Gene Wolfe - La sombra del Torturador

Здесь есть возможность читать онлайн «Gene Wolfe - La sombra del Torturador» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Город: Barcelona, Год выпуска: 1989, ISBN: 1989, Издательство: Minotauro, Жанр: Фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La sombra del Torturador: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La sombra del Torturador»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

En un futuro tan distante que se parece al remoto pasado, el joven Severian estudia en la Ciudadela —de metal gris, refractario— los misterios del gremio de los torturadores, que han jurado torturar cuando el Autarca ordene torturar, o matar cuando él ordene matar.
Pero con la llegada de Thecla, una hermosa e inteligente mujer cuyas indiscreciones le han hecho perder su puesto de concubina en la Casa Absoluta, Severian desobedece las reglas, y la vida cambia para él. Espera ser ejecutado, pero en cambio es enviado a trabajar como simple verdugo en las vastas tierras de Thrax, la Ciudad de los Cuartos sin Ventanas. En el momento de la partida el maestro Palaemon le entrega la antigua espada de verdugo, Tenninus Est. Así armado, parte hacia las distantes puertas de la Ciudad, y encuentra en el camino a los gemelos Agia y Agiltis, que lo empujan a combatir en el Campo Sanguinario; a la troupe teatral del doctor Talos; a Calveros, un gigante monstruoso; a la encantadora Jolenta, y a Dorcas, una joven enigmática que aparece en la costa del Lago de los Pájaros, donde yacen los muertos. A manos de Severian pasa también una joya misteriosa, la Garra del Conciliador, cuyos poderes podrían llevarlo nada menos que al trono de la Casa Absoluta. Pero primero tendrá que viajar hacia el norte, hasta las puertas de la Ciudad Imperecedera.

La sombra del Torturador — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La sombra del Torturador», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

El segundo voluntario levantó el hacha y titubeó. El conductor era el que estaba más cerca: trazó un círculo para asestar un golpe certero hasta que estuvo a menos de un paso de donde yo me escondía. Mientras así preparaba el terreno, vi que Vodalus arrancaba el cuchillo clavado en la tierra y lo volvía hacia la garganta del conductor. El hacha se alzó para asestar el golpe; agarré el mango justo por debajo de la cabeza casi sin darme cuenta, y me encontré en seguida en la lucha, pateando, y después golpeando.

Súbitamente, todo había terminado. El voluntario cuya arma ensangrentada yo sostenía, había muerto. El conductor de los voluntarios se retorcía a nuestros pies. El hombre de la pica había desaparecido; la pica estaba tirada en el sendero. Vodalus recuperó una banda negra caída en la hierba y envainó en ella la espada.

—¿Quién eres?

—Severian. Soy un torturador. O, mejor dicho, soy un aprendiz de torturador, señor. De la Orden de los Buscadores de la Verdad y la Penitencia. —Tomé aliento.— Soy un Vodalarius. Uno de los miles de Vodalarii de cuya existencia no sabe usted nada. —Era una palabra que yo mismo apenas había escuchado.

—Ten. —Puso algo en la palma de mi mano: una pequeña moneda tan pulida que parecía engrasada. Me quedé apretándola junto a la tumba abierta y miré cómo el hombre se iba. La niebla lo devoró mucho antes de que llegara al borde, y unos instantes después un volador afilado como un dardo chilló en el aire.

El cuchillo, de algún modo, había caído del cuello del hombre muerto. Quizá él mismo se lo había quitado en la agonía. Cuando me incliné a recogerlo, descubrí que aún tenía la moneda en la mano. Me la metí en el bolsillo.

Creemos que inventamos los símbolos, pero en realidad ellos son los que nos inventan a nosotros; somos sus criaturas, conformados por sus contornos duros y definidos. Cuando los soldados juran, se les da una moneda, un asimi sellado con el perfil del Autarca. Aceptar esa moneda es aceptar los deberes y los trabajos especiales de la vida militar; desde ese momento son soldados, aunque no sepan nada del manejo de las armas. Yo sabía eso por entonces, pero es un profundo error creer que hay que saber esas cosas para que ellas influyan en nosotros; creerlo en verdad es creer en la más ínfima y supersticiosa especie de magia. Sólo el pretendido hechicero tiene fe en la eficacia del puro conocimiento; cualquiera que razone un poco sabe que las cosas actúan por sí mismas o no actúan en absoluto.

Así, pues, yo nada sabía, cuando dejé caer la moneda en mi bolsillo, de los dogmas del movimiento que conducía Vodalus, pero pronto los aprendí todos, porque estaban en el aire. Junto con él odié la Autarquía, aunque no tenía idea de qué podría reemplazarla. Junto con él desprecié a los exultantes que no se levantaban contra el Autarca y le cedían las hijas más bellas en concubinato ceremonial. Junto con él detesté a la gente por su falta de disciplina y de un objetivo común. De los valores que el maestro Malrubius (que fuera maestro de aprendices cuando yo era muchacho) había intentado enseñarme, y que el maestro Palaemon todavía intentaba inculcar, sólo acepté uno: lealtad al gremio. En esto no me equivocaba; era, tal como me había parecido, perfectamente factible servir a Vodalus y seguir siendo torturador. Fue de este modo que emprendí la larga jornada por la que fui retrocediendo hacia el trono.

