Louise Cooper - El Iniciado

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—Lo haré. —Taunan se dirigió a la puerta, la abrió y se volvió con una ligera sonrisa—. No regatearemos esfuerzos para averiguar cuál es todo su poder, Jehrek. Y, si no me equivoco, ésta será la causa de su triunfo.

Salió, cerró la puerta a su espalda, y Jehrek Banamen Toln habló a media voz al aire vacío:

—O la ruina de todos nosotros...

—Tarod..., Tarod, ¿me oyes?

Tarod se volvió en la cama, sorprendido por el tono grave de la voz de la mujer. La de su madre era aguda, casi estridente. Raras veces le hablaba con tanta dulzura, y no conocía su nombre secreto...

Abrió tos ojos verdes y a punto estuvo de gritar cuando recorrió con la mirada la desconocida habitación. Paredes oscuras, muebles lujosos, la extraña luz rojiza que se filtraba por la ventana y proyectaba sombras inquietantes: ¡ésta no era su casa!

Y, entonces, al desvanecerse los últimos vestigios del sueño, recordó.

Themila Gan Lin sonrió cuando su mirada se cruzó con la del chico. Desde luego, era un muchacho extraño, un intrigante enigma. Durante los últimos siete días había hablado en su delirio sobre tres cosas: un Warp, unos bandidos y alguien llamado Coran. Pero ahora su hombro se estaba curando y la fiebre había desaparecido. Tal vez se descubriría al fin el misterio.

—Veamos. —Se acomodó sobre la cama y tomó la mano de Tarod—. Soy Themila Gan Lin, y estoy aquí para cuidarte. Sabemos que tu nombre es Tarod, pero ¿cuál es el de tu clan?

Una mirada extraña y dura se dibujó en los ojos del muchacho, que dijo: — Yo no tengo clan.

— ¿No tienes clan? Pero seguramente tu madre...

¿Su madre? Ella le creía muerto, perdido en el Warp, y esto hacía que estuviese más seguro. Además, ella estaría mejor sin él...

—No tengo madre —dijo.

Aquí había algo más, algo que tal vez nadie llegaría a saber nunca, pensó Themila. Recordando la conversación que había sostenido con Jehrek pocos días antes, cuando habían discutido las extrañas circunstancias del descubrimiento del muchacho, decidió no insistir en la cuestión. Estaba a punto de preguntar al niño si tenía hambre cuando una mano delgada asió su brazo con sorprendente fuerza.

—¿Es esto el Castillo?

—¿El Castillo de la Península de la Estrella? Sí, lo es.

Un fuego interior iluminó los ojos verdes.

—Vi a un hombre... Era un Iniciado...

Themila pensó que empezaba a comprender. Y si las sospechas de Jehrek eran acertadas, coincidían con la imagen que ella empezaba a formarse del muchacho. Amablemente, dijo:

—Éste es el hogar del Círculo, Tarod. Muchos de nosotros somos Adeptos. Mira.

Y con su mano libre señaló uno de sus hombros. Tarod se quedó sin respiración al ver la ahora familiar insignia en el ligero chal de Themila Gan Lin. Por consiguiente, no lo había soñado en su delirio... Recordó los chismes y rumores que había oído acerca del Castillo y de lo que pasaba en él: hechicería y magia negra, conocimientos y poderes secretos. En su tierra natal, la gente temía al Castillo, pero Tarod no tenía miedo. Aunque pareciese imposible, el fantástico sueño que había acariciado en su vida anterior, de huir y encontrar la fortaleza de los Iniciados, se había hecho realidad. No estaba muerto; su alma no había sido condenada a ser arrastrada para siempre por el Warp; antes al contrario, la tormenta le había traído hasta aquí, como si, por alguna razón, lo hubiese querido así el destino. Y confiaba en esta mujer, una Iniciada; sabía que no le maltrataría como habían hecho otros. Estaba en su casa.

De pronto, como tanteando el terreno, dejó que su mano se deslizase hasta tocar los dedos de ella.

—¿Puedo quedarme aquí?

Themila le apretó la mano.

— ¡Puedes quedarte todo el tiempo que quieras, muchacho!

Y pensó, súbitamente turbada: «Oh, sí, debes quedarte... tanto si quieres como si no...».

