Margaret Weis - El templo de Istar
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—Es quien yo temía —afirmó éste, asintiendo con la cabeza al mismo tiempo que su palma estrujaba la faz del desvalido kender.
Asfixiado, Tas comenzó a ver estrellas de colores y su forcejeo se tornó desesperado. Arañaba con ansia a su grueso compañero en un alarde de energía, pero pronto se habría marchitado la breve y excitante vida del kender de no haber aparecido Bupu en escena.
—«¡Versículo mágico!» —declaró una vez más, plantándose a los pies del colosal humano y arrojando la rata a su nariz. Los fulgores de la fogata se reflejaron en los ojos del putrefacto cadáver y perfilaron los afilados dientes, fijos en una perpetua y siniestra sonrisa.
Sorprendido por el inesperado proyectil, Caramon emitió un alarido y soltó a Tas. Cayó el kender como un fardo y casi sin resuello.
—¿Qué sucede? Empiezo a impacientarme —los apremió la misma voz, ahora más fría.
—Hemos venido a rescatarte —acertó a explicar Tasslehoff entre jadeos.
Una figura ataviada de blanco y cubierta con una capa de piel se detuvo en la senda, cerca del trío. Bupu la inspeccionó con desconfianza.
—«Versículo mágico» —repitió obsesionada a la que ella suponía un fantasma, y que no era sino la Hija Venerable de Paladine.
—Me disculparás si no me deshago en parabienes y frases de agradecimiento —comentó Crysania a Tasslehoff un poco más tarde, sentados en torno a la fogata.
—Siento mucho lo sucedido —respondió el kender, tan trastornado que su cuerpo se encorvaba sobre sí mismo como si quisiera ocultarse—. Siempre lo complico todo, pregúntale a quien quieras. En numerosas ocasiones me han reprochado que vuelvo locas a las personas, pero hasta hoy no me había juzgado capaz de hacerlo realmente.
Deprimido y con el llanto a flor de piel, el kender contempló anhelante a Caramon. El gigantesco humano estaba al lado del fuego, arropado en su capa, y debido al influjo aún latente del alcohol su personalidad seguía oscilando entre la de Raistlin y la suya propia. Como guerrero cenó con un apetito voraz y atiborró sus insaciables mandíbulas de todos cuantos bocados cayeron en sus manos, además de obsequiar a sus acompañantes con varias baladas obscenas que hicieron las delicias de Bupu. En efecto, la enana gully lo animaba con palmadas iniciadas a destiempo y hacía las veces de coro. Tas, mientras, se enfrentaba al acuciante dilema de estallar en carcajadas o arrebujarse bajo una roca y morir de vergüenza.
De todos modos, el kender decidió con un estremecimiento que prefería al humano concupiscente antes que soportarlo en su versión Caramon-Raistlin.
Aún sopesaba en su mente los pros y los contras cuando ocurrió la transformación, en medio de una tonada. La enorme carcasa del guerrero pareció venirse abajo, convulsionada por un acceso de tos, para un instante después imponerse silencio con los párpados arrugados en estrechas líneas.
—Su estado no es culpa tuya —sosegó la sacerdotisa a Tas, estudiando a Caramon con frialdad— sino de la bebida. A su natural tosquedad hay que añadir el embotamiento de su mente y la pérdida de autocontrol. Ha permitido que sus instintos más bajos se adueñen de su persona. Se me antoja extraño que Raistlin y él sean hermanos gemelos. ¡El hechicero es tan sobrio, disciplinado, inteligente, y posee un refinamiento tan fuera de lo común!
Calló unos minutos y agregó entre suspiros:
—Desde luego, no niego que esta ruina humana merezca nuestra piedad. —La dignataria religiosa se levantó del círculo, se acercó al lugar donde estaba atado su caballo y comenzó a desabrochar las correas que afianzaban su lecho de campaña a la grupa—. Lo recordaré en mis oraciones a Paladine —ofreció.
—Estoy seguro de que tus plegarias no le harán daño —repuso Tas con tono incierto—, pero opino que en estos momentos necesita más un té o un café bien cargado.
Crysania giró el rostro y escudriñó al kender en actitud de reproche.
