Orson Card - El septimo hijo

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El septimo hijo: краткое содержание, описание и аннотация

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Inicios del siglo XIX. Un Norteamérica alternativa en la que la magia y los conjuros del folklore popular son efectivos y en la que las colonias americanas no se han independizado todavía de la corona británica gobernada todavía por el lord Protector y cuyo rey está exiliado en Carolina del Sur. Un mundo en el que los pieles rojas se encuentran con los colonos que parten hacia el oeste.
En ese mundo rural, mágico y complejo, transcurren las historias de Alvin (séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón) llamado por la magia de su prodigioso nacimiento y las circunstancias que en él concurren, a poseer un don poco corriente, el de ser un Hacedor. Ello le enfrenta, incluso sin él saberlo a los poderes aniquiladores del Deshacedor. Sólo logrará sobrevivir y cumplir su misión con el uso de su excepcional don si llega a dominar su poder y evade las fuerzas ocultas que buscan su muerte antes de llegar a la edad adulta.

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—Ni siquiera me atrevía a pensar que esa piel pudiese sobrevivir.

—Casi no se le ve el hueso por debajo.

—El señor nos está bendisiendo. Recé toda la noche, Alvin, y mira lo que ha hecho Dios.

—Bueno, tendrías que haber orado más fuerte y haber hecho que se curase de una vez. Necesito al niño para unas cuantas tareas.

—No empieses a blasfemar conmigo, Alvin Miller.

—Si hay algo que me saca de quicio es la forma que tiene Dios de andar siempre metiéndose en todo para llevarse los honores. Quizá Alvin sea un buen sanador. ¿No se te había ocurrido?

—Mira. Tus necedades están despertando al niño.

—Ve si quiere un vaso de agua.

—Pues se la pienso dar la quiera o no.

Alvin deseaba agua con todo su ser. Su cuerpo estaba seco, no sólo su boca. Necesitaba reponer lo que había perdido en sangre. Tragó toda la que pudo, de un jarro de latón que le acercaron a los labios. Buena parte del agua le corrió por el cuello y el rostro, pero ni siquiera lo notó. Lo que importaba era el agua que entraba en su vientre. Se recostó y trató de descubrir desde su interior cómo se encontraba la herida. Pero regresar allí era algo demasiado arduo, le era muy difícil concentrarse. Desistió a mitad de camino.

Volvió a despertar y pensó que debía de ser de noche, o que habían corrido las cortinas. No podía saberlo porque le era imposible abrir los ojos, y el dolor había regresado. Otra vez lo atenazaba igual que antes, o incluso más. La herida le picaba y casi no podía contener las ganas de rascarse. Pero al cabo de un tiempo pudo descubrir la herida y ayudar nuevamente a que las capas crecieran. Para cuando cayó dormido, había logrado formar una capa delgada y completa de piel sobre la herida. Por debajo, el cuerpo seguía trabajando para renovar los músculos desgarrados y soldar los huesos quebrados. Pero no habría más hemorragias ni heridas abiertas que pudieran infectarse.

—Mire esto, Truecacuentos. ¿Alguna vez ha visto algo así?

—Como la piel de un recién nacido…

—Tal vez esté loco, pero salvo por la tablilla no veo rasón para dejar vendada la pierna ya.

—No se ve ni rastro de la herida. Las vendas ya no hacen falta…

—Quizá mi esposa tenga razón , Truecacuentos. Acaso Dios haya hecho un milagro con mi hijo…

—Eso no demuestra nada. Cuando el niño despierte, tal vez sepa algo acerca de lo sucedido.

—Ni pensarlo. No ha abierto los ojos ni una sola ves.

—Hay algo seguro, señor Miller. El niño no ha de morir. Eso es más de lo que cabía pensar ayer.

—Yo ya pensaba en haser un cajón para enterrarlo, eso pensaba. No veía posibilidad de que siguiera con vida. ¿Y ahora quiere usté ver lo sano que está? Quisiera saber qué o quién está protegiéndolo…

—Sea lo que fuere, señor Miller, el niño es más fuerte. Eso es algo en lo que merece la pena pensar. Su protector partió la rueda en dos, pero Al la devolvió a su forma original y su protector no pudo hacer nada al respecto.

—¿Sabría lo que estaba hasiendo?

—Debe de tener cierta noción de sus poderes. Sabía lo que podía hacer con la piedra…

—Jamás oí hablar de un don como ése, para decírselo de una vez. Le conté a Fe lo que hiso con la piedra, cómo la talló sobre el dorso sin poner siquiera la herramienta sobre él, y ella me empesó a leer el Libro de Daniel y a exclamar que se está cumpliendo la profecía. Quería entrar corriendo en la habitación a advertir al niño sobre los pies debarro. ¿No es el colmo? La religión las vuelve locas. No conozco una sola mujer que no se hayavuelto loca con la religión…

La puerta se abrió.

