Louise Cooper - Infanta
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Las manos de Phereniq dejaron de moverse y contempló con atención los pliegues de la malla, dejándolos resbalar de sus dedos en relucientes puñados.
—¿La leyenda...?
—¡Sí! ¡Los Tres Regalos son más que símbolos: fueron entregados por la propia mano de la Diosa, y son los cimientos sobre los que se construyó Khimiz! ¿No te das cuenta de lo que significa? ¡Tienen poder, auténtico poder! —El corazón le palpitaba enloquecido de excitación, temor y esperanza—. ¿No se podría recurrir a estos regalos para que nos ayudaran ahora?
La expresión de Phereniq empezó a cambiar.
—Por la Diosa... pero ¿cómo?
—¡No lo sé: pero tiene que existir una posibilidad! Phereniq, los otros dos Regalos, ¿sabes dónde están?
—El Tridente está en el palacio —repuso Phereniq, sin respiración. Empezaba a contagiarse rápidamente de la excitación de Índigo—. Se trajo desde el templo durante la procesión, lo expusieron en la gran sala.
—¿Y el Áncora? ¿Dónde está el Áncora?
La astróloga meneó la cabeza.
—Según todos los archivos, está, o estaba, guardada en algún lugar del templo, pero no sé dónde. Nunca la he visto, ni conozco a nadie que lo haya hecho. , —El altar en forma de barco tiene un áncora —replicó Índigo con vehemencia—. Podría...
—No, no. Al igual que la Red y el Tridente, el Áncora está hecha de oro macizo. La del altar no es más que una copia en madera; no es el Regalo. Pero la auténtica Áncora está en el templo.
—¡Entonces debemos encontrarla!
—Sí. —Phereniq volvió la mirada hacia el patio, donde la luna avanzaba lentamente por el firmamento, y se estremeció—. Nos queda tan poco tiempo... Índigo, adelántate tú al templo. Llévate la Red; empieza a buscar el Áncora. Yo recogeré el Tridente, y te seguiré tan deprisa como pueda.
Índigo estaba ya a medio camino de la puerta cuando la astróloga volvió a hablar de repente.
—Índigo...
La muchacha se detuvo y volvió la cabeza.
—Incluso si encontramos el Áncora —dijo Phereniq, con voz tensa—, no sé cómo despertar cualquier poder que las reliquias contengan. Pero me da en los huesos que es lo único que podemos hacer. Y al menos debemos intentarlo. —La sombra de una triste sonrisa apareció en sus labios—. Has hecho que lo comprenda. Y también me has hecho comprender que realmente quiero vengar a Augon. Me gustaría pensar que él... él lo hubiera deseado. —La voz se le quebró: se llevó una mano al rostro, luego sacudió la cabeza, con energía—. No; éste no es el momento ni el lugar para seguir lamentándolo. Ve, Índigo, date prisa. ¡Y reza para que la Madre del Mar nos dé su favor esta noche!
CAPÍTULO 25
La gran cúpula del Templo de los Marineros brillaba como una espectral luna terrena, reflejando una pálida luz sobre los peldaños de mármol mientras Índigo y Grimya subían a toda velocidad la escalinata. La auténtica luna flotaba alta y remota, ahogando con su luz a las estrellas y dando al cielo la intensidad del terciopelo negro; el eclipse aún no se había iniciado, pero era muy fácil imaginar el primer reborde de sombra empezando a deslizarse sobre el frío y resplandeciente disco. Tras ellas, el mar murmuraba incesante: esta noche su voz sonaba amenazadora, siniestra; e Índigo tuvo que dominar un impulso de mirar continuamente por encima del hombro. Su mente se veía asaltada por imágenes del cuerpo acurrucado y desangrado de Karim, y resultaba fácil imaginar que cualquiera de las alargadas y distorsionadas sombras que se extendían por la plaza pudiera no ser en absoluto una sombra, sino algo que de súbito pudiera empezar a moverse y deslizarse sin ruido sobre las losas para cortarles el paso. Se sintió agradecida cuando, sin ningún incidente, llegaron por fin al asilo de la entrada del templo.
