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Orson Card: El septimo hijo

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Orson Card El septimo hijo
  • Название:
    El septimo hijo
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    1990
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-406-1269-9
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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El septimo hijo: краткое содержание, описание и аннотация

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Inicios del siglo XIX. Un Norteamérica alternativa en la que la magia y los conjuros del folklore popular son efectivos y en la que las colonias americanas no se han independizado todavía de la corona británica gobernada todavía por el lord Protector y cuyo rey está exiliado en Carolina del Sur. Un mundo en el que los pieles rojas se encuentran con los colonos que parten hacia el oeste. En ese mundo rural, mágico y complejo, transcurren las historias de Alvin (séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón) llamado por la magia de su prodigioso nacimiento y las circunstancias que en él concurren, a poseer un don poco corriente, el de ser un Hacedor. Ello le enfrenta, incluso sin él saberlo a los poderes aniquiladores del Deshacedor. Sólo logrará sobrevivir y cumplir su misión con el uso de su excepcional don si llega a dominar su poder y evade las fuerzas ocultas que buscan su muerte antes de llegar a la edad adulta.

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—Como un niño de siete años. —Era una reprimenda, pero Alvin no tenía intención de mostrarse rebelde con el hombre.

—¿Y entonces? ¿Por qué yo no? ¿Por qué sí Cally y yo no?

—Porque sólo dejo que los demás escriban lo más importante que han hecho o visto con sus propios ojos. ¿Qué habrías escrito tú?

—No lo sé. Tal vez habría contado lo de la piedra de molino.

Truecacuentos hizo un gesto elocuente.

—Entonces quizá contaría mi visión. Eso es importante. Tú mismo lo dijiste.

—Y eso ya está escrito en otra parte del libro…

—Quiero escribir en el libro —dijo—. Quiero que allí esté mi frase, junto con la de Ben el Hacedor…

—Todavía no —rehusó Truecacuentos.

—¿Cuándo?

—-Cuando hayas derrotado a ese Deshacedor, niño. Entonces te dejaré escribir en mi libro.

—¿Y si nunca lo derroto?

—Ah… En ese caso no creo que este libro sirva de mucho…

Los ojos de Alvin se llenaron de lágrimas.

—¿Y si muero?

Truecacuentos sintió un escalofrío de miedo.

—¿Cómo va tu pierna?

El niño se encogió de hombros. Parpadeó y las lágrimas desaparecieron.

—Eso no es una respuesta, niño.

—No dejará de doler.

—Así será hasta que el hueso termine de soldar.

Alvin sonrió lánguidamente.

—El hueso ya está soldado.

—¿Y entonces por qué no caminas?

—Me duele, Truecacuentos. El dolor jamás se va. En el hueso ha quedado un sitio malo, y no he podido descubrir cómo curarlo.

—Encontrarás la forma.

—Todavía no la he encontrado.

—Un viejo cazador de pieles me dijo una vez: «No importa si uno empieza por el esternón o por el trasero; cualquier forma de desollar a una pantera está bien.»

—¿Es un proverbio?

—Casi. Encontrarás una forma, aun cuando no sea la que esperas.

—Nada es lo que espero —dijo el niño—. Nada resulta como lo imaginé.

—Tienes diez años, amigo. ¿Ya estás cansado del mundo?

Alvin no cesaba de enroscar sábanas y frazadas entre los dedos.

—Truecacuentos, voy a morir…

Truecacuentos estudió su rostro, tratando de hallar en él la muerte. Pero no la encontró.

—No lo creo.

—Ese sitio malo en la pierna… Está creciendo. Lentamente, pero está creciendo. Es invisible, y va comiendo las partes duras del hueso. Dentro de un tiempo lo hará más rápido y más rápido y…

—Y te Deshará.

Alvin comenzó a llorar, y esta vez de verdad. Sus manos temblaban.

—Tengo miedo de morir, Truecacuentos, pero lo tengo dentro y no puedo hacer que se vaya…

Truecacuentos posó su mano sobre la del niño para acallar su temblor.

—Encontrarás el modo. Tienes mucho por hacer en este mundo para morir tan pronto.

—Es la idiotez más grande que he oído este año. Porque alguien tenga que hacer muchas cosas no se salvará de morir…

—Pero eso significa que no morirá de buena gana.

—Yo no tengo ganas de morir.

—Por eso hallarás la manera de vivir.

Alvin permaneció en silencio unos instantes.

—He estado pensando. En qué haré si sobrevivo. Como lo que he hecho para que mi pierna se compusiera. Puedo hacerlo por los demás, ¿no puedo posar mis manos sobre ellos y sentir cómo son por dentro, y arreglar lo que esté mal. ¿No sería algo bueno?

