Jean Rabe - El Dragón Azul

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Los grandes dragones amenazan con esclavizar Krynn.
Han alterado la tierra por medios mágicos, esculpiendo sus dominios de acuerdo con sus viles inclinaciones, y ahora comienzan a reunir ejércitos de dragones, humanoides y criaturas, fruto de su propia creación. Incluso los antaño orgullosos Caballeros de Takhisis se han unido a sus filas y preparan el ataque contra los ciudadanos de Ansalon. Ésta es la hora más negra para Krynn. Sin embargo, un puñado de humanos no quiere rendirse. Incitados por el famoso hechicero Palin Majere y armados con una antigua Dragonlance, osan desafiar a los dragones en lo que quizá sea su último acto de valentía.

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La escama se adhirió de inmediato a la carne de Dhamon, se fundió con su pierna como una segunda piel y lo quemó como si estuvieran marcándolo a fuego. Dhamon gimió de dolor. Una corriente abrasadora le recorría todo el cuerpo, comprimiéndole y secándole la garganta. Soltó al caballero, cayó de espaldas y sus dedos se hundieron en la tierra. El dolor continuó irradiándose en angustiosas oleadas que bullían al ritmo de los latidos de su corazón.

—¿Qué has hecho? —gritó Feril al subcomandante.

Pero sus palabras cayeron en oídos sordos, pues el hombre había muerto. Se arrodilló junto a Dhamon para auxiliarlo, pero no consiguió detener sus convulsiones.

Furia daba vueltas alrededor de Dhamon y gruñía, manteniendo una distancia prudencial. Palin apartó al lobo y se acercó sosteniendo a Ulin.

—Magia negra; no cabe duda —dijo el mayor de los Majere.

—¡Tenemos que arrancársela! —exclamó Feril cogiendo la escama.

—¡No! —advirtió Gilthanas procurando separar a la kalanesti de Dhamon—. El caballero ha dicho que moriría si se quitaba la escama. Es probable que dijera la verdad. No sabemos qué clase de maleficio le han hecho.

—¡Lo está matando! Tenemos que hacer algo.

—Espera —dijo Palin—. Mira.

El hechicero sujetó mejor a su hijo, que perdía y recuperaba alternativamente el conocimiento.

Feril y los tres hombres vieron cómo las convulsiones de Dhamon remitían poco a poco. Estaba tendido de espaldas y jadeaba, tratando de llevar aire a sus pulmones. Después de unos instantes, sus ojos se encontraron con los de la elfa, que lo ayudó a incorporarse.

—Estoy bien —afirmó.

En efecto, se sentía mejor que unos minutos antes; más fuerte, a pesar del hormigueo de su pierna.

—No lo entiendo —dijo Feril—. ¿Qué te ha hecho? ¿Y esa escama? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cómo es que estás...?

—¿Vivo? —El hormigueo había desaparecido y ya no sentía el calor de la escama, aunque se miró la pierna y vio que seguía allí—. Feril, yo... —La kalanesti se arrojó a sus brazos y le tiró de la barba para obligarlo a inclinar la cabeza—. La historia de mi supervivencia es muy larga —dijo entre beso y beso—. Ya tendré tiempo de contártela. —La estrechó con más fuerza y los besos se hicieron más apasionados—. En cuanto a la escama, tendremos que extirparla —dijo cuando se apartó un instante para respirar.

—Ejem —carraspeó Gilthanas con diplomacia.

Dhamon y Feril se separaron muy lentamente. Él entrelazó los dedos con los de la kalanesti y apartó a regañadientes los ojos de ella para mirar a Palin, Ulin y Gilthanas. Por extraño que pareciera, el lobo continuó gruñendo a cierta distancia de Dhamon.

—Está claro que es una escama de dragón —observó Palin mientras señalaba la pierna de Dhamon—. La estudiaré en cuanto lleguemos al barco. No vamos a arriesgarnos a perderte por segunda vez extirpándola aquí.

Gilthanas liberó la alabarda del cuerpo del caballero y puso la empuñadura en la mano libre de Dhamon.

—Un arma sorprendente —comentó el qualinesti.

—Forma parte de la larga historia que he mencionado.

Dhamon miró largamente al elfo y luego a Feril.

—Ah, éste es Gilthanas —presentó ella—. Lo encontramos en el desierto. —Volvió a besar a Dhamon—. Pero esa historia también puede esperar.

—Entonces marchémonos de aquí —sugirió Gilthanas—. Es probable que haya otros caballeros en las inmediaciones, y aunque tienes un arma maravillosa, ya no estamos en condiciones para pelear.

