– Ah -dijo Simmon, pensativo-. Ya entiendo. Es una expresión, como venir a decir «guárdalo por si las moscas».
– ¿Qué hacéis con el dinero y las moscas? -preguntó Wilem, desconcertado.
– Y esa historia cuenta más cosas de las que creéis -intervine rápidamente, antes de que la conversación se complicara más-. La historia encierra una pizca de verdad. Si me prometéis no decírselo a nadie, os revelaré un secreto.
Wil y Simmon volvieron a prestarme atención.
– Si alguna vez aceptáis la hospitalidad de una troupe itinerante y os ofrecen vino antes que ninguna otra cosa, son Edena Ruh. Esa parte de la historia es cierta. -Levanté un dedo para advertirles-: Pero no os bebáis el vino.
– Es que a mí me gusta el vino -dijo Simmon con tono lastimero.
– Eso no importa -dije-. Vuestro anfitrión os ofrecerá vino, pero debéis insistir en que solo queréis agua. Es posible que se convierta en una especie de competición: el anfitrión sigue ofreciendo vino con gran magnanimidad, y el invitado sigue rechazándolo muy educadamente. Si hacéis eso, ellos sabrán que sois amigos de los Edena, que conocéis nuestras costumbres. Esa noche os tratarán como si fuerais miembros de su familia, y no simples invitados.
La conversación se interrumpió mientras mis amigos asimilaban esa información. Miré las estrellas y tracé mentalmente las constelaciones. Ewan el cazador, el crisol, la madre rejuvenecida, la zorra con lengua de fuego, la torre en ruinas…
– ¿Adónde iríais si pudierais ir a cualquier sitio? -nos preguntó de pronto Simmon.
– Al otro lado del río -contesté-. A la cama.
– No, no -protestó él-. Me refiero a si pudierais ir a cualquier lugar del mundo.
– Te diría lo mismo -dije-. He viajado mucho y he estado en muchos sitios. Siempre quise venir aquí.
– Pero no para siempre -dijo Wilem-. No quieres quedarte aquí para siempre, ¿verdad?
– A eso me refiero -añadió Simmon-. Todos queremos estar aquí. Pero nadie quiere quedarse aquí para siempre.
– Excepto Manet -le recordó Wil.
– ¿Adónde iríais? -insistió Simmon con obstinación-. Para vivir aventuras.
Reflexioné un momento en silencio y respondí:
– Supongo que iría al bosque de Tahl -dije.
– ¿Con los Tahl? -preguntó Wilem-. Tengo entendido que son un pueblo nómada muy primitivo.
– Técnicamente, los Edena Ruh son un pueblo nómada -dije con aspereza-. Una vez me contaron una historia que decía que los jefes de sus tribus no son grandes guerreros, sino cantantes. Sus canciones sanan a los enfermos y hacen bailar a los árboles. -Encogí los hombros-. Iría allí para ver si es cierto.
– Yo iría a la corte faen -dijo Wilem.
– Eso no vale -dijo Simmon riendo.
– ¿Por qué no? -saltó Wilem, molesto-. Si Kvothe puede ir a oír cantar a los árboles, yo puedo ir a Faen y bailar con las embrula… con las mujeres faen.
– El Tahl es real -objetó Simmon-. Los cuentos de hadas son para borrachos, tontos y niños.
– ¿Adónde irías tú? -pregunté a Simmon para que dejara de pelearse con Wilem.
Hubo una larga pausa.
– No lo sé -contestó con una voz extrañamente desprovista de inflexión-. En realidad no he estado en ningún sitio. Si vine a la Universidad fue porque cuando mis hermanos hereden y mi hermana reciba su dote, no va a quedarme gran cosa aparte del apellido.
– ¿No querías venir a la Universidad? -pregunté, y mi voz reveló mi asombro.
Sim encogió los hombros sin definirse; iba a hacerle otra pregunta cuando me interrumpió Wilem poniéndose ruidosamente en pie.
– ¿Qué os parece si cruzamos el puente? -nos preguntó.
Yo ya estaba muy despejado. Al levantarme, apenas me tambaleé.
– Por mí, bien.
– Un segundo. -Simmon empezó a desabrocharse el pantalón y caminó hacia los árboles.
