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George Martin: Sueño del Fevre

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George Martin Sueño del Fevre
  • Название:
    Sueño del Fevre
  • Автор:
  • Издательство:
    Acervo
  • Жанр:
  • Год:
    1982
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-7002-357-8
  • Рейтинг книги:
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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—¿Y bien?—urgió Marsh—. No ha contestado a mi pregunta.

Joshua York hizo una pausa y, por fin, dijo:

—Ha sido usted honrado conmigo, capitán Marsh. No responderé a su sinceridad con mentiras, como era mi intención. Pero tampoco le haré cargar con el peso de la verdad. Hay cosas que no puedo decirle, cosas que no le gustaría saber. Déjeme proponerle a usted los términos, bajo esta condición, y veamos si podemos llegar a un acuerdo. En caso contrario, nos despediremos amistosamente.

Marsh cortó la pechuga de su segundo pollo.

—Adelante —dijo—. No voy a marcharme.

York dejó los cubiertos en el plato y formó una torre con los dedos.

—Por ciertas razones, quiero ser dueño de un vapor. Quiero recorrer en toda su longitud este gran río, con comodidad e intimidad, no como pasajero sino como capitán. Tengo un sueño, un propósito. Busco amigos y aliados, y tengo enemigos, muchos enemigos. Los detalles no son de su interés. Si me intenta sonsacar, le contestaré con mentiras. No me presione —sus ojos se endurecieron un instante y volvieron a dulcificarse, mientras sonreía—. Lo único que le interesa saber es que quiero poseer y mandar un vapor, capitán. Como bien ha dicho, no soy un hombre del río. No sé nada de vapores ni del Mississippi, aparte de lo que he leído en unos cuantos libros y de lo que he aprendido durante las semanas que he pasado en San Luis. Evidentemente, necesito un socio, alguien que pueda llevar las operaciones cotidianas de mi barco, y que me deje en libertad para llevar a cabo mis proyectos.

»Ese socio debe tener también otras cualidades. Debe ser discreto, pues no quiero que mi conducta, que reconozco es un tanto peculiar, se convierta en objeto de chismorreo de taberna. Y debe ser de confianza, pues dejaré a su cargo todo el mantenimiento. Debe tener valor: no quiero a un débil, ni a un supersticioso; ni siquiera a un hombre demasiado religioso. ¿Es usted religioso, capitán?

—No —respondió éste—. Nunca me han interesado los vendedores de Biblias, ni yo a ellos.

—Pragmático —sonrió York—. Quiero un hombre pragmático. Quiero a alguien que se concentre en su parte del negocio y que no haga demasiadas preguntas. Valoro mi intimidad y, si a veces mis actos parecen extraños, arbitrarios o caprichosos, no quiero que se discutan. ¿Ha comprendido bien todos los requisitos?

Marsh se mesó la barba, pensativo.

—¿Y en caso de que así sea?

—Seremos socios —dijo York—. Deje a sus abogados y empleados la administración de la compañía. Usted viajará conmigo por el río. Yo seré el capitán y usted puede llamarse piloto, ayudante, co-capitán; lo que usted prefiera. El manejo real del barco se lo dejaré a usted. Mis órdenes serán infrecuentes pero, cuando decida darlas, deberá usted obedecerlas sin protestas. Tengo amigos que viajarán con nosotros, en camarotes, sin pagar nada. Quizás les otorgue posiciones dentro del barco, con las tareas que se me ocurra encomendarles. No cuestionará usted esas decisiones. Quizás a lo largo del río haga nuevos amigos y los lleve a bordo. Usted los acogerá. Si consigue cumplir todos estos términos, capitán Marsh, nos haremos ricos juntos y viajaremos por su río con toda tranquilidad y lujo.

Abner Marsh se echó a reír.

—Bueno, quizá usted lo crea, pero mi río no es así, y si piensa que vamos a viajar lujosamente en mi viejo Eli Reynolds , va a asustarse cuando suba a bordo. Ese barco es un viejo fardo con unos cuantos camarotes sin comodidades, y la mayor parte del tiempo está lleno de forasteros que toman un pasaje de cubierta para trasladarse de un lugar a otro. Yo llevo dos años sin pisarlo, pues el capitán Yoerger lo lleva por mí, pero la última vez que estuve en él olía bastante mal. Si quería usted lujo, hubiera debido optar entre el Eclipse y el John Simonds .

