalgaban detrás de él, como habían hecho desde niños, y media docena de miembros de la guardia de la Corona acechaba a respetuosa distancia.

Esa vez, empero, Valentine logró eludirlos a todos. No estaba seguro de cómo lo había conseguido. Cuando la necesidad abrumadora de cabalgar surgió a media mañana, Valentine se dirigió a los establos del ala meridional, ensilló su montura sin ayuda del mozo, cruzó los adoquines de porcelana verde de una Plaza Dizimaule extrañamente desierta, pasó rápidamente bajo el gran arco y se adentró en los bellos campos que flanqueaban la Gran Carretera de Calintane. Nadie le cerró el paso. Nadie le gritó. Como si alguna hechicería le hubiera hecho invisible.

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