George Martin - Choque de Reyes

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Choque de Reyes: краткое содержание, описание и аннотация

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Un cometa del color de la sangre hiende el cielo cargado de malos augurios. Y hay razones sobradas para pensar así: los Siete Reinos se ven sacudidos por las luchas intestinas entre los nobles por la sucesión al Trono de Hierro. En la otra orilla del océano, la princesa Daenerys Targaryen conduce a su pueblo de jinetes salvajes a través del desierto. Y en los páramos helados del Norte, más allá del Muro, un ejército implacable avanza impune hacia un territorio asolado por el caos y las guerras fraticidas.
George R.R. Martin, con pulso firme y enérgico, nos deleita con un brillante despliegue de personajes, engranando una trama rica, densa y sorprendente. Nos vuelve testigos de luchas fraticidas, intrigas y traiciones palaciegas en una tierra maldita por la guerra, donde fuerzas ocultas se alzan de nuevo y acechan para reinar en las noches del largo invierno que se avecina.

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Tres soldados de los Frey las estaban usando aquella mañana, cuando Arya se dirigía hacia el pozo. Trató de no mirar, pero no pudo evitar oír las risas de los hombres. Una vez lleno, el cubo pesaba mucho. Se estaba dando la vuelta para volver a la Torre de la Pira Real cuando el ama Amabel la agarró por un brazo. La sacudida hizo que parte del agua le salpicara las piernas.

—Lo has hecho adrede —chilló.

—¿Qué quieres? —Arya se retorció para intentar liberarse de su presa. Desde que le habían cortado la cabeza a Harra, Amabel estaba medio enloquecida.

—¿Ves eso? —Señaló hacia donde estaba Pia—. Cuando caiga este norteño, tú estarás en su lugar.

—Suéltame. —Se retorció de nuevo, pero Amabel apretó más los dedos.

—Él también caerá. Harrenhal acaba por hacerlos caer a todos. Lord Tywin ha ganado ya, pronto volverá con todo su poder, y entonces castigará a los que han sido desleales. ¡Y no creas que no se va a enterar de qué has hecho! —La vieja soltó una risotada—. Hasta yo cogeré turno contigo. Harra tenía una escoba vieja, te la estoy guardando. El palo está lleno de astillas…

Arya balanceó el cubo. El peso del agua hizo que se volcara, con lo que no dio a Amabel en la cabeza, como había sido su intención; de todos modos, al verse empapada, la mujer la soltó.

—¡No vuelvas a tocarme! —gritó Arya—. Te mato, ¡si me vuelves a tocar te mato!

—Te crees que con ese hombrecito sangrando encima de las tetas estás a salvo —dijo Amabel, empapada, clavándole un dedo flaco en el hombre desollado de la pechera de la túnica de Arya—. ¡Pues no! ¡Los Lannister vienen hacia aquí! Ya verás qué pasa cuando lleguen.

Tres cuartas partes del agua se habían derramado, de manera que Arya tuvo que volver al pozo.

«Si le digo a Lord Bolton qué me ha dicho, su cabeza estará ahí arriba, al lado de la de Harra, antes de que anochezca», pensó mientras volvía a subir el cubo. Pero no se lo diría.

En cierta ocasión, cuando sólo había la mitad de cabezas, Gendry había sorprendido a Arya contemplándolas.

—¿Qué, admirando tu obra? —le preguntó.

Estaba enfadado porque le caía bien Lucan, Arya lo sabía muy bien, aun así aquello no era justo.

—Es obra de Walton Patas de Acero —dijo a la defensiva—. Y de los Titiriteros y de Lord Bolton.

—¿Y quién nos ha puesto en sus manos? Tú y tu sopa de comadreja.

—Sólo era caldo caliente. —Arya le pegó un puñetazo en el brazo—. Además, tú también odiabas a Ser Amory.

—A éstos los odio más. Ser Amory luchaba por su señor, pero los Titiriteros son mercenarios y renegados. La mitad ni siquiera habla la lengua común. Al septon Utt le gustan los niños pequeños, Qyburn practica la magia negra, y tu amigo Mordedor se come a la gente.

Lo peor era que ni siquiera podía decirle que era mentira. La Compañía Audaz se encargaba de casi todo el forrajeo necesario para Harrenhal, y Roose Bolton le había encomendado la misión de acabar con los leales a los Lannister. Vargo Hoat la había dividido en cuatro grupos para visitar tantas aldeas como fuera posible. Él iba al mando del más numeroso, y encomendó los otros a sus mejores capitanes. Lo único que tenía que hacer era regresar a los lugares donde había estado antes bajo el estandarte de Lord Tywin y apoderarse de los que lo habían ayudado entonces. A muchos los habían comprado con plata Lannister, de modo que no era inusual que los Titiriteros regresaran con sacas de monedas, además de con cestas de cabezas.

—¡Un acertijo! —gritaba Shagwell alegremente—. Si la cabra de Lord Bolton se come a los hombres que alimentaron a la cabra de Lord Lannister, ¿cuántas cabras hay?

