Margaret Weis - La guerra de los enanos
Здесь есть возможность читать онлайн «Margaret Weis - La guerra de los enanos» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Фэнтези, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La guerra de los enanos
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La guerra de los enanos: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La guerra de los enanos»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La guerra de los enanos — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La guerra de los enanos», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
«¿Cómo ha podido escapárseme?», pensó, malhumorado. Guardaba la esfera en una bolsa, que, a su vez, había embutido en el fondo de un bolsillo oculto, a salvo de incidentes. No tuvo que cavilar mucho, sin embargo, ya que conocía la respuesta. Aquellas bolas mágicas estaban dotadas de un poderoso instinto de autopreservación. La de Istar se había librado del Cataclismo engatusando a Lorac, el rey elfo, para que la robase y la llevara a Silvanesti, hasta que, al comprender que ya no le sería posible utilizar a aquel demente, se había adherido a Raistlin como una rémora. Había rescatado de la muerte a su nuevo poseedor, o poseído, en la Gran Biblioteca de Astinus, y más tarde había conspirado con Fistandantilus cuando éste pretendía entregar al joven a la Reina Oscura. Ahora presentía la vecindad del mayor peligro de su existencia, de modo que trataba de fugarse.
El hechicero no había de permitirlo. Estirando la mano, la cerró firmemente sobre el Orbe.
Oyó un ominoso rechinar y, al levantar la cabeza, advirtió que el Portal se había entreabierto. No estaba aquella brecha destinada a admitirle, sino a avisarle del castigo que entrañaba el fracaso.
Postrado sobre sus rodillas, cobijada la esfera en su pecho, Raistlin notó frente a él la egregia presencia de Takhisis, Reina de la Oscuridad. Un repentino sobrecogimiento le indujo a encorvarse, tembloroso, en una reverencia a los pies de la hacedora.
—Estás condenado —murmuró la voz de la Reina en sus entrañas—, compartirás la desdicha de tu madre. Devorado por tu magia, quedarás embrujado para toda la eternidad sin que acuda en tu socorro el dulce consuelo de la muerte.
Tan despiadado oráculo apabulló al nigromante. Su cuerpo se contorsionó como lo hiciera el marchito cuerpo de Fistandantilus al aplicar él, su inveterado adversario, el colgante del rubí a su pecho. Reclinó la cabeza en el suelo de piedra del mismo modo que, en sus pesadillas, la apoyara en el tajo de su verdugo, en un mudo reconocimiento de su derrota.
Mas, en su interior, bullía un resquicio de fortaleza. Tiempo atrás Par-Salian, el máximo dignatario de la Orden de los Túnicas Blancas, había recibido un encargo de los dioses. Necesitaban las divinidades un mago con especiales virtudes que les ayudara a contener el avance de la perversidad y el anciano, después de muchas deliberaciones, había elegido a Raistlin porque intuía la fuente inagotable de energía que atesoraba. En su juventud aquellas dotes habían sido una masa informe de hierro, pero el viejo adalid abrigaba la esperanza de que el fuego del sufrimiento, la guerra y la ambición moldeara este inservible material hasta fraguar una espada de templado acero.
El hechicero no se dio por vencido. Despacio, se enderezó de su doblegada postura.
El calor que destilaba la furia de la Reina le asedió y, bañado en sudor, el nigromante tuvo la sensación de que si respiraba, el fuego invadiría sus pulmones. La soberana lo atormentaba, se reía de él como habían hecho tantos otros y no obstante, a pesar de las convulsiones que el pavor le infligía, su alma empezó a enardecerse.
Perplejo, intentó analizar tan paradójica reacción. Se esforzó en recuperar el control hasta que, exhausto y tembloroso, desterró de sus tímpanos los zumbidos generados por la voz de la diosa, de su madre. Cerró también los ojos para conjurar la mueca socarrona de aquella figura detestable.
Le acunó la oscuridad y, en sus reconfortantes vapores, pudo discernir el temor de su Reina. ¡Sentía miedo de él!
