El otro rió malvadamente.
—Claro que escaparán. Y ya sabemos adónde se dirigirán... a reunirse con sus amigos. Además, unas horas no supondrán ninguna diferencia...
Cuando los compañeros abandonaron el Salón de Justicia nevaba. Esta vez el condestable decidió no conducir a los detenidos por las calles principales de la ciudad, sino que los guió por un oscuro y tétrico callejón.
En el preciso instante en que Tanis y Sturm comenzaban a intercambiar miradas y Gilthanas y Flint se disponían a atacar, el semielfo vio moverse unas sombras en el callejón. Tres figuras encapuchadas, ataviadas con túnicas y que empuñaban espadas de acero, saltaron frente a los guardias.
El condestable se llevó el silbato a los labios, pero no llegó a utilizarlo. Una de las figuras lo golpeó con la empuñadura de la espada dejándole inconsciente, mientras los otros dos se precipitaban sobre los guardias, que pusieron pies en polvorosa.
—¿Quiénes sois? —preguntó Tanis, desconcertado ante su repentina libertad. Los encapuchados personajes le recordaron a los draconianos contra los que habían luchado en las afueras de Solace. Sturm se situó ante Alhana para protegerla.
—¿Hemos escapado de un peligro para enfrentarnos a otro mayor? —preguntó Tanis —. ¡Mostrad vuestros rostros!
Entonces uno de ellos se dirigió hacia Sturm con los brazos alzados y le dijo: —Oth Tsarthon e Paran.
Sturm dio un respingo.
—Est Tsarthai en Paranaith —le respondió antes de volverse hacia Tanis —. Son Caballeros de Solamnia —dijo señalando a los tres hombres.
—¿Caballeros? —preguntó Tanis asombrado—. ¿Y por qué...?
—No disponemos de tiempo para daros explicaciones, Sturm Brightblade —dijo uno de ellos pronunciando con dureza el idioma común—. Los soldados regresarán pronto.Venid con nosotros.
—¡No tan rápido! —gruñó Flint sin moverse un milímetro de donde estaba—. ¡O encontráis tiempo para darnos explicaciones o yo no voy con vosotros! ¿Cómo sabíais el nombre del caballero y que íbamos a pasar por aquí...?
—¡Será mejor que lo atraveséis con la espada! —cantó una aguda vocecilla proveniente de las sombras—. Utilizad su cuerpo para alimentar a la muchedumbre. Aunque no creo que a muchos les apetezca, poca gente en este mundo es capaz de digerir a un enano...
—¿Satisfecho? —le dijo Tanis a Flint, cuyo rostro estaba teñido por la rabia.
—¡Algún día mataré a ese kender! —gritó furioso el enano—. ¿De dónde sale ahora, después de haber desaparecido?
Pero nadie supo qué responderle.
A cierta distancia comenzaron a sonar silbidos, por lo que, sin pensarlo un segundo más, los compañeros siguieron a los caballeros por sinuosas callejuelas repletas de ratas. Tras comentar que tenía asuntos que solucionar, Tas volvió a desaparecer antes de que Tanis pudiera sujetarlo. El semielfo advirtió que a los caballeros aquello no parecía sorprenderles demasiado y ni siquiera intentaban detenerlo. No obstante, seguían negándose a dar explicaciones o a responder preguntas, y continuaron dando prisa al grupo hasta que llegaron a las ruinas de la antigua ciudad de Tarsis, la Bella.
Al llegar allí los caballeros se detuvieron. Habían llevado a los compañeros a una parte de la ciudad que ahora nadie frecuentaba. El empedrado de las vías estaba destrozado y las calles vacías, lo cual hizo pensar a Tanis en la antigua ciudad de Xak Tsaroth. Los caballeros tomaron a Sturm del brazo, lo llevaron a cierta distancia de sus amigos y comenzaron a conferenciar en el idioma solámnico.
Tanis, apoyándose contra un muro, miró a su alrededor con curiosidad. Las ruinas de los edificios de aquella calle eran impresionantes, mucho más bellas que las construcciones de la actual ciudad. El semielfo comprendió que Tarsis, la Bella, mereciera tal nombre antes del Cataclismo. Ahora tan sólo quedaban inmensos bloques de granito esparcidos por doquier, y extensos patios repletos de crecida vegetación teñida de marrón por los helados vientos.
