Geralt volvió a agitarse, tosió sangre, se puso muy tenso y se quedó inmóvil. Jaskier, que seguía sujetando a Triss, suspiró desesperado, el enano soltó un juramento. Yennefer empezó a gemir, su rostro se alteró de repente, se contrajo y se afeó.
– No hay nada más lamentable -dijo Ciri con dureza- que ver a una hechicera llorando. Tú misma me lo enseñaste. Pues ahora tú sí que eres lamentable, lamentable de verdad, Yennefer. Tú y tu magia, que no sirve para nada.
Yennefer no replicó. Apenas podía sostener entre ambas manos la cabeza inerte de Geralt, mientras repetía un conjuro con la voz entrecortada. En las manos, en las mejillas y en la frente del brujo bailaban unas chispas azules y crepitaban unas llamas diminutas. Triss sabía cuánta energía requería ese conjuro. También sabía que ese conjuro no iba a servir de ayuda. Estaba más que convencida de que hasta los conjuros de las sanadoras especializadas habrían resultado estériles. Era demasiado tarde. El sortilegio de Yennefer sólo estaba sirviendo para agotarla a ella. Más aún, Triss estaba sorprendida de que la hechicera de negros cabellos pudiera aguantar tanto.
Enseguida dejó de sorprenderse, porque Yennefer se quedó callada a mitad de una fórmula mágica y cayó sobre el empedrado, al lado del brujo.
Uno de los enanos volvió a maldecir. El otro tenía la cabeza gacha. Jaskier, sin dejar de sostener a Triss, se sorbió los mocos.
De pronto, empezó a hacer mucho frío. La superficie del lago comenzó a echar humo como el caldero de una bruja, quedó envuelta en vapor. La neblina crecía muy deprisa, se arremolinaba sobre el agua y alcanzaba en oleadas la tierra, cubriéndolo todo con una leche blanca y espesa, en la que los sonidos se sofocaban y se extinguían, en la que se desvanecían las figuras y se emborronaban las formas.
– Pensar que yo -dijo despacio Ciri, que seguía arrodillada en el suelo cubierto de sangre- renuncié a mi poder. De no haber renunciado entonces, ahora le habría salvado. Le habría podido curar, estoy convencida. Pero renuncié y ahora no puedo hacer nada. Es igual que si yo le hubiera matado.
Primero rompió el silencio un fuerte relincho de Kelpa. Después un grito sofocado de Jaskier.
Todos se quedaron atónitos.
*****
Un unicornio blanco surgió de la niebla, correteando ligero, ágil y silencioso, alzando con donosura su hermosa cabeza. Esto no es que fuera algo extraordinario, todos conocían las leyendas y éstas eran todas parecidas en lo que respecta a que los unicornios corretean ligero, ágiles y silenciosos y a que alzan la cabeza con una donosura sólo de ellos propia. Si había algo extraño, era que el unicornio corría por la superficie del lago y el agua ni siquiera se arrugaba.
Jaskier gimió, esta vez con asombro. Triss sintió cómo la embargaba la emoción. La euforia.
El unicornio golpeó con sus cascos en las piedras del borde. A las crines. Relinchó melódico y agudo.
– Ihuarraquax -dijo Ciri-. Tenía la esperanza de que ibas a venir.
El unicornio se acercó, volvió a relinchar, excavó con su casco, golpeó con fuerza en los adoquines. Bajó la cabeza, el cuerno que surgía de su inclinada frente ardió de pronto con una luz aguda, con un brillo que dispersó la niebla al instante.
Ciri tocó el cuerno.
Triss lanzó un grito sordo al ver cómo los ojos de la muchacha se encendían de pronto con un fuego lechoso, cómo toda ella quedaba rodeada de una aureola de fuego. Ciri no la escuchaba, no escuchaba a nadie. Con una mano seguía sujetando el cuerno del unicornio, la otra la dirigía hacia el brujo inmóvil. De uno de sus dedos fluía una cinta de una claridad centelleante y ardiente como lava.
Nadie fue capaz de discernir lo que duró todo aquello. Porque era algo irreal.
Como un sueño.