Aquella tarde tuvo Tarod otra visita inesperada. Keridil Toln, el hijo del Sumo Iniciado, había empleado todas sus zalamerías para persuadir a Themila de que le permitiese llevar la comida al desconocido, y ella, pensando que la amistad podía ser beneficiosa para los dos muchachos, asintió de buen grado. Tarod no estaba acostumbrado a tener compañeros de su edad sin que le censurasen, y al principio le desconcertó la llegada del otro chico, pero el franco entusiasmo de Keridil empezó a romper muy pronto las primeras barreras.

—He estado esperando todos estos días una ocasión de verte — dijo Keridil, y después añadió con absoluta falta de tacto—: Todo el mundo habla de ti en el Castillo.

Tarod se alarmó de pronto.

—¿Por qué? —preguntó.

Keridil tomó un pedazo de carne del plato de Tarod, sin pedir permiso, y empezó a devorarlo.

—En primer lugar, es raro que alguien venga a nuestra comunidad desde el exterior. Pero es principalmente por lo que hiciste.

— ¿Qué quieres decir... por lo de los bandidos? —Su recuerdo era todavía confuso, y Tarod se puso súbitamente en guardia—. ¿Qué te han dicho?

Keridil sacudió la cabeza.

—No me han dicho nada. A pesar de que se presume que soy importante, porque se presume que algún día sucederé a mi padre como Sumo Iniciado, también se presume que soy demasiado joven para comprender muchas cosas. —Vaciló y después hizo un guiño—. Pero comprendo muchas más cosas de las que ellos se imaginan, y tengo mis propios medios para hacer averiguaciones. Mataste a un bandido cuando Taunan y la Señora fueron atacados. Pero no empleaste una espada ni un cuchillo ni otra arma. ¡Le mataste por arte de hechicería!

¿Hechicería? Esta palabra produjo un escalofrío en Tarod. Aquel sentimiento, aquella fuerza que se había apoderado de su mente y de su cuerpo..., ¿había sido hechicería? ¡Pero él no sabía nada de magia!

— Dicen que no sabías lo que estabas haciendo — prosiguió Ke-ridil, claramente impresionado—. Y por esto vas a que darte aquí. Mi padre ha estado haciendo toda clase de investigaciones sobre tu clan, pero...

—¡No!

La súbita vehemencia de Tarod sobresaltó al niño de rubios cabellos, que guardó silencio unos instantes. Después dijo:

—¿Por qué no?

Durante un momento, se miraron fijamente el uno al otro; después Tarod decidió arriesgarse y decirle a Keridil la verdad. Pausadamente, a media voz, respondió:

—Porque fui.. , condenado a muerte. Por matar a otra persona. De la misma manera que, según dicen, maté al bandido.

—¡Por Aeoris! —Keridil era lo bastante mayor para sentirse asombrado más que impresionado—. ¿A quién...? Quiero decir, ¿fue un accidente?

Nadie en Wishet se había preocupado de hacerle esta pregunta, pensó Tarod, sintiendo un nudo en la garganta. Y se dio cuenta de que podía hablar con Keridil de Coran sin la angustia producida por el miedo y la repugnancia. Como si, al cruzar la barrera invisible entre el Castillo y el mundo exterior, hubiese dejado atrás el pasado...

Keridil escuchó gravemente el relato y después silbó entre dientes.

—¡Por los dioses! No es de extrañar que el Círculo te quiera...

Tarod volvió a sentir recelo.

— ¿Que me quiera...?

—¡Si! —Keridil le miró fijamente, y entonces comprendió—. ¿No se ha molestado nadie en explicártelo? Vas a ser educado como Iniciado.

Tarod asintió como si se hundiese el suelo debajo de él.

—¿Cómo inicia...?

Trató de expresar lo que sentía, pero no encontró palabras para hacerlo. Keridil frunció bruscamente los párpados.

—¿No lo comprendes? En primer lugar, te enfrentaste con un Warp y salvaste la vida. ¡Es un presagio increíble! Y en segundo lugar... ¿no te das cuenta de que, probablemente, no hay un solo hombre o mujer dentro de estas paredes capaz de hacer lo que hiciste tú con sólo chascar los dedos?

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