—Independientemente de cómo has llegado aquí, me alegro de verte —dijo Palin. El hechicero miró al antiguo caballero de arriba abajo y luego señaló a Ulin con la barbilla—. Dhamon, éste es mi hijo.

—Deja que lo lleve yo —ofreció Dhamon. Entregó la alabarda al hechicero y cargó con facilidad a Ulin en andas—. No es tan pesado como parece.

El grupo dio media vuelta y enfiló hacia Witdel, con Feril y Dhamon a la cabeza. Detrás, el grupo de cautivos liberados conversaba animadamente sobre el rescate.

—Es una suerte que Feril no tenga nada en contra de los humanos —dijo Gilthanas haciendo un guiño a Palin—. De lo contrario, la relación entre ella y Dhamon no prosperaría.

15

Dividir para vencer

Llegaron a Witdel poco después de mediodía. Antes de que Jaspe tuviera tiempo de demostrar su sorpresa por el regreso de Dhamon, le entregaron el cuerpo herido de Ulin. El enano se ocupó del más joven de los Majere de inmediato, mientras Palin y Usha permanecían a su lado por si era necesaria su ayuda.

Aunque Rig manifestó alegría al ver al antiguo caballero, su expresión no coincidía con sus palabras y sus ojos rehuían los de Dhamon. Groller, por el contrario, reaccionó con entusiasmo. Lo saludó con una afectuosa palmada en la espalda, señaló la escama con curiosidad y enseguida fue a buscar unas prendas viejas del marinero para dárselas a Dhamon.

Ampolla no paraba de hablar de la cueva de Khellendros, de los prisioneros y de cualquier otro tema que se le cruzara por la cabeza.

Dhamon trató de abstraerse de la animada conversación de la kender y miró a Feril. La kalanesti lo hizo sentar en un barril, se colocó a su espalda y se dispuso a afeitarlo y a cortarle la enmarañada melena. Dhamon podría haberlo hecho solo, pero le gustaba que lo atendieran. Cuando Feril hubo terminado, el aspecto de Dhamon mejoró notablemente. Ahora su cabello estaba corto, a ras de la nuca y en una línea uniforme sobre los lóbulos de las orejas. Feril sonrió con expresión culpable y le explicó que con tantos nudos no había podido hacer otra cosa.

—Volverá a crecer —dijo él—. Si lo dejo.

Dhamon le tendió una mano, la estrechó en sus brazos e hizo una mueca de disgusto cuando Ampolla subió el tono de voz para que pudieran oírla mejor.

—Tu pelo tiene buen aspecto. Ahora que está parejo, tiene más movimiento —señaló Ampolla admirando la obra de Feril—. Bueno; no cabe duda de que está mejor que hace un rato. ¿Cómo es que no estás muerto?

Había querido hacerle esa pregunta desde que lo había visto llegar al barco con los demás, y, aunque se había contenido por cortesía, consideraba que ya había pasado un tiempo excesivamente largo.

Dhamon hizo un breve resumen de cómo lo había rescatado Centella, la hembra de Bronce.

—El dragón me dio la alabarda y aceptó transportarme a algún sitio, siempre y cuando éste no estuviera en el territorio de un señor supremo. Pensé en ti —dijo apartando un rizo de la frente de Feril—, y de alguna forma misteriosa el dragón me trajo hasta aquí.

—Pero no tienes ropa —interrumpió la kender—. Aunque me han dicho que has traído un arma maravillosa. Puede que el hechizo sólo funcionara en la carne y en el metal.

—Una parte de mí murió cuando pensé que habías muerto —afirmó Feril.

Cogió la cara de Dhamon entre las suyas y le acarició los labios con los dedos.

—Me pregunto si Palin conocerá el hechizo que te ha traído aquí —prosiguió la kender—. Dime, Dhamon, ¿cuánto tiempo pasaste con los Caballeros de Takhisis?

Dhamon suspiró y miró a Ampolla.

—Seis años, casi siete. Era muy joven cuando me reclutaron.

Esperaba que la kender se distrajera con otro tema y no insistiera en éste, pues no tenía ganas de seguir hablando de eso.

—¿Qué rango tenías?

—Poco antes de marcharme me nombraron oficial.

—¿Y qué hacías exactamente...?

—Zarparemos dentro de una hora —interrumpió Gilthanas interponiéndose entre Dhamon y la kender—. Sin duda Feril te habrá contado que tenemos prisa por encontrar unos objetos mágicos. Tienes el tiempo justo para ir a la ciudad y comprarte ropa. —El elfo le ofreció unas monedas que Rig le había entregado a regañadientes unos minutos antes—. Sé que Feril no es una enamorada de la ciudad, pero supongo que aceptará ayudarte.

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