—Todos aquellos a quienes curaras te adorarían por ello.

—Supongo que la primera vez habrá sido la más difícil. Y cuando lo hice no estaba precisamente en forma. Seguro que puedo hacerlo más rápido con los demás…

—Tal vez. Pero aun cuando cures a cien enfermos por día, y vayas al pueblo vecino y cures a otros cien, habrá diez mil que morirán detrás de ti, y diez mil más adelante, y para cuando mueras, también lo habrán hecho casi todos los que curaste. Alvin apartó la mirada.

—Si sé cómo curarlos, Truecacuentos, debo hacerlo.

—Debes curar a quienes puedas sanar. Pero ésa no ha de ser la labor de tu vida. Ladrillos del muro, Alvin, eso es lo que serán. Nunca llegarás a tiempo si piensas reparar los ladrillos en ruinas. Cura a los que se crucen en tu camino, pero la labor de tu vida es mucho más profunda que ésa.

—Sé cómo curar a la gente. Pero no sé como derrotar al Des… al Deshacedor. Ni siquiera sé lo que es.

—Aun así, mientras seas el único capaz de verlo, también serás el único que pueda tener esperanzas de vencerlo.

—Tal vez.

Se hizo otro largo silencio. Truecacuentos sabía que era el momento de marcharse.

—Espera…

—Debo irme ya.

Alvin lo aferró de la manga.

—Todavía no.

—Ya es hora.

—Al menos… al menos déjame leer lo que han escrito los demás.

Truecacuentos tomó su morral y extrajo el estuche con el libro.

—No puedo prometerte explicar lo que han querido decir—le previno, mientras sacaba el libro de la cubierta que lo protegía de la humedad.

Alvin no tardó en encontrar las frases más recientes.

Con la letra de su madre: «Vigor empuja un tronco y no muere asta que el niño nasió.»

Con la escritura de David: «Una piedra de molino se habré en dos y luego estaba hunida otra ves sin una sola raja.»

Con los trazos de Cally: «Un sétimo ijo.»

Alvin levantó la vista.

—No está hablando de mí, ¿sabes?

—Lo sé —dijo Truecacuentos.

Alvin volvió a posar los ojos sobre el libro. Y con letra de su padre: «No mata a un ninio porque un estraño yega a tiempo.»

—¿De qué habla Papá? —preguntó Alvin.

Truecacuentos tomó el libro en sus manos y lo cerró.

—Encuentra la forma de curar esa pierna —le dijo. Hay muchas más almas que tú que necesitan que esté bien fuerte. No es por tu propio bien, ¿recuerdas?

Se inclinó y besó al niño en la frente. Alvin extendió sus brazos y lo aferró con todas sus fuerzas, y se colgó de él con tal desesperación que Truecacuentos no pudo incorporarse sin levantar al niño consigo. Al cabo de un tiempo, tuvo que separar los brazos del pequeño de su cuello. En su mejilla sintió la humedad de las lágrimas de Alvin. pero no se limpió el rostro. Dejó que la brisa las secara mientras avanzaba lentamente por el sendero yermo y helado, a izquierda y derecha del cual se extendían campos de nieve medio derretida.

Se detuvo un instante sobre el segundo puente cubierto. El tiempo preciso para preguntarse si alguna vez volvería a este lugar, o si los vería nuevamente. O si podría incluir en su libro la frase de Alvin Júnior. Si fuera profeta lo sabría. Pero no tenía la más mínima idea.

Echó a andar, y sus pies se encaminaron hacia la montaña.

Capítulo 13

CIRUGÍA

El Visitante se sentó cómodamente sobre el altar, reclinándose informalmente sobre su brazo derecho. Su cuerpo adquirió una garbosa expresión. El reverendo Thrower había visto una pose así de desenvuelta en un libertino de Camelot, un lujurioso que claramente despreciaba todo aquello que representaban las iglesias puritanas de Inglaterra y Escocia. Thrower se sintió bastante incómodo al ver que el Visitante adoptaba una pose tan irreverente.

—¿Por qué? —preguntó el Visitante—. El hecho de que tú sólo puedas controlar tus pasiones carnales sentándote erguido en una silla, con las rodillas juntas y las manos delicadamente dispuestas sobre el regazo, con los dedos firmemente entrelazados, no significa que yo deba hacer lo mismo.

Thrower se sintió incómodo.

—No es justo castigarme por mis pensamientos.

—Lo es, cuando tus pensamientos pretenden juzgarme por mis acciones. Ten cuidado con la arrogancia, amigo mío. No te creas tan recto como para poder juzgar los actos de los ángeles…

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