Louise Cooper - El Iniciado

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El Sumo Iniciado seguía cantando y los Adeptos casi vociferaban sus respuestas, alcanzados también por la increíble sobrecarga de poder. Pero sus voces resbalaban sobre Tarod, sin conmoverle. Cuidadosamente, fijó toda su atención en el dolor lacerante que llenaba su cuerpo. Y el dolor menguó... Entonces concentró una pequeña parte de su voluntad en la mano izquierda...

El dolor desapareció del todo, y cuando trató de doblar los dedos, supo que volvían a estar enteros, que el daño infligido por Keridil había sido remediado como si nunca se hubiese producido. Y empezó a comprender.

Keridil había tomado la piedra que contenía su alma, pero el Sumo Iniciado no había contado con el efecto que esta acción podía surtir en su enemigo. Si a un mortal le quitaban el alma, era como una cáscara vacía; pero Tarod no era enteramente mortal. Al perder la piedra, había perdido sus lazos con el tremendo poder del Caos, pero también había ganado algo que ni él ni el Círculo habían previsto. Todavía conservaba poder, y era un poder despojado de todos los tabúes y restricciones impuestos por la humanidad, porque ya no era humano.

Creía que este poder era lo bastante grande para salvarle. El camino estaba plagado de peligros en comparación con los cuales parecería un juego de niños el rito de la muerte del Círculo, pero ahora Tarod era incapaz de sentir miedo. También era ajeno al dolor y a la conciencia: una frialdad total había sustituido en su corazón los escollos de la emoción humana. Aunque había luchado por dominar las fuerzas devastadoras que yacían en el fondo de su ser, sabía que podía apelar a ellas si quería, que estaban allí, latentes, esperando. Ahora las emplearía sin reparo, y si esto significaba liberar el poder del Caos que llevaba dentro, no le importaba. El Círculo debería cargar con las consecuencias.

La enorme espada pendía sobre su cabeza, todavía con aquel vibrante resplandor que disipaba la temblorosa niebla del Salón de Mármol. La voz de Keridil se elevó, estridente, y los Adeptos medio gritaron y medio cantaron una fúnebre endecha como contrapunto. Poco a poco fue aumentando el brillo de la hoja, y Tarod sintió que unas fuerzas tremendas le arrastraban hacia abajo, tratando de poner su mente en poder del Círculo. Él se resistió en silencio, pero, aunque se desvaneció aquella influencia, comprendió que el tiempo se estaba agotando rápidamente.

El tiempo. Era como si hubiese girado una llave en su memoria, abriendo un depósito de conocimiento tan antiguo que no había advertido su existencia. Yandros, a su enigmática manera, se había referido a él, pero Tarod no lo había comprendido del todo, hasta ahora...

Antiguamente, cuando reinaban los Ancianos, el Tiempo había sido un juguete de los Señores del Caos. Las mentes inhumanas que habían guiado las manos que construyeron este Castillo lo habían elegido como centro de su manipulación de las fuerzas temporales, y seguía conservando esta antigua calidad. El Círculo nunca había sido capaz de descubrir sus misterios: Tarod, como Adepto del Círculo, había sido tan ignorante como ellos. Pero ahora, el secreto le había sido revelado...

El cántico era como un sonido sólido que fuera golpeando sus sentidos a medida que el ritual se acercaba a su punto culminante. Tarod cerró los ojos, borrando la imagen de Keridil en estado de trance. Algo oscuro se cernió sobre el borde de su campo visual interior, y lo reconoció como emanado de debajo de donde él yacía, del círculo negro que marcaba el centro de las peculiares dimensiones del Salón de Mármol. Dejó que su mente lo siguiese, sintió que le llamaba... y, poco a poco, el mundo real se desvaneció, hasta que su conciencia pendió, sola e inmaculada, en la oscuridad. Sus ojos se empañaron debajo de los párpados cerrados, y un trance mucho más profundo que el del Sumo Iniciado se apoderó de él...