Sin precipitarse, Raistlin se puso de pie. Un viento tórrido procedente del otro lado del Portal agitó los pliegues de sus vestiduras, tan huracanado que por un momento se creyó transportado en una nube de tormenta. Ahora podía mirar de frente a su rival, fijar la vista en aquella hoja siniestra con una sonrisa túrbida, amenazadora, en los labios. Plantado en la actitud del que presenta la réplica a un enemigo insignificante, arrojó el Orbe contra el acceso.
Al estrellarse en su diana, la esfera se hizo añicos. Invadió el aire un alarido apenas perceptible y varios pares de alas espectrales batieron vigorosas en derredor del mago antes de disolverse, tan prontamente como habían surgido, en volutas de humo.
Una fuerza descomunal, que nunca había sospechado poseer, regó su persona. El descubrimiento de un punto vulnerable en su adversaria actuaba sobre él como un elixir embriagador, su mágico influjo bajó de su mente hasta su corazón y se vertió, a través de las venas, en todo su ser. El poder acumulado, duplicado, de múltiples siglos de sabiduría constituía su más sagrada pertenencia, suya y de Fistandantilus.
Oyó en aquel instante el nítido sonido de un clarín, tan fría su música como la brisa de las níveas montañas que albergaban a los enanos. Puras y cortantes, las notas del lejano instrumento se desintegraron en mil ecos que disiparon las enloquecedoras voces y le invitaron a adentrarse en la penumbra, confiriéndole el poder de abatir a la misma muerte.
No se dejó atraer, no era su intención atravesar tan pronto el Portal. Prefería aguardar un poco más, aunque si era imprescindible estaba decidido a afrontar su destino. La aparición del kender significaba que el tiempo podía alterarse, y al desembarazarse del gnomo había adquirido la certeza de que no habría interferencias del ingenio mágico, unas interferencias que habían destruido a Fistandantilus.
Raistlin dirigió una última, prolongada mirada al acceso, antes de despedirse con una cortés inclinación de cabeza de la Reina y encaminarse de nuevo hacia el pasillo.
De rodillas, Crysania oraba en su aposento.
Después de visitar al kender había querido acostarse sin demora, pero un extraño presagio la mantuvo despierta. Flotaba en el ambiente una quietud expectante, un silencio que, lejos de calmarla, la colmaba de inquietud. El sueño no acudió a su llamada, estaba alerta, despejada como no recordaba haberse sentido en toda su vida.
El cielo se hallaba profusamente iluminado: la ígnea aureola de las estrellas ardía en la negrura y Solinari, la luna de plata, refulgía cual una daga. La sacerdotisa distinguía los objetos de la estancia con una claridad antinatural. Parecían vivos, vigilantes y tan ansiosos como ella.
Perturbada, trató de distraerse oteando el firmamento. Rastreó las constelaciones que lo poblaban, el eje central configurado por Gilean, el Fiel de la Balanza, en torno al que pululaban Takhisis, la Reina de la Oscuridad, el Dragón de Muchos Colores y de Ninguno y Paladine, el Guerrero Valiente, conocido también como el Dragón de Platino. A sus flancos se dibujaban las lunas —Solinari, el Ojo de los Dioses y Lunitari, la Vela de la Noche—, circundadas a su vez por los dioses menores y, entre éstos, por los planetas.
En algún lugar recóndito se escondía el otro satélite, la luna negra que sólo Raistlin podía ver.
Mientras examinaba el panorama celeste, a Crysania se le enfriaron los dedos por haberlos posado en la pétrea repisa del alféizar. Se percató de que estaba tiritando y resolvió retirarse, tratar de dormir, mas el trémulo palpito nocturno la conminó a aguardar.
Fue entonces cuando oyó el clarín, un clamor prístino y punzante que se abrió paso hasta su corazón y que, cual un himno de victoria ajena, le heló la sangre en las venas.
En aquel preciso instante, se abrió la puerta de su dormitorio. No le sorprendió que fuera él. Una voz interior le había advertido de su venida, así que dio media vuelta y, sosegada, le observó.
Raistlin se silueteó en el umbral, en un limpio contraluz producido por las antorchas que alumbraban el pasillo y también por su propia luz, que brotaba de sus entrañas para derramarse sobre su atavío en una aureola nada halagüeña.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La guerra de los enanos»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La guerra de los enanos» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La guerra de los enanos» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.