—Una —respondió Arya cuando se lo preguntó a ella.

—¡Mira qué tenemos aquí, una comadreja lista como una cabra! —dijo el bufón con una risita ahogada.

Rorge y Mordedor eran tan malos como el resto. Siempre que Lord Bolton comía con la guarnición, Arya los veía con los demás. Mordedor despedía un hedor terrible, a queso podrido, de manera que los de la Compañía Audaz lo obligaban a sentarse al final de la mesa, donde podía gruñir y sisear, y despedazar la carne con los dedos y los dientes. Siempre que Arya pasaba junto a él la olisqueaba, pero el que de verdad la hacía estremecerse era Rorge. Se sentaba cerca de Ursywck el Fiel, pero la niña sentía los ojos clavados en ella siempre que estaba allí, dedicada a sus tareas.

En ocasiones deseaba haberse marchado al otro lado del mar Angosto con Jaqen H’ghar. Aún conservaba aquella moneda de mierda que le había dado, un trozo de hierro pequeño, con todo el borde oxidado. En una cara había algo escrito, unas palabras raras que Arya no entendía. En el otro se veía la cabeza de un hombre, pero tan desgastada que no se distinguían los rasgos. «Dijo que tenía un gran valor, pero seguro que también eso era mentira, igual que su nombre y hasta su cara.» Aquello la enfureció tanto que tiró la moneda, pero una hora más tarde se arrepintió y fue a buscarla, aunque sabía que no valía nada.

Iba pensando en la moneda mientras cruzaba el Patio de la Piedra Fundida, luchando con el peso del agua en el cubo, cuando oyó una voz que la llamaba.

—¡Nan! ¡Deja ese cubo y ven a ayudarme!

Elmar Frey tenía su misma edad, y además era bajito. Había estado haciendo rodar un barril de arena por el suelo desigual del patio, y tenía el rostro congestionado por el esfuerzo. Arya fue a ayudarlo. Juntos empujaron el barril hasta el muro, luego de vuelta, y lo levantaron. La arena susurró al moverse por el interior mientras Elmar abría la tapa y sacaba una cota de malla.

—¿Te parece que ya está limpia? —Como escudero de Roose Bolton, su misión era tener su armadura siempre brillante.

—Tienes que sacudir la arena. Aún quedan manchas de óxido, ¿ves? —señaló—. Tendrás que hacerlo otra vez.

—Encárgate tú. —Elmar se mostraba muy simpático siempre que necesitaba ayuda, pero luego se acordaba de que era un escudero, mientras que ella no era más que una sirvienta. Le encantaba alardear de que era hijo del señor del Cruce, no un sobrino, un nieto ni un bastardo, sino un hijo legítimo, y que por eso se iba a casar con una princesa.

—Tengo que llevarle a mi señor agua para la palangana. —A Arya le importaba un rábano su princesa, y no le gustaba que le diera órdenes—. Está en su habitación, con las sanguijuelas puestas. No son las sanguijuelas normales, las negras, son esas blancas tan grandes.

Elmar tenía los ojos como platos. Las sanguijuelas le daban pavor, sobre todo las blancas, las que parecían gelatina hasta que se llenaban de sangre.

—Se me olvidaba, eres demasiado flaca para empujar un barril tan pesado.

—Y a mí se me olvidaba que tú eres idiota. —Arya volvió a coger el cubo—. ¿Por qué no te pones sanguijuelas tú también? En el Cuello hay unas que son tan grandes como cerdos. —Se dio media vuelta y lo dejó allí con el barril.

Cuando entró en el dormitorio del señor, había mucha gente. Allí estaban Qyburn y el severo Walton con cota de malla y canilleras, y también una docena de hombres de la familia Frey, todos hermanos, hermanastros y primos. Roose Bolton yacía en la cama, desnudo, con sanguijuelas en la cara interior de los brazos y los muslos, y por encima del pecho blancuzco; eran bichos alargados, translúcidos, que se iban tiñendo de un rosa brillante a medida que se alimentaban. Bolton les prestaba tan poca atención como a Arya.

—No podemos permitir que Lord Tywin nos atrape en Harrenhal —decía Ser Aenys Frey mientras Arya llenaba la palangana. Era un gigantón canoso, cargado de espaldas, con manos grandes y nudosas, que había llevado a Harrenhal desde el sur más de mil quinientas espadas de los Frey, pero a menudo parecía incapaz de hacerse obedecer por sus hermanos—. El castillo es tan grande que para defenderlo hace falta un ejército, y una vez rodeados no tendremos con qué alimentar a un ejército. Tampoco es posible acopiar provisiones suficientes. Los alrededores están arrasados, los lobos se pasean por los pueblos y toda la cosecha ha ardido o la han robado. Sólo tenemos lo que traen los forrajeadores, y si los Lannister les impiden salir antes de que cambie la luna estaremos comiendo ratas y suelas de calzado.

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