Abner Marsh advirtió entonces que Joshua había tenido razón. Julian estaba loco, o peor que loco. Julian era ahora un fantasma, y el ser que vivía dentro de su cuerpo era cualquier cosa menos estúpido.
Y con todo, pensó Marsh con amargura, era aquél ser quien iba a vencer. Damon Julian podía morir, como las demás máscaras habían ido muriendo una tras otra a través de los largos siglos. En cambio, la bestia seguiría viva. Julian soñaba con descansar en las sombras, pero la bestia negra nunca moriría. Era lista, y paciente y fuerte.
Abner Marsh miró de nuevo hacia el fusil. Si pudiera alcanzarlo… Si todavía tuviera la fuerza y la rapidez que había gozado cuarenta años antes… Si Joshua pudiera atraer la atención de la bestia durante el tiempo suficiente… Pero la bestia no cedería. Marsh ya no era rápido ni fuerte y tenía un brazo roto que le dolía terriblemente. Nunca llegaría a ponerse en pie ni a coger el fusil a tiempo. Además, el cañón apuntaba en otra dirección, casi directamente a Joshua. Si hubiera apuntado al otro lado, quizá hubiera merecido la pena el riesgo. En tal caso, sólo habría tenido que lanzarse hacia el arma, alzarla rápidamente y tirar del gatillo. Pero tal como estaba, habría tenido que asir el arma y darle toda la vuelta para dispararle a aquella cosa que se hacía llamar Julian. No. Marsh sabía que sería inútil. La bestia era demasiado rápida.
Un gemido escapó de los labios de Joshua, un grito de dolor reprimido. Se llevó una mano a la frente, se inclinó hacia adelante y hundió el rostro entre las manos. Tenía la piel ya bastante castigada. No pasaría mucho tiempo antes de que la tuviera roja. Después, se tostaría, se pondría negra y quedaría quemada definitivamente. Abner Marsh notó cómo su socio perdía vitalidad. Marsh no podía imaginarse por que continuaba bajo aquel círculo de luz. Joshua tenía valor, no había duda de que lo tenía. De repente, Marsh no se pudo contener.
—Mátele —dijo en voz alta—. Joshua, salga de ahí y vaya a por él, maldita sea. No piense en mí.
Joshua York alzó la mirada y sonrió débilmente.
—No —fue su única palabra.
—Maldita sea, estúpido cabezota. ¡Haga lo que le digo! Yo soy un condenado viejo y mi vida ya no importa nada. ¡Joshua, haga lo que le digo!
Joshua negó con la cabeza y volvió a cubrirse el rostro con las manos.
La bestia estaba mirando a Marsh de modo extraño, como si no pudiera comprender sus palabras, como si hubiera olvidado todas las lenguas que había conocido en su larga vida. Marsh observó sus ojos y le produjeron un escalofrío. Le dolía el brazo y las lágrimas estaban a punto de salir de sus ojos. Renegó y maldijo. Era mejor que llorar como una maldita mujer.
—Ha sido usted un condenado socio, Joshua. No voy a olvidarle mientras viva—. Volvió a gritar.
York sonrió. Hasta su sonrisa era una mueca de dolor. Joshua estaba debilitándose a ojos vista. La luz iba a matarle, y después Marsh se quedaría solo allí.
Quedaban horas y horas de sol, pero las horas pasarían. Caería la noche y Abner Marsh no podría hacer más para impedirlo de lo que podía hacer para alcanzar el fusil. El sol se pondría y las sombras se cernerían sobre el Sueño del Fevre , y la bestia sonreiría y se levantaría de su silla. Y por todo el salón se abrirían las puertas cuando los demás se despertaran y salieran, todos aquellos hijos de la noche, aquellos vampiros, aquellos hijos e hijas y esclavos de la bestia. Saldrían de detrás de los espejos rotos y de los óleos descoloridos, silenciosos, con sus frías sonrisas y sus blancos rostros y sus terribles ojos. Algunos eran amigos de Joshua y una incluso llevaba en su seno un hijo suyo, pero Marsh sabía con mortal certeza que aquello daría igual. Todos pertenecían a la bestia. Joshua poseía las palabras y la justicia y los sueños, pero la bestia tenía el poder y apelaría a las bestias que vivían en el fondo de cada uno de ellas, y provocaría la sed roja y doblegaría sus voluntades. La bestia no tenía sed ella misma, pero la recordaba.
