Andrzej Sapkowski - La Dama del Lago

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Fin de la saga. La guerra resuena aún con fuerza sus tambores, y parece que con más virulencia después de un cambio inesperado en el acostumbrado dominio bélico de Nilfgaard. Las tramas políticas y las venganzas personales se cruzan y suceden por las páginas, y permean nuestra historia. Sin embargo, parte de la excepcionalidad del mundo de Rivia está en que su lucha, siendo aún más transcendental que aquella política, aunque menos evidente, acontece no en los campos de batalla y las trincheras, si no en la multidimensionalidad del espacio y el tiempo.
La incerteza está en su mayor apogeo tanto en la trama como entre nuestros tres personales principales. Yennefer, Geralt y Ciri se mantienen distantes e ignorantes el uno respecto a los demás. Los tres pivotan de forma independiente, con su propio círculo de perfectos personajes secundarios y dentro de sus propias tramas, en historias con entidad propia. Sin embargo, este es el tomo en el que se percibe más claramente la mutua necesidad… y lo inevitable de su reencuentro. Se refuerzan los lazos alrededor del esquema familiar. Geralt y Ciri ganan todavía más peso e identidad, quizás de forma algo redundante en un Geralt bastante consolidado, pero no así en el caso de una Ciri en pleno proceso de madurez y autonomía personales.
Sapkowski destila en La dama del lago una imaginación desbordante. Construye reflexiones de calado en la distancia de una frase. Yergue ideas con la velocidad de una imagen. Deja en el lector un sentimiento de amor y cariño por los demás, si bien bañado con el pesimismo de quién, habiendo visto con sus propios ojos lo ilimitado de la crueldad y la estupidez humanas, desconfía de la capacidad de reacción de aquellos capaces de albergar y desplegar tanto mal.

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– No lo sé. -Yennefer frunció el ceño y arrugó la nariz-. Anda que no apestas a perejil, Jaskier. ¿Te has hecho vegetariano?

Los invitados se iban reuniendo, llenaban poco a poco la enorme capilla. Agloval, vestido de negro ceremonial, llevaba del brazo a Sh'eenaz, que iba de blanco seledina. Junto a ella daban grandes pasos una bandada de medianos vestidos de bronce, beis y ocres, Yarpen Zigrin y el dragón Villentretenmerth, ambos de centelleante color dorado, Zywiecki y Dorregaray en tonos violetas, los legados reales de colores heráldicos, los elfos y las dríadas de verde y los amigos de Jaskier de todos los colores del arco iris.

– ¿Ha visto alguien a Loki? -preguntó Myszowor.

– ¿Loki? -Eskel, acercándose, les miró desde detrás de las plumas de pavo que decoraban su boina-. Loki se fue con Herwig a pescar. Los vi en la barca, en el lago. Ciri fue allí a decirles que estaba empezando.

– ¿Hace mucho?

– Hace mucho.

– El diablo se los lleve, malditos pescadores -blasfemó Crach an Craite-. Cuando se ponen con los peces, se olvidan del mundo entero. Ragnar, corre a por ellos.

– Espera -dijo Braenn, sacudiendo un diente de león que se había posado sobre su enorme escote-. Aquí hace falta alguien que corra deprisa. ¡Mona, Lola! ¡Raenn'ess aen laeke, va!

– Ya os dije -bufó Nenneke- que no se podía contar con Herwig. Un idiota irresponsable, como todos los ateos. ¿A quién se le ocurrió concederle precisamente a él el papel de maestro de ceremonias?

– Es un rey -dijo Geralt inseguro-. Abdicado, pero rey…

– ¡Vivan los novios! -gritó inesperadamente uno de los profetas, pero la domadora de cocodrilos le hizo callar de un pescozón. En el grupo de los medianos hubo un pequeño tumulto, alguien maldijo y a otro le dieron un codazo. Gardenia Biberveldt aulló porque el doppler Tellico le había pisado la falda. La médium de género femenino comenzó a sollozar sin motivo alguno.

– Un poco más -siseó Yennefer desde detrás de sus labios, que portaban una amable sonrisa, mientras agitaba el ramo-. Un poco más y me da algo. Que empiece por fin esto. Y que se termine por fin.

– ¡No te remuevas, Yen -gruñó Triss-, porque se te rompe la cola!

– ¿Dónde está el gnomo Schuttenbach? -gritó uno de los poetas.

– ¡Ni pajolera idea! -le contestaron a coro las tres putas.

– ¡Pues que lo busque alguien, joder! -gritó Jaskier-. ¡Prometió que iba a cortar flores! ¿Y ahora qué? ¡Ni Schuttenbach, ni flores! ¿Y qué pinta tenemos nosotros?

A la salida de la capilla hubo un revuelo y entraron corriendo las dos dríadas que habían mandado al lago, lanzando grititos agudos, y detrás de ellas apareció Loki, chorreando agua y fango, sangrando por una herida en la frente.

– ¡Loki! -gritó Crach an Craite-. ¿Qué ha pasado?

– ¡Maaamaaa! -lloró Lola.

– ¿Que'ss aen? -Braenn alcanzó a sus hijas, completamente nerviosa, pasó de la misma excitación a hablar el dialecto de las dríadas de Brokilón-. ¿Que'ss aen? ¿Que suecc'ss feal, caer me?