II — Severian

La memoria me oprime. Habiendo sido criado entre los torturadores, nunca conocí a mis padres. Mis hermanos aprendices tampoco conocían a los suyos. A veces, pero sobre todo cuando el invierno se acerca, unos pobres desdichados vienen a suplicar a la Puerta del Cadáver, con la esperanza de ser admitidos en nuestro antiguo gremio. A menudo entretienen al hermano portero narrándole los tormentos que están dispuestos a infligir en pago de abrigo y comida; a veces traen animales como muestra de lo que hacen.

Se los rechaza a todos. Las tradiciones de nuestros días de gloria, anteriores a la degeneración actual, y a la anterior, y aun a la más anterior, una edad cuyo nombre apenas recuerdan hoy los eruditos, prohíben el reclutamiento de esa gente. Aun en el tiempo del que escribo, cuando el gremio había quedado reducido a dos maestros y menos de una veintena de oficiales, se respetaban esas tradiciones.

Desde niño lo recuerdo todo. Lo primero es haber apilado piedras en el Patio Viejo. Se encuentra al sur y al este del Torreón de las Brujas, y está separado del Patio Grande. El muro que nuestro gremio tenía que ayudar a defender estaba en ruinas ya entonces, con una gran abertura entre la Torre Roja y la del Oso, por cuyas derrumbadas placas de metal refractario solía yo trepar para mirar desde lo alto la necrópolis que desciende por ese lado de la colina.

Cuando fui mayor, la necrópolis se convirtió en mi campo de juegos. Los senderos serpenteantes eran patrullados durante las horas del día, pero los centinelas se interesaban mucho más en las tumbas recientes del terreno más bajo, y sabiendo que éramos torturadores, rara vez se atrevían a expulsarnos de nuestros escondites en los bosquecillos de cipreses.

Se dice que nuestra necrópolis es la más antigua de Nessus. Eso es por cierto falso, pero el error mismo es testimonio de verdadera antigüedad, aunque los autarcas no eran sepultados allí, ni siquiera cuando la Ciudadela era una fortaleza, y las grandes familias — entonces como ahora— preferían disponer de sus muertos de largos miembros en bóvedas privadas. Pero los armígeros y los optimates de la ciudad preferían las cuestas más elevadas, cerca del muro de la Ciudadela; y los comunes, más pobres, yacían debajo hasta los últimos extremos de las tierras llanas, apretados contra las viviendas que llegaron a bordear el Gyoll, cuyas orillas ocupaban los alfareros. De niño rara vez iba solo hasta tan lejos; ni siquiera recorría la mitad del camino.

Éramos siempre tres: Drotte, Roche y yo. Más tarde intervino Eata, el mayor de los demás aprendices. Ninguno de nosotros había nacido entre los torturadores, pues nadie nace entre ellos. Se dice que en tiempos antiguos había en el gremio hombres y mujeres, y que tenían hijos e hijas que eran iniciados en los misterios, como se hace ahora entre los fabricantes de lámparas y los herreros y muchos otros. Pero Ymar el Casi Justo, al observar lo crueles que eran las mujeres, y cuan a menudo se excedían en los castigos que él había decretado, ordenó que ya no hubiera mujeres entre los torturadores.

Desde entonces nuestro número se mantiene sólo con los hijos de los que caen en nuestras manos. En nuestra Torre Matachina una cierta barra sale de un tabique a la altura de la ingle de un hombre. Los niños bastante pequeños como para mantenerse erguidos debajo de ella, son criados como propios; y cuando nos envían una mujer encinta, la abrimos, y si el bebé respira, y si se trata de un niño, contratamos una nodriza. Así ha sido desde los tiempos de Ymar, y esos días se han perdido en el olvido hace ya centenares de años.

De modo que ninguno de nosotros conoce a sus ancestros. Cualquiera de nosotros hubiera elegido un exultante, si pudiera, y es un hecho que nos entregan a muchas personas de alto linaje. Cuando éramos niños cada cual hacía sus conjeturas, e intentaba interrogar a los hermanos mayores entre los oficiales, aunque éstos se encerraban en su propia amargura y decían poco. En el año de que hablo, Eata, que se creía descendiente de esa familia, dibujó en el techo y sobre su camastro las armas de uno de los grandes clanes del Norte.

Yo, por mi parte, había adoptado como propio el emblema grabado en bronce sobre la entrada de cierto mausoleo. Era una fuente que se levantaba sobre las aguas con una nave volant, y debajo una rosa. La puerta había sido arrancada hacía mucho; en el suelo había dos ataúdes vacíos. Tres más, demasiado pesados para que yo pudiera moverlos y todavía intactos, aguardaban en los salientes a lo largo de una pared. Ni los ataúdes cerrados ni los abiertos eran el atractivo del lugar, aunque a veces yo me echaba a descansar en lo que quedaba del relleno de estos últimos. Lo que quizá más me atraía era la pequeñez del recinto, las gruesas paredes de mampostería y la estrecha y única ventana enrejada, junto con la puerta falsa (macizamente pesada) que estaba siempre abierta.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La sombra del Torturador»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La sombra del Torturador» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La sombra del Torturador»

Обсуждение, отзывы о книге «La sombra del Torturador» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x