George Martin - Sueño del Fevre

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Sueño del Fevre: краткое содержание, описание и аннотация

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Un magnífico barco “Sueño del Fevre”, está dispuesto a vencer a todos los aspirantes al título “Reina del Mississipi”. Es un sueño hecho realidad para su capitán Abner Marsh, una magnífica propiedad para el extraño Joshua York. Pero para este último es principalmente un medio contra su terrible enemigo Damon Julian, el maestro del último enclave de una vieja raza que emerge durante la noche y cuyo placer y necesidad se sacian con sangre humana. Sueño del Fevre es una novela de vampiros, especialmente interesante para los que creen que todo estaba dicho sobre el tema.

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—Siga luchando, querido capitán, y le romperé el otro brazo —escuchó decir a Julian con voz meliflua—. Quédese quieto.

—¡Apártate de él! —dijo Joshua. Marsh alzó los ojos y le vio en el salón, de pie, a unos siete metros de distancia.

—No pienso hacerlo —replicó Julian—. No te muevas querido Joshua. Si te acercas, le abriré la garganta al capitán Marsh antes de que hayas dado un paso. Quédate donde estás y no le haré nada, ¿entendido?

Marsh intentó moverse y se mordió los labios de angustia. Joshua siguió inmóvil con las manos abiertas como garras delante del cuerpo.

—Sí —le escuchó decir Marsh—. Comprendo.

Sus ojos parecían mortíferos, pero mostraban un asomo de indecisión. Marsh buscó con la mirada el fusil. Estaba a dos metros de él, totalmente fuera de su alcance.

—Bien —dijo Damon Julian—. Y ahora, ¿por qué no nos ponemos cómodos?

Marsh oyó cómo Julian acercaba una silla y se sentaba justo detrás de él.

—Yo me sentaré aquí, en la sombra. Tú, Joshua, siéntate bajo ese rayo de luz que el capitán ha tenido la amabilidad de introducir en el salón. Vamos, Joshua. Haz lo que digo, a menos que quiera ver cómo lo mato.

—Si lo haces, nada se interpondrá entre nosotros dos —dijo Joshua.

—Quizá esté dispuesto a correr ese riesgo —replicó Julian—. ¿Y tú?

Joshua miró pausadamente a su alrededor, asió una silla y se colocó debajo de la claraboya destrozada. Se sentó bajo el rayo de sol, a más de cinco metros de Julian y de Marsh.

—Quítate el sombrero, Joshua. Quiero verte la cara.

York hizo una mueca, se quitó el sombrero y lo hizo volar hacia las sombras.

—Bien —dijo Damon Julian—. Ahora podemos esperar juntos un buen rato, Joshua —se rió abiertamente—. Hasta que oscurezca…

CAPITULO TREINTA Y TRES

A bordo del vapor SUEÑO DEL FEVRE ,
mayo de 1870

Sour Billy abrió los ojos e intentó gritar, pero de sus labios no surgió sino un leve susurro. Inspiró y tragó sangre. Sour Billy había bebido la suficiente para reconocer el sabor. Sólo que en esta ocasión era la suya. Tosió y trató de conseguir un poco de aire. No se sentía nada bien. Todo el pecho le ardía y el lugar donde se encontraba caído estaba mojado de sangre, más sangre. “Ayuda”, susurró débilmente. Nadie le hubiera podido oír a más de un metro. Se estremeció y cerró los ojos otra vez, como si pudiera dormirse para hacer desaparecer así el dolor.

Sin embargo, el terrible dolor no desapareció. Sour Billy se quedó allí tendido durante un tiempo interminable, con los ojos cerrados, respirando angustiosamente con movimientos que sacudían su pecho y le hacían exhalar gritos mudos. No podía pensar salvo en la sangre que se le escapaba en el duro suelo que había bajo su cara y en el olor. A su alrededor había un hedor terrible. Por fin, Sour Billy lo reconoció. Había perdido el control y había defecado. No podía notarlo, pero sí olerlo. Empezó a llorar.

Por último, Sour Billy Tipton no pudo ya seguir llorando. Las lágrimas se habían secado, y el dolor aumentaba. El dolor era terrible. Intentó concentrarse en alguna otra cosa, en algo que no fuera dolor, para ver si de esta forma lo sentía menos. Poco a poco, la escena volvió a su memoria. Marsh y Joshua York, y el disparo a quemarropa. Habían llegado para hacer daño a Julian, recordó, y él había intentado detenerles. Sólo que esta vez no había sido lo bastante rápido. Intentó llamar otra vez a su amo. “¿Julian?”, dijo, un poco más alto que antes, pero todavía en voz demasiado queda.

