Tampoco nadie había invitado ni estaba esperando a la pintoresca chusma que se definía a sí misma como «amigos y conocidos» de Jaskier. Eran principalmente poetas, músicos y trovadores, y por añadidura un acróbata, un jugador de dados profesional, una domadora de cocodrilos y cuatro multicolores señoritas de las que tres tenían aspecto de ser pelanduscas y la cuarta, que no lo parecía, lo era por encima de toda duda. El grupo lo completaban dos profetas, de los que uno era falso, un escultor de mármol, una médium rubia de género femenino que siempre estaba borracha y un gnomo de rostro lleno de cicatrices de viruela que afirmaba llamarse Schuttenbach. Los hechiceros llegaron en una nave anfibia y mágica que tenía el aspecto de ser un cruce entre un cisne y una almohada gigante. Eran cuatro veces menos de los que habían invitado y tres veces más de los que se esperaban, porque los confráteres de Yennefer, por lo que decía el rumor, condenaban su enlace con un hombre «de fuera» y para colmo brujo. Algunos de ellos habían ignorado la invitación sin más, otros se habían disculpado alegando falta de tiempo y la obligación de acudir a la convención mundial anual de hechiceros. Así que en la cubierta del, como lo definiera Jaskier, almohadomóvil sólo estaban Dorregaray de Volé y Radcliffe de Oxenfurt.
Y Triss Merigold, de cabellos como los castaños de noviembre.
– ¿Has sido tú quien ha invitado a Triss Merigold?
– No. -El brujo meneó la cabeza, contento del hecho de que la mutación de sus capilares le imposibilitaba ruborizarse-. Yo no. Sospecho que fue Jaskier, aunque todos ellos afirman que se enteraron de la boda por los cristales mágicos.
– ¡No quiero que Triss esté en mi boda!
– ¿Por qué? Pero si es tu amiga.
– ¡No me tomes por tonta, brujo! ¡Todo el mundo sabe que te has acostado con ella!
– ¡Mentira!
Los ojos violetas de Yennefer se encogieron peligrosamente.
– ¡Verdad!
– ¡Mentira!
– ¡Verdad!
– Está bien. -Él se dio la vuelta con rabia-. Es verdad. ¿Y cuál es el problema?
La hechicera guardó silencio por un instante, jugueteando con la estrella de obsidiana que llevaba sujeta en negro terciopelo.
– Nada -dijo por fin-. Pero quería que lo reconocieras. No intentes nunca mentirme, Geralt, nunca.
El muro olía a piedra mojada y a acidas hierbas, el sol iluminaba la parduzca agua del foso, extraía con su calor el verde del emboscado fondo del pantano y el deslumbrante amarillo de los nenúfares que flotaban en la superficie.
El castillo volvía a la vida poco a poco. En el ala occidental alguien abrió las contraventanas con un estruendo y se rió. Otro, con voz débil, pedía zumo y col fermentada. Uno de los amigotes de Jaskier cantaba invisible mientras se afeitaba:
Allá va la despedidaaaa, la que le echó el junco aljuncoooo. Me han dicho que andas calienteeee, la ostia si lo barruntoooo.
Chirriaron las puertas, Jaskier salió al patio, estirándose y tocándose el rostro.
– ¿Cómo estás, novio? -dijo con la voz cansada-. Si tienes intenciones de escapar, ésta es tu última ocasión.
– Qué madrugador estás, Jaskier.
– Ni siquiera me he acostado -murmuró el poeta, sentándose junto al brujo en un poyete de piedra y apoyando las espaldas en el muro cubierto de amor de hombre-. Por los dioses que ha sido una noche muy dura. Pero en fin, no se casa un amigo todos los días, hay que celebrarlo de alguna manera.
– El banquete de boda es hoy -le recordó Geralt-. ¿Aguantas?
– No me insultes.
El sol calentaba con fuerza, los pájaros alborotaban entre los arbustos. Desde el lago les llegaban unos chufidos y chapoteos. Morenn, Cirilla, Mona, Eithne y Lola, las dríadas taheñas, hijas de Zywiecki, se bañaban, desnudas como era su costumbre, en compañía de Triss Merigold y Freya, la amiga de Myszowor. Arriba, en las arruinadas almenas del castillo, los legados reales, caballeros Yves, Sulivoy, Matholm y Devereux, se quitaban los unos a los otros el catalejo.
