Margaret Weis - La Guerra de los Dioses

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Palin y Tas cruzan el Portal y entran en el Abismo, donde aguarda Raistlin para llevarlos a presenciar un acontecimiento extraordinario: la asamblea de los dioses. En ella, Paladine accede a la petición de la Reina Oscura y de Gilean, que consiste en retirar los dragones del Bien para que los Caballeros de Takhisis se alcen con la victoria y unifiquen bajo un mando único todas las fuerzas de las distintas razas. De esta manera podrán afrontar la lucha contra Caos y evitar la destrucción de Krynn y de todo lo creado.
La Torre del Sumo Sacerdote cae en manos de las fuerzas de la Oscuridad por primera vez en la historia y el dominio absoluto de Ariakan se extiende rápidamente por Ansalon. Entre tanto, Steel Brightblade va a ser ajusticiado por haber dejado escapar a su prisionero, Palin Majere. En la posada El Último Hogar, Caramon y Tika tiene la alegría de volver a ver a su hijo, a quien creían muerto. Pero el joven Palin llega acompañado de un visitante inesperado: Raistlin Majere, quien ha vuelto al plano mortal para ayudar en la batalla contra Caos.

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—¡Éste es mi caballero! —siseó Llamarada—. ¡No vuela hacia la batalla con nadie excepto conmigo!

Steel se apresuró a intervenir antes de que estallara la lucha, ya que el azul que iba a montar no tenía intención de ceder. El caballero pidió con amabilidad al dragón macho que se uniera con los otros que volaban sin jinete. El reptil accedió con actitud estirada, dejando claro que estaba ofendido. Llamarada no atacó al extraño una vez que Steel le pidió que se marchara, pero no pudo evitar darle un mordisco en la cola cuando se alejaba.

La hembra de dragón y su jinete se saludaron, jubilosos, los dos muy complacidos de ver que el otro seguía vivo y, aparentemente, ileso.

—Los otros azules dijeron que te marchaste enfurecida —dijo Steel—. ¿Dónde has estado? ¿Adónde fuiste?

Llamarada ladeó la testa; su cresta azul relució con la luz de las antorchas.

—Fui a ver esa grieta de la que todo el mundo hablaba para comprobar por mí misma si era cierto o no. Admito —añadió al tiempo que lanzaba una mirada de soslayo a los dragones plateados— que creía que era un truco. —Agachó la cabeza y su voz se hizo más profunda:— No es ningún truco, Steel. Una espantosa batalla se libra en el Abismo. He estado allí y lo he visto.

—¿Cómo marcha la guerra?

—Nuestra reina huyó. —Sus ojos centellearon—. ¿Lo sabías?

—Sí, lo sabía. —La voz de Steel sonaba suave, severa.

—Algunos de los dioses se marcharon con ella: Hiddukel fue el primero en seguirla. Zivilyn partió argumentando que había visto todos los finales posibles y tenía miedo de influir en el resultado si se quedaba. Gilean está sentado, escribiendo en su libro, el último volumen. Los otros dioses siguen combatiendo, dirigidos por Kiri-Jolith y Sargonnas, pero, al estar en el mismo plano inmortal con Caos, poco pueden hacer contra Él.

—¿Y nosotros podemos? —preguntó Steel.

—Sí, por eso vine a decírtelo, pero —Llamarada echó una rápida ojeada a los caballeros montados— parece que ya lo sabéis.

—En efecto, aunque me alegro de que hayas confirmado esa información.

Steel subió a lomos de Llamarada, levantó el estandarte de los Caballeros de Takhisis, la bandera con el lirio de la muerte y la calavera. Los Caballeros de Solamnia enarbolaron su propio estandarte, decorado con el martín pescador sosteniendo en una garra la rosa y en la otra, la espada. Las banderas colgaban lacias, fláccidamente, en la asfixiante y cargada atmósfera de la noche.

Nadie lanzó vítores. Nadie habló. Cada hombre echó una última y larga mirada al mundo que sabía no volvería a ver jamás. Los Caballeros de Solamnia inclinaron su estandarte en homenaje a la Torre del Sumo Sacerdote. Steel hizo otro tanto en homenaje a los muertos.

Los dragones remontaron el vuelo, llevando a sus jinetes hacia el vacío cielo sin estrellas, sin dioses.

39

El regalo. Instrucciones

—¿A qué estamos esperando? —demandó Usha, nerviosa e irritable—. ¿Por qué no vamos a alguna parte y hacemos algo?

—Pronto, muy pronto —rezongó Dougan.

