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George Martin: Sueño del Fevre

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George Martin Sueño del Fevre
  • Название:
    Sueño del Fevre
  • Автор:
  • Издательство:
    Acervo
  • Жанр:
  • Год:
    1982
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-7002-357-8
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—¿Es usted mi nuevo massa, señor?—le preguntó ella, con un inglés sorprendentemente bueno.

—Tu capataz —respondió Sour Billy—. Esta noche conocerás a Julian. Cuando llegue la oscuridad —sonrió—. Le gustarás.

Tras esto, Sour Billy le ordenó que permaneciera callada, y continuaron el camino. Como la muchacha iba a pie, avanzaba con lentitud y ya casi era de noche cuando alcanzaron la plantación de Julian. El camino bordeaba el embarcadero y zigzagueaba entre un espeso bosque en el que los árboles estaban cubiertos de musgo español. Rodearon un enorme y estéril roble y salieron a los campos teñidos de rojo por las últimas luces del sol, que se extendían descuidados y llenos de maleza desde la orilla del agua hasta la casa. Había un muelle viejo y un almacén de leña para los vapores que recorrían el río y, detrás de la mansión, se divisaba una hilera de cabañas para los esclavos. Pero no había esclavos, y los campos no habían sido labrados desde hacía años. La casa no era grande como solían serlo las pertenecientes a las plantaciones ni particularmente bella; era una vulgar estructura cuadrada de madera, cuya capa de pintura exterior empezaba a cuartearse. Lo único que destacaba en ella era una alta torre rodeada por un balcón.

—Ya estamos en casa —dijo Sour Billy.

La muchacha preguntó si la plantación tenía algún nombre.

—Lo tenía hace años —dijo Sour Billy—, cuando el propietario era Garoux. Pero enfermó y murió, junto con todos sus agradables hijos, y ya no tiene nombre. Ahora, cierra la boca y date prisa.

La condujo a la parte trasera, a su propia entrada, y abrió el candado con una llave que llevaba pendiente del cuello con una cadena. Sour Billy tenía tres habitaciones para él, en la parte de la casa destinada a los sirvientes. Empujó a Emily hacia el dormitorio.

—Quítate esas ropas —le ordenó. La muchacha le obedeció enseguida, pero se quedó mirándolo con ojos atemorizados.

—No me mires así —dijo él—. Tú eres de Julian y yo no voy a hacerte nada. Voy a calentar un poco de agua. En la cocina hay una bañera; lávate esa suciedad y vístete —abrió un armario de madera profusamente tallada y sacó un vestido largo de brocado, de color negro—. Toma, esto te servira.

La muchacha dio un respingo.

—No, no puedo ponerme una cosa así. Es un vestido de señora blanca.

—Cierra la boca y haz lo que te he dicho —replicó Sour Billy—. Julian te quiere hermosa, muchacha.

Tras esto, dejó a solas a la muchacha y se encaminó a la parte principal de la casa.

Encontró a Julian en la biblioteca, tranquilamente sentado en un gran sillón de cuero, con una copa de coñac en la mano, a oscuras. A su alrededor, cubiertos de polvo, se adivinaban los libros que habían pertenecido al viejo René Garoux y a sus hijos. Llevaban años sin que nadie los tocara. Julian Damon no era aficionado a la lectura.

Sour Billy entró y permaneció en pie a una respetuosa distancia, en silencio hasta que Julian habló.

—¿Y bien?—preguntó al fin la voz desde la oscuridad.

—Cuatro mil —dijo Sour Billy—, pero le gustará. Amable, joven y hermosa, verdaderamente hermosa.

—Los demás llegarán pronto. Alain y Jean ya están aquí, los muy estúpidos. Tienen sed. Tráela a la sala de baile cuando esté lista.

—Así lo haré —respondió Sour Billy rápidamente—. Ha habido algunos problemas en la subasta, señor.

—¿Problemas?

—Un tahur criollo llamado Montreuil. La quería también y no le gustó que se la quitara. Creo que es posible que él sienta curiosidad. Es un jugador, se le ve mucho en los salones de juego. ¿Quiere que me cuide de él una noche de éstas?

—Háblame de él —ordenó Julian. Su voz era líquida, blanda, profunda y sensual, rica como una copa de buen coñac.

