Cassandra Clare - Ciudad de los ángeles caídos

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Ciudad de los ángeles caídos: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro, escrito por Cassandra Clare, es el cuarto de la colección de Los Instrumentos Mortales. Es mucho más detallista que los anteriores y el final es espectacular pese a que hace visible que no es el último libro de la colección. Tiene de todo y te engancha desde el principio hasta el final, y es segun mi punto de vista incluso mejor que los anteriores. Contiene mucho misterio, acción, emoción y sentimiento, y está escrito de una manera que mezcla en uno la curiosidad y el sentimiento. Te hace sentir las cosas como si fueses uno de los protagonistas.
Jace y Clary sin duda vuelven a acaparar la atención del lector, pero en ningun momento el libro se hace cansino o soso. Si os habeis leido los libros anteriores descubrireis que este es mucho mejor, y si os gusta os recomiendo que os leais "Shadow Web" de N.M. Browne. Son los dos libros escritos, sobre todo, para chicas jóvenes y recomiendo fuertemente que sean leidos en su idioma original: el ingles. El título original de "Ciudad de Ángeles Caidos" es "City of Fallen Angels" y merece la pena leerlo (es uno de los mejores libros de su estilo), sobre todo en ingles aunque en español no le falta la emoción, etc, del original; pero en España saldrá dentro de, más o menos, un año. Espero que os guste ya que a mi me ha encantado.

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Al menos una de esas cosas había resultado ser cierta, pensó Simon. Aunque su madre había salido con hombres, Simon nunca había tenido una presencia paternal constante en su vida, exceptuando a Luke. Suponía que, en cierto sentido, Clary y él habían compartido a Luke. Y la manada de lobos seguía también el liderazgo de Luke. Para tratarse de un soltero sin hijos, Luke tenía un montón de personas a quienes cuidar.

– No lo sé -respondió Simon, dándole a Luke la respuesta sincera que le gustaría pensar que habría dado a su padre-. No creo.

Luke movió a Simon para mirarlo frente a frente.

– Estás lleno de sangre -dijo-. Y me imagino que no es tuya, porque… -Hizo un ademán en dirección a la Marca que Simon lucía en la frente-. Pero, oye -dijo con voz bondadosa-, incluso ensangrentado y con la Marca de Caín, sigues siendo Simon. ¿Puedes contarme qué ha pasado?

– La sangre no es mía, tienes razón -dijo Simon con voz ronca-. Pero es una larga historia. -Ladeó la cabeza para mirar a Luke; siempre se había preguntado si algún día daría otro estirón, si crecería unos centímetros más de aquel metro setenta y dos que medía ahora, para poder mirar a Luke, y qué decir de Jace, directo a los ojos. Pero eso ya no sucedería nunca-. Luke -dijo-, ¿crees que es posible hacer algo tan malo, aun sin querer hacerlo, de lo que nunca puedes llegar a recuperarte? ¿Algo que nadie pueda perdonarte?

Luke lo miró en silencio durante un buen rato. Y dijo a continuación:

– Piensa en alguien a quien quieras, Simon. A quien quieras de verdad. ¿Podría esa persona hacerte alguna cosa por la cual dejaras de quererla para siempre?

Por la cabeza de Simon desfiló un seguido de imágenes, como las páginas de un libro animado: Clary, volviéndose para sonreírle por encima del hombro; su hermana, haciéndole cosquillas cuando era pequeño; su madre, dormida en el sofá con la mantita tapándole los hombros; Izzy…

Desterró en seguida aquellas ideas. Clary no había hecho nada tan terrible para que él tuviera que darle su perdón; ni ninguna de las personas que estaba imaginándose. Pensó en Clary, perdonando a su madre por haberle robado los recuerdos. Pensó en Jace, lo que había hecho en la azotea, el aspecto que tenía después. Había hecho lo que había hecho sin voluntad propia, pero Simon dudaba de que Jace fuera capaz de perdonarse, a pesar de todo. Y después pensó en Jordan, que no se había perdonado lo que le había hecho a Maia, pero que había seguido igualmente adelante, uniéndose a los Praetor Lupus , ayudando a los demás.

– He mordido a alguien -dijo. En el instante en que aquellas palabras salieron de su boca, deseó poder tragárselas. Se armó de valor a la espera de la mirada horrorizada de Luke, pero no pasó nada.

– ¿Vive? -dijo Luke-. Me refiero a la persona que mordiste. ¿Ha sobrevivido?

– Yo… -¿Cómo explicarle lo de Maureen? Lilith se lo había ordenado, de todos modos, pero Simon no estaba del todo seguro de que hubiesen visto ya sus últimas fechorías-. No la maté.

Luke hizo un gesto afirmativo.

