George Martin - Choque de Reyes

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Choque de Reyes: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cometa del color de la sangre hiende el cielo cargado de malos augurios. Y hay razones sobradas para pensar así: los Siete Reinos se ven sacudidos por las luchas intestinas entre los nobles por la sucesión al Trono de Hierro. En la otra orilla del océano, la princesa Daenerys Targaryen conduce a su pueblo de jinetes salvajes a través del desierto. Y en los páramos helados del Norte, más allá del Muro, un ejército implacable avanza impune hacia un territorio asolado por el caos y las guerras fraticidas.
George R.R. Martin, con pulso firme y enérgico, nos deleita con un brillante despliegue de personajes, engranando una trama rica, densa y sorprendente. Nos vuelve testigos de luchas fraticidas, intrigas y traiciones palaciegas en una tierra maldita por la guerra, donde fuerzas ocultas se alzan de nuevo y acechan para reinar en las noches del largo invierno que se avecina.

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—No me debéis nada, Alteza. Me llaman Arstan, aunque durante el viaje que nos ha traído aquí, Belwas ha empezado a llamarme Barbablanca.

Aunque Jhogo lo había soltado, el anciano seguía con una rodilla en tierra. Aggo cogió el cayado, le dio la vuelta, masculló una maldición en dothraki, raspó los restos de la manticora contra una piedra y se lo devolvió.

—¿Y quién es Belwas? —preguntó ella.

—Yo soy Belwas. —El corpulento eunuco de piel morena se adelantó al tiempo que envainaba el arakh —. Belwas el Fuerte me llaman en los reñideros de Meereen. No he sido derrotado jamás. —Se dio una palmada en la barriga cubierta de cicatrices—. Dejo que todos los hombres me hieran una vez antes de matarlos. Contad las heridas y sabréis a cuántos ha matado Belwas el Fuerte.

—¿Y qué haces aquí, Belwas el Fuerte? —A Dany no le hizo falta contar las cicatrices, a simple vista se veía que eran muchas.

—De Meereen me vendieron a Qohor y de allí a Pentos, al hombre gordo del pelo con hedor dulce. Él fue el que envió a Belwas el Fuerte a cruzar el mar, con el viejo Barbablanca para servirlo.

«El hombre gordo del pelo con hedor dulce…»

—¿Illyrio? —preguntó—. ¿Os envía el magíster Illyrio?

—Así es, Alteza —respondió el anciano Barbablanca—. El magíster os ruega que lo perdonéis por enviarnos a nosotros en su lugar, pero ya no puede montar a caballo como cuando era joven, y los viajes por mar le alteran la digestión. —Antes había hablado en el valyrio de las Ciudades Libres, pero en aquel momento cambió a la lengua común—. Sentimos haberos alarmado. Para ser sinceros, no estábamos seguros, pensábamos que tendríais un aspecto más… más…

—¿Regio? —Dany se echó a reír. No llevaba ninguno de sus dragones, y su atuendo no era precisamente el propio de una reina—. Habláis bien la lengua común, Arstan. ¿Sois de Poniente?

—Así es. Nací en las Marcas de Dorne, Alteza. De niño serví como escudero para un caballero de la Casa de Lord Swann. —Sostenía el cayado muy recto junto a él, como si fuera una pica a la que le faltara un estandarte—. Ahora soy el escudero de Belwas.

—¿No sois un poco viejo para eso? —preguntó Ser Jorah, que se había abierto paso para situarse junto a Dany. Sujetaba con incomodidad la bandeja de bronce bajo el brazo. La cabeza de Belwas era muy dura, y la había abollado curvándola.

—No soy tan viejo como para no poder servir a mi señor, Lord Mormont.

—¿También me conocéis a mí?

—Os vi luchar en un par de ocasiones. En Lannisport estuvisteis a punto de desmontar al Matarreyes. Y también en Pyke. ¿No lo recordáis, Lord Mormont?

—Vuestro rostro me resulta familiar —contestó Ser Jorah frunciendo el ceño—, pero en Lannisport había cientos de hombres; y en Pyke, miles. Y no me llaméis lord, no tengo título de señor. La Isla del Oso me fue arrebatada. No soy más que un caballero…

—Un caballero de mi Guardia de la Reina. —Dany lo cogió del brazo—. Mi amigo leal y mi buen consejero. —Estudió el rostro de Arstan. Percibió en él una gran dignidad, una especie de fuerza tranquila que le gustó—. Levantaos, Arstan Barbablanca. Sed bienvenido, Belwas el Fuerte. A Ser Jorah ya lo conocéis. Ko Aggo y Ko Jhogo son mis jinetes de sangre. Cruzaron conmigo el desierto rojo, y vieron nacer a mis dragones.

