Bast acercó una butaca a la cama, se sentó y se quedó contemplando a su maestro y escuchándolo respirar. Luego estiró un brazo y le apartó el rebelde y rojo cabello de la cara, como haría una madre con su hijo dormido. Entonces, en voz baja, entonó una melodía cadenciosa y extraña, casi una nana:
Qué extraño ver la luz que alumbra
a los mortales apagarse día a día,
saber que sus brillantes almas son yesca
y que el viento encontrará su propio guía.
Ojalá pudiera prestarles mi fuego.
¿Qué presagia tu parpadeo?
La voz de Bast se fue extinguiendo, y el joven se quedó allí sentado, inmóvil, observando el silencioso subir y bajar del pecho de su maestro durante las largas horas de la temprana oscuridad de la mañana.
6 El precio de los recuerdos
Cronista no bajó por la escalera a la taberna de la posada Roca de Guía hasta el día siguiente por la noche. Pálido y vacilante, llevaba su cartera de cuero debajo de un brazo.
Encontró a Kote sentado detrás de la barra, hojeando un libro.
– ¡Hombre, nuestro invitado involuntario! ¿Qué tal va la cabeza?
Cronista levantó una mano y se tocó la nuca.
– Me duele un poco si la giro demasiado deprisa. Pero todavía funciona.
– Me alegro de oírlo -dijo Kote.
– ¿Es esto…? -Cronista miró alrededor, titubeante-. ¿Estamos en Newarre?
Kote asintió.
– De hecho estás en el centro mismo de Newarre. -Hizo un ademán teatral-. Una próspera metrópolis. Densamente poblada.
Cronista miró con fijeza al pelirrojo que estaba detrás de la barra. Se apoyó en una mesa para sostenerse.
– Por el chamuscado cuerpo de Dios -dijo con un hilo de voz-. Eres tú, ¿verdad?
El posadero puso cara de desconcierto.
– ¿Cómo dices?
– Ya sé que lo negarás -dijo Cronista-. Pero lo que vi anoche…
El posadero levantó una mano para hacerlo callar.
– Antes de discutir la posibilidad de que ese golpe en la cabeza te haya trastornado, dime, ¿qué hacías en el camino de Tinué?
– ¿Qué? -replicó Cronista, irritado-. Yo no iba a Tinué. Iba… Bueno, los caminos están muy difíciles, sin contar lo de anoche. Me robaron cerca del vado de Abbott y tuve que continuar a pie. Pero valió la pena, ya que estás aquí. -El escribano vio la espada colgada sobre la barra, dio un grito ahogado y adoptó una expresión de vago nerviosismo-. No he venido aquí con ánimo de crear problemas, te lo aseguro. No he venido por el precio que le han puesto a tu cabeza. -Compuso una débil sonrisa-. Como es lógico, yo no podría causarte problemas…
– Estupendo -le cortó el posadero al mismo tiempo que cogía un paño de hilo blanco y empezaba a limpiar la barra-. Y ¿quién eres?
– Puedes llamarme Cronista.
– No te he preguntado cómo puedo llamarte -repuso Kote-. ¿Cómo te llamas?
– De van. Devan Lochees.
Kote dejó de pasar el paño por la barra y levantó la cabeza.
– ¿Lochees? ¿Eres pariente del duque…? -Kote asintió antes de haber terminado la frase-. Sí, claro que eres pariente suyo. No eres un cronista, sino el Cronista. -Miró de arriba abajo al escribano, un hombre con calva incipiente-. ¿Qué te parece? El de-senmascarador de patrañas en persona.
Cronista se relajó un tanto; era evidente que le complacía comprobar que su reputación lo precedía.
– Antes no pretendía ponerte las cosas difíciles. Hace años que no pienso en mí como Devan. Dejé atrás ese nombre hace mucho tiempo. -Miró al posadero con complicidad-. Supongo que tú también sabrás algo de eso…
Kote ignoró la pregunta que el escribano no había llegado a formular.
– Leí tu libro hace años. Los ritos nupciales del draccus común. Una obra reveladora para un joven con la cabeza llena de historias. -Miró hacia abajo y siguió pasando el paño blanco por la madera veteada de la barra-. He de admitir que me decepcionó saber que los dragones no existían. Esa es una dura lección para cualquier niño.
