Louise Cooper - Espectros

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Entonces, de improviso, de algún lugar fuera de la casa le llegó una carcajada, precipitadamente ahogada.

Ellani frunció el entrecejo, olvidado su momentáneo terror. ¿Quién en su sano juicio estaría en el exterior sin necesidad con aquel tiempo? ¿Y riendo? ¿Qué motivo había para reír, cuando uno estaba bajo la lluvia? Escuchó con atención durante unos momentos y empezaba a pensar que debía de haber oído mal, que el sonido no había sido más que el borboteo del agua en alguna tubería, cuando volvió a oírlo. Risitas ahogadas; luego un susurro siseado, como si alguien hiciera callar apresuradamente a otra persona; y un sonido parecido a la acción de escarbar, como de pequeños pies que se escabulleran furtivamente. Había alguien en el exterior, Ellani estaba segura ahora, y tuvo la repentina e indignada convicción de que alguno de los niños del enclave estaba gastando una broma a sus vecinos. Lo primero que pensó fue que la culpable debía de ser Sessa Kishikul. Sessa no había estado nunca bien de la cabeza; se había negado tozudamente a crecer y abandonar su comportamiento infantil, y era una molestia constante para los demás, capitaneando a los más pequeños en estúpidas e inútiles escapadas. Deslizándose fuera de la cama, Ellani cruzó la habitación a tientas. Si podía vislumbrar a Sessa y a sus cómplices, pensó, sólo lo suficiente para identificarlos sin el menor asomo de duda, los denunciaría al Comité de Extranjeros de los ancianos por comportamiento criminal. Eso acabaría con la irresponsabilidad de Sessa, y haría que ella, Ellani, ganara puntos ante los ancianos.

Llegó hasta la ventana y apartó la cortina de tablillas de papel para contemplar el húmedo y deprimente panorama al que ni siquiera iluminaba aún la luz del alba.

Por un instante le pareció que varias sombras menudas parpadeaban en la periferia de su visión antes de desaparecer a toda velocidad. Ellani contuvo la respiración ansiosa y frotó el empañado cristal, torciendo los ojos en sus esfuerzos por distinguir cualquier otro movimiento en la oscuridad. Entonces, surgida al parecer de la nada, le llegó una voz que hizo que sus manos se aferraran al alféizar.

—¡Elli! ¡Aquí abajo, Elli!

Todo el cuerpo de Ellani se estremeció como si se hubiera sumergido en agua helada. ¡Era la voz de Koru!

—¡Elli! ¡Elli, soy yo, estoy aquí! ¡Mira, Elli..., junto al retrete!

Sus dientes empezaron a castañetear sin que pudiera detenerlos. Muy despacio, llena de temor, volvió la cabeza para mirar abajo, al lugar donde un pequeño cobertizo se apoyaba contra la oscura masa de la casa.

Koru estaba de pie junto a la pared del cobertizo. Mientras la boca de Ellani se abría para formar una redonda O de asombro, el niño se llevó rápidamente un dedo a los labios.

—¡Baja, Elli! ¡No despiertes a mamá, aún no!

Ellani dirigió una veloz mirada a la puerta del dormitorio, dividida entre el impulso de desoír la súplica y correr en busca de sus padres y el temor de que, si lo hacía, Koru volviera a huir antes de que pudiera cogerlo. En su agitación no se le ocurrió preguntarse cómo era posible que pudiera ver a su hermano con tanta claridad a pesar de ser todavía de noche.

—¡Elli! ¡Vamos, Elli, baja!

Ellani tomó una decisión. Agarrando rápidamente sus botas de campo de suela de madera y su capa con capucha, cruzó la habitación en cuestión de segundos, para acto seguido abrir la puerta y descender como pudo la escalera hasta la planta baja. Atravesó la cocina —el pestillo de la puerta chirrió pero eso no podía evitarse— y, deteniéndose tan sólo para ponerse los zapatos y la capa, salió al helado amanecer. La lluvia le salpicó el rostro mientras cruzaba el patio; al llegar ante el retrete se detuvo en seco y resbaló sobre los mojados adoquines, pero consiguió recuperar el equilibrio agitando los brazos. Koru ya no estaba allí.

—¡Koru! Koru, ¿dónde estás? —Ellani giró primero a un lado y luego al otro—. Todo está bien, no he despertado a madre. —Hizo una pausa para escuchar, y poco a poco la exasperación fue eclipsando su inicial alivio; su voz adoptó un tono irritado—. Koru, deja de jugar; ¡sal al momento!

