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George Martin: Sueño del Fevre

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George Martin Sueño del Fevre
  • Название:
    Sueño del Fevre
  • Автор:
  • Издательство:
    Acervo
  • Жанр:
  • Год:
    1982
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-7002-357-8
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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Uno de los subastadores dio unos golpes en la mesa de mármol con el mazo y al momento los clientes cesaron de conversar y centraron su atención en él. Hizo una seña y una mujer joven, de unos veinte años, subió insegura al cercano cuévano. Era una casi cuarterona, de ojos grandes, y tenía una cierta belleza. Llevaba un vestido de percal y lazos verdes en el pelo. El subastador empezó a cantar sus elogios efusivamente. Sour Billy observaba con desinterés mientras dos jóvenes criollos pujaban por ella. Finalmente fue vendida por 1.400 dólares.

Después vino una anciana, presentada como buena cocinera, que no fue vendida; y después una joven madre con dos niños, que se vendían en grupo. Sour Billy aguardó unas cuantas ventas más. Eran las doce y cuarto y la Lonja estaba a rebosar de licitadores y espectadores cuando llegó el producto que estaba aguardando.

Se llamaba Emily, dijo el encanteur.

—¡Mírenla, señores! —parloteó en francés—, fíjense en ella. ¡Qué perfección! Hace años que no se vende aquí algo semejante, ¡años!, y pasarán muchos más hasta que vuelva a repetirse.

Sour Billy se sintió tentado de asentir. Emily tenía dieciséis o diecisiete años, juzgó, pero ya era toda una mujer. Parecía un poco atemorizada por la subasta, pero la oscura simplicidad de sus vestidos realzaba su figura y tenía un rostro hermoso, de ojos grandes y dulces y bella piel de color café con leche. A Julian le gustaría.

La puja se animó. A los plantadores no les era de utilidad una chica tan hermosa, pero seis o siete de los criollos mostraron su entusiasmo. Sin duda, los otros esclavos le habían dado a Emily alguna idea respecto a lo que podía suponer para ella ser vendida. Era lo suficientemente hermosa para obtener, con el tiempo, la emancipación y convertirse en la amante de uno de aquellos elegantes criollos que la mantuviera en alguna casita de la calle Rampant, al menos hasta que él se casara. Acudiría a los bailes de cuarteronas de la sala de baile Orleans, con trajes de seda y lazos, y sería causa de más de un duelo. Sus hijas tendrían la piel aún más clara, y crecerían en una vida igualmente refinada. Quizá, cuando ya fuera anciana, aprendería a arreglar el cabello o se encargaría de una pensión. Sour Billy tomó un trago de su copa, con el rostro helado.

La puja subió. Al llegar a los dos mil sólo quedaban tres licitadores. En aquel punto, uno de ellos, moreno y calvo, pidió que la desnudaran. El encanteur masculló una breve orden y Emily se quitó amargamente las ropas y las apartó. Alguien hizo un impúdico elogio que levantó una oleada de carcajadas entre el público. La muchacha sonrió levemente mientras el subastador reía y añadía un comentario de su cosecha. La puja se reanudó.

A los 2.500, el hombre calvo se retiró, una vez obtenida la vista que deseaba. Quedaban dos competidores, ambos criollos. Pujaron sucesivamente en tres ocasiones, forzando el precio hasta los 3.200. Entonces dudaron, y el subastador consiguió una última puja del más joven: 3.300 dólares.

—Tres mil cuatrocientos —dijo tranquilamente su oponente. Sour Billy lo reconoció. Era un joven esbelto llamado Mantreuil, notorio jugador y duelista.

El otro hombre movió la cabeza; la subasta había terminado. Montreuil sonreía a Emily con anticipada satisfacción. Sour Billy aguardó tres latidos del corazón, hasta que el mazo estuvo a punto de caer. Entonces, apartó el vaso de absenta y dijo:

—Tres mil setecientos.

Su voz sonó alta y clara.

El encanteur y la chica se volvieron a un tiempo, sorprendidos. Montreuil y varios de sus amigos dedicaron a Billy miradas amenazadoras.

—Tres mil ochocientos —respondió Montreuil.

—Cuatro mil —dijo Sour Billy.

