—¡Basta! —Samar lo interrumpió, impaciente—. Lo hecho, hecho está. —Había perdido ese asalto y lo sabía. Guardó silencio un momento, pensativo. Cuando volvió a hablar, había un cambio en su voz, un dejo de disculpa en su tono—. Eres joven, Silvanoshei, y es atribución de la juventud cometer errores, aunque éste, me temo, quizá resulte fatal para nuestra causa. Sin embargo, no nos hemos rendido. Todavía podemos reparar el daño que, aunque con la mejor intención, has causado. —El guerrero sacó de debajo de su capa otra prenda igual con capucha.
»Los caballeros negros caminan por nuestra sagrada ciudad con total impunidad. Los vi entrar. Vi a esa humana. Vi a nuestras gentes, especialmente a los jóvenes, caer en su embrujo. Están ciegos a la verdad, y nuestra tarea será abrirles los ojos. Ocúltate bajo esta capa, Silvanoshei. Nos marcharemos por el pasadizo secreto por el que he entrado y huiremos de la ciudad aprovechando la confusión.
—¿Partir? —Silvanoshei miró a Samar estupefacto—. ¿Por qué habría de marcharme?
Samar iba a contestar, pero Kiryn se adelantó con la esperanza de salvar su plan.
—Porque estás en peligro, primo. ¿Os es que crees que los caballeros negros permitirán que sigas siendo rey? Y, si lo hacen, te convertirás en su marioneta, como tu primo Gilthas. Sin embargo, como rey en el exilio, serás una figura influyente que unirá al pueblo...
«¿Irme? No puedo irme —se dijo el joven rey para sus adentros—. Ella regresa conmigo. Está más cerca a cada momento. Quizás esta noche la estreche entre mis brazos. No me marcharía aunque supiera que la propia muerte viene por mí.»
Miró a Kiryn y a Samar y no vio unos amigos, sin extraños que conspiraban contra él. No podía fiarse de ellos. No podía fiarse de nadie.
—Decís que mi pueblo corre peligro —manifestó mientras se volvía hacia el ventanal, como si estuviese contemplando la ciudad. En realidad la buscaba a ella—. Mi pueblo está en peligro y queréis que huya y me ponga a salvo dejándolo que se enfrente sólo a esa amenaza. ¿Qué clase de rey es el que hace algo así, Samar?
—Un rey vivo, majestad —respondió el guerrero—. Un rey que piensa en su pueblo lo bastante como para vivir para ellos, en lugar de para sí mismo. La gente lo entenderá y te honrará por esa decisión.
Silvanoshei giró la cabeza para mirarlo fríamente.
—Te equivocas, Samar. Mi madre huyó, y el pueblo no la honró por ello. La despreció. No cometeré el mismo error. Agradezco tu visita, Samar. Tienes mi permiso para marcharte.
Tembloroso, sorprendido por su propia temeridad, volvió de nuevo la cara hacia el ventanal y miró a través de él sin ver.
—¡Cachorro ingrato! —La ira casi ahogaba a Samar, que apenas podía hablar—. ¡Vendrás conmigo aunque tenga que llevarte a rastra!
Kiryn se interpuso entre el rey y el guerrero.
—Creo que será mejor que os marchéis, señor —dijo con voz tranquila y mirada firme. Estaba furioso con los dos; furioso y desilusionado—. O me veré obligado a llamar a la guardia. Su majestad ha tomado una decisión.
Samar hizo caso omiso del joven noble, sin apartar su mirada torva de Silvanoshei.
—Me marcho, sí. Le contaré a tu madre que su hijo ha hecho un noble y heroico sacrificio en nombre de su pueblo. No le diré la verdad: que se queda por amor a una bruja humana. Yo no se lo diré, pero habrá otros que lo harán. Lo sabrá, y se le romperá el corazón. —Tiró la capa a los pies de Silvanoshei—. Eres un necio, joven. No me importaría si tu estupidez acarreara la ruina sólo a ti, pero las consecuencias las pagaremos todos nosotros.
Giró sobre sus talones y cruzó la sala hacia el pasadizo secreto. Apartó la cortina con tal violencia que por poco la arranca de las anillas. Silvanoshei asestó una mirada feroz a Kiryn.