– Nos ha destrozado la barca… -jadeó Loki-. Junto a la misma orilla… ¡Un monstruo horrible! ¡Le di con el remo pero se lo comió, se comió el remo!

– ¿Quién? ¿Qué?

– ¡Geralt! -gritó Braenn-. Geralt, ¡Mona dice que es una cirenea!

– ¡Un girador! -bramó el brujo-. ¡Eskel, corre a por mi espada!

– ¡Mi varita! -gritó Dorregaray-. ¡Radcliffe! ¿Dónde está mi varita?

– ¡Ciri! -exclamó Loki al tiempo que se limpiaba la sangre de la frente-. ¡Ciri está peleando con él! ¡Con ese monstruo!

– ¡Voto a bríos! ¡Ciri no tiene ni una posibilidad contra un girador! ¡Eskel! ¡El caballo!

– ¡Esperad! -Yennefer se quitó la diadema y la estrelló contra el suelo-. ¡Os teleportaremos! ¡Será más rápido! ¡Dorregaray, Triss, Radcliffe! Dadme la mano…

Todos se quedaron callados y luego gritaron. En la puerta de la capilla estaba de pie el rey Herwig, mojado pero entero. Junto a él había un muchacho jovencito con la cabeza pelada, con una armadura brillante de extraño modelo. Y detrás de ellos entró Ciri, chorreando agua, manchada de barro, desgreñada, con Gveir en la mano. En la parte delantera de su mejilla, desde la sien hasta la barbilla, le corría un corte hondo y horrible que sangraba con fuerza a través de un pedazo de manga que se había apoyado en ella.

– ¡Ciri!

– Lo he matado -dijo de forma casi ininteligible la brujilla-. Le he destrozado la cabeza.

Desfalleció. Geralt, Eskel y Jaskier la sujetaron, la alzaron. Ciri no soltó la espada.

– Otra vez… -balbuceó el poeta-. Otra vez le han dado en la cara… Qué puta mala suerte tiene esta muchacha…

Yennefer gimió con fuerza, se acercó a Ciri, desplazó a Jarre, quien con su única mano sólo entorpecía. Sin importarle que la sangre mezclada con fango y agua podía manchar y destruir su vestido, la hechicera apoyó un dedo en el rostro de la brujilla y gritó un hechizo.

A Geralt le dio la impresión de que todo el castillo temblaba y de que el sol se había apagado por un segundo.

Yennefer retiró la mano del rostro de Ciri y todos lanzaron una exclamación de asombro. La terrible herida se había reducido hasta convertirse en una fina línea roja marcada por algunas pequeñas gotas de sangre. Ciri quedó colgada en los brazos que la sujetaban.

– Bravo -dijo Dorregaray-. Mano de maestro.

– Mis reconocimientos, Yen -dijo Triss con la voz sorda mientras Nenneke lloraba.

Yennefer sonrió, puso los ojos en blanco y se desmayó. Geralt consiguió agarrarla antes de que cayera a tierra, blanda como una cinta de terciopelo.

XII

– Tranquilo, Geralt -dijo Nenneke-. Sin nervios. Ahora se le pasará. Se ha quedado sin fuerzas y eso es todo, y para colmo la emoción… Ella quiere mucho a Ciri, ya sabes.

– Lo sé. -Geralt alzó la cabeza, miró al mozalbete de la armadura brillante que estaba de pie junto a la puerta de la habitación-. Escucha, hijo, vuelve a la capilla. Aquí no hay nada para ti. Y así, entre nosotros, ¿quién cono eres?

– Soy… Soy Galahad -murmuró el caballerete-. ¿Puedo…? ¿Estaría mal que preguntara cómo está esa hermosa y valiente doncella?

– ¿Cuál? -El brujo sonrió-. Hay dos, las dos hermosas, las dos valientes y las dos doncellas, aunque una lo es todavía por casualidad. ¿A cuál te refieres?

El mozalbete se ruborizó visiblemente.

– A la… más joven… -dijo-. A aquélla que se lanzó sin dudarlo a salvar al Rey Pescador.

– ¿A quién?

– Se refiere a Herwig -dijo Nenneke-. El girador atacó la barca en la que Herwig y Loki estaban pescando. Ciri se lanzó sobre el girador y este jovencito, que se encontraba por casualidad en los alrededores, se apresuró a ayudarla.

– Ayudaste a Ciri. -El brujo miró al caballerete con mayor atención y acentuada simpatía-. ¿Cómo te llamas? Lo he olvidado.

– Galahad. ¿Es esto Avalon, el castillo del Rey Pescador?

La puerta se abrió, salió Yennefer por ella, algo pálida, apoyada en Triss Merigold.

– ¡Yen!

– Vamos a la capilla -anunció la hechicera con voz débil-. Los invitados están esperando.

– Yen… Podemos retrasar…

– ¡Voy a ser tu mujer aunque se me lleven todos los diablos! ¡Y lo voy a ser ahora!

– ¿Y Ciri?

– ¿Qué pasa con Ciri? -La brujilla salió de detrás de Yennefer, embadurnándose de glamarye la mejilla sana-. Todo está bien, Geralt. Ni siquiera sentí este arañazo estúpido.

Galahad, con la armadura tintineando y chirriando, se arrodilló o, mejor dicho, se echó sobre una rodilla.

– Hermosa señora…

Los grandes ojos de Ciri se hicieron incluso mayores.

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