Tanis caminó hacia Gilthanas, quien se hallaba sentado en un banco charlando con Alhana. El elfo noble los presentó.
—Alhana Starbreeze, Tanis Semielfo —dijo Gilthanas—. Tanis vivió entre los elfos de Qualinesti durante muchos años. Es hijo de la mujer de mi tío.
Alhana apartó el velo que cubría su rostro y contempló a Tanis con frialdad. «Hijo de la mujer de mi tío» era una manera delicada de decir que Tanis era ilegítimo, ya que si no Gilthanas le hubiera presentado como el «hijo de mi tío». El semielfo enrojeció al sentir removerse la vieja herida, que ahora le causaba tanto dolor como cincuenta años atrás. Se preguntó si, algún día, conseguiría liberarse de ese estigma.
Tanis se mesó la barba y habló con dureza.
—Mi madre fue violada por un guerrero humano durante los oscuros años que siguieron al Cataclismo. Cuando ella murió, el Orador me adoptó y me crió como a un hijo.
Los ojos oscuros de Alhana, oscurecieron todavía más, hasta convertirse en negros estanques. Arqueó las cejas.
—¿Sientes la necesidad de pedir disculpas por tus orígenes? —le preguntó con voz aguda.
—N—no... —balbuceó Tanis a quien le ardía el rostro—. Yo...
—Entonces no lo hagas —dijo, e inmediatamente se volvió hacia Gilthanas—. ¿Me preguntabas por qué había venido a Tarsis? Vine a conseguir ayuda. Debo regresar a Silvanesti a buscar a mi padre.
—¿Regresar a Silvanesti? Nosotros... mi gente... no sabíamos que los elfos de Silvanesti hubieran abandonado su antigua región. Ahora entiendo que no consiguiéramos comunicarnos...
—Sí. Las fuerzas malignas que os obligaron a vosotros, nuestros primos, a dejar Qualinesti, también nos invadieron a nosotros. Luchamos contra ellas durante mucho tiempo, pero al final nos vimos obligados a huir para no perecer irremisiblemente. Mi padre envió a nuestro pueblo, bajo mi mando, a Ergoth del Sur. El se quedó en Silvanesti para enfrentarse a ese mal. Yo me opuse a su decisión, pero él dijo tener suficiente poder para conseguir evitar que asuelen nuestras tierras. Con el corazón destrozado guié a mi gente a un lugar seguro donde refugiarse, y yo regresé en busca de mi padre, ya que hace tiempo que no sabemos nada de él.
—Pero, señora ¿no disponíais de guerreros que pudieran acompañarte en misión tan peligrosa? —preguntó Tanis.
Alhana, volviéndose, miró a Tanis aparentemente extrañada de que hubiese osado entrometerse en la conversación. Al principio no parecía dispuesta a responderle, pero luego, tras contemplar su rostro durante unos segundos, cambió de opinión.
—Muchos guerreros se ofrecieron a escoltarme —dijo con orgullo—, pero cuando dije que guié a mi gente a un lugar seguro, tal vez hablé impropiamente. En este mundo ya no existe la seguridad. Mis guerreros se quedaron para proteger a la gente. Yo regresé a Tarsis esperando encontrar soldados que accediesen a viajar conmigo a Silvanesti. Tal como dicta el protocolo, me presenté ante el señor y el Consejo y...
Tanis sacudió la cabeza frunciendo el ceño.
—Eso fue una estupidez —dijo llanamente—Deberías saber lo que sienten hacia los elfos... ¡desde mucho antes que apareciesen los draconianos! Fuiste muy afortunada de que tan sólo te expulsaran de la ciudad.
El pálido rostro de Alhana, palideció aún más si cabe. Sus oscuros ojos centellearon.
—Hice lo que dicta el protocolo —respondió, demasiado bien educada para permitir que su enojo asomara en el suave tono de voz que utilizó al hablar—. No hacerlo hubiera implicado comportarme como una salvaje. Cuando el señor se negó a prestarme ayuda, le dije que mi intención era buscarla por mi cuenta. Silenciarlo no hubiera resultado honorable.
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