—¡Largo de aquí! ¿Eres sordo o tendré que decírtelo veinte veces, Cally? ¿Dónde está su madre que no puede mantener a un mocoso de siete años fuera de…?

—Tenga paciencia con el niño, Miller. Se ha ido, de todas formas.

—No sé qué pasa con él. Desde que Al ha caído en cama veo su rostro por donde quiera que mire. Parece un sepulturero a la espera de un cliente.

—Tal vez le resulte extraño esto de que Alvin se haya herido.

—Con todas las veses que Alvin ha estado a punto de morir…

—Pero jamás se lastimó.

Se hizo un largo silencio.

—Truecacuentos…

—Diga, señor Miller.

—Aquí ha sido usté un amigo para nosotros, a veses a nuestro pesar. Pero me figuro que sigue siendo un viajero…

—Eso soy, señor Miller.

—Lo que quiero desirle… sin prisas, compréndame, pero si en los tiempos próximos piensa viajar más o menos con dirección este, ¿cree que podría llevar una carta por mí?

—Con mucho gusto. Y sin paga. Ni a usted ni a quien la reciba.

—-Es muy gentil de su parte. Estuve pensando en lo que dijo. Eso de que un niño necesita ser alejado de ciertos peligros. Y pensé, ¿dónde puede haber gentes a quienes pueda confiarles el niño? No tenemos parientes que valgan la pena en Nueva Inglaterra… Y en cualquier caso, tampoco quiero que al niño me lo críen como un puritano al borde del infierno.

—Me alegra oír eso, señor Miller, porque no tengo muchos deseos de volver a pisar Nueva Inglaterra.

—Si sigue el camino que hisimos al venir del oeste, tarde o temprano llegará a un sitio sobre el río Hatrack, unos cincuenta kilómetros al norte de Hio, no muy lejos de Fort Dekane. Allí hay una posada, o al menos la había, y fuera hay una sepultura donde se lee: «Vigor, quien murió para salvar a los suyos.»

—¿Quiere que lleve al niño?

—No, no. Nunca lo enviaría ahora que ha comensado a nevar. El agua…

—Comprendo.

—Allí hay un herrero, pensé que el niño podría trabajar de aprendiz. Alvin es joven, pero para su edá es corpulento, y calculo que a ese hombre le será de utilidá.

—¿Como aprendiz?

—Bueno, no voy a entregarlo como esclavo. Y no tengo dinero pá pagarle una escuela…

—Llevaré la carta. Pero espero poder quedarme hasta que el niño despierte y despedirme…

—No pensaba enviarlo hoy por la noche. Ni mañana, con semejante nieve de locos…

—No creía que se hubiese dado cuenta del tiempo que hace.

—Jamás dejo de darme cuenta cuando tengo agua bajo los pies. —Rió tristemente y se marchó de la habitación.

Alvin Júnior yacía en la cama, tratando de imaginar por qué razón Papá podría querer enviarlo a otro lugar. ¿Acaso no había dado lo mejor de sí durante toda su vida? ¿No había tratado de ayudar cuanto le había sido posible? ¿No había ido a la escuela del reverendo Thrower, aun cuando el predicador lo enfureciera o lo hiciera pasar por estúpido? Y lo principal de todo, ¿acaso no había extraído de la montaña una rueda de molino perfecta, conservándola intacta todo el tiempo y enseñándola por dónde debía ir, y finalmente arriesgando su propia pierna para que no se rompiera? Y ahora querían llevarlo lejos…

¡Aprendiz! ¡De herrero! Hasta ese día no había visto un sólo herrero en su vida. Tenían que cabalgar tres días para llegar a la herrería más cercana, y Papá nunca lo dejaba ir. En toda su vida jamás había estado a más de quince kilómetros de su hogar.

En realidad, cuanto más lo pensaba, más se enfurecía. Mira que les había pedido a Papá y Mamá que lo dejaran andar por el bosque solo, pero ellos, nada. Siempre tenía que ir alguien con él, como si fuera un cautivo o un esclavo que pensara escapar. Si tardaba más de cinco minutos en regresar de algún lado, ya estaban todos buscándolo. Jamás podía hacer viajes largos. Lo más lejos que había llegado era a la cantera, un par de veces. Y ahora, después de tenerlo encerrado toda su vida como un pavo de Navidad, se disponían a llevárselo al fin del mundo.

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