Cronista sonrió.
– Yo también me desilusioné un poco, la verdad. Fui a buscar una leyenda y encontré un lagarto. Un lagarto fascinante, pero lagarto al fin y al cabo.
– Y ahora estás aquí -dijo Kote-. ¿Has venido a demostrar que no existo?
Cronista soltó una risa nerviosa.
– No. Verás, oímos un rumor…
– ¿Oímos? -le interrumpió Kote.
– Viajaba con un viejo amigo tuyo, Skarpi.
– Se ha hecho cargo de ti, ¿no? -dijo Kote para sí-. ¿Qué te parece? El aprendiz de Skarpi.
– Un colega, más bien.
Kote asintió, pero su expresión seguía sin revelar nada.
– Debí imaginar que él sería el primero en encontrarme. Sois los dos unos propagadores de rumores.
La sonrisa de Cronista se convirtió en una mueca de amargura. El escribano se tragó las primeras palabras que acudieron a sus labios y se esforzó por recuperar una actitud serena.
– Y ¿en qué puedo ayudarte? -Kote dejó el trapo y compuso su mejor sonrisa de posadero-. ¿Te apetece beber o comer algo? ¿Necesitas una habitación para pasar la noche?
Cronista vaciló.
– Tengo de todo. -Kote hizo un amplio gesto con el brazo, señalando, una a una, las botellas que había detrás de la barra-. ¿Jerez, mosto, vino tinto? ¿Aguamiel? ¿Cerveza negra? ¡Licor dulce de fruta! ¿De mora? ¿De ciruela? ¿De manzana? ¿De cereza? Sin duda algo habrá que te apetezca. -Mientras hablaba, su sonrisa iba ensanchándose, mostrando demasiados dientes para ser la sonrisa de un afable posadero. Al mismo tiempo, sus ojos denotaban frialdad, dureza y enfado.
Cronista bajó la mirada.
– Pensé que…
– ¿Pensaste? -dijo Kote con desdén, y dejó de fingir que sonreía-. Lo dudo mucho. Porque si lo hubieras hecho, habrías pensado -dijo arrancando esa palabra de un mordisco- en el peligro en que me ponías viniendo aquí.
Cronista se ruborizó.
– Me habían dicho que Kvothe no le tenía miedo a nada -dijo, muy acalorado.
El posadero se encogió de hombros.
– Solo los sacerdotes y los locos no le tienen miedo a nada, y yo nunca me he llevado muy bien con Dios.
Cronista frunció el ceño, consciente de que le estaban tendiendo una trampa.
– Mira -dijo con calma-, tuve muchísimo cuidado. Solo Skarpi conoce mi intención de venir aquí. No le hablé de ti a nadie. De hecho, ni siquiera confiaba en encontrarte.
– Imagínate qué alivio -dijo Kote con sarcasmo.
Cronista prosiguió, claramente desalentado:
– Seré el primero en admitir que venir aquí quizá haya sido un error. -Hizo una pausa, dándole a Kote la oportunidad de contradecirlo. Pero Kote no lo hizo. Cronista dio un pequeño y contenido suspiro y añadió-: Pero lo hecho, hecho está. ¿Ni siquiera te has planteado…?
Kote negó con la cabeza.
– Fue hace mucho tiempo…
– Menos de dos años -objetó Cronista.
– … y ya no soy el que era -continuó Kote sin detenerse.
– Y ¿quién eras, exactamente?
– Kvothe -contestó el posadero, negándose a dejarse arrastrar a dar más explicaciones-. Ahora soy Kote. Regento esta posada. Eso significa que una cerveza cuesta tres ardites y que una habitación individual se paga con cobre. -Empezó a limpiar la barra de nuevo, pasando el paño con ímpetu-. Como bien dices, «lo hecho, hecho está». Las historias ya se ocuparán de sí mismas.
– Pero…
Kote levantó la cabeza, y Cronista vio más allá de la ira que destellaba en la superficie de sus ojos. Por un instante distinguió dolor debajo, un dolor crudo y sangrante, como una herida demasiado profunda para cicatrizar. Entonces Kote desvió la mirada, y solo quedó la ira.
– ¿Qué serías capaz de ofrecerme que valga el precio de mis recuerdos?
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