En cuanto lo perdimos de vista, Wilem se inclinó hacia mí y me dijo en voz baja:
– No le preguntes por su familia. No es un tema fácil para él. Y menos cuando está borracho.
– ¿Qué…?
Wilem hizo un brusco movimiento con la mano y sacudió la cabeza.
– Luego, luego.
Simmon volvió a salir al claro trastabillando, y los tres juntos y en silencio volvimos al camino, atravesamos el Puente de Piedra y llegamos a la Universidad.
Contradicciones
A última hora de la mañana siguiente, Wil y yo fuimos al Archivo, donde habíamos acordado reunimos con Sim para dirimir nuestras apuestas de la noche anterior.
– El problema es su padre -me explicó Wil en voz baja cuando caminábamos entre los edificios grises-. El padre de Sim tiene un ducado en Atur. Son tierras fértiles, pero…
– Un momento -lo interrumpí-. ¿El padre de nuestro pequeño Sim es duque?
– Nuestro pequeño Sim -repuso Wilem con aspereza- es tres años mayor que tú y cinco centímetros más alto.
– ¿Qué ducado? -pregunté-. Y no me pasa tanto.
– Dalonir -respondió Wilem-. Pero ya sabes, sangre noble de Atur. No me extraña que Sim no quiera hablar de ello.
– Venga ya -dije abriendo un brazo y señalando a los estudiantes que había en la calle, a nuestro alrededor-. En la Universidad siempre ha reinado una atmósfera de máxima tolerancia desde que la iglesia incendió Caluptena.
– No es por nada, pero tú tampoco vas por ahí pregonando que eres un Edena Ruh.
– ¿Insinúas que me avergüenzo de serlo? -dije, ofendido.
– Solo he dicho que no lo pregonas -repuso Wil con calma, y me miró a los ojos-. Simmon tampoco. Supongo que ambos tenéis vuestros motivos.
Contuve mi irritación y asentí con la cabeza.
– Dalonir está en el norte de Aturna -continuó Wilem-, de modo que son una familia bastante acomodada. Pero Sim tiene tres hermanos mayores y dos hermanas. El primogénito hereda. El padre le compró al segundo hijo un grado militar. Al tercero lo colocaron en la iglesia. Simmon… -Wilem no terminó la frase, pero ya estaba todo dicho.
– Me cuesta imaginarme a Sim de sacerdote -admití-. O de soldado, ahora que lo pienso.
– Por eso vino Sim a la Universidad -terminó Wilem-. Su padre confiaba en que se hiciera diplomático. Entonces Sim descubrió que le gustaban la alquimia y la poesía y entró en el Arcano. A su padre no le hizo mucha gracia. -Wilem me lanzó una mirada elocuente y deduje que estaba atenuando la gravedad de la situación.
– ¡Pero si ser arcanista es algo excepcional! -protesté-. Mucho más importante que ser un adulador perfumado en alguna corte.
– Le pagan la matrícula -dijo Wilem encogiendo los hombros-. Sigue recibiendo su asignación. -Hizo una pausa y saludó a alguien que estaba en el otro lado del patio-. Pero Simmon nunca va a su casa. Ni siquiera para hacer una breve visita a su familia. Al padre de Sim le gusta cazar, pelear, beber y putañear. Me temo que nuestro amable y estudioso Sim no recibió todo el amor que merece un hijo inteligente.
Wil y yo encontramos a Sim en nuestro rincón de lectura habitual. Tras aclarar los detalles de nuestras apuestas de borrachines, cada uno se fue por su lado.
Una hora más tarde, volví con un montoncito de libros. Después de que apareciera Nina y me diera el pergamino, me había puesto a investigar sobre los Amyr, y eso simplificó considerablemente mis pesquisas.
Llamé flojito a la puerta del rincón de lectura, y entré. Wil y Sim ya estaban sentados a la mesa.
– Yo primero -dijo Simmon alegremente. Consultó la lista y escogió un libro de su montón-. Página ciento cincuenta y dos. -Hojeó el libro hasta dar con la página, y empezó a buscar en ella-. ¡Ajá! «Entonces la muchacha hizo un relato de todo… Bla, bla, bla… Y los llevó hasta el lugar donde había encontrado la fiesta pagana.» -Levantó la cabeza y señaló una línea-. ¿Lo veis? Aquí dice «pagana».
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