—Es joven, de tez morena, ojos negros y cabello oscuro. Alto. Tiene fama de duelista. Duro, fuerte y atlético, pero de rostro agradable, como todos ellos.

—Lo veré —dijo Damon Julian.

—Sí, señor —asintió Sour Billy Tipton. Se volvió y se dirigió a la parte posterior d la casa, a sus habitaciones.

Emily estaba transformada dentro del traje de brocado. La esclava y la niña se habían desvanecido a la vez; bañada y vestida adecuadamente, se había convertido en una mujer de belleza oscura, casi etérea. Sour Billy la examinó meticulosamente.

—Resultarás —comentó—. Vamos, te espera un baile.

La sala de baile era la cámara más grande y lujosa de la casa. Tres enormes arañas de cristal tallado con cientos de pequeñas velas la iluminaban. Escenas de río en óleos magníficos colgaban de las paredes y los suelos eran de madera bellamente pulida. A un extremo de la sala, una amplia puerta doble se abría a un vestíbulo; al otro extremo, se iniciaba una gran escalinata que se dividía en dos. Las barandillas relucían.

Los invitados aguardaban ya cuando Sour Billy llegó con la muchacha.

Eran nueve personas, incluido Julian; seis hombres y tres mujeres, ellos con trajes oscuros de corte europeo y ellas con vestidos de pálidas sedas. Excepto Julian, los demás aguardaban en la escalinata, quietos y en silencio, respetuosamente. Sour Billy los conocía a todos: la pálida mujer a quien llamaban Adrienne y Synthia, y Valerie, el apuesto y moreno Raymond, con su cara de niño, Kurt, cuyos ojos ardían como brasas encendidas, y todos los otros. Uno de ellos, Jean, temblaba levemente mientras aguardaba, con los dientes blancos y largos asomándole entre los labios y ligeros espasmos en las manos. Sentía una sed furiosa, pero no se movió. Esperaba a Damon Julian. Todos esperaban a Damon Julian.

Julian cruzó la sala de baile hasta llegar a su nueva esclava, Emily. Se acercó con la gracia majestuosa de un gato, de un caballero, de un rey. Se movía como una sombra fluctuante, líquida e inevitable. Era un hombre oscuro, a pesar de que su piel era muy pálida; su cabello era negro y rizado, sus ropas sombrías, sus ojos tenían un brillo de pedernal.

Se detuvo ante la muchacha y sonrió. Su sonrisa era elegante y sofisticada.

—Exquisita —dijo simplemente.

Emily se sonrojó y empezó a tartamudear.

—Cállate —la interrumpió Sour Billy—. No hables a menos que el señor te lo diga.

Julian pasó un dedo por la mejilla oscura y suave de la muchacha y ésta tembló e intentó permanecer quieta. El le acarició lánguidamente el cabello, la tomó por la cabeza y le hizo fijar los ojos en los suyos. Emily los apartó y dio un grito, alarmada, pero Julian le asió el rostro entre ambas manos y le impidió que apartara la mirada.

—Adorable —dijo—. Eres muy hermosa, muchacha. Y nosotros apreciamos la belleza. Todos nosotros.

Le soltó el rostro, tomó una mano de la muchacha entre las suyas, la alzó, le dio la vuelta y se inclinó para depositar un suave beso en la parte interior de su muñeca.

La esclava todavía temblaba, pero no se resistió. Julian la hizo volverse un poco y le tendió su brazo a Sour Billy Tripton.

—¿Quieres hacer los honores, Billy?

Sour Billy se colocó tras él y desenvainó un machete que llevaba oculto a la espalda. Emily abrió desmesuradamente los ojos, temerosa, e intentó retroceder, pero Billy ya la había asido con fuerza y actuaba con rapidez y precisión. La afilada hoja apenas se había hecho visible y ya estaba roja: un sencillo y diestro corte en la muñeca, allí donde Julian había posado sus labios. De la herida empezó a escapar sangre que cayó gota a gota en el suelo, resonando estruendosamente en el silencio de la gran sala.

Por un instante, la muchacha dejó escapar un quejido, pero, antes de que comprendiera bien lo que estaba sucediendo, Sour Billy había enfundado de nuevo el machete y Julian le había tomado la mano otra vez. El hombre alzó por segunda vez el brazo de la muchacha, inclinó los labios sobre la muñeca ensangrentada y comenzó a chupar.

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