—Estoy segura de que no pretendías blasfemar, de modo que aceptaré tus palabras en el sentido en que han sido pronunciadas, sin concederles mayor importancia. No obstante, he de rogarte que adoptes una postura más seria ante las circunstancias…
—No te comprendo —la interrumpió él—. Hablaba con total seriedad al aseverar que lo que le conviene a Caramon es ingerir una taza colmada de té fuerte.
La sacerdotisa enarcó tanto sus oscuras cejas que Tasslehoff enmudeció, incapaz de adivinar qué podía haberla perturbado hasta ese extremo. Para romper la tensión se aplicó a desenrollar sus mantas, con el ánimo más alicaído que recordaba haber albergado jamás en su pecho. Sin causa justificada se avivó en su memoria la imagen de aquel día remoto en que cabalgaba junto a Flint a lomos de un dragón, durante la batalla en los llanos de Estwilde. El reptil se había internado en un banco de nubes y acto seguido surgió de él a una velocidad de vértigo, trazando piruetas en el aire.
Todo se volvió del revés, caían hacia el cielo para de nuevo elevarse en dirección a la tierra en un galimatías que no lograba sino marearle cuando, súbitamente, el animal se introdujo en otra nube y perdió el mundo de vista, invertido o no.
Constató que, en el fondo, la confusión de entonces guardaba cierto paralelismo con la actual, quizá por eso había evocado la escena. Crysania admiraba al perverso Raistlin y se compadecía de Caramon, lo que al kender le parecía irracional aunque no acababa de vislumbrar el motivo. El guerrero era él mismo y al mismo tiempo su gemelo, las posadas se desvanecían por arte de magia, debía oír una frase secreta a fin de saber cuándo le estaba prohibido escucharla… y, para colmo de desventuras, sugería algo tan lógico como administrar a un borrachín un té fuerte y recibía una reprimenda por blasfemo.
—Después de todo —rezongó entre dientes, sacudiendo las prendas de abrigo que usaría durante la noche—, Paladine y yo somos íntimos amigos. Él conoce mis intenciones sin intermediarias que se las expliquen.
Lanzó un suspiro y hundió la cabeza en su improvisada almohada, una capa doblada varias veces sobre sí misma. Bupu, por entero convencida a estas alturas de que Caramon era Raistlin, dormía con las piernas encogidas y la cabeza apoyada en el pie de su héroe de antaño. El guerrero, por su parte, permanecía sentado y en perfecta relajación, cerrados los ojos, tareareaba una cantinela en quedos susurros. En los breves intervalos de tos exigía a Tas en voz alta que le trajera el libro de hechizos a fin de perfeccionar su magia, mas pronto se zambullía de nuevo en su pacífico sopor. El kender confiaba en que el sueño disiparía los efectos del aguardiente enanil.
Crysania extendió su lecho junto al fuego, convertido ahora en meros rescoldos, sobre una capa de pinaza que había reunido con el propósito de aislarse de la humedad. Tasslehoff bostezó, no sin reconocer que la sacerdotisa se desenvolvía mejor de lo que él había imaginado. Había elegido un emplazamiento idóneo donde acampar, cerca del camino y de un riachuelo de aguas límpidas. No le hubiera apetecido tener que adentrarse demasiado en aquel bosque lóbrego y siniestro, hechizado.
«Bosque lóbrego». ¿Qué le recordaba esta expresión? Se sorprendió a sí mismo dispuesto a traspasar las fronteras del mundo de la vigilia y se conminó a despertar: debía despejarse, rememorar algo importante. Bosque siniestro, lóbrego, frecuentado por espíritus que hablaban al viajero.
—¡El Bosque Oscuro! —exclamó alarmado, a la vez que se incorporaba como impulsado por un resorte.
—¿Qué has dicho? —indagó Crysania, que acababa de envolverse en su capa para calentarse y aún no estaba acostada.
—¡El Bosque Oscuro! —repitió el Kender muy excitado—. Nos encontramos en sus lindes, y queríamos prevenirte contra sus peligros. ¡Sería terrible que te internaras en esa espesura en solitario! Aunque quizá ya estemos todos en él, lo que tampoco resulta muy tranquilizador.
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