A continuación sentí el hechizo, como una herida que me succionaba el poder y lo llevaba a la superficie hasta derramarse por los poros de mi piel, y luego cada vez más arriba, hasta los espejos. Fuera lo que fuese, chupaba mi poder como una tenia psíquica. Lo extraía lentamente como alguien que chupa con una pajita. Hice lo único que se me ocurrió. Hice retroceder el poder al centro del hechizo. Ellos no se lo esperaban, y la magia se tambaleó. Había una figura en el espejo, pero no era Alistair ni yo. La figura era alta, delgada, cubierta con una gabardina gris que ocultaba su cuerpo por completo. La gabardina era pura ilusión, una ilusión para ocultar el brujo que se hallaba detrás del hechizo. Y cualquier ilusión puede destrozarse.
Alistair me mordió suavemente el pecho, y mi concentración se hizo pedazos. Le miré mientras se llevaba mi pezón a la boca. Sentí como si su boca conectara una línea de alta tensión que me iba del pecho a la entrepierna. Me desgarraba la garganta, me hacía estremecer con su tacto. Una pequeña parte de mí detestaba que ese hombre pudiera hacer reaccionar mi cuerpo, pero la mayor parte de mi ser se había convertido en puras terminaciones nerviosas y carne excitada. Estaba hundiéndome profundamente en las Lágrimas de Branwyn, sumergiéndome en ellas. Pronto no habría ya pensamiento, sólo sensaciones. No lograba pensar en concentrar poder. Lo único que podía oler, sentir o saborear era canela, vainilla y sexo. Tomé ese sexo, esa necesidad, lo envolví con mi mente, y lo arrojé al hechizo. La capa tembló, y durante un segundo casi llegué a vislumbrar lo que había en su interior, pero Alistair se arrodilló y me bloqueó la vista.
Se quitó la ropa interior de las caderas, los muslos, y de golpe me encontré mirando su longitud dura y brillante. Aguanté la respiración durante un segundo, no porque fuera tan maravilloso, sino por pura necesidad. Fue como si mi cuerpo viera el remedio para toda su necesidad, y el remedio consistía en tenderme bajo el cuerpo de Alistair. No sé si era la visión de él desnudo o el poder que había infundido al hechizo, pero me sentía más yo misma. Un yo palpitante, ninfómano, pero aun así era una mejora.
Me senté. La parte delantera del vestido estaba rasgada, el sujetador bajado, de manera que mis pechos estaban expuestos.
– No, Alistair, no -dije-. No lo haremos.
Una chispa de energía recorrió la cama, por todo mi cuerpo. Alistair miró como si viera algo que yo no veía, y dijo:
– Pero dijiste que sólo utilizabas pequeñas cantidades. Demasiado la podría volver loca.
Él escuchaba. Yo no oía nada.
Fuera lo que fuese lo que se reflejaba en el espejo, no se estaba escondiendo de Alistair, sino de mí.
Alistair abrió la botella. Tuve tiempo de decir «no». Mi mano saltó hacia adelante como si quisiera desviar una bomba. Alistair arrojó el aceite sobre mí. Fue como ser tocada por una gran mano líquida. No podía moverme, lo único que podía hacer era gritar. Vertió el aceite sobre mi cuerpo y el líquido me empapó el vestido y se filtró en mi piel. Él me levantó la falda, y esta vez no pude de tenerle. Estaba paralizada. Vertió más aceite sobre mis bragas de satén, y yo caí en la cama, con la columna arqueada y las manos aferrándose a las sábanas. Sentía que mi piel se hinchaba, que se tensaba con un deseo que reducía el mundo a la necesidad de ser tocada, de ser poseída. No me importaba quién lo hiciera. El hechizo no se preocupaba de ello, ni yo tampoco. Abrí mis brazos al hombre desnudo que se arrodillaba ante mí y el se derrumbó sobre mi cuerpo. Lo sentía tenso contra el satén de mis bragas. Incluso esa fina pieza de tela era demasiado. Lo quería dentro de mí, lo deseaba más de lo que nunca había deseado a algo o a alguien.
Entonces algo cayó del espejo. Era una pequeña mancha negra, pero consiguió atraer mi atención. Se acercó y vi que era una pequeña araña que colgaba de una tela sedosa. Observé cómo la araña se deslizaba lentamente hasta el hombro de Alistair. La araña era pequeña y negra y brillante como el charol. Mi cuerpo estaba más frío, mi cabeza más clara. Jeremy había conseguido hacerme llegar algo. Comprendí que el mago que se hallaba al otro lado del hechizo les había mantenido a todos atrapados fuera de la casa.
Sentí el suave glande del pene de Alistair colándose bajo mis bragas, tocando mi humedad hinchada. Me hizo gritar, pero todavía podía pensar, todavía podía hablar. Si no podía escapar, sería una verdadera violación.
– ¡Para, Alistair, para!
Intenté salir de debajo de él, pero era demasiado grande, demasiado fuerte. Estaba atrapada. Empezó a presionar contra mí, pero puse una mano entre su entrepierna y la mía. Podría haberme penetrado, pero pareció distraerse. Me agarró la mano, tratando de moverla para conseguir su objetivo.
– ¡Jeremy! -grité.
Alistair y yo luchábamos. Miré al espejo. Estaba lleno de una niebla gris y temblaba como agua hirviendo. Se desvaneció como una burbuja. Sólo entonces me di cuenta de que el mago era sidhe. Él o ella se estaban escondiendo de mí, pero los espejos revelaban que era magia de sidhe. Entonces Alistair ganó la batalla y se introdujo en mi interior. Yo emití un grito, a medio camino entre la protesta y el placer. Mi mente no lo quería, pero el aceite todavía recorría mi cuerpo.
– ¡No! -grité, pero mis caderas se movieron debajo de él, intentando ayudarle en la penetración.
Quería, necesitaba que estuviera en mi interior, sentir su cuerpo desnudo dentro del mío. Aun así, grité:
– ¡No!
Alistair se acobardó y retrocedió la pequeña distancia que había avanzado, poniéndose de rodillas y dando un manotazo a su espalda. Sacó la mano con un rastro carmesí: había aplastado la araña. Otra pequeña araña negra se movía bajo su brazo. La arrojó lejos. Dos arañas más se paseaban por sus hombros. Intentó tocar el centro de su propia espalda y se volvió como un perro que se muerde la cola. Entonces le vi la espalda. Su piel se había abierto y una marea de pequeñas arañas negras salió de ella. Se deslizaron como agua negra, como una segunda piel que se movía y le golpeaba. Gritó, dando zarpazos a su espalda, aplastando algunas de ellas, pero cada vez había más, hasta que él se convirtió en una masa móvil de arañas. Entraban en su boca cuando la abría para gritar y se ahogaba.
Todos los espejos vibraban, respiraban, el cristal se alargaba y se estrechaba como algo elástico y con vida. Oí la voz de un hombre en mi cabeza: «Métete debajo de la cama, ahora». No rechisté. Salté de la cama y me arrastré debajo de ella. Las sábanas rojas se caían por los costados, escondiéndolo todo excepto un pequeño rayo de luz. Se produjo un sonido de cristal que se rompía, como mil ventanas que se quiebran a la vez. Los gritos de Alistair se desvanecieron bajo el sonido del cristal que caía. El cristal explotó sobre la alfombra, con un sonido estridente y agudo.
La habitación se llenó gradualmente de silencio, a medida que el cristal se iba adueñando de la habitación. Escuché un ruido de madera que se astillaba. No podía verlo, pero pensé que se trataba de la puerta.
– ¡Merry! ¡Merry! -Era Jeremy.
– Merry Dios mío -chilló Roane.
Me arrastré hasta la esquina de la cama y levanté el borde de la sábana para ver el suelo resplandeciente.
– Estoy aquí, estoy aquí -dije.
Saqué la mano de debajo de la cama y la agité, pero no podía moverme más sin ser cortada por el cristal.
Una mano tomó la mía, y alguien colocó una chaqueta sobre el cristal para que Roane pudiera sacarme de debajo de la cama. Hasta que me sostuvo en sus brazos no me di cuenta de que todavía estaba cubierta de Lágrimas de Branwyn, y de lo que esto podía representar para nosotros. Pero vislumbré lo que había sobre la cama, y eso me impidió articular palabra. Creo que me olvidé de respirar durante uno o dos segundos.
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