Margaret Weis - La tumba de Huma

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Ahora todo el mundo sabe que los esbirros draconianos de Takhisis, la Reina de la Oscuridad, han vuelto. Todas las naciones se disponen a defender sus hogares, sus vidas y su libertad. Pero las razas llevan largo tiempo divididas por el odio y los prejuicios. Los guerreros elfos luchan contra los caballeros humanos. La guerra parece perdida antes de comenzar. Los compañeros se ven separados por el conflicto, viviendo distintas aventuras. Pasará una estación completa antes de que vuelvan a reunirse, si es que lo consiguen. Bajo el pálido sol invernal, un caballero caído en desgracia, una doncella elfa mimada y un kender algo chiflado ven cómo se acercan las tinieblas.
Nadie diría que son unos héroes.
Y ellos, menos que nadie.

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—¡Alhana! —exclamó Tanis recordando. Los elfos se habían separado cientos de años atrás, cuando Kith-Kanan guió a muchos de ellos a la tierra de Qualinesti tras las guerras de Kinslayer. Pero sus dirigentes se habían mantenido en contacto a la misteriosa manera de los elfos quienes, se dice, pueden leer mensajes en el viento y hablar el idioma de Solinari. Ahora recordaba a Alhana —que tenía la reputación de ser la más bella de todas las mujeres elfas, y tan distante como la luna plateada que brilló la noche que nació.

El draconiano se agachó para conferenciar con el señor. Tanis vio que el rostro del hombre se ensombrecía, y tuvo la sensación de que estaba a punto de decir que no estaba de acuerdo, pero tras morderse el labio y suspirar, el señor asintió con la cabeza. El draconiano volvió a ocultarse entre las sombras una vez más.

—Quedáis arrestada, princesa Alhana —dijo el señor. Al ver que los soldados la rodeaban, Sturm se acercó más a la mujer y les lanzó una mirada amenazadora. Su apariencia era de tal nobleza y seguridad, incluso desarmado, que los guardias tuvieron un momento de duda. No obstante, su señor les había dado una orden.

—Será mejor que hagas algo —gruñó Flint—. Estoy de acuerdo con la caballerosidad, pero hay un momento y un lugar para cada cosa, y ¡éste no es ni el momento ni el lugar!

—¿Tienes alguna sugerencia? —le preguntó Tanis.

Flint no le respondió. Ambos sabían que no podían hacer nada. Sturm estaría dispuesto a morir antes de que esos soldados volvieran siquiera a rozar a la mujer, a pesar de no tener ni idea de quién era la dama. Eso no tenía importancia. Sintiendo frustración y admiración hacia su amigo, Tanis midió la distancia entre él y el guardia más próximo, comprobando que, al menos, podía dejar a uno fuera de combate. Vio que Gilthanas cerraba los ojos y murmuraba unas palabras. El elfo tenía nociones de magia, a pesar de que nunca se lo había tomado muy en serio. Al ver la expresión de Tanis, Flint lanzó un suspiro y se volvió hacia otro de los guardias, bajando la cabeza.

Pero, de pronto, el señor habló en tono irritado.

—¡Aguarda, caballero! —dijo con la autoridad que le habían inculcado durante generaciones. Sturm, acatando la orden, se distendió y Tanis lanzó un suspiro de alivio—. No voy a permitir que corra la sangre en la Sala del Consejo. La dama ha desobedecido una ley de nuestras tierras, leyes que, en su tiempo, vosotros los caballeros jurasteis respetar. Pero estoy de acuerdo en que no hay razón alguna para tratarla irrespetuosamente. Guardias, escoltareis a la dama hasta la prisión, pero con la misma cortesía que me demostráis a mí. Y tú, caballero, la acompañarás, ya que muestras tanto interés por su bienestar.

Tanis le dio un codazo a Gilthanas, quien se sobresaltó y salió del trance.

—Realmente, como dijo Sturm, el señor proviene de un linaje noble y honorable —le susurró Tanis.

—No sé de qué te alegras, semielfo —gruñó Flint al oírle—. Primero el kender consigue que nos apresen acusados de iniciar un tumulto y él desaparece. Ahora Sturm hace que nos encarcelen. La próxima vez recuérdame que me quede junto al mago. ¡Por lo menos que está loco!

Cuando los soldados se disponían a empujar a los prisioneros para sacarlos de la sala, Alhana comenzó a buscar algo entre los pliegues de su larga falda.