No hubo respuesta. Sour Billy Tipton sollozó y abrió los ojos. Se había caído directamente desde la cubierta superior. Vio que estaba en el castillo de proa, y que era de día. Damon Julian no podría escucharle. Y aunque así fuera, hacía tanto sol y estaba tan alto en el cielo que Julian no vendría, no podría acercársele hasta que oscureciera. Y para entonces ya estaría muerto.

—Para la noche ya estaré muerto —dijo, aunque tan bajo que apenas pudo escucharse a sí mismo. Tosió y tragó más sangre—. Señor Julian… —insistió, débilmente.

Descansó un rato y pensó, o intentó hacerlo. Estaba lleno de agujeros. Su pecho debía ser carne abierta. Pensó que debería estar muerto. Marsh le había disparado desde muy cerca, y ahora debería estar muerto. Pero no lo estaba. Sour Billy se rió para sí. Sabía por qué no estaba muerto. Los tiros no podan acabar con él, pues ahora ya era casi uno de ellos. Era como Julian le había dicho. Sour Billy había notado que la transformación iba avanzando. Cada vez que se miraba al espejo creía verse un poco más pálido, con los ojos cada vez más parecidos a los de Julian. Se miraba y creía que quizá aquel año o el siguiente mejoraría su visión en la oscuridad. Y todo había sido obra de la sangre, estaba seguro. Si no fuera por la repugnancia que le producía, se habría atrevido a tomar aún más. A veces, la sangre le ponía realmente enfermo, le producía calambres abdominales y la vomitaba, pero él insistía, como Julian le había dicho, y cada día le hacía un poco más fuerte. A veces lo notaba y ahora todo aquello era la comprobación definitiva. Le habían disparado y se había caído desde una buena altura y no estaba muerto, no señor, no estaba muerto. Estaba curándose, igual que haría Damon Julian. Ya casi era uno de ellos. Sour Billy sonrió y pensó quedarse allí tendido hasta que estuviera curado. Después se levantaría y acabaría con aquel Abner Marsh. Se imaginaba lo asustado que se quedaría Marsh cuando le viera acercarse a él, después de las heridas que había recibido.

Si no le doliera tanto …Sour Billy se preguntó si a Julian también le había dolido así el día que aquel señorito de sobrecargo le había atravesado con su espada. El señor Julian le había dado una lección. Sour Billy también les dará una lección a varios. Pensó en ello un rato. Pensó en todo lo que iba a hacer. Recorrería Gallatin Street cuando le viniera en gana, y todos le tratarían con el mayor respeto, y conseguiría hermosas muchachas altas y rubias, damas criollas, en lugar de prostitutas de los salones de baile, y cuando terminara con ellas tomaría también su sangre para que nadie más pudiera poseerlas, y así no se reirían de él, no como las prostitutas que a veces se habían reído de él, durante los malos tiempos.

A Suor Billy le gustó mucho pensar en cómo iban a ir las cosas, pero al cabo de un rato —unos minutos, unas horas, ya no podía asegurarlo— le fue imposible continuar haciéndolo. En cambio, seguía pensando en el dolor, en lo mucho que le dolía cada vez que respiraba. Ya debería dolerle menos, pensaba, y sin embargo no era así. Y todavía seguía sangrando de mala manera, hasta el punto que empezaba a sentirse terriblemente mareado. Si estaba curándose, ¿cómo podía ser que aún sangrara? Sour Billy sintió miedo de repente. Quizá todavía no había llegado suficientemente lejos. Quizá después de todo no iba a curarse, a levantarse como nuevo y a acabar con Abner Marsh. Volvió a gritar “Julian”. Gritó con todas sus fuerzas. Julian podía terminar la transformación, podía hacerle mejor y más fuerte. Si conseguía llegar hasta Julian todo iría bien. Julian le daría un poco de sangre para fortalecerle, Julian se cuidaría de él. Sour Billy estaba seguro. ¿Qué podía hacer Julian sin él? Volvió a llamarle, gritando tan fuerte que el dolor de su garganta se hizo insoportable.

Nada, silencio. Escuchó con atención para saber si se acercaba alguien, Julian o alguno de los otros acudiendo en su ayuda. Nada, salvo… Prestó más atención. Sour Billy creyó percibir voces. ¡Y una de ellas era la de Damon Julian! ¡Podía oírle! Sintió un ligero alivio.

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