Andrzej Sapkowski - La Dama del Lago

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Fin de la saga. La guerra resuena aún con fuerza sus tambores, y parece que con más virulencia después de un cambio inesperado en el acostumbrado dominio bélico de Nilfgaard. Las tramas políticas y las venganzas personales se cruzan y suceden por las páginas, y permean nuestra historia. Sin embargo, parte de la excepcionalidad del mundo de Rivia está en que su lucha, siendo aún más transcendental que aquella política, aunque menos evidente, acontece no en los campos de batalla y las trincheras, si no en la multidimensionalidad del espacio y el tiempo.
La incerteza está en su mayor apogeo tanto en la trama como entre nuestros tres personales principales. Yennefer, Geralt y Ciri se mantienen distantes e ignorantes el uno respecto a los demás. Los tres pivotan de forma independiente, con su propio círculo de perfectos personajes secundarios y dentro de sus propias tramas, en historias con entidad propia. Sin embargo, este es el tomo en el que se percibe más claramente la mutua necesidad… y lo inevitable de su reencuentro. Se refuerzan los lazos alrededor del esquema familiar. Geralt y Ciri ganan todavía más peso e identidad, quizás de forma algo redundante en un Geralt bastante consolidado, pero no así en el caso de una Ciri en pleno proceso de madurez y autonomía personales.
Sapkowski destila en La dama del lago una imaginación desbordante. Construye reflexiones de calado en la distancia de una frase. Yergue ideas con la velocidad de una imagen. Deja en el lector un sentimiento de amor y cariño por los demás, si bien bañado con el pesimismo de quién, habiendo visto con sus propios ojos lo ilimitado de la crueldad y la estupidez humanas, desconfía de la capacidad de reacción de aquellos capaces de albergar y desplegar tanto mal.

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Pese a las apariencias, las situaciones y los protagonistas del relato «Algo termina, algo comienza» no están relacionados en absoluto con la llamada Saga de Geralt de Rivia. No se trata de ningún final alternativo de la serie, no es tampoco, pese a ciertos rumores, un final que fuera rechazado a lo largo del proceso creativo, sustituido por otro menos alegre. No todos lo entendieron ni lo entienden. Tadeusz A. Olszanski, quien goza de gran estima entre el fandom polaco, me dijo una vez que solamente yo podía ser lo suficientemente sinvergüenza como para publicar el epílogo de una saga ¡antes incluso de haber escrito la propia saga! Incluso la persona que, podría parecer, está más enterada de todo, mi editor polaco Miroslaw Kowalski, no muy alegre a causa de la lentísima marcha de la escritura del último tomo, mostró su asombro de que todo fuera tan despacio. «Pues si ya tienes el último capítulo», dijo un día. Y el nombre de las personas a las que la tarta de boda en el epílogo de la saga dejó completamente sorprendidas es legión.

Sin embargo, el lector atento observará en «Algo termina, algo comienza» ciertos fragmentos de textos que vinculan de algún modo el cuento con la saga. Se trata de una prueba decisiva de que la Saga de Geralt de Rivia fue escrita siguiendo un plan preciso y que, pese a las habladurías, no fue escrita caóticamente como si se tratara del desarrollo de un juego de rol que se termina cuando el autor empieza a aburrirse. Basta con comparar las fechas: «Algo termina, algo comienza» fue escrita al final de 1992, y apareció en El enano rojo en 1993. El primer tomo de la saga propiamente dicha, La sangre de los elfos, se publicó en 1994. Sin embargo, el último tomo, en el que se habla de la masacre en las escaleras durante la que los cabellos de Ciri se vuelven blancos, fue escrito y publicado en 1999.

Andrzej Sapkowski

A todos los recién casados y especialmente a dos de ellos

I

El sol se colaba con sus tentáculos de fuego por las rendijas de las contraventanas, atravesaba la habitación con oblicuos rayos de luz que palpitaban a causa del polvo que flotaba en el espacio y derramaba manchas claras sobre el suelo y las pieles de oso que lo cubrían. Uno de sus destellos se reflejó cegador en la hebilla del cinturón de Yennefer.

El cinturón de Yennefer yacía sobre un zapato de tacón. El zapato de tacón yacía sobre una camisa blanca con volantes y la camisa blanca yacía sobre una falda negra. Una media negra colgaba del brazo de un sillón, labrado en forma de cabeza de quimera. La otra media y el otro zapato no se veían por ningún lado. Geralt suspiró. A Yennefer le gustaba desnudarse deprisa y con pasión. Tenía que empezar a acostumbrarse a ello. No le quedaba otra salida.

Se levantó, abrió las contraventanas, echó un vistazo. Una neblina surgía de un lago sereno como la superficie de un espejo, las hojas de los abedules y los alisos ribereños brillaban cubiertas de rocío, los prados más lejanos estaban ocultos por una niebla densa y baja que colgaba como una tela de araña justo por encima de la punta de la hierba.