– Ya sabes cómo lo hacen los seres lobo para convertirse en líderes de la manada -dijo-. Tienen que matar al actual líder de la manada. Yo lo he hecho dos veces. Tengo las cicatrices que lo demuestran. -Se retiró un poco el cuello de la camisa, y Simon pudo ver el extremo de una gruesa cicatriz blanca de aspecto irregular, como si le hubiesen clavado unas garras-. La segunda vez fue un movimiento calculado. Matar a sangre fría. Quería convertirme en el líder, y así lo hice. -Se encogió de hombros-. Eres un vampiro. Tu naturaleza te lleva a querer beber sangre. Te has refrenado mucho tiempo sin hacerlo. Sé que puedes estar bajo la luz del sol, Simon, y que te enorgulleces de ser un chico humano normal, pero sigues siendo lo que eres. Igual que yo. Cuanto más trates de reprimir tu verdadera naturaleza, más te controlará ella a ti. Sé lo que eres. Nadie que te quiera de verdad lo impedirá.

Simon dijo con voz ronca:

– Mi madre…

– Clary me contó lo que sucedió con tu madre, y que duermes en casa de Jordan Kyle -dijo Luke-. Mira, tu madre cambiará de opinión, Simon. Igual que hizo Amatis conmigo. Sigues siendo su hijo. Hablaré con ella, si quieres que lo haga.

Simon negó con la cabeza. A su madre siempre le había gustado Luke. Enfrentarse al hecho de que Luke era un hombre lobo sólo empeoraría las cosas, no al revés.

Luke asintió, como si hubiera entendido sus pensamientos.

– Si no quieres volver a casa de Jordan, puedes quedarte en mi sofá esta noche. Estoy seguro de que Clary se alegraría de tenerte en casa y mañana podríamos hablar de lo que hacemos con tu madre.

Simon se irguió. Miró a Isabelle, que estaba en la otra punta del vestíbulo, el brillo de su látigo, el resplandor del colgante que llevaba en el cuello, el ágil movimiento de sus manos mientras hablaba. Isabelle, que no tenía miedo a nada. Pensó en su madre, en cómo se había apartado de él, en el terror que reflejaban sus ojos. Había estado escondiéndose de aquel recuerdo, huyendo de él desde entonces. Pero había llegado el momento de dejar de correr.

– No -dijo-. Gracias, pero creo que no necesito un lugar donde ir a dormir esta noche. Creo… que iré a mi casa.

Jace se había quedado solo en la terraza de la azotea y contemplaba la ciudad; el East River, una serpiente negra plateada culebreando entre Brooklyn y Manhattan. Sus manos, sus labios, seguían calientes por el contacto con Clary, pero el viento que soplaba desde el río era gélido y el calor se desvanecía con rapidez. Sin chaqueta, el aire atravesaba el fino tejido de su camisa como la hoja de un cuchillo.

Respiró hondo, llenando sus pulmones de aire frío, y lo exhaló lentamente. Sentía tensión en todo el cuerpo. Esperaba oír el sonido del ascensor, de las puertas abriéndose, los cazadores de sombras irrumpiendo en el jardín. Al principio se mostrarían compasivos, pensó, se preocuparían por él. Pero después, cuando comprendieran lo sucedido, llegaría el escaqueo, los intercambios de miradas maliciosas cuando creyeran que no estaba mirando. Había estado poseído -no sólo por un demonio, sino por un demonio mayor-, había actuado contra la Clave, había amenazado y herido a otro cazador de sombras.

Pensó en cómo lo miraría Jocelyn cuando se enterara de lo que le había hecho a Clary. Luke lo comprendería, lo perdonaría. Pero Jocelyn… Nunca había sido capaz de armarse del valor necesario para hablar con franqueza con ella, para pronunciar las palabras que sabía que podrían tranquilizarla. «Amo a tu hija, más de lo que jamás creí que podría llegar a amar a nadie. Jamás le haría daño.»

Ella se limitaría a mirarlo, pensaba, con aquellos ojos verdes tan parecidos a los de Clary. Querría algo más que aquello. Querría oírle decir lo que no estaba tan seguro de que fuera cierto.

«Yo no soy como Valentine.»

«¿Estás seguro? -Fue como si el aire transportara las palabras, un susurro dirigido única y exclusivamente a sus oídos-. No conociste a tu madre. No conociste a tu padre. Le entregaste tu corazón a Valentine cuando eras pequeño, como todos los niños hacen, y te convertiste en una parte de él. No puedes separar eso de tu persona como si lo cortaras limpiamente con un cuchillo.»

Tenía la mano izquierda fría. Bajó la vista y vio, para su sorpresa, que había cogido el cuchillo -el cuchillo de plata grabada de su verdadero padre- y que lo tenía en la mano. La hoja, pese a haber sido consumida por la sangre de Lilith, volvía a estar entera y brillaba como una promesa. Por su pecho empezó a extenderse un frío que nada tenía que ver con la temperatura ambiente. ¿Cuántas veces se había despertado así, jadeando y sudoroso, con el cuchillo en la mano? Y con Clary, siempre con Clary, muerta a sus pies.

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