– ¿Lo pasasteis bien, Jaskier?
– No preguntes.
– ¿Algún alboroto especialmente grande?
– Algunos.
El primer alboroto, contó el poeta, tuvo un origen racial. Tellico Lunngrevink Letorte afirmó de pronto en mitad de la fiesta que estaba harto de aparecer como un mediano. Señalando con un dedo a dríadas, elfos, medianos, sirena, enano y hasta al gnomo que afirmaba llamarse Schuttenbach, todos ellos presentes en la sala, el doppler declaró que era una discriminación el hecho de que todos podían ser ellos mismo y solamente él, Tellico, tenía que vestirse con ajeno pelaje. Dicho lo cual adoptó -por un instante- su forma natural. Ante aquella vista, Gardenia Biberveldt se desmayó, el príncipe Agloval se atragantó peligrosamente con una lucioperca y a Anica, la hija del alcalde Caldemeyn, le dio un ataque de histeria. La situación la selló el dragón Villentretenmerth, todavía bajo la forma del caballero Borch Tres Grajos, aclarándole al doppler con serenidad que la capacidad de metamorfosearse era un privilegio que obliga, entre otras cosas, a tomar formas que por lo general se consideren decentes y aceptadas en sociedad, y que esto no era otra cosa que simple cortesía para el anfitrión.
El doppler acusó a Villentretenmerth de racismo, chauvinismo y de no tener ni pajolera idea del objeto de la discusión.
Villentretenmerth, enfadado, tomó también por un instante la forma de dragón, destrozando unos pocos muebles y haciendo reinar el pánico general. Cuando se serenó la cosa, comenzó una fuerte discusión en la que humanos y no humanos se lanzaron los unos a los otros ejemplos de falta de tolerancia y de prejuicios raciales. Un acento bastante inesperado en la discusión lo aportó la voz de la pecosa Merle, la puta que no tenía aspecto de puta. Merle afirmó que toda aquella trifulca era tonta y sin sentido y que no tenía nada que ver con los verdaderos profesionales, quienes no saben lo que son los prejuicios, que ella estaba dispuesta a probarlo en aquel mismo instante y por su correspondiente pago incluso aunque fuera con el dragón Villentretenmerth en forma natural. En el silencio que cayó se escuchó a la médium de género femenino declarando que ella estaba dispuesta a hacer lo mismo pero de gratis. Villentretenmerth cambió de tema rápidamente y comenzaron a discutir de temas más seguros como economía, política, pesca, caza y juegos de azar.
Los otros escándalos tuvieron unas dimensiones más bien sociales. Myszowor, Radcliffe y Dorregaray apostaron a ver quién de ellos era capaz con su sola fuerza de voluntad de hacer levitar más objetos a la vez. Ganó Dorregaray, que fue capaz de mantener en el aire dos sillas, una fuente con frutas, una olla con sopa, un globo terráqueo, un gato, dos perros y a Lola, la hija más pequeña de Zywiecki y Braenn.
Luego Cirilla y Mona, las hijas medianas de Zywiecki, se pelearon y hubo que llevárselas. Poco después se pelearon Ragnar y el caballero Matholm y la causa de la pelea era Morenn, la hija mayor de Zywiecki. Zywiecki, nervioso, mandó a Braenn encerrar en sus habitaciones a todas sus taheñas mozas, mientras que él se unió al concurso de bebida que había organizado Freya, la amiga de Myszowor. Pronto resultó que Freya tenía una resistencia al alcohol inimaginable, rayana con la inmunidad total. La mayoría de los poetas y bardos amigos de Jaskier aterrizaron bajo la mesa. Zywiecki, Crach an Craite y el alcalde Caldemeyn se batieron bravamente, pero tuvieron que ceder. El hechicero Radcliffe se mantuvo hasta que se demostró que estaba haciendo trampas: llevaba consigo un cuerno de unicornio. Cuando se lo quitaron, no tenía ni una posibilidad contra Freya. Al poco, el lado de la mesa que ocupaba la isleña se quedó casi vacío. Durante un tiempo estuvo bebiendo con ella un hombre muy pálido vestido con un jubón pasado de moda y al que nadie conocía.
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