Margaret Weis - El templo de Istar
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Ignoraba que era difícil empeorar el caos mental de su amigo, si bien así lo constató en el instante en que se acercó a él y le dio unas palmadas en el hombro. El gigantesco guerrero se giró, exacerbado su susto a causa de la embriaguez, y oteó la espesura en la media luz del crepúsculo.
—¿Quién va? ¿Quién me saluda? —inquirió aturdido.
—Soy yo, tu acompañante —explicó el kender con un hilo de voz—. Sólo quiero disculparme. Caramon…
—¿Cómo? ¿Quién es yo? —volvió a indagar él, e incluso retrocedió unos pasos para estudiar al hombrecillo. Esbozando la alelada sonrisa del beodo, exclamó—: ¡Hola, pequeño amigo! Veo que eres un kender. Y tú —se dirigía a Bupu— una enana gully. ¿Cómo os llamáis?
—No comprendo —confesó Tasslehoff.
—He preguntado vuestros nombres —insistió Caramon en digna postura.
—Vamos, ya me conoces —protestó el kender disgustado—. Soy Tas.
—Yo Bupu —apostilló la enana, con el rostro iluminado ante la perspectiva de un nuevo juego—. ¿Y tú cómo te llamas?
—Lo sabes muy bien —la reprendió Tas irritado, pero casi se mordió la lengua al interrumpirlo el hombretón.
—Tienes razón, debo presentarme —anunció en actitud solemne, a la vez que inclinaba su insegura testa a guisa de reverencia—. Soy Raistlin, un mago prodigioso y dotado de un enorme poder.
—¡Déjalo ya, Caramon! —intervino Tas más enojado a cada segundo—. Ya te he pedido perdón, no creo que debas…
—¿Caramon? —El interpelado abrió los ojos de par en par, antes de encogerlos en las rendijas propias de los seres taimados—. Caramon murió, y a manos mías. Acabé con él hace mucho tiempo, en la Torre de la Alta Hechicería.
—¡Por las barbas de Reorx! —se escandalizó el kender.
—Él no es Raistlin —protestó Bupu, aunque una repentina incertidumbre la forzó a hacer una pausa y escudriñarle—. ¿O sí?
—Por supuesto que no —se apresuró a asegurarle Tasslehoff.
—¡Este juego no me gusta! —dijo la enana con firmeza—. Quiere suplantar a aquel humano que fue tan bueno conmigo. Éste es una criatura rechoncha y desagradable. Me voy a casa. ¿Cuál es el camino? —Había sido, para ella, un discurso largo y terminante, que había logrado inquietar al kender.
—No te impacientes —trató de calmarla mientras buscaba una explicación.
¿Qué estaba ocurriendo? Aferró su copete y, sin preámbulos tiró de unas hebras de cabello con gran energía. Se le saltaron las lágrimas de dolor y este hecho le produjo cierto alivio, ya que por un momento creyó haberse dormido y prefería afrontar la realidad antes que las sombras de un extraño sueño.
La escena era auténtica, al menos para Tas. En cuanto a Caramon, era otro cantar.
—Observad —les urgió—, me dispongo a invocar un hechizo. —Ondeó las manos con gesto exagerado, las alzó y, tras perder casi el equilibrio, separó las piernas a fin de proferir una retahila de incongruencias—. Nido de rata y polvo ceniciento, obrad el encantamiento —recitó, o acaso inventó, señalando un árbol—. ¡Las llamas lo consumen, arde como el infeliz de Caramon!
El guerrero hizo ademán de retroceder, tropezó hacia atrás, encorvó el cuerpo para contrarrestar su peso y, sin caerse como era de prever, comenzó a andar por la senda, canturreando en un gorgoteo apenas inteligible.
—Todas las posaderas de ti están prendadas, tienes cien amigos en cada lugar, al viento dices lo que sientes.
Tas echó a correr tras él, retorciéndose las manos y seguido de cerca por Bupu.
—El árbol no se ha incendiado —comentó la enana con severidad.
—¡Claro que no! Pero él cree…
—Es un pésimo mago. Mi turno —interrumpió ella, y se puso a revolver la enorme bolsa que llevaba colgada en bandolera y que periódicamente, se enredaba en su saya. A los pocos segundos emitió un grito de triunfo, a la vez que extraía de su interior una rata muerta, rígida y algo descompuesta.