Yennefer se removió bajo la manta, murmuró algo ininteligible.

Geralt suspiró.

– Hermoso día, Yen.

– ¿Eh? ¿Qué?

– Hermoso día. Un día extraordinariamente hermoso.

Ello lo sorprendió. En vez de maldecir y cubrir su cabeza con la almohada, la hechicera se sentó, se colocó los cabellos con los dedos y comenzó a buscar entre las sábanas su camisón. Geralt sabía que el camisón estaba al otro lado de la cabecera de la cama, donde Yennefer lo había arrojado la noche anterior. Pero no dijo nada. Yennefer no aguantaba tales consejos.

La hechicera maldijo por lo bajini, dio una patada a la manta, alzó la mano y extendió los dedos. El camisón flotó desde detrás de la cabecera directamente hasta la mano expectante, agitando sus volantes como si fuera un fantasma penitente. Geralt suspiró.

Yennefer se levantó, se acercó a él, lo abrazó y le mordió en un hombro. Geralt suspiró. La lista de cosas a las que iba tener que acostumbrarse parecía no tener final.

– ¿Querías decir algo? -le preguntó la hechicera, con los ojos

entrecerrados.

– No.

– Bien. ¿Sabes qué? Es verdad que el día es hermoso. Buen trabajo.

– ¿Trabajo? ¿Qué quieres decir?

Antes de que Yennefer tuviera tiempo de responder escucharon un agudo grito y un penetrante silbido que llegaban desde abajo. Por la orilla del lago, haciendo salpicar el agua, galopaba Ciri sobre una yegua mora. La yegua era de buena raza y extraordinariamente hermosa. Geralt sabía que había pertenecido a cierto medioelfo que había juzgado a la brujilla de cabellos grises por las apariencias y se había equivocado de medio a medio. Ciri le dio a la conquistada yegua el nombre de Kelpa, que en la lengua de los isleños de las Skellige era un malvado y peligroso espíritu marino que a veces tomaba la forma de un caballo. El nombre era ideal para la yegua. No hacía mucho tiempo que cierto mediano que había querido robar a la yegua se había convencido de ello de forma muy dolorosa. El mediano se llamaba Sandy Frogmorton, pero desde entonces todos le llamaban Coliflor.

– Se va a partir el cuello -murmuró Yennefer, mirando cómo Ciri galopaba entre las salpicaduras del agua, inclinada, de pie sobre los estribos-. Algún día esa loca de tu hija se va a partir el cuello.

Geralt volvió la cabeza, sin decir ni palabra miró directamente a los ojos violetas de la hechicera.

– Bueno, vale -sonrió Yennefer sin bajar la vista-. Lo siento. Nuestra hija.

Ella volvió a abrazarlo, apretándose fuertemente contra él, lo besó repetidas veces y le mordió de nuevo. Geralt rozó sus cabellos con los labios y retiró con cuidado el camisón de los hombros de la hechicera.

Y al punto se encontraron otra vez en la cama, sobre las retorcidas sábanas, todavía calientes y oliendo a sueño. Y comenzaron a buscarse de nuevo mutuamente, y se buscaron largo tiempo y con mucha paciencia, y la seguridad de que se encontrarían los embargaba de felicidad y alegría, y la felicidad y la alegría atravesaban todo lo que hacían. Y aunque los dos eran tan diferentes, comprendieron, como siempre, que no eran diferencias de las que separan sino de las que unen y enlazan tan fuertemente como la entalladura labrada con el hacha donde se juntan las vigas de las cuales va naciendo una casa. Y fue como la primera vez, cuando ella lo embriagó con su deslumbrante desnudez y su violento deseo y a ella la embriagó la delicadeza y sensibilidad de él. Y como la primera vez ella quiso decírselo, pero él la detuvo y con un beso y unas caricias privó a sus palabras de todo sentido. Y luego, cuando él quiso decírselo a ella, no pudo alzar la voz y luego la felicidad y el placer cayeron sobre ellos con una fuerza capaz de destruir montañas y hubo algo que fue un grito sin sonido y el mundo dejó de existir, algo terminó y algo comenzó, y algo perduró y hubo silencio, silencio y paz.

Y embriaguez.

Poco a poco el mundo volvió en sí y de nuevo hubo unas sábanas oliendo a sueño y una habitación bañada por el sol y un día. Un día…

– ¿Yen?

– ¿Mhn?

– Cuando dijiste que el día era hermoso añadiste «Buen trabajo». ¿Significa que…?

– Lo significa -confirmó y se estiró, desplegando los brazos y cogiendo la almohada por los bordes, y sus pechos tomaron entonces una forma que hizo que al brujo le recorriera un escalofrío por la parte inferior de la espalda-. Sabes, Geralt, nosotros preparamos este tiempo. Ayer por la tarde. Yo, Nenneke, Triss y Dorregaray. Al fin y al cabo no podía arriesgarme, este día tenía que ser hermoso…

Se detuvo, le dio con la rodilla en el muslo.

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