Koru siguió sin responder. Entonces, mientras Ellani seguía allí dudando entre la cólera y la preocupación, el silencio se vio interrumpido bruscamente por una sucesión de notas musicales que ascendían y descendían.

¡Aquella arpa! Ellani se llevó el puño a la boca y, con los ojos muy abiertos, intentó por segunda vez rechazar lo que sus oídos le decían. Esta vez, no obstante, era imposible fingir que el sonido no era más que un truco de lluvia. Ascendía y descendía, ascendía y descendía...

—¿Koru?

Desconcertada y asustada ahora, Ellani empezó a avanzar hacia el lugar del que salía la música. Parecía provenir de algún lugar entre su casa y la casa vecina, donde un sendero adoquinado conducía hacia las puertas del enclave... Con el corazón latiendo ensordecedor, había llegado casi al sendero cuando, tan de improviso que saltó como si se hubiera escaldado, el sonido del arpa creció y se transformó en una alegre cancioncilla, y un coro de voces empezó a cantar:

Canna mho ree, mho ree, mho ree, canna mho ree na tye; si inna mho hee etha narrina chee im alea corro in fhye.

El terror golpeó a Ellani como un mazazo, pero sus pies volvieron a resbalar y no pudo detenerse antes de llegar al final de la pared. Dobló la esquina tambaleante... y sus ojos estuvieron a punto de saltar de sus órbitas.

En el sendero, cerrando el paso a las puertas del enclave, había un carromato de vivos colores detenido en medio de lo que parecía una tormenta de serpentinas de colores.

Alrededor del carro había niños bailando — pero se movían demasiado rápido para ser reales, y ella podía ver a través de sus cuerpos, podía ver directamente a través de ellosy una anciana loca bailaba con ellos, arrojando al aire nuevos puñados de serpentinas con regocijado abandono. Un brillante resplandor sobrenatural, que parecía proceder de su interior, iluminaba el carromato... y en el asiento del conductor había dos figuras increíbles. Una, de ojos plateados — no, no, nadie podía tener los ojos plateados; era imposible —, vestía un increíble vestido multicolor y sus cabellos centelleaban, y sus manos se movían veloces sobre las cuerdas del arpa que sostenía. La otra, con un vestido igual de demencial y con una máscara que le cubría la mitad del rostro, le sonreía de oreja a oreja.

—¡Hola, Elli! —gritó Koru por encima de la música y la canción—. ¿No te alegras de verme?

La boca de Ellani se abrió y cerró repetidas veces sin que la niña pudiera evitarlo. Por un momento, al cogerla desprevenida, la sustancia del otro mundo había atravesado sus defensas, y las imágenes se fijaron en su cerebro antes de que pudiera rechazarlas. Luego, violentamente, las compuertas mentales se cerraron con fuerza en un intento de suprimir todo aquel insensato espectáculo de su mente. ¡Esto no podía estar ocurriéndole a ella! ¡Era imposible; esto no podía estar ahí, no podía existir!

En respuesta al desesperado rechazo de su mente, el carromato y los niños que bailaban se agitaron y tambalearon ante ella. Pero, con gran horror por parte de Ellani, cuando éstos empezaron a desvanecerse Índigo y Koru siguieron allí sonrientes aunque ahora parecía como si flotaran en el aire, y la anciana loca siguió riendo y girando, y la música del arpa y el extraño coro de voces — Canna mho ree, mho ree, mho ree — siguió resonando en sus oídos. No podía ser. ¡No podía ser!

Ellani retrocedió trastabillando. En su interior gritaba en silencio y presa de terror — ¡Márchate, márchate! — pero a otro nivel sabía que aquello no desaparecería, que ella no podía hacerlo desaparecer, no podía negarlo ni fingir que esto no estaba sucediendo en realidad... Entonces, provocándole otro sobresalto, Koru gritó: —Coge la pelota, Elli... ¡Coge la pelota! Algo había surgido veloz de sus manos y corría hacia ella. Centelleaba mientras giraba por los aires, y por un imprudente instante Ellani se sintió poseída del impulso de atraparla y quedársela. La deseaba, la deseaba; tenía que poseerla, sin importar a qué precio... Luego la razón volvió a apoderarse violentamente de su cerebro, y dio un salto atrás para esquivar la brillante esfera que parecía ir directamente hacia ella.

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