—Ahora no, Bupu —le rogó el kender, atenazado por la molesta sensación de que se le escapaban los últimos resquicios de cordura. Caramon, que aún llevaba la delantera, había abandonado su tarareo y proclamaba a voces que iba a envolver el bosque en telarañas.
—Cuando pronuncie la fórmula mágica no escuches —advirtió Bupu a Tas—. Se desvelaría el secreto.
—No te preocupes, no pienso hacerlo —contestó el kender impaciente. Aceleró el paso temeroso de perder a Caramon quien, pese a su verbosidad, avanzaba a un ritmo considerable.
—¿Seguro que no? —persistía Bupu, entre jadeos a causa de la carrera.
—No. —Tasslehoff suspiró en un intento de controlarse.
—¿Por qué?
—Porque no quiero desobedecer tus instrucciones.
—Pero si no escuchas, no oyes. ¿Cómo sabes entonces cuándo has de taparte las orejas? —lo imprecó Bupu disgustada—. Pretendes robar mi frase mágica. Regreso a casa.
La enana se detuvo abruptamente, dio media vuelta y se alejó por el sendero con un brioso trotecillo. Tas, sin saber a quién acudir, también hizo un alto, si bien la acción de Caramon resolvió el problema. El guerrero se abrazó a un árbol cercano para conjurar a una hueste de dragones con delirantes gritos. Como no hiciera ademán de deponer su actitud, el kender farfulló un reniego y corrió en persecución de Bupu.
—¡Espera! —le rogó. No tardó en darle alcance y sujetarla por un montículo de harapos, que confundió con su hombro—. Prometo no robar nunca tu versículo mágico.
—¡Ya lo has hecho! —lo recriminó ella agitando la rata muerta frente a sus ojos—. Lo has dicho.
—¿Qué he dicho? —preguntó el kender.
—Lo que no debías. Lo has pronunciado, y no por casualidad —lo acusó Bupu en pleno acceso de rabia—. ¡Mira el resultado! —Tras apartar el roedor de su campo de mira, extendió el índice hacia un punto de la senda y exclamó—: Las palabras arcanas eran «versículo mágico», no te hagas el desentendido. Y ahora presenciamos ese tórrido encantamiento.
Tas se llevó la mano a la cabeza, mareado a causa de tanta sinrazón.
—¡Fíjate! —persistió Bupu con aire triunfante por ser ella la depositaria del enigma, olvidado su enfado casi antes de que naciera—. Hemos provocado un fuego. «Versículo mágico» nunca falla. Él es un mal hechicero.
Al centrar la mirada en el paraje que le indicaba la enana gully, Tas pestañeó perplejo. Sobre el camino mismo se elevaba un haz de llamas.
«Soy yo quien regresa a su hogar, a Kenderhome. Compraré una casa, o me instalaré en la de algunos amigos hasta que me sienta mejor», musitó para sus adentros.
—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz cristalina.
Aquella llamada fue como un bálsamo para Tasslehoff. La encontró tan tranquilizadora que estuvo a punto de provocarle un arrebato histérico.
—¡Es una fogata de campaña! —confirmó, desbordado de júbilo. Sin el menor recelo se encaminó hacia el lugar, una mancha iluminada en la negrura de su entorno, a la vez que se identificaba—. Soy Tasslehoff Burrfoot, y por el timbre puro con que nos has invocado creo haberte reconocido como… ¡Ay!
Este lamento fue ocasionado por Caramon, quien había alzado al kender en el aire y, sosteniéndolo en volandas con uno de sus poderosos brazos, le selló la boca mediante la mano libre.
—Chitón —le ordenó al oído, y los efluvios de su aliento casi produjeron un desmayo al hombrecillo—. ¡Alguien merodea junto a esa luz!
No sería decoroso repetir aquí las imprecaciones mentales de Tasslehoff, de modo que nos limitaremos a decir que se debatió en los brazos de su amigo en un ímprobo esfuerzo para liberarse. Trataba de lanzar culebras por la boca, que no llegaron a materializarse al contenerlas la manaza del guerrero.
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