Una pared de roca vertical le cerró el camino. El negro basalto, resplandeciente por las pulidas facetas de cristales incrustados en su superficie, se elevaba hacia un ciclo sulfuroso, sin ofrecerle paso alguno. Tarod, haciendo un gran esfuerzo, recordó; después levantó una mano y dijo una sola palabra.

Se oyó un fuerte estampido y la roca se abrió, y una intensa luz verde brotó de la estrecha fisura. Tarod avanzó, sintiendo que la roca la envolvía, y vio dentro de la peña un pozo que se hundía en la nada. La verde radiación procedía de aquel pozo, y se dirigió hacia él.

¡Alto!

Se detuvo. La voz había venido de ninguna parte, y la radiación verde empezó a temblar como si una presencia invisible la agitase. La memoria despertó de nuevo, y Tarod formuló mentalmente una severa pregunta.

¿Quién eres tú para darme órdenes?

En seguida recibió la respuesta, meditada y rotunda.

El Guardián de este lugar.

Tarod sonrió. Levantó la mano izquierda e hizo un ademán.

Dejate ver, Guardián.

Apareció lentamente, tomando su forma y su sustancia de la roca viva que le rodeaba. Parecía un hombre, pero corcovado y deforme; un vigoroso enano de ojos de basalto, en cuya garganta resplandeció un brillo de cristal cuando abrió la fea pero graciosa boca en una sonrisa.

Bienvenido, viajero , dijo, con una voz que parecía producida por un trozo de esquisto deslizándose sobre granito .¿Qué te trae por aquí?

Tenía la mitad de la estatura de Tarod, pero una fuerza y un aplomo que él sabía que serían difíciles de combatir. Y tampoco quería luchar con el Guardián de la Tierra. Había maneras mejores... y antiguas lealtades.

Dijo suavemente: ¿Me conoces, Guardián?

El enano de piedra frunció el ceño tratando de recordar y, por un instante, los ojos parpadearon vacilantes. Eres un extranjero, un mortal... y sin embargo, no eres extranjero...

Los ojos verdes de Tarod resplandecieron y su forma astral cambió sutilmente, y el enano abrió mucho los ojos al reconocerle de pronto. El peculiar y achaparrado personaje hincó torpemente una rodilla en el suelo y murmuró:

¡Señor!

Tarod se echó a reír, en voz baja pero suficiente para despertar mil ecos en las paredes de roca que le rodeaban. Viejo amigo , dijo al enano de piedra, nuestros tiempos eran buenos...

Aquel ser levantó la fea cabeza y le miró con una expresión que parecía de afecto. La Tierra no olvida .

Entonces, ayúdame .

Otra sonrisa se pintó en las rudas y melladas facciones. Señor.., la Tierra es tuya toma lo que quieras de ella.

Tarod respiró profundamente. La silueta del enano osciló, y tuvo la sensación de que su propio cuerpo se estaba convirtiendo en piedra.

Huesos de granito, carne de basalto, piel de cristal..., la esencia del plano-tierra le llenaba y le fortalecía, mientras la forma del achaparrado Guardián se disolvía en la nada.

Había pasado la primera barrera y... poco a poco, se acercó al profundo pozo y a su verde y tembloroso resplandor. Su radiación le bañó como una lluvia fresca, y se entregó a ella, dejando que su conciencia se hundiese en aquellas tranquilas y brillantes profundidades...

Se movía con facilidad y gracia, como un pez, en un mundo compuesto solamente de agua. Formas extrañas y elementales danzaban en los límites de su campo visual, y un alegre murmullo llenaba su mente, dando a sus pensamientos una serenidad que no había conocido hasta entonces. Absorbió este sentimiento, dejando que impregnase su ser y extrayendo de él más fuerza, mientras se dirigía con aplomo hacia el tercero de los siete planos astrales.

Y entonces, súbitamente, se encontró en el aire. Un aire que gemía y chillaba a su alrededor, soplando y girando con vibrante vida propia. Una fuerte sensación de vértigo invadió a Tarod, y colores pálidos y fantasmagóricos, surcados de vetas más oscuras, bailaron ante sus ojos. Pero siguió adelante, dejándose llevar por el furioso vendaval, retorciéndose y girando con las corrientes de aire, hasta que...

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