—Te ruego me hagas un favor, caballero —le dijo a Sturm—. Creo que se me ha caído algo. Es una fruslería pero para mí tiene mucho valor. ¿Podrías mirar a ver si lo encuentras...?

Sturm se arrodilló con presteza e, inmediatamente, vio un objeto que relucía bajo los pliegues del vestido de la dama. Era una aguja con forma de estrella cuyos diamantes centelleaban. Contuvo la respiración. ¡Una menudencia! Su valor debía ser incalculable. No era extraño que no quisiera que fuese hallada por esos despreciables soldados. La recogió rápidamente y fingió mirar a su alrededor. Finalmente, aún arrodillado, elevó la mirada hacia la mujer.

Sturm contuvo la respiración cuando la dama se sacó la capucha de la capa y apartó los velos que cubrían su rostro. Por primera vez unos ojos humanos vieron el rostro de Alhana Starbreeze.

Muralasa la llamaban los elfos, princesa de la Noche. Su cabello, negro y suave como el viento nocturno, estaba sujeto por una red tan fina como una tela de araña, y cuajado de pequeñas joyas que titilaban como estrellas. Su piel era del tono pálido de Solinari; sus ojos del profundo púrpura del cielo nocturno, y sus labios del mismo color que las sombras de Lunitari.

El primer pensamiento de Sturm fue dar gracias a Paladine por hallarse ya arrodillado. El segundo fue que la muerte sería un precio muy bajo a pagar para poder servirla, y su tercer pensamiento fue que debía decir algo, pero parecía haber olvidado las palabras de cualquier idioma conocido.

—Gracias por encontrarlo, noble caballero —dijo Alhana suavemente mirándole fijamente a los ojos—. Como te dije, es una fruslería. Por favor, levántate. Estoy fatigada y, ya que parece que nos llevan al mismo lugar, me harías un gran favor si me ayudaras a caminar.,

—Puedes ordenarme lo que gustes –dijo Sturm con devoción poniéndose en pie, ocultando rápidamente la joya en su cinturón. Alargó el brazo y Alhana puso su esbelta y blanca mano sobre su antebrazo. El caballero tembló.

Cuando ella volvió a cubrirse el rostro con el velo, Sturm le pareció como si una nube hubiese cubierto la luz de las estrellas. Vio a Tanis situarse tras ellos, pero estabatan extasiado ante la imagen del bello rostro que aún ardía en su memoria, que miró fijamente al semielfo sin reconocerlo.

Tanis había visto el rostro de Alhana y también se sintió perturbado ante su belleza. Pero había visto, asimismo, la expresión de Sturm al contemplarla. Había notado que la belleza de la elfa penetraba en el corazón del caballero, haciéndole más daño que una de las flechas envenenadas de los goblins. El suponía que ese amor iba a trocarse en veneno, pues los elfos de Silvanesti era una raza altiva y orgullosa. Temían mezclarse y perder sus costumbres, por lo que repudiaban el más mínimo contacto con los humanos. Ese era el motivo por el que habían comenzado las guerras de Kinslayer.

«No, la misma Solinari no era más inalcanzable para Sturm», pensó Tanis apesadumbrado. El semielfo suspiró. Sólo les faltaba esto.

6

Caballeros de Solamnia. Los anteojos de visión verdadera de Tasslehoff.

Cuando los soldados conducían a los prisioneros a las celdas, pasaron ante dos personajes ocultos entre las sombras. Ambos iban tan absolutamente cubiertos de ropajes, que resultaba difícil adivinar a qué raza pertenecían. Iban encapuchados, y llevaban el rostro envuelto en telas. Largas túnicas cubrían sus cuerpos. Incluso sus manos estaban envueltas en tiras de tela blanca, como si fuesen vendajes. Hablaban entre ellos en voz baja.

—¡Ves! —exclamó uno con gran excitación—. Ahí están. Coinciden con la descripción que tenemos de ellos.

—No todos ellos —dijo el otro, dudoso.

—¡Pero si son el semielfo, el enano, el caballero...! ¡Estoy seguro, son ellos! y sé dónde se oculta el resto del grupo —añadió el personaje con presunción—. Se lo he sonsacado a uno de los guardias.

El otro, mientras cavilaba, contempló desfilar al grupo por la calle.

—Tienes razón. Deberíamos informar inmediatamente al Señor del Dragón.—El amortajado personaje se dispuso a partir, pero al ver que el otro vacilaba, se detuvo—. ¿A qué esperas?

—¿No sería mejor que uno de nosotros los siguiera? Mira a esos endebles guardias.Seguro que los prisioneros intentaran escapar.

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