El unicornio, casi disolviéndose en la creciente niebla, relinchó, golpeó con un casco, agitó varias veces la testa y el cuerno como si quisiera señalar a algo. Triss miraba. Bajo el baldaquino de las hojas de los sauces que colgaban sobre el lago, distinguió una forma oscura en las aguas. Era una barca.
El unicornio señaló otra vez con el cuerno. Y comenzó a desaparecer a toda velocidad en la niebla.
– Kelpa -dijo Ciri-. Ve con él.
Kelpa ronqueó. Meneó la testa. Caminó obediente detrás del unicornio. Sus herraduras resonaron durante un momento en los adoquines. Luego el sonido se interrumpió bruscamente. Como si la yegua hubiera echado a volar, hubiera desaparecido, se hubiera desmaterializado.
La barca estaba en la misma orilla, en los momentos en los que la niebla retrocedía, Triss la veía ya claramente. Era una canoa aderezada de forma muy tosca, desmañada y llena de cantos como un enorme morro de cerdo.
– Ayudadme -dijo Ciri. Tenía la voz segura y decidida.
Al principio nadie supo qué es lo que quería la muchacha, qué ayuda esperaba. El primero que se dio cuenta fue Jaskier. Puede que porque conociera aquella leyenda, que la hubiera leído alguna vez en su versión poetizada. Tomó en sus manos a Yennefer, que seguía inconsciente. Se asombró de lo menuda y ligera que era. Habría jurado que alguien le ayudaba a transportarla. Habría jurado que sentía junto a sus brazos el hombro de Cahir. Con el rabillo del ojo captó el brillo de la rubia trenza de Milva. Cuando colocó a la hechicera en la barca habría jurado que vio cómo Angouléme sujetaba la borda.
Los enanos alzaron al brujo, les ayudó Triss, sujetándole la cabeza. Yarpen Zigrin hasta entrecerró lo ojos, durante un segundo había visto a ambos hermanos Dahlberg. Zoltan Chivay habría jurado que Caleb Stratton le ayudó a colocar al brujo en la barca. Triss Merigold habría dado la cabeza a que sentía el perfume de Lytta Neyd, llamada Coral. Y por un momento distinguió entre los vapores los ojos claros, verde amarillento, de Coén de Kaer Morhen.
Tales bromas les provocó a sus mentes aquella niebla, la densa niebla del Loe Eskalott.
– Lista, Ciri -dijo la hechicera con voz sorda-. Tu barca espera.
Ciri se retiró los cabellos de la frente, sorbió la nariz.
– Pídeles perdón a las señoras de Montecalvo, Triss -dijo-. Pero no puede ser de otro modo. No puedo quedarme si Geralt y Yennefer se van. Simplemente no puedo. Deben entenderlo.
– Deben.
– Adiós, Triss Merigold. Cuídate, Jaskier. Cuidaos todos.
– Ciri -Triss susurró-. Hermanilla… Permíteme navegar con vosotros…
– No sabes lo que pides, Triss.
– ¿Acaso te…?
– Seguro -le interrumpió con decisión.
Entró en la barca, que se balanceó y comenzó a navegar de inmediato. Desapareciendo en la niebla. Los que estaban en la orilla noescucharon ni el más mínimo chapoteo, no vieron olas ni movimiento en las aguas. Como si no se tratara de una barca, sino de un fantasma.
Durante un instante muy largo todavía vieron la silueta menuda y doblada de Ciri, vieron cómo se apoyaba en el fondo con un largo palo cómo aceleraba aún más la barca, que ya de por sí fluía velozmente.
Y luego sólo quedó la niebla.
Me mintió, pensó Triss. No la volveré a ver nunca más. No la veré porque…
Vaesse deireadh aep eigean. Algo termina…
– Algo se ha terminado -dijo Jaskier con la voz un tanto cambiada.
– Algo comienza -le siguió Yarpen Zigrin.
En algún lugar de la ciudad cantó con fuerza un gallo.
La niebla comenzó a alzarse muy deprisa.
*****
Geralt abrió los ojos heridos por el juego de luces y sombras que se colaba a través de sus párpados. Vio sobre sí unas hojas, un caleidoscopio de hojas brillando al sol. Vio unas ramas llenas de manzanas.
Sintió el toque delicado de unos dedos sobre su sien y su mejilla. Unos dedos que conocía. Que amaba tanto que hasta dolía.
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