Joshua York tomó un sorbo de vino y sonrió.

—No tenía en mente el Eli Reynolds , capitán Marsh.

—Pues es el único barco que tengo.

—Venga —dijo York, dejando la copa de vino sobre la mesa—. Vayamos a mi habitación. Allí podremos charlar con más comodidad.

Marsh esbozó una tímida protesta, pues el Albergue de los Plantadores ofrecía una excelente carta de postres y no quería prescindir de ella. Sin embargo, York insistió.

La habitación era grande y bien decorada, la mejor que podía ofrecer el hotel, y habitualmente estaba reservada a los plantadores ricos de Nueva Orleans.

—Siéntese —dijo York con gesto imperioso, señalando un sillón grande y cómodo del salón.

Marsh tomó asiento mientras su anfitrión pasaba a una sala interior y regresaba momentos después con un cofrecillo de hierro. Lo dejó sobre una mesa y empezó a accionar la cerradura.

—Venga aquí —dijo, aunque Marsh ya se había levantado y se encontraba detrás de él. York abrió la tapa.

—Oro —murmuró Marsh en voz baja. Adelantó la mano y tocó las monedas, haciéndolas correr entre los dedos y recreándose en el tacto del blando metal amarillo, su brillo y su peso. Se llevó una moneda a los dientes y la probó—. Bastante puro —dijo, con admiración, devolviéndola a la caja.

—Diez mil dólares en monedas de oro de a veinte —dijo York—. Tengo dos cofrecillos más como éste, y cartas de crédito de bancos de Londres, Filadelfia y Roma, por cantidades considerablemente mayores. Acepte mi oferta, capitán Marsh, y tendrá un segundo barco, mucho mayor que su Eli Reynolds . O quizás debería decir tendremos… —añadió con una sonrisa.

Abner Marsh estaba decidido a rechazar la oferta de York. Necesitaba perentoriamente el dinero, pero era un hombre suspicaz, poco dado a los misterios, y York le exigía que confiara en él hasta un punto inaceptable. La oferta le había parecido demasiado buena; Marsh estaba seguro de que en algún sitio se ocultaba un peligro, y consideraba que saldría perdiendo si aceptaba. Sin embargo ahora, al ver el color de la riqueza de York, sentía debilitarse su decisión.

—¿Un barco nuevo, dice?—preguntó débilmente.

—En efecto —contestó York—. Ese es en definitiva el precio que estoy dispuesto a pagar por una participación igualitaria en su línea de transporte.

—¿Cuanto…?—empezó a decir Marsh. Tenía los labios secos y se los humedeció nerviosamente—. ¿ Cuánto desea gastar para construir ese nuevo barco, señor York?

—¿Cuánto se precisaría?—preguntó tranquilamente éste.

Marsh tomó un puñado de monedas de oro y las dejó correr entre los dedos. Admiró su resplandor, pero sólo dijo:

—No debería llevar consigo una cantidad tan considerable, York. Hay maleantes que le matarían a usted por una sola de estas monedas.

—Puedo protegerme, capitán —dijo York. Marsh observó su mirada y le entró un escalofrío. Se apiadó del ladrón que intentara llevarse el oro de Joshua York.

—¿Le gustaría dar un paseo conmigo por el dique?

—No ha respondido a mi pregunta, capitán.

—Ya tendrá la respuesta. Antes, venga; tengo algo que quiero que vea.

—Muy bien —dijo York. Cerró la tapa del cofrecillo y el suave resplandor amarillo se difuminó en el salón, que de repente pareció más pequeño y apagado.

El aire de la noche era frío y húmedo. Por las calles oscuras y desiertas, el ruido de sus botas era notorio, y podía distinguirse la suave agilidad de los pasos de York de la pesada autoridad de los de Marsh. York llevaba un amplio abrigo de marino, en forma de capa, y un alto sombrero de copa que producía largas sombras a la luz de la media luna. Marsh miró hacia los oscuros callejones entre los desiertos almacenes e intentó presentar un aspecto de solidez, rudeza y fuerza capaz de ahuyentar a los maleantes.

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