—No creas que no sé lo que te propones. ¡Destituirme y ocupar tú el trono!
—No es verdad que pienses eso de mí, primo —dijo sosegadamente el otro joven—. No puedes pensar tal cosa.
Silvanoshei lo intentó con todas sus fuerzas, pero no lo consiguió. De toda la gente que conocía, Kiryn era la única persona que parecía sentir cariño por él realmente. Por él, no por el rey. Por Silvanoshei.
Se apartó del ventanal y se acercó a Kiryn; cogió su mano y la apretó con afecto.
—Lo siento, primo. Perdóname. Ese hombre me pone tan furioso que no sé lo que digo. Sé que tu intención era buena. —El joven monarca dirigió la vista hacia la cortina tras la que había desaparecido Samar—. Sé que él también lo hacía con buena intención, pero no lo entiende. Nadie lo entiende.
Silvanoshei se sintió muy cansado de repente. No dormía desde hacía mucho tiempo, no recordaba cuánto. Cada vez que cerraba los ojos, veía el rostro de Mina, oía su voz, sentía el roce de sus labios en los suyos, y el corazón le daba un salto, se le estremecía la sangre y yacía despierto, mirando la oscuridad, esperando que regresara con él.
—Ve con Samar, Kiryn. Asegúrate de que sale de palacio sin incidentes. No querría que le pasara nada malo.
El joven noble dirigió una mirada de impotencia a su rey; después suspiró, sacudió la cabeza e hizo lo que le mandaban.
Silvanoshei regresó junto al ventanal.
7
Navegando por el Río de los Muertos
Es un triste tópico que las desgracias ajenas, por terribles que sean, siempre parecen nimias comparadas con las propias. En ese momento de su vida, si alguien le hubiese dicho a Acertijo que ejércitos de goblins y hobgoblins, draconianos, matones a sueldo y asesinos marchaban contra los elfos, el gnomo se habría echado a reír con desdén mientras ponía los ojos en blanco.
—¿Y creen que ellos tienen problemas? —habría dicho—. ¡Ja! Tendrían que estar sumergidos en el océano, dentro de un sumergible en el que entra agua y con una humana que insiste en que siga a un puñado de muertos. Eso sí es tener problemas.
Si a Acertijo le hubiesen informado que a su amigo el kender, quien le había proporcionado los medios para, finalmente, poder llevar a cabo su Misión en la Vida y trazar el mapa del laberinto de setos, lo tenía prisionero el mago más poderoso de todo el mundo en la Torre de la Alta Hechicería, el gnomo habría resoplado con sorna.
—¡De modo que el kender cree que está en apuros! ¡Ja! Tendría que intentar manejar el sumergible él solo, cuando se necesita una tripulación de veinte personas. ¡Eso sí es una situación apurada!
De hecho, el sumergible funcionaba mucho mejor con un solo tripulante, ya que los otros diecinueve sólo habrían servido para añadir su peso, estorbar y consumir aire. El viaje original que partió del Monte Noimporta con destino a la Ciudadela había empezado con una dotación de veinte, pero los demás se habían perdido, habían desaparecido o habían sufrido graves quemaduras a lo largo de la travesía, de manera que al final sólo quedó Acertijo, el cual no era más que un modesto pasajero, al control de los mandos. Su desconocimiento absoluto sobre el complicado sistema de mecanismos diseñado para propulsar el NMN Indestructible era, sin duda, la razón de que la nave hubiese permanecido a flote durante tanto tiempo.
El navío se había diseñado a semejanza de un gran pez. Estaba fabricado con madera, por lo que era lo bastante ligero para flotar, y después cubierto con hierro, por lo que era lo bastante pesado para hundirse. Acertijo sabía que había una manivela a la que tenía que dar vueltas para que la nave mantuviera el avance, otra manivela para que ascendiera, y una tercera que hacía que se sumergiera. Tenía una vaga idea sobre la función que realizaban las manivelas, aunque recordaba que un gnomo (quizás el último capitán) le había dicho que la manivela trasera hacía que las aletas posteriores de la nave giraran de manera desenfrenada, removiendo el agua y, en consecuencia, la propulsaran hacia adelante. La manivela del fondo hacía girar las aletas inferiores, impulsando la nave hacia arriba, en tanto que las aletas superiores invertían el proceso.
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