– Joder, Manny.
No dijo nada; se quedó allí, con aire abatido. No sabía cómo asociar la imagen de Manny Rodríguez a la de un hombre capaz de sacrificar la cabra sin cuernos. Él era quien me había ayudado a tener clara la diferencia entre el bien y el mal en mi trabajo, y se había negado a hacer muchas cosas que no eran ni la mitad de terribles que aquella. No tenía ni pies ni cabeza.
– Ahora no puedo con eso -me oí decir en voz alta, aunque no había sido mi intención-. Muy bien, ya ha soltado la bomba, señora Salvador. Ha dicho que nos ayudaría, y me he sometido a su prueba, ¿no? -En caso de duda, mejor afrontar los desastres uno a uno.
– Quería ofrecerte la oportunidad de ayudarme en mi nuevo negocio.
– Las dos sabemos que no estoy dispuesta -dije.
– Es una pena, Anita. Con un poco de entrenamiento podrías tener tanto poder como yo.
¿De mayor quería ser como ella? Ni loca.
– Gracias, pero estoy muy bien como estoy.
– ¿De verdad? -me preguntó después de mirar a Manny de reojo.
– Eso ya lo arreglaremos entre nosotros, señora. Ahora, ¿quiere ayudarme?
– Si te ayudo sin pedir nada a cambio, quedarás en deuda conmigo.
– Prefiero intercambiar información. -No quería deberle favores.
– ¿Crees que sabes algo que valga tanto como el esfuerzo que me costará buscar a tu zombi asesino?
Medité durante un momento.
– Sé que se está preparando una legislación sobre los zombis, y pronto tendrán derechos, y leyes que los protejan. -Esperaba que fuera pronto; tampoco era necesario explicarle que el proyecto estaba todavía en mantillas.
– Así que tendré que darme prisa para vender los zombis que no se pudren, porque pronto será ilegal.
– Dudo que eso la incomode demasiado. El sacrificio humano también es ilegal.
– Ya no hago esas cosas, Anita -dijo con una pequeña sonrisa-. He vuelto por el buen camino. -No me lo tragué, y ella lo sabía. Amplió la sonrisa y añadió-: Cuando se marchó Manuel abandoné las prácticas impías; como ya no tenía que acceder a sus impulsos, me convertí en una hermanita de la caridad. -Sabía que yo no podía demostrar nada.
– Le he dado una información muy valiosa. ¿Piensa ayudarme o no?
– Les preguntaré a mis seguidores -dijo asintiendo, toda indulgente ella-. A ver si alguno ha oído hablar de tu zombi asesino.
– ¿Nos va a ayudar, Manny? -Me daba que la sacerdotisa se estaba descojonando para sus adentros.
– Si la se ñ ora dice que va a hacer algo, lo hará. En ese sentido es de fiar.
– Encontraré a tu asesino si tiene algo que ver con el vodun -dijo.
– Vale. -No le di las gracias porque me parecía mal. Quería llamarla zorra y meterle una bala entre los ojos, pero también tendría que cargarme a Enzo, y ¿cómo se lo iba a explicar a la policía? No había hecho nada ilegal. Mierda-. Supongo que no tiene sentido apelar a su benevolencia para que abandone esos planes demenciales de esclavizar a los nuevos zombis mejorados.
– Chica, chica -dijo sonriente-, voy a ganar más dinero del que hayas soñado nunca. Puedes negarte a colaborar conmigo, pero no Puedes impedírmelo.
– Yo no estaría tan segura -dije.
– ¿Qué vas a hacer? ¿Ir a la policía? No he infringido ninguna ley, y solo matándome podrías detenerme -dijo mirándome muy fijamente.
– No me dé ideas.
– No la desafíes, Anita -dijo Manny, colocándose junto a mí.
Estaba más o menos enfadada con él, así que a la mierda los reparos.
– La detendré, señora Salvador. Cueste lo que cueste.
– Como intentes usar la nigromancia contra mí, serás tú quien muera.
Yo no tenía ni repajolera de nigromancia. Me encogí de hombros.
– Me refería a algo más vulgar, como una bala.