El Templo de los Marineros jamás cerraba sus puertas. Después de oscurecer había pocos encargados por allí, pero las lámparas permanecían encendidas constantemente, y casi a cualquier hora del día o de la noche podía verse al menos a un peregrino absorto en privada meditación ante el enorme y silencioso altar. Tras atravesar el estanque de entrada y penetrar en el oscuro interior, Índigo experimentó una cierta mortificación al ver a dos figuras junto a la proa de la enorme nave, de pie bajo la sombra del mascarón de proa de madera tallada que resultaba tan desconcertantemente real. No había esperado aquello... pero al contemplar con frustración a las dos figuras, las orejas de Grimya se irguieron bruscamente. La loba empezó a avanzar e Índigo escuchó el alivio presente en su exclamación mental.
«¡Índigo, es Luk!»
Sobresaltadas por el sonido de sus patas sobre el suelo de mosaico, las dos figuras levantaron la cabeza. El rostro de Luk era un óvalo mortalmente pálido; desde aquella distancia, Índigo no podía ver su expresión a causa de la penumbra, pero su postura era rígida. La otra figura también se había quedado rígida, y los pasos de Índigo vacilaron de repente al reconocer al acompañante del muchacho.
—Macee...
Su voz resonó curiosamente en la vasta sala vacía; parecía como si hubiera sido alguna otra persona la que hubiera hablado.
—Lo encontré aquí. —Macee pasó un brazo alrededor de los hombros de Luk, como para protegerlo de alguna amenaza posible—. Me... lo ha contado. Todo. —Se produjo una pausa—. ¿Es cierto?
—Es cierto —confirmó Índigo.
—¿Todo? ¿Lo de la Infanta, el demonio? ¿Y que han asesinado al Takhan?
—Cada palabra.
Grimya, consciente de la tensión, retrocedió y gimoteó en voz baja, pero sus pensamientos no eran claros. Durante algunos instantes se produjo un silencio, mientras
Macee e Índigo se estudiaban con cuidado y Luk contemplaba el suelo. Luego, bruscamente, Macee habló.
—Creo que lo mejor es que hablemos, Índigo. Sé lo que dije la última vez que nos vimos, pero las cosas han cambiado, ¿no es así? —Intentó sonreír, pero la sonrisa no se reflejó en sus ojos— No creas que me retracto de nada de lo que dije entonces; no es así. Pero comprendo ahora más cosas y aunque no pueda aprobar lo que hiciste en el pasado, al menos comprendo el dilema al que te enfrentas ahora. —Dio una ligera y reconfortante sacudida a los hombros de Luk, luego lo soltó y se dirigió despacio hacia donde estaba Índigo. Bajando la voz, añadió—: Y me da pena el muchacho. Quiero ayudarlo, si puedo. Si algo puede hacerlo.
A pesar del hecho de que el acercamiento de Macee era cuando menos cauteloso, Índigo se sintió reconfortada por el simple hecho de tener a otro ser humano que sabía la verdad y, por muy poco que fuera, comprendía. Al menos le daba la ilusión de una mayor fuerza.
—No sé si puede hacerse nada ahora —dijo—, tenemos tan poco tiempo... Pero existe una esperanza, aunque es muy débil.
Y le contó a Macee cómo había descubierto la auténtica naturaleza del demonio; las espantosas muertes de Leando y de Augon Hunnamek, y la leyenda del templo y su desesperada necesidad de encontrar el Áncora que completaría la tríada de los Tres Regalos de la Madre del Mar. Cuando terminó, la menuda davakotiana se encogió de hombros, y echó una mirada en derredor del tranquilo templo en penumbras.
—Incluso sólo tres días atrás habría dicho probablemente que estabas loca —repuso—. Aun después de lo que vi en ese viaje, hubiera... no; no importa. —Su dura mirada se encontró de nuevo con la de Índigo—. Pero después de lo que el muchacho me ha contado...
—No sabe todavía que su padre está muerto —dijo Índigo, sombría—. No... no sé cómo decírselo.
—Ah. Dulce Madre del Mar, ésa es una tarea que no te envidio. —Macee contuvo un estremecimiento—. Y el Takhan muriendo de esa forma... Bien, lo mejor será que me crea lo que me has contado, ¿no es verdad? Y me da la impresión de que necesitas toda la ayuda que puedas conseguir. Vale más asegurarse que tener que lamentarlo, ¿eh?
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