Era un precio elevado, incluso para aquella belleza. Montreuil cuchicheó con dos hombres próximos a él y los tres se volvieron sobre sus talones de repente, abandonando la rotonda sin una palabra más. Sus pasos resonaron airados en el mármol.

—Me parece que he ganado la subasta —dijo Sour Billy—. Vístete y prepárate para marchar.—Todos los demás lo miraban.

—¡Naturalmente! —dijo el encanteur. Otro subastador se acercó a su mesa y, a golpe de mazo, presentó a la atención del público una nueva chica. La Lonja Francesa comenzó a zumbar otra vez.

Sour Billy Tipton condujo a Emily por el largo pasaje que iba desde la rotonda hasta la calle St. Louis, pasando ante todas las elegantes tiendas, bajo las miradas curiosas de los desocupados y adinerados paseantes. Al salir a la luz del día, parpadeando a consecuencia de la claridad, Sour Billy vio acercarse a Montreuil.

—Monsieur —empezó a decir éste.

—Hable inglés si quiere hablar conmigo —dijo Sour Billy en tono cortante—. Llámeme señor Tipton, Montreuil.

Sus largos dedos se crisparon y sus fríos ojos de hielo se fijaron en el criollo.

—Señor Tipton —dijo Montreuil en un inglés correcto, sin acento. Tenía el rostro ligeramente enrojecido. Detrás de él, sus dos acompañantes permanecían atentos—. Ya he perdido otras chicas antes, ésta es sorprendente, pero no me importa haberla perdido. Lo que me parece ofensivo es su manera de pujar, señor Tipton. Me ha dejado usted en ridículo ahí dentro, tirándome a la cara su victoria, y tomándome por tonto.

—Bien, bien —respondió Sour Billy—. Bien, bien.

—Juega usted un juego peligroso —le advirtió Montreuil—. ¿Sabe quién soy? Si fuera usted un caballero, le retaría inmediatamente, señor.

—Los duelos son ilegales, Montreuil —replicó Sour Billy—, ¿no lo sabía? Además, yo no soy un caballero.

Se volvió hacia la cuarterona, que estaba a unos pasos, junto a la pared del hotel, observando a los hombres.

—Ven —le dijo, al tiempo que bajaba de la acera. La muchacha siguió tras él.

—Ya me las pagará, monsieur —gritó Montreuil a sus espaldas.

Sour Billy no le prestó más atención y dobló la esquina. Caminó a buen paso, con una firmeza en el andar que no había mostrado en el interior de la Lonja Francesa. En las calles era donde Sour Billy se sentía como en su casa, donde había crecido, donde había aprendido a sobrevivir. La esclava Emily se apresuraba tras él como podía, tropezando con sus pies desnudos en los adoquines de la acera. En las calles del Vieux Carré se alineaban casas de ladrillo y estuco, cada una con su bello balcón de hierro forjado más anchos que las estrechas aceras. En cambio, las calzadas estaban sin pavimentar y las recientes lluvias las habían convertido en barrizales. A lo largo de las aceras habían abierto canales, los profundos fosos de los cipreses estaban llenos de agua estancada, olía a suciedad y a aguas de albañal.

Pasaron junto a limpias y pequeñas tiendas y junto a cárceles para esclavos de ventanas con gruesas rejas, dejaron atrás hoteles elegantes y antros llenos de humo y de negros emancipados de mirada hosca, atravesaron callejones estrechos y húmedos, y amplios jardines con sus pozos o sus fuentes, se cruzaron con altaneras damas criollas con sus acompañantes y carabinas, y pasaron frente a un grupo de esclavos huidos y vueltos a capturar que limpiaban las acequias encadenados y con collares de hierro bajo la vigilante atención de un blanco armado de un látigo. Al poco rato, dejaron atrás por fin el Barrio Francés y se adentraron en la parte americana de Nueva Orleans, más nueva y más vulgar. Sour Billy había dejado el caballo frente a una taberna. Montó en él y le dijo a la muchacha que caminara a su lado. Salieron de la ciudad en dirección sur y pronto abandonaron las rutas principales. Sólo se detuvieron una vez, durante poco tiempo, para dejar descansar el caballo de Sour Billy y comer un poco de pan y queso que llevaba en la alforja. El hombre dejó que la muchacha bebiera agua de un arroyo.

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