—Chicos de los caballos. —Belwas mostró los dientes en una sonrisa—. Belwas ha matado muchos chicos de caballos en los reñideros. Caen tintineando cuando mueren.

—Nunca he matado a un moreno gordo —intervino Aggo echando mano del arakh —. Belwas será el primero.

—Envaina tu acero, sangre de mi sangre —dijo Dany—. Este hombre ha venido a servirme. Belwas, tendréis que mostrar respeto a mi pueblo, o dejaréis de estar a mi servicio antes de lo que os gustaría y con más cicatrices que al empezar.

La sonrisa mellada desapareció del rostro ancho del gigante, para dejar paso a una mueca ceñuda y confusa. No había muchos hombres que se atrevieran a amenazar a Belwas, y menos aún niñas que no abultaban ni la tercera parte que él. Dany le dirigió una sonrisa para suavizar la reprimenda.

—Bien, decidme, ¿qué quiere de mí el magíster Illyrio, para haceros venir desde Pentos?

—Quiere dragones —dijo Belwas en tono hosco—, y a la chica que los hace. Os quiere a vos.

—Belwas dice la verdad, Alteza —dijo Arstan—. Se nos ha pedido que os busquemos y os llevemos de vuelta a Pentos. Los Siete Reinos os necesitan. Robert el Usurpador ha muerto, y el reino se desangra. Cuando zarpamos de Pentos había cuatro reyes, y a ninguno se le podía pedir justicia.

El corazón de Dany se llenó de alegría, pero consiguió que no se le reflejara en el rostro.

—Tengo tres dragones —dijo—, y un khalasar de más de cien personas, con todas sus posesiones y caballos.

—No importa —tronó Belwas—. Los llevamos a todos. El hombre gordo alquila tres barcos para su reinecita de pelo de plata.

—Así es, Alteza —asintió Arstan Barbablanca—. La gran coca Saduleon está atracada al final del muelle, y las galeras Sol del verano y Travesura de Joso os esperan ancladas más allá de la escollera.

«Tres cabezas tiene el dragón», pensó Dany.

—Diré a mi pueblo que se disponga para partir de inmediato. Pero los barcos que me lleven a casa deberán tener otros nombres.

—Será como digáis —dijo Arstan—. ¿Qué nombres preferís?

Vhagar —respondió Daenerys—, Meraxes y Balerion . Pintad los nombres en los cascos, con letras doradas de un metro de alto, Arstan. Quiero que todos los que las vean sepan que los dragones han regresado.

ARYA

Habían bañado las cabezas en brea para ralentizar la putrefacción. Todas las mañanas, cuando iba al pozo a sacar agua fresca para la palangana de Roose Bolton, Arya tenía que pasar por debajo de ellas. Miraban hacia fuera, de manera que no les veía los rostros, pero le gustaba imaginar que una era la de Joffrey. Trató de imaginar cómo quedaría el bonito rostro de Joffrey una vez sumergido en brea.

«Si yo fuera un cuervo, bajaría volando y le arrancaría a picotazos esos labios gordos de idiota.»

A las cabezas no les faltaban admiradores. Los grajos carroñeros trazaban círculos sobre la torre de entrada entre graznidos roncos, se disputaban los ojos en las murallas, lanzándose picotazos unos a otros, y levantaban el vuelo cuando un centinela se acercaba por las almenas. En ocasiones los cuervos del maestre tomaban parte en el festín y bajaban de las pajareras batiendo las grandes alas negras. Cuando los cuervos se acercaban, los grajos se dispersaban, pero regresaban en cuanto los pájaros más grandes se iban.

«¿Se acordarán los cuervos del maestre Tothmure? —se preguntó Arya—. ¿Les dará pena que ya no esté? Cuando lo llaman con sus graznidos, ¿se preguntarán por qué no les responde?» Tal vez los muertos podían hablar con ellos, en un lenguaje secreto que los vivos no oían.

Tothmure fue condenado al hacha por enviar pájaros a Roca Casterly y a Desembarco del Rey la noche de la caída de Harrenhal, Lucan el armero por hacer armas para los Lannister, el ama Harra por decir a los criados de Lady Whent que les sirvieran, y el mayordomo por entregar a Lord Tywin las llaves de la cripta del tesoro. Al cocinero lo perdonaron (según algunos porque había preparado la sopa de comadreja), pero para la hermosa Pia y las otras mujeres que habían concedido sus favores a los soldados Lannister, se preparó una superficie de madera con unos tablones en el patio. Desnudas y rapadas, quedaron en medio junto al foso del oso, para que las usara todo hombre que quisiera.

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