Era algo tan endiabladamente injusto que las lágrimas se le escaparon de los ojos y le rodaron por las mejillas hasta metérsele en los oídos, lo cual le hizo sentirse tan tonto que no le quedó más remedio que echarse a reír.
—¿De qué te ríes? —preguntó Cally. Alvin no le había oído entrar. —¿Estás mejor ahora? Ya no te sangra por ningún lado, Al.
Cally le tocó la mejilla. —¿Lloras porque te duele mucho? Alvin probablemente podría habérselo contado, pero le pareció un esfuerzo imposible abrir la boca y empujar las palabras, de modo que meneó la cabeza suave y lentamente.
—¿Te vas a morir, Alvin? —preguntó Cally. Volvió a sacudir la cabeza. —Ah… —dijo el pequeño. Parecía tan desilusionado que Alvin se sintió irritado. Lo suficiente como para abrir la boca después de todo.
—Lo siento —gruñó.
—No es justo —dijo Cally—. Yo no quería que te murieras, pero todos desían que ibas a morir. Y entonces pensé cómo sería si yo fuese de pronto el que todos cuidaban. Todos están siempre preocupados por ti, vigilándote, y cada vez que yo digo una palabra se ponen con que sal de aquí, Cally, cierra la boca, Cally, nadie te llamó, Cally, ¿no tendrías que estar en la cama, Cally? No lesimporta nada de lo que hago. Salvo cuando mepongo a pelear contigo, y entonces dicen: Cally, basta de peleas.
—Para ser un ratón de campo peleas realmente bien —quiso decir Alvin, pero no supo bien si había llegado a mover los labios.
—¿Sabes lo que hise una vez cuando tenía seis años? Me fui. Me perdí en el bosque. Caminé y caminé. Hasta cerré los ojos y di varias vueltas para estar seguro de perder la orientación. Debo haber estado perdido medio día. ¿Alguien vino por mí? Finalmente tuve que dar la vuelta y descubrir solo el camino de regreso. Nadie dijo: ¿dónde has estado todo el día, Cally? Lo único que dijo Mamá fue: tienes las manos susias como el trasero de un caballo flojo de vientre, ve a lavarte.
Alvin volvió a reír, y la risa silenciosa le hizo estremecer el pecho.
—Será divertido para ti. Todos te cuidan…
Esta vez Alvin se esforzó por emitir la voz.
—¿Quieres que me marche?
Cally tardó un buen rato en responder.
—No. ¿Con quién jugaría entonces? Con los zánganos de los primos. Entre ellos no hay uno solo que sepa luchar como se debe.
—Me marcho —susurró Alvin.
—De eso nada. Eres el séptimo hijo varón y jamás te dejarán partir.
—Me marcho…
—Claro que tal como hago las cuentas, el número siete vengo a ser yo. David, Calma, Mesura, previsión, Moderación, Alvin Júnior, que eres tú, y luego yo, es decir, siete.
—Y Vigor…
—Está muerto. Se murió hase mucho tiempo. Alguien tendría que decírselo a Ma y Pa.
Alvin yacía casi exhausto de las pocas palabras que había logrado articular. Cally no añadió mucho más después de aquello. Se quedó allí sentado, quietecito. Sosteniendo muy fuerte la mano de Alvin. Éste comenzó a perder la conciencia, de modo que no supo bien si Cally había hablado de verdad o si fue un sueño. Pero le oyó decir:
—No quiero que mueras nunca, Alvin. —Y luego agregar—: Ojalá yo fuera tú. —Pero de todas formas Alvin se perdió en sueños, y cuando volvió a despertar, no había nadie con él y la casa estaba en silencio. Sólo oía los sonidos de la noche: el viento entre las persianas, el tronco crepitando en la chimenea, los maderos encogiéndose de frío.
Una vez más, Alvin se internó en su cuerpo y se abrió paso hasta la herida. Pero en esta ocasión no había mucho que hacer con la piel y los músculos. Tuvo que trabajar sobre los huesos. Le sorprendió que fuera una masa tan esponjosa, cubierta de orificios y no sólida como la piedra de molino. Pero pronto aprendió a andar entre la masa del hueso para poder soldarlo.