Y cuando aquellas puertas se abrieran, Abner Marsh moriría. Damon Julian había hablado de conservarle con vida, pero la bestia no se sentiría obligada por las promesas estúpidas de Julian pues sabía lo peligroso que era Marsh. Hermoso o feo, Marsh sería su alimento aquella noche. Y Joshua moriría también o, aún peor, se convertiría en uno de ellos. Y su hijo al crecer sería otra bestia, y la matanza continuaría. La sed roja proseguiría implacable siglo tras siglo, y los ardientes sueños se convertirían en enfermedad y ruina.
¿Cómo podía acabar aquello de otra manera? La bestia era mayor que ellos, era una fuerza de la naturaleza. La bestia era como el río, eterna. No tenía dudas, ni pensamientos, ni sueños, ni proyectos. Joshua York quizá podía derrotar a Damon Julian, pero cuando cayera Julian aparecería la bestia, que yacía en él, altiva, implacable, poderosa. Joshua había drogado a su bestia, la había domesticado a su voluntad, así que sólo le quedaba su rostro humano para enfrentarse a la bestia que vivía en Julian. Y la humanidad no bastaba. No tenía ninguna esperanza de vencer.
Algo implícito en sus propios pensamientos inquietaba a Abner Marsh. Intentó determinar de qué se trataba, pero se le escapaba la idea. El brazo le dolía cada vez más. Deseó tener un poco de la pócima de Joshua. Sabía a diablos, pero Joshua le había dicho una vez que llevaba un poco de láudano, que le ayudaría a aliviar el dolor. Y el alcohol tampoco le iría mal.
El ángulo de la luz que caía por la claraboya destrozada había cambiado. Marsh pensó que ya había llegado la tarde, y que cada vez le quedaba menos tiempo. Ya sólo algunas horas más. Después, las puertas empezarían a abrirse. Observó a Julian y también miró el fusil. Se apretó el brazo como si así pudiera aminorar en algo su dolor. ¿ En qué diablos estaba pensando? ¿En que quería un poco de la maldita pócima de Joshua para el brazo roto…? No. Pensaba en la bestia, en cómo Julian no podría nunca vencerla, en que…
Volvió a mirar a Joshua, con los ojos semicerrados. El había derrotado a la bestia. Una vez, al menos una vez, la había vencido. ¿Por qué no iba a poder volver a hacerlo? ¿Por qué no? Marsh se sujetó el brazo, se movió ligeramente adelante y atrás e intentó olvidarse del dolor para pensar con más claridad. ¿Por qué no, por qué no?
Y entonces le llegó la inspiración, como siempre ocurre en estos casos. Quizá era un tipo lento de comprensión, pero con muy buena memoria. Empezó a ver claro. La pócima, pensó. Ahora recordaba cómo habían sucedido los hechos. El le había dado a beber hasta la última gota a Joshua cuando se desmayó bajo el sol, en la yola. La última gota le cayó en la bota y luego lanzó la botella al río. Joshua había abandonado la plantación Gray horas después y había tardado… ¿cuánto?… Días. Exacto, le había costado días regresar al Sueño del Fevre . Había estado corriendo, corriendo hacia aquellas malditas botellas, corriendo ante la sed roja. Entonces había encontrado el barco y todos aquellos muertos, y había empezado a liberar a los prisioneros encerrados en los camarotes y se había presentado Julian… Marsh recordaba las palabras del propio Joshua: “Yo le gritaba, le gritaba incoherentemente. Quería venganza. Quería matarle como nunca había deseado hacerlo con nadie, quería abrirle esa pálida garganta suya y probar su condenada sangre. Mi furia…”. No, pensó Marsh. No había sido sólo la furia, Joshua había sentido la sed. Joshua se había alterado tanto que nunca llegó a comprenderlo, pero estaba en el primer estadio de la sed roja. Seguramente, debió tomarse un vaso abundante de la pócima después de haber derrotado a Julian, de modo que nunca llegó a darse cuenta de lo que había sucedido, de por qué aquella vez había sido distinto.
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