—Estoy de acuerdo —dijo Tasslehoff, que paseaba de un lado para otro, desalentado, arrastrando los pies y levantando nubes de ceniza con las botas—. Las cosas se pusieron muy feas cuando esos pachones pulgosos de sombras intentaron atraparnos. Ojo, no estaba asustado. No era realmente miedo, pero me dio no sé qué verme plantado frente a mí cuando sabía que no estaba allí. Que no era yo, quiero decir. Y después oírme decir esas cosas tan feas a mí mismo, todo ese rollo de que no era nada. Cuando no lo era, ya sabes.

Palin se estremeció.

—No hablemos más de ello —pidió—. Estoy de acuerdo con Usha. Deberíamos estar haciendo algo.

—Pronto, muy pronto —repitió el enano, pero no se movió.

Dougan estaba sentado en un tocón quemado, abanicándose con el sombrero. Tenía un aspecto solemne y preocupado, y parecía estar en otro sitio. Ladeaba la cabeza, como si escuchara atentamente, y escudriñaba al frente, como si observara intensamente algo. Una vez, gimió y se cubrió la cara con la mano, como si no pudiera soportar lo que estuviera viendo y oyendo.

Los otros tres lo contemplaban con ansiedad, y seguían haciendo preguntas que no recibían respuesta. Por fin, se dieron por vencidos. Usha y Palin se sentaron juntos, agarrados de la mano y hablando en voz baja. Tas, protestando que la ceniza lo hacía toser, empezó a revolver en sus saquillos.

—Ya está —dijo Dougan al tiempo que se incorporaba de un salto tan repentinamente que los sobresaltó a todos—. Están de camino. Debemos ir hacia allí para reunimos con ellos.

—Todavía no —manifestó una voz—. Todavía no.

Raistlin se materializó en el centro del círculo de los siete pinos, cerca del altar destrozado.

—¡Estupendo! —rezongó Dougan, que miraba al archimago no muy complacido—. Es lo único que nos faltaba.

Echó a andar hacia él pisando fuerte, dando patadas a los trozos de árbol con irritación. Raistlin lo observaba con una sonrisa divertida en sus finos labios.

—¡Tío! —exclamó Palin con alegría—. ¿Qué noticias nos traes? ¿Viste a las criaturas que nos atacaron? —Echó a andar hacia Raistlin para reunirse con él.

Usha lo siguió de mala gana.

—¡Eh, esperadme! —gritó Tas, pero en ese momento algo volcó todos sus saquillos, desparramando lo que contenían, y se vio obligado a agacharse y gatear para volver a recogerlo todo.

Palin y Dougan entraron en la pinada. Usha se quedó más atrás, tímidamente, aunque Palin había intentado tirar de ella para que siguiera andando.

—Ve a hablar con tu tío —le había dicho, apartando su mano de la de él—. Esto es importante, y yo sólo estaría estorbando.

Raistlin observaba la escena, y sus dorados ojos se estrecharon en un gesto impaciente, desdeñoso. Palin, desasosegado, con la sensación de que, de algún modo, había traicionado la confianza de su tío, se había alejado de Usha sin decir nada más para dirigirse presuroso hacia la pinada.

Raistlin miró a su sobrino fijamente.

—Estuviste a punto de fracasar. —Su mirada fue hacia el punto donde Palin había estado de pie cuando los seres de sombras atacaron.

—L... lo siento, tío. —Palin enrojeció—. Era... tan horrible y... tan extraño y... —Su voz se apagó, falta de convicción.

—Quizás estabas distraído, sin poder concentrarte. —La fría mirada del archimago fue hacia Usha, y el sonrojo de Palin se acentuó.

—No, tío, no creo que fuera eso. Los... —Sacudió la cabeza y se irguió, mirando directamente a Raistlin a los ojos—. No tengo excusa, tío. De no ser por Usha, me habría vuelto lo que la criatura me dijo que era: nada. Pero no volverá a ocurrir, te lo prometo.

—Se dice que aprendemos más de nuestros errores que de nuestros aciertos. Espero que este proverbio sea cierto en tu caso, sobrino, por el bien de todos nosotros. Se te va a confiar algo de una enorme responsabilidad. Muchas vidas están en juego.

—No te fallaré, tío.

—No te falles a ti mismo. —La mirada de Raistlin fue de nuevo hacia Usha, que buscaba refugio en la sombra de uno de los pinos quemados.

—Basta de tonterías —gruñó Dougan—. A mi modo de ver, el chico se portó bastante bien, archimago, considerando su edad y su inexperiencia. Y si estaba un poquito distraído por su amor hacia la muchachita, también fue el amor de ella el que lo salvó al final. ¿Dónde estarías ahora, Raistlin Majere, si hubieras considerado el amor como una fuerza, no como una debilidad?

—Probablemente sentado en la cocina de mi hermano, haciendo salir monedas de oro de mi nariz para diversión de la chiquillería —replicó el archimago—. Lo di todo por la magia, y nunca me defraudó. Fue amante, esposa e hija...

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