Y sin embargo, algo no marchaba bien con ese hueso… Algo en la pierna enferma no lograba quedar igual que en la pierna sana. Pero era tan pequeño que no alcanzaba a distinguirlo. Sabía que eso, sea lo que fuere, estaba descomponiendo el hueso.
Era una diminuta zona enferma, pero no podía imaginarse cómo curarla. Era como tratar de recoger copos de nieve del suelo. Cada vez que uno creía haber cogido algo, se convertía en nada, o era tan pequeño que ni se veía.
Tal vez se vaya solo, pensó. Tal vez si todo lo demás se cura, ese sitio enfermo del hueso llegue a sanar por sí solo.
Eleanor se demoró en regresar de la casa de su madre. Soldado creía que una esposa debía tener fuertes lazos con su familia, pero llegar a casa al anochecer le parecía demasiado arriesgado.
—Se habla de que hay indios salvajes del sur —dijo Soldado de Dios—. Y tú paseándote por la oscuridad…
—Vine de prisa —se disculpó—. Y conozco el camino en la oscuridad…
—No es cuestión de conocer el camino —le dijo con severidad—. Los franceses ya han empezado a entregar armas de fuego a cambio de cabelleras de blancos. No tentarán a la gente del Profeta, pero habrá más de un choc-taw deseoso de llegarse hasta Fort Detroit y hacerse con algunas cabezas durante el trayecto.
—Alvin no va a morir —dijo Eleanor.
Soldado aborrecía su forma de cambiar de tema. Pero era tal noticia que no podía dejar de preguntar sobre ello.
—Entonces, ¿decidieron cortarle la pierna?
—He visto la pierna. Está mucho mejor. Y esta tarde Alvin Júnior estaba despierto. Hablé un rato con él.
—Me alegro de que haya despertado, Elly, de verdad. Pero no esperarás que esa pierna sane. Una herida tan importante puede que parezca en vías de curación durante un tiempo, pero no tardará en pudrirse.
—Esta vez no creo que eso suceda —comentó ella—. ¿Te preparo la cena?
—Debo haber comido dos panes enteros mientras iba de aquí para allá pensando a qué hora regresarías a casa.
—No es bueno que un hombre eche panza…
—Pues yo tengo la mía, y pide comida como la de cualquiera.
—Mamá me dio un queso. —Lo puso sobre la mesa.
Soldado de Dios tenía sus dudas. Pensaba que los quesos de Fe Miller resultaban tan buenos en gran parte porque debía de hacerle algo a la leche. En realidad, sobre las riberas del Wobbish, sobre Tippy-Canoe y sobre el Creek no había quesos mejores que los de ella.
Lo sacaba de quicio verse haciendo concesiones con la brujería. Y cuando estaba fuera de quicio, no podía dejar que nadie mintiera, aun cuando se daba cuenta de que Elly no quería hablar del tema.
—¿Por qué crees que la pierna no se pudrirá? —Se está curando muy deprisa —repuso ella.
— ¿Cuan deprisa?
—Hum… está casi curada.
—¿Casi?
La mujer se dio la vuelta, levantó los ojos al cielo y comenzó a cortar una manzana para comer con el queso.
—¿Qué quiere decir «casi»? ¿Cuan curada está?
—Ya está curada.
—¿Hace dos días que una rueda de molino le arranca la mitad delantera de la pierna y ya está curada?
—¿Sólo dos días? A mí me parece una semana…
—El calendario dice que han transcurrido dos días —reiteró Soldado de Dios—. Lo cual indica que allí han estado haciendo brujerías.
—Tal como yo leo en los evangelios, el que curaba a la gente no era ningún brujo, precisamente.
—¿Quién ha sido? No me digas que tu padre o tu madre de pronto fueron capaces de hacer algo tan poderoso. ¿Conjuraron a algún demonio?
Ella dio la vuelta, con el cuchillo en la mano, listo para cortar. Sus ojos relampaguearon.
—Papá no será de los que van muy a menudo a la iglesia, pero el diablo jamás ha puesto un pie en nuestra casa.
Eso no era lo que decía el reverendo Thrower, pero Soldado sabía que no debía sacar el tema a conversación.
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