Ringo estaba apostado ante la vivienda de Norton cuidando de su mujer. Si Alistair se ponía demasiado violento antes de que pudiésemos meterlo en la cárcel, Ringo sabría determinar el momento adecuado para intervenir. No busqué a Ringo. Si estaba allí, no quería hacerle el centro de atención.
Alistair abrió la puerta para mí, y me ayudó a bajar del coche. Se lo permití porque estaba tratando de pensar. Al final, me decidí por la honestidad, o un tipo de honestidad.
– ¿Estás seguro de que no estás casado?
– ¿Por qué lo preguntas?
– Esto parece una casa familiar. Sonrió y me enlazó el brazo.
– No tengo familia: vivo solo. Acabo de trasladarme aquí.
Lo miré.
– ¿Compras con vistas al futuro? ¿Para mujer y niños?
Me tomó la mano y se la llevó a los labios.
– Con la mujer adecuada, todo es posible.
Dios mío, sabía muy bien lo que debía ofrecer a una mujer. Te dejaba entrever que tú podías ser la mujer que le domesticara, la que consiguiera hacerle sentar la cabeza. A la mayoría de mujeres, esto les gusta, pero yo sabía que los hombres no sientan la cabeza por una mujer, sino porque finalmente están preparados para hacerlo. Sea quien sea la mujer con la que estén saliendo, cuando están preparados para sentar la cabeza, ella es la elegida. No necesariamente ha de ser la mejor ni la más guapa, basta con que esté ahí en el momento adecuado. Poco romántico, pero cierto.
Se había ido de su apartamento. ¿Por qué? ¿Tenía algo que ver con el hecho de que Naomi Phelps le había abandonado? ¿Le puso esto suficientemente nervioso para que se fuera? ¿0 había estado planificando el traslado desde hacía tiempo? No había manera de saberlo sin preguntarlo, y no podía preguntar. Cuando Alistair Norton me invitó a entrar, sentí la necesidad de mirar atrás, de buscar a Jeremy y a los demás. Sabía que estaban allí fuera. Lo sabía porque tenía confianza en ellos. Alistair no había conducido tan deprisa como para dejar atrás a los dos vehículos: la camioneta para el sistema de sonido y para esconder a Uther, y el coche con Jeremy al volante por si necesitaban más capacidad de maniobra para seguir a Norron, o simplemente para hacer el cambio y que no viera el mismo coche detrás de él demasiado tiempo. Ellos estaban allí fuera, escuchándonos. Lo sabía, pero me hubiera gustado mirar por encima del hombro y verles. Era una muestra de inseguridad por mi parte.
Sentí la protección antes de que se abriera la puerta. Cuando entré, un poder me dio escalofríos. Él se dio cuenta.
– ¿Sabes qué estás sintiendo?
Podría haber mentido, pero no lo hice. Me hubiera gustado decir que era una corazonada, y a Alistair le habría agradado saber que era una persona con poderes místicos, pero se trataba de eso. Quería que supiera que no estaba desamparada.
– Tu puerta está protegida -dije.
El aire de la habitación me oprimía la piel, y era como si no pudiera respirar con suficiente profundidad, como si no hubiera bastante oxígeno. Me paré ante la entrada, esperando a que la situación mejorase. No lo hizo. El ambiente se volvía más denso, era como bañarse en aguas más profundas. Agua caliente, cerrada, que se pegaba a la piel.
Sabía que era poderoso por los hechizos que había hecho a su mujer y su amante. Pero la cantidad de poder que llenaba esa habitación era mucho más que humana: La única forma de que un brujo humano obtuviera tanto poder era negociar con seres no humanos. Yo no había contado con esto, nadie lo había hecho.
Me estaba hablando, pero yo no escuchaba. Mi cabeza estaba a punto de explotar: «¡ Vete!, ¡vete ya!». Pero si lo hacía, Alistair quedaría libre para matar a su mujer y torturar a otras mujeres. Salir corriendo sería seguro para mí, pero no ayudaría a nuestras clientes. Era uno de esos momentos en los que tenía que decidir si iba a ganarme el sueldo o no.
Una cosa me quedaba clara: los chicos de la furgoneta tenían que saber qué había descubierto.
– La protección no está para mantenerte a salvo, ¿no es cierto, Alistair? Aunque apartará otros poderes, la protección está para impedir que cualquier otro sienta cuánto poder tienes aquí. -La voz me salió entrecortada, como si tuviera dificultad en respirar.
A continuación, me miró, y por primera vez vi algo en sus ojos que no era agradable ni amable. Por un instante el monstruo asomó a aquellos ojos marrones.
– Tendría que haber sabido que lo notarías -dijo-. Mi pequeña Merry, con tus ojos, pelo y piel de sidhe. Si fueras alta y esbelta, parecerías una sidhe.
– Eso me han contado -dije.
Me tendió la mano. Yo estiré la mía, pero tuve que hacerlo a través del poder de la habitación, como empujándola entre una espesura invisible que ponía los pelos de punta. Sus dedos tocaron los míos, y entre nosotros pasó una corriente, como cuando hay demasiada energía estática. Rió y tomó mis manos entre las suyas. Me obligué a no retirarme, pero no pude sonreír. Ya bastante me costaba respirar a través del poder. Había vivido en sitios llenos de poder, con el poder embebido en las paredes, pero en esa estancia el poder llenaba el espacio como agua hasta no dejar aire para respirar. Alistair probablemente se creía un brujo importante y poderoso por ser capaz de convocar esta gran cantidad de poder, pero no era más que un aprendiz si no sabía controlarlo mejor. Mucha gente puede convocar poder. Convocar poder no es la medida de capacidad de un profesional, lo que cuenta es qué puede hacer uno con ese poder. Mientras me conducía, amablemente, a través del halo de energía, me pregunté qué hacía con toda aquella magia. Sin duda desperdiciaba mucha si permitía que flotara en el aire, pero uno no obtiene tamaña cantidad de energía sin tener alguna idea de qué está haciendo ni de qué se propone.
Mi voz me sonó extraña incluso a mí, tensa y entrecortada.
– La habitación está llena de magia, Alistair. ¿Qué vas a hacer con todo esto? -Esperaba que en la furgoneta estuvieran escuchándome.
– Déjame enseñártelo -dijo.
Estábamos ante la puerta cerrada de la pared de la izquierda.
– ¿Qué hay al otro lado de la puerta? -pregunté.
Era la única puerta visible desde la entrada. Había un pasillo que conducía desde la parte posterior de la sala de estar al interior de la casa, y una entrada abierta a la cocina. Era la única puerta cerrada, y si los chicos tenían que entrar a salvarme, no quería que empezaran a dar vueltas por ahí. Quería que entraran directamente y me sacaran de allí.
– No finjas, Merry. Los dos sabemos por qué estás aquí, por qué estamos aquí los dos. Es el dormitorio.
Abrió la puerta. El dormitorio era rojo desde la cama con dosel hasta la alfombra, pasando por las telas que cubrían todas y cada una de las paredes. Era como estar dentro de una caja de terciopelo rojo. Había espejos entre los pesados tapices, como joyas para cautivar la vista, pero ninguna ventana. Era una caja cerrada que constituía el centro de la magia que había sido convocada a ese lugar.
El poder cayó sobre mí como un abrigo sofocante. No podía respirar ni hablar. Mis pies dejaron de andar, pero Alistair no pareció notarlo y continuó empujándome hasta el interior de la habitación. Tropecé y lo único que me impidió caer en el suelo de madera pulida fueron sus brazos. Intentó sostenerme, pero me derrumbé en el suelo. Él no podía levantarme. No se trataba de un desmayo. Simplemente, me resistía a levantarme porque sabía adónde me quería llevar: a la cama. Y si ése era el centro de todo ese poder, no quería ir allí, todavía no.
– Espera -dije-, espera. Deja un segundo para que la chica recupere la respiración.
Había una pequeña cómoda a la altura de la cintura. Use el borde de la cómoda para ponerme en pie, aunque Alistair estaba allí para ayudarme, muy solícito. Dejé el bolso en la esquina de la cómoda, apretando dos veces el asa para poner en funcionamiento la cámara oculta. Si la cámara funcionaba captaría una imagen casi perfecta de la cama.
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