Enzo entró en la zona del altar y se interpuso entre su jefa y yo. Dominga lo detuvo.
– No, Enzo, se ha levantado con el pie izquierdo y está un poco alterada. -Seguía riéndose de mí con la mirada-. No sabe nada de la magia de verdad, y no puede hacerme daño. Y como se cree moralmente superior, nunca se rebajaría a cometer un asesinato a sangre fría.
Lo peor era que tenía razón. No podría pegarle un tiro si no me amenazaba directamente. Miré hacia las zombis, que esperaban con la paciencia de los muertos, aunque por debajo asomaban el miedo, la esperanza y… Ah, mierda, la frontera entre la vida y la muerte se volvía cada vez más borrosa.
– Por lo menos ponga a descansar a su primer experimento. Ya ha demostrado que puede meter y sacar el alma a su antojo; no la obligue a presenciarlo.
– Pero, Anita, ya tengo comprador para ella.
– ¡Virgen santa! No querrá decir… un necrófilo.
– Los que sienten más atracción por la muerte que tú o que yo pagarían una cifra extraordinaria por algo así.
A lo mejor sí que podría pegarle un tiro.
– Es usted una hija de puta sin escrúpulos ni el menor sentido de la ética.
– Y tú, chica, tienes que aprender a respetar a tus mayores.
– El respeto hay que ganárselo.
– Me parece, Anita Blake, que deberías entender por qué la gente teme la oscuridad. Me encargaré de que recibas muy pronto una visita en tu ventana. Una noche oscura, cuando estés casi dormida en tu cama cómoda y segura, algo maligno entrará en tu habitación. Pienso ganarme tu respeto, ya que insistes tanto.
Debería haberme asustado, pero no fue así. Estaba cabreada y quería irme a casa.
– Puede ir por ahí asustando a la gente, se ñ ora, pero eso no la hará más respetable.
– Ya veremos, Anita. Llámame cuando recibas mi regalo. No tardará mucho.
– ¿Sigue estando dispuesta a ayudarme a localizar al zombi asesino?
– He dicho que voy a hacerlo y lo haré.
– Bien -dije-. ¿Podemos irnos ya?
Dominga le hizo una seña a Enzo para que se situara a su lado.
– Desde luego. Sal a refugiarte a la luz del día para poder seguir haciéndote la valiente.
Me dirigí al camino de verves, acompañada de Manny. No nos miramos; estábamos demasiado ocupados observando a la señora y sus experimentos. Me detuve en cuanto puse un pie en el pasillo. Manny me rozó el brazo, como si me hubiera leído la mente y quisiera aconsejarme que cerrara el pico. No le hice caso.
– Puede que no sea capaz de asesinarla a sangre fría, pero si me hace algo, le pegaré un tiro a plena luz del día.
– Las amenazas no te servirán de nada, chica -contestó.
– A ti tampoco, zorra -le dije dedicándole una sonrisa encantadora.
El rostro de Dominga se contrajo de ira, y mi sonrisa se agrandó.
– No lo dice en serio, señora -intercedió Manny-. No piensa matarla.
– ¿Eso es cierto, chica? -Su voz era a la vez amable y estremecedora.
Miré a Manny de reojo, con reproche. Era una buena amenaza, y no quería que me la estropeara con el sentido común ni con la verdad.
– He dicho que te pegaría un tiro, no que te mataría, ¿no es cierto?
– Así es.
Manny me cogió del brazo y empezó a arrastrarme hacia el pasillo. Me había agarrado el brazo izquierdo, con lo queme quedaba libre el derecho, el de la pistola. Por si las moscas.
Dominga no hizo ningún movimiento, pero sus ojos negros me siguieron, airados, hasta que salimos al pasillo. Manny me arrastró hasta doblar la esquina que daba al tramo de las puertas emparedadas. Me zafé, Y nos quedamos mirándonos durante un instante.
– ¿Qué hay detrás de esas puertas? -le pregunté. No lo sé. -Se me debió de ver la duda en la cara, porque añadió-: Te lo aseguro, Anita, no